Lionne.

Tú...

No eres tu nombre. No eres tu empleo.

No eres la ropa que vistes ni el lugar en el que vives.

No eres tus miedos, ni tus fracasos... ni tu pasado.

Tú... eres esperanza.

Tú eres imaginación.

Eres el poder para cambiar, crear y hacer crecer.

Tú eres un espíritu que nunca morirá.

Y no importa cuántos golpes recibas,

te levantarás otra vez.

viernes, 8 de enero de 2010

Sin razón...

Estuve deambulando por el castillo, angustiada. De pronto, Jesse ya no se comportaba como antes… Claro que también había sido culpa mía, realmente no tenía por qué compartir sus secretos conmigo… Yo no había compartido los míos con él.
No me atrevía a volver a su habitación, no quería volver a sentirme humillada, no quería que me volviera a echar de su cuarto. Pero quería verle dibujar, quería verle trazar líneas en el blanco papel, al principio inconexas, después con un gran sentido. Quería observar mientras él sombreaba, contorneaba las líneas y trazaba nuevas líneas para perfeccionar el dibujo. Quería hablar con él otra vez, escuchar de nuevo su voz…
Pero, sobre todo, quería que se desenfadase conmigo, aunque no estaba segura de si estaba enfadado.
Di una vuelta por el jardín, medio oculta entre las sombras, porque no sabía dónde rondaban Elsa y su madre. Jesse no me preocupaba. Es más, casi quería que me encontrase… A veces echaba de menos poder tocar las cosas. Por insignificante que fuese, y por gratificante que resultara poder atravesar paredes, suelos y techos, echaba de menos el tacto de la piedra en las yemas de mis dedos, el tacto de las suaves cortinas de mis aposentos y las cálidas alfombras que había distribuida por los suelos de todo el palacio. Echaba de menos abrazar a alguien, echaba de menos el contacto físico, echaba de menos comer, respirar, tumbarme en mi cama, sentarme en los mullidos sofás y las cómodas butacas, echaba de menos bañarme en el lago, en las termas, echaba de menos vestirme con caros vestidos cosidos especialmente para mí por los mejores sastres del reino… Echaba de menos a mi padre, a mi madre, a todos los demás familiares, a Hurricane, pero, sobre todo, echaba de menos a Dimitri… Habían pasado un montón de años desde aquello, y lo había superado, pero de vez en cuando, revolviendo entre mis recuerdos, volvían a mi memoria sus cálidos labios, sus fuertes brazos, su figura estremecedora, su mirada sincera, sus dulces palabras. ¿Y él, donde fuera que estuviese, me echaría de menos a mí? ¿Echaría de menos mis ojos sinceros? ¿Echaría de menos mi compañía, al igual que yo echaba de menos la suya? ¿O se encontraba en un lugar que no podía pensar, en un lugar espantoso, frío y húmedo, donde le torturaran a diario? ¿Y si no se acordaba de mí? ¿Si no conservara ningún recuerdo de su vida pasada? ¿Nada de mí, ni de su padre, ni de nuestra fuga… ni de su muerte?
Y luego estaba Jesse. Jesse, el fantástico Jesse. Era una persona distinta, diferente. No sabía que pensar de él. Tenía unos bruscos cambios de humor, aunque sólo lo había presenciado una vez. Era particular, no tenía miedo de los fantasmas (algo de lo que podía enorgullecerse), me hablaba y trataba como una igual, me enseñaba su música como si fuera una extranjera venida de el otro lado del mundo, como si desde mi lugar de origen no hubiera nada de lo que tuviera él. Yo había creído que estábamos consiguiendo un primer nivel de amistad, o al menos de compañerismo, pero por lo visto todavía no habíamos llegado a eso. Podría haberme dicho, amablemente, que no deseaba que yo viera su dibujo, pero sus duras palabras todavía resonaban en mis oídos y me impedían pensar. A veces, su imagen y la de Dimitri se me juntaban en la mente y revolucionaban mis pensamientos. Era una cuestión inquietante que pudieran ser parientes, aunque fueran lejanos, porque Dimitri no había tenido descendencia. Tal vez mi hipótesis, la de que tendría algún primo que se pareciera a él, y hubiera tenido hijos, era correcta. Como dije antes, el apellido Sweetwords no era común. El de Truthfuleyes tampoco, pero eso daba lo mismo…
Hubo un momento en el que oí peligrosamente cerca la voz de la madre de Jesse y Elsa, por lo que me pegué tanto al muro del castillo que podría haberlo traspasado si no me hubiera detenido. Inquieta, intenté discernir de dónde venía la voz. Noté que llegaba desde algún punto situado encima de mi cabeza, y al mirar hacia arriba ligeramente, descubrí que había una ventana cinco centímetros por encima de mí. Eso me calmó un poco, y haciendo memoria recordé que aquella ventana debía de ser la de la cocina, así que supuse que la madre estaba haciendo la cena. Seguía sin saber su nombre, aunque no creía conveniente preguntarle a Jesse en ese momento.
Olía tremendamente bien, parecía algo como… pollo asado con… con… patatas, y… una pizca de orégano… perejil… Y no conseguía distinguir nada más, pero seguro que el plato estaba buenísimo. Los que se habían servido tiempo atrás en mi castillo habían sido manjares exquisitos, cada día, aunque los cocineros y cocineras reservaban sus mejores platos para celebraciones importantes. Probablemente, la celebración más importante que se celebró, por lo menos que yo recuerde, fue en mi decimosexto cumpleaños, en el baile, cuando conocí por primera vez a Dimitri.
Aparté esos pensamientos de mi mente, numerosos recuerdos e imágenes me impedían pensar con claridad. Atravesando el muro, asomé tan sólo la cabeza para ver quién había en la cocina. Estaba la madre de Jesse, poniendo la mesa, y vigilando de vez en cuando el pollo. Me pregunté dónde estaba la hermana pequeña de Jesse, Elsa. La verdad es que no me importaba, pero como no tenía nada mejor que hacer, subí volando a su habitación y me asomé con cuidado. Estaba escuchando música en una pequeña mini cadena de música, y aunque no supe distinguir la canción, me gustaba aún menos que las rápidas músicas de Jesse, y eso que ésta no era tan acelerada. Elsa estaba bailando en el centro de la habitación, una coreografía improvisada con repetitivos pasos y movimientos extraños. Cantaba a la vez que la cantante de la música, pero desafinaba bastante y soltaba algún que otro gallo. A pesar de ello, su voz se parecía a la de la cantante.
La espié durante unos minutos, pero como seguía bailando, opté por desaparecer de allí.
Ya estaba aburrida, no sabía qué hacer, aunque la verdad es que llevaba toda mi muerte sin hacer nada.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

sat genial!!!!!!!! sigue sigue k me intrigo!!!!!!! jajaja continua wapisima

Kirtashalina dijo...

jajaj pues tengo qe escribirr algoo porqe este era el ultimo qe tenia ya echo... buuff jaja mñana igual no actualizo porqe creo qe no voy a escribir en todo el diAaa!!!1 XD