Lionne.

Tú...

No eres tu nombre. No eres tu empleo.

No eres la ropa que vistes ni el lugar en el que vives.

No eres tus miedos, ni tus fracasos... ni tu pasado.

Tú... eres esperanza.

Tú eres imaginación.

Eres el poder para cambiar, crear y hacer crecer.

Tú eres un espíritu que nunca morirá.

Y no importa cuántos golpes recibas,

te levantarás otra vez.

jueves, 31 de marzo de 2011

Cap 10 - El mensajero y el verdugo

—Señor, ha surgido un pequeño problema.

El hombre hizo una mueca a la pared, aunque por la oscuridad y por encontrarse de espaldas al mensajero que le hablaba, nadie pudo ver la expresión de asco de su rostro. Apretó los puños durante diez segundos, inspiró, y tras unos instantes expulsó el aire de los pulmones. Contestó sin relajar los dedos de las manos.

—¿De qué se trata?

—La chica, señor. Se ha escapado.

El hombre se dio la vuelta bruscamente, girando la silla en la que se hallaba sentado, y posando su mirada glacial en el inexperto mensajero.

—¡¿QUÉ?! —rugió, furioso. Tras soltar el alarido se levantó y golpeó el escritorio de mármol con el puño, provocando un suave tembleque. El mensajero se encogió sobre sí mismo, intentando en vano pasar desapercibido. Con temor esperó a que el hombre se enfrentara a él, pero eso no sucedió. El hombre se dio la vuelta de nuevo y trató de tranquilizarse, poniendo los brazos en jarras.

—¿Cómo —comenzó con voz suave, intentando regular el tono para no asustar demasiado al mensajero. Si le inspiraba mucho temor, no conseguiría ninguna información y todo aquello no habría servido de nada— es posible —siguió lentamente— que se os haya escapado?

—Ve-verá, señor… la te-teníamos vigilada, pero tuvimos un pe-pequeño percance con las armas y… tuvimos que ir a p-por otras, por si de-debíamos perseguir y abatir a la chica… Y ella a-aprovechó para huir…

El tartamudeo de la voz del mensajero era fruto de la gran mentira que acababa de soltar. No podía permitir que nadie supiera que él y su compañero se habían quedado dormidos, y mucho menos el Presidente. Por esa misma razón se había inventado una escusa más o menos creíble, aunque un tanto patética, con la que encubrirse y quitarse algo de culpa.

—Incompetentes —dijo el Presidente en un siseo. Siguió vuelto hacia la pared, dándole la espalda al mensajero. Éste esperó un castigo—. No sois capaces de controlar a una joven chiquilla, ni siquiera tiene diecisiete años…

—L-la próxima vez lo ha-haremos mejor, s-señor…

—No habrá próxima vez para vosotros. Vuestra misión era simple: mantener vigilada a la chica y avisar en caso de que hiciera algo sospechoso. Incluso matarla si ponía en peligro vuestra propia vida o si estaba a punto de escapar. Algo tan fácil no se puede fallar. Debería quitaros la vida.

—Señor, yo…

—Silencio. No quiero que sigas hablando. Tendré que contar a partir de ahora con personas un poco más competentes que vosotros, ya que no sabéis ni acatar una orden directa. Es inadmisible vuestro comportamiento. Pero os perdonaré la vida.

—Oh, g-gracias, mi señor… —el mensajero cayó de rodillas, lloriqueando—. Yo… no sé c-cómo agradecer…

—Vete de aquí, y no vuelvas.

El mensajero se levantó de inmediato y se dispuso a salir de la sala, cuando el Presidente hizo un gesto a su verdugo y resonó un disparo en la estancia. Instantes más tarde el mensajero caía al suelo en medio de un charco de sangre, que manaba de su sien derecha. El asesino agarró a la víctima de un brazo y la arrastró fuera de la habitación, dejando un rastro rojizo tras de sí. Cerró la puerta con un fuerte estruendo.

Sumido en la oscuridad, el Presidente suspiró y, seguidamente, apretó los dientes.

—Hilda SaSale, te mataré.

lunes, 21 de marzo de 2011

¡Premio!


¡Hola, tú! Sí, sí, a ti, que probablemente has acabado aquí por accidente (¿quién en su sano juicio vendría aquí por su propio pie?).
Bueno, el caso es que mi blog no puede ser tan malo si le han concedido un premio *-*
Me lo concedieron hace tiempo, el día... 4 de Marzo, para ser más exactos. Pero creo que no hice entrada sobre ello, y si no, ¡pues os aguantáis! :) El caso es que tengo que seguir las normas. Bien, pongo la fotito:
El premio me lo ha concedido Laura Lozano, a quien prometo leer más a menudo, de verdad. Es que me da mucha pereza volver a empezar desde el principio todo el blog x)

Bien, tengo que decir siete cosas sobre mí:
1.- Me acaban de conceder otro premio en mi otro blog (El Bosque de Las Dríades), y también he tenido que escribir cosas sobre mí. Pero como soy una grandísima persona, y sobre todo, me gusta que me presten un mínimo de atención, voy a poner COSAS DIFERENTES (todo esto suena un poco egocéntrico, pero bueno, como nadie lo lee, en realidad es lo mismo).
2.- Me encanta como suena "o'clock" en inglés.
3.-No sé si meterme a Bachiller de Artes o de Letras (abro debate)
4.-Tengo cuatro blogs, dos cuentas de Tuenti, una de twitter, una de facebook, dos en el videojuego online 4Story, una en otro llamado Shaiya, otra en Runes Of Magic, otra en el programa de música Spotify (os lo recomiendo), otra en YouTube, y una última en Flickr :D
5.-Los pocos animes que han visto me han gustado, y estoy aprendiendo a dibujar el estilo manga. ¡Seré una auténtica otaku!
6.-Tengo varios ídolos: Johnny Deep, Heath Ledger (el Joker en Batman: The Dark Knight), Elvis Presley, Michael Jackson y Eric (TrueBlood).
7.-Soy tripofóbica y hemofóbica (OJO, NO CONFUNDIR CON "HOMOFÓBICA").

Bien, ahora tengo que nominar algunos blogs.
Sinceramente, los que quería nominar ya los he nominado en mi otro blog. Así que no voy a nominar a casi ningún blog más, sólo a:

-Madison: Por su dulce tarro de mermelada, su gran imaginación y sus acarameladas palabras ^^
-Shinju-san: Por sus extraordinarias publicaciones que, lejos de ser corrientes, contienen una magia especial que te aleja de tu propio mundo.
-Shiroi: Por su estupendo blog en general, del que no he leído demasiado tampoco, pero que sigo cuando puedo.
-Clary Claire: Por su blog, sus historias, sus novelas, sus libros, sus relatos, todos sus textos, y por ELLA, leñe, que para eso es mi pendeja :)
-Mireille Nolan: Por sus bonitas y tristes historias, que me las leí de principio a fin hace un tiempo y aunque sus entradas más actuales no las he visto, estoy segura de que son fantásticas.
-Lady Luna: De nuevo por todos sus textos, que son sublimes. Y además ella es una fantástica persona, muy amable :)

Bueno, parece que al final he nominado a bastante gente xDDD
(NOTA: Contad las veces que he puesto "nominar" [o derivados] y "blog" xD Creo que unas cuantas, ¡viva la redundancia! [palabra que me enseñó Clary Claire, por cierto. Al igual que "zozobra", "dantesco", "recíproco", "razocinio" y "alienación"]).

Un beso a todos!!

PD: No, hoy no hay texto. Se siente.

sábado, 19 de marzo de 2011

Cap 9 - Hogar, dulce hogar

Me despertó un suave zarandeo. Abrí los ojos y me encontré cara a cara con Odrix, que me miró con una sonrisa.

—Buenos días —me susurró, apartándose para que pudiese incorporarme. Al hacerlo vi a todo el clan dormido todavía. Estaba amaneciendo.

—¿Qué pasa? —pregunté, restregándome los ojos y buscando con la mirada a Sangilak, que se hallaba al lado del rubio, sentado y meneando la cola.

—Es hora de ir a dormir a la cabaña. Bueno, o a dar un paseo, si es que no tienes sueño.

—¿Por qué? —medio gruñí, mirando fijamente a Odrix. Estaba demasiado cansada como para pensar con claridad, pero lo cierto es que no me pareció que aquello tuviese sentido.

—No querrás quedarte ahí tumbada hasta el mediodía, ¿verdad? En poco rato empezarán a levantarse y te abandonarán a tu suerte —sonrió.

—Pero si sólo hemos dormido unas horas! —exclamé.

—¡Chist, no grites, que los despiertas! Mira, haz lo que quieras, pero por regla general, el último que se levanta se ve obligado a destripar los animales que vayamos a cenar durante toda una semana.

—Ah, ya entiendo —me levanté y me puse a la altura de Odrix—. ¿Y ahora qué? Yo tengo sueño…

—Bueno, ve a tu cabaña si quieres, te despierto en unas horas.

—¿Eso no es trampa?

—Claro que no. Nos hemos despertado antes que nadie, ¿verdad? Pues ya está.

—Vale. ¿Tú vas a ir a dormir?

—Creo que no, no tengo mucho sueño. Daré un paseo con Azör.

—¿Azör? —Odrix señaló a su halcón, que se hallaba descansando sobre la rama de un árbol cercano. Asentí.

—Bien, pues nos vemos luego.

—Sí, adiós.

—Adiós.

Subí a mi cabaña con Sangilak mientras Odrix se alejaba. Al llegar arriba caí rendida a la cama: realmente estaba muy cansada. Pensé en desvestirme, pero la falta de ganas me impidió hacerlo. Después agradecí profundamente mi vagancia, pues me acordé de que Odrix sería quien viniera a buscarme luego.

Horas después, Jenna quiso reunir un grupo para ir de pesca y conseguir algo de comer. Ya que no me dejarían ir a cazar, tal y como el día anterior, Odrix y yo nos presentamos voluntarios junto Pécala, Aleriel y Phoebe, con sus respectivos guardaespaldas. Cuando estuvimos todos, Jenna nos entregó una lanza a cada uno. Eran toscas, estaban hechas a mano y no se componían de más cosas que de una larga y resistente rama y una piedra afilada, unidas con una cuerda. Mientras intentaba descubrir cómo tendríamos que usarlas, alguien exclamó:

—¡Bien, vámonos!

Iniciamos un pequeño paseo hasta un ancho río que había cerca del campamento. Al llegar, todos se quitaron los zapatos y se arremangaron los pantalones, así que hice lo mismo, colocando mis botas junto a una roca de color gris brillante. Después nos alineamos en la orilla, sumergiendo las piernas hasta casi las rodillas, y acto seguido todos empezaron a hundir la lanza en el agua, tratando de pescar algo en el río cristalino, mientras los animales se bañaban. Les imité sin demasiada convicción, pero al observar que Odrix se empleaba a fondo, cogí confianza y traté de hacerlo lo mejor posible. Tras unos minutos ya había conseguido atravesar un pequeño pescado dorado, de forma que lo dejé en la orilla y fui a por más. Odrix me vio y se dio prisa en atrapar algo, para no quedarse con las manos vacías. Poco después aquello se convirtió en una batalla en la que ganaría quien más pescara. Se oía el rumor del agua correr, las risas de Pécala y Phoebe, que le echaban agua a Aleriel mientras éste intentaba arrearles con el extremo de la lanza que no estaba afilado, y los pasos de Jenna en busca de un gran pez que había divisado segundos atrás. Tras dos horas bastante entretenidas, pero calurosas debido a los efectos de los rayos del sol, recogimos todo lo que habíamos pescado en una gran cesta que Jenna sacó de no sé dónde, y volvimos a “casa”.

“Casa”. Traté de pensar en ello mientras avanzábamos a través de un sendero de pequeñas piedras blancas. Creo que aún no me había hecho a la idea, a pesar de todo. Sangilak estaba a mi lado, y por lo visto desde ese momento Odrix también, pero me parecía inconcebible. Había pasado de vivir casi con todo lujo de comodidades, junto tan sólo a una persona (y a mi lobo, claro), a vivir con un clan, una gran familia, en medio del bosque, donde debíamos buscar nuestros recursos para sobrevivir. Pero no era tan difícil acostumbrarse, todos parecían simpáticos (aunque no estaba segura de lo que tramaba Ulrik, la verdad), así que de momento no era complicado integrarse.

Sangilak me dio un suave golpe en el costado con el morro, ofreciéndome su apoyo. Dejé descansar mi mano sobre su lomo, acariciándole lentamente el oscuro pelaje. Odrix, que avanzaba junto a Jenna delante de mí, giró la cabeza y sonrió al comprobar que estábamos todos bien.

Cuando llegamos, Joseph nos estaba esperando. Recogió la cesta que Jenna le tendía y se fue a preparar la comida junto a los demás, los que no habían ido a pescar. Los que sí habíamos ido nos dispersamos, atendiendo cada uno sus propios asuntos. Odrix se detuvo y me ofreció un plan.

—¿Quieres que te enseñe algo?

—¿El qué?

—Un secreto —sonrió. Yo fruncí el ceño.

—¿Merece la pena?

—Sí.

—Vamos entonces.

Nos escabullimos en silencio con Sangilak entre nosotros y Azör volando sobre nuestras cabezas. Andábamos a buen paso sorteando los árboles y pisando la hojarasca, aunque de vez en cuando estuvimos apunto de tropezar por las levantadas raíces de los árboles, que jugaban malas pasadas. Recorrimos cerca de un kilómetro en pocos minutos, aunque nos alejamos lo suficiente como para que pensamientos intranquilos se posaran en mi mente, transmitiéndome inseguridad y algo de miedo. Vamos, no seas tonta, Odrix conoce el camino de sobra, si no, no te habría traído hasta aquí, pensé, sin falta de razón. Pero no me convencí del todo.

—Ya hemos llegado —susurró. Unos metros más allá había un claro, atravesado en su mitad por un pequeño riachuelo rodeado de piedras. Y justo al lado, un pequeño grupo de caballos salvajes. Eran siete, de distintos colores pero de tamaño parecido. No pude saber el sexo de cada uno, pero supuse que habría de ambos.

—¿Son salvajes? —pregunté, olisqueando el ambiente. Era húmedo y fresco, pero tenía una ligera fragancia a pino.

—Claro, si no, no estarían sueltos, ¿sabes?

—Vale, ha sido una pregunta estúpida.

—No te preocupes.

Me acuclillé, apoyando la mano izquierda en el tronco de un árbol para no tener que hacer tanto esfuerzo con los tobillos. Odrix, tras pensárselo unos segundos, comenzó a acercarse lentamente al claro, medio agachado y sin mirar fijamente los ojos de los animales.

—¿Pero qué haces? —susurré, alarmada—. ¡Creía que habíamos venido a verlos!

—Hemos venido a montarlos —sonrió, mirándome. Acto seguido se dio la vuelta y siguió caminando.

—¡¿Estás loco?! —exclamé, pero él no me hizo caso.

Los caballos le miraron con extrañeza, resoplando y alzando las orejas, pero no huyeron. Odrix acercó la mano a uno de ellos, marrón con manchas blancas, y se levantó despacio, ganando toda su altura. El mustang le lamió la mano y le dio un juguetón golpe en la barbilla, incitándole a que le siguiera dando caricias. Odrix rió suavemente y le palmeó el cuello sin demasiada brusquedad.

—Vamos, ven —me dijo, mirándome como pudo por encima del hombro, mientras el caballo trataba de chuparle la nariz.

—Pues para ser salvajes, no es que huyan mucho, precisamente —dije, poniendo los ojos en blanco y avanzando lentamente hacia Odrix.

—En realidad vengo aquí desde hace unos meses. Ya me conocen y saben que no les voy a hacer daño, aunque me ha costado mucho que confíen en mí. Con un poco de suerte te dejarán montarte a ti también.

Intenté acercarme a otro de los caballos, algo más alto que el de Odrix y de un solo color; marrón oscuro y brillante. No se fió demasiado de mí, por lo que cuando estuve a punto de rozarle, huyó y se escondió tras el resto de la manada. Odrix rió de nuevo.

—Ven —le llamó, y el caballo acudió como si estuviera hechizado. El mustang de manchas retrocedió unos pasos, dejando terreno libre para que Odrix acariciara a su compañero—. Ahora, ven tú —me llamó.

Acudí con desconfianza, pero Odrix me cogió la mano con firmeza y la guió hasta el cuello del caballo. Una vez allí, me soltó y le acarició el morro mientras yo paseaba las yemas de los dedos por el suave pelaje. El mustang resopló de placer y me miró con sus ojos oscuros, para después acercarme el morro a la cara y darme un par de lametones en el ojo izquierdo.

—Vale, vale, tranquilo —le dije, sonriendo.

—Bien, ahora monta.

—¿Perdón? —pregunté con incredulidad. Casi no había rozado al caballo, ¿y ya me tenía que montar encima? Pero Odrix no escuchó mis réplicas, me agarró de la cintura y me subió al mustang.

—¡Cabrón! ¡Qué no sé cómo va esto! —furiosa, intenté no moverme para no caerme del caballo. Odrix se rió como nunca.

—¡Ni que fuera una nave espacial! Vamos, no puede ser tan difícil —segundos después ya estaba encima del caballo con manchas.

—¿Cómo que “no puede ser tan difícil”? ¿Acaso no sabes cómo manejar un caballo?

—No —contestó con sinceridad, acariciando las crines de su mustang.

—¿No has montado nunca?

—No —repitió con tranquilidad. Solté un alarido de rabia.

—Genial. ¿Y ahora qué, genio?

—Pues... Creo que Pécala, cuando monta a su caballo, le da unas pequeñas patadas en los costados.

—¿Crees?

—Creo.

—Odrix, no me hagas esto. Nos vamos a matar.

—Claro que no. Creía que eras valiente.

—Y lo soy —respondí con los dientes apretados.

—Pues no lo parece —contestó con sorna.

Le lancé una mirada asesina y le di un suave golpe al caballo con los talones, intentando que avanzara. Éste echó a correr, dejando el claro atrás, con todos los demás caballos, y con Odrix montado sobre el otro mustang, aunque Sangilak nos siguió, tan veloz como era. Me ahorré un grito porque sería mostrar mis temores, y no me gustaba que la gente supiera cuándo estaba asustada. Hasta que llegué a Los Rebeldes nunca había mostrado mis sentimientos a través de mi rostro, excepto si era el enfado o la agresividad. Pero no sabía cómo, Odrix estaba consiguiendo hacerme cambiar en ese aspecto. Frunciendo el ceño, me concentré en intentar controlar al dichoso caballo, que no paraba de correr cuesta arriba por una interminable pendiente. Conseguí que disminuyera la velocidad, quedándome más tranquila.

Segundos después oí los pasos de otro caballo y al girar la cabeza descubrí a Odrix, que venía montado en el mustang blanco y marrón. Le hice una mueca.

—Espero que tu plan no fuera intentar ponerme en peligro, porque entonces sabrías lo que vale un peine —le amenacé, sin dejar de avanzar.

—¿Lo que vale un peine? ¿Qué expresión es esa?

—No sé, Cora la decía mucho.

—¿Cora?

—Mi tutora.

—Ah. ¿Vivías con ella?

—Sí. Soy menor de edad, necesitaba un adulto en casa.

—¿Cuántos años tienes?

—Dieciséis. Parece mentira, con lo mucho que parecíais conocerme todos aquí, y no sabéis ni mi edad.

—Yo tengo un año más que tú —contestó, ahorrándose mi última frase. Yo fruncí el ceño y volví la vista al frente.

Un rato después llegamos a la cima del pequeño monte que habíamos estado ascendiendo. Ante nosotros se extendió un paraje de unas impresionantes vistas, con una gran montaña de color azulado al frente, un valle completamente verde a nuestros pies, y un lago de aguas claras justo en medio, en las faldas de la imponente montaña.

—Bonito, ¿eh?

—¿Habías venido aquí antes?

—No, lo cierto es que no. Pero ¿a que ha molado?

—Lo que tú digas —dije con los labios apretados.

—Vamos ¿sigues enfadada?

—No estoy enfadada. No me he enfadado en ningún momento.

—Claro, por eso antes me has gritado y me has llamado cabrón —se burló, acercándose y golpeándome el hombro con el puño sin demasiada fuerza. Al ver que no respondía, suspiró—. Lo siento si he hecho algo malo. No quería ofenderte.

—No pasa nada —contesté, un poco más tranquila. Ni siquiera sabía porqué tenía que disculparse él y no yo—. ¿Cuánto rato llevamos aquí? ¿No nos echarán de menos?

—Puede que sí, no lo sé. De todas formas aún tardarán en cocinar el pescado. Podemos quedarnos un poco más —Odrix bajó del caballo y se sentó entre sus patas. Poco después el mustang se tumbó junto a él.

—Vale.

Me senté junto a él, admirando el cielo azul. Miré al caballo que había montado, vigilando si se echaba como el de Odrix, pero no lo hacía. Segundos después comprendí que era tan tozudo como yo, y que probablemente nada ni nadie le haría cambiar de opinión.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Care Santos y "Tras el cristal"


Hola a todos!!!
Bueno, primero deciros que hoy, Care Santos, la escritora de libros tales como Arcanus, El Dueño de las Sombras y Bel: Amor Más Allá de la Muerte, ha venido a mi pueblo a darse a conocer :) Todo el instituto la hemos escuchado hablar de sus libros y después, le hemos hecho unas cuantas preguntas. Y al final, nos ha firmado su libro *W* Aquí tengo la prueba, que no es broma señores! xD
Mi profesora de Lengua le ha comentado que escribo y dirijo varios blogs, y menos mal, porque me daba un poco de verguenza y me parecía estar obligándola a leerme xD Pero bueno, ha resultado que Care ha aceptado los links de mis páginas con una sonrisa y me ha dicho que igual se pasa por aquí x)

Bueno, y ya sin más dilación, os traigo un relato que escribí en verano y presenté a un concurso, pero lamentablemente no gané :/ Es cortito, menos de una página, así que se lee en un momento :) Se llama "Tras el cristal"
Un beso a todos!!


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—¡No me creo que llames desde El Bonillo! —exclamó una voz detrás de mí— ¿Tú no estabas en Grecia…?

Contemplo la calle que se extiende delante de mí y suspiro. Todos pasan por allí, felices; unos de la mano, otros hablando, riendo, algunos corriendo, y la gran mayoría, sonriendo. No puedo acercarme a ellos, me es imposible salir de mi prisión y acercarme a la humanidad.

Yo soy un ejemplo de la moda para muchas, muchísimas, pero mi utilidad no llega a ningún sitio más. Sólo me miran cuando necesitan un vestido, una falda, una camiseta o unos pantalones. Y ni siquiera me prestan atención a mí, de hecho, hacen como si yo fuera invisible. Sólo se fijan en las telas que me cubren.

Pero claro, poco más se puede esperar de mí. Me hallo siempre en la misma postura, con una pierna medio doblada y un brazo flexionado, la mano cerca de mi rostro. Hoy llevo un corto vestido de tirantes, con un estampado de flores y un cinturón blanco. Me han puesto un sombrero rústico que me tapa la frente y un pañuelo claro atado alrededor del cuello. En mi muñeca levantada lucen tres pulseras de cuentas, dos de ellas de color azul, y la última de un tono verdoso.

Siempre estoy sola, en mi escaparate no hay nadie más. Me tienen abandonada (bueno, no exactamente, pues en la tienda me cambian de ropa cada dos semanas), aquí en medio de un montón de zapatos rebajados y sandalias novedosas. Lo cierto es que me aburro mucho. Anhelo salir allá fuera y hacer cosas humanas; comer, dormir, bailar, reír.

De pronto, oí unas voces detrás de mí. Una de ellas era la de la propietaria de la tienda. Podría decirse que es mi jefa. La otra voz no la reconocí, pero capté perfectamente sus palabras.

—Vamos a ponerlo ahí, junto al maniquí del escaparate.

Probablemente, si hubiera tenido corazón, se me hubiera acelerado. Esperé, expectante (no podía hacer otra cosa) e intenté girar la cabeza hacia la izquierda, en vano. Súbitamente, en mi campo de visión entró un maniquí más alto que yo, con la figura más tosca que la mía, nada femenina, y con ropa de hombre. Después de colocarle allí, las voces se apagaron y nos quedamos en silencio.

La gente siguió pasando, siguió hablando, siguió riendo. Pero yo ya no estaba sola

viernes, 11 de marzo de 2011

Cap 8 - La Noche del Mustang (3/3)

ANTES DE TODO:

-Lo siento por tardar tanto en publicar.

-Lo siento por publicar una entrada tan larga, que ocupa cuatro páginas en el Word TT Pero es que calculé mal y al final no me cabía todo y... bueno... Es que soy de letras puras xDD

-Lo siento por describir tanto a la gente, pero es que para mí es esencial para que os hagáis una idea de los personajes. Además si luego digo, por ejemplo "y el pelirrojo asintió", pues no sabréis a quién me refiero si no leéis las descripciones...

-Lo siento por... hum... existir, por ejemplo. Y ya, sin más dilación... Lo que todos estabais esperando... bueno, en realidad sólo un par de personas xD


—Dentro de unas horas comienza la Noche del Mustang.

Nos reunimos alrededor de una inmensa hoguera. Durante la tarde, Iarroth había reunido una partida de caza que volvió horas más tarde del bosque con dos ciervos abatidos. No me habían dejado ir con ellos, por lo que después de que Odrix me diera a conocer todo el campamento, tuve que ayudar después a recoger leña para cocinar a los animales. Unas mujeres habían empezado a hacer también un guiso de verduras (recién salidas del huerto que había cerca de las cabañas), pero no tardaron en pedir la colaboración de los hombres, ya que éstos no habían ayudado en gran cosa.

Al caer la noche habíamos acudido a cenar cerca del fuego, alentados por nuestras hambrientas tripas que rugían como si no hubiese mañana. Jenna y su hija Phoebe repartieron unos cuencos de barro, y hablando y riendo, empezaron todos a comer. Odrix entabló conversación con su amigo Ulrik, quien clavó sus ojos en los míos de forma un tanto agresiva. Bajo su atenta mirada me llevé un trozo de carne a la boca y lo saboreé y mastiqué hasta tragarlo. Por fin dejó de mirarme y, sintiéndome más relajada, me atreví a escrutar todos los X rostros que había allí presentes.

Empecemos por Ulrik. Aunque en ese momento, al estar sentado, no se apreciaba, horas atrás había podido observar que era bastante alto. También había podido ver a su fiel mascota, un enorme cocodrilo de color verdoso que tenía unos colmillos grandes y de color perlino. Ulrik, por otra parte, tenía el pelo negro, corto y liso, aunque los mechones más largos le llegaban casi hasta los hombros. Sus facciones, como las de casi todos allí, eran afiladas y cortantes, y su piel, tan blanca que se asemejaba al mármol. Bajo la fina camiseta y los holgados pantalones que vestía en aquel momento, pude deducir que tenía un muy buen cuerpo. De todas formas, lo que me llamó la atención fueron sus ojos rojizos. Nunca se los había visto a nadie de ese color, y en un primer momento me parecieron demasiado irreales para que fueran naturales. Tal vez los había alterado con algún producto químico, o quizá llevaba unas lentillas incrustadas. Quién sabe…

Al lado de Ulrik (aparte de Odrix, que estaba a mi izquierda) se encontraba Tanaka. Era el hermano adoptivo de Odrix, pero se veía a la legua que no compartían sangre. De hecho, no compartían absolutamente nada. Tanaka era alto y delgado, menos musculoso que su hermano pero con un guardaespaldas más fuerte —tenía un puma, mientras que Odrix tenía un halcón—. Sus ojos y sus cabellos eran tan negros como la tinta, aunque tenían un cierto reflejo plateado a la luz de la luna. Me hizo “gracia” (por así decirlo) que llevara unas botas parecidas a las de los antiguos piratas, con el borde doblado del revés, porque con su traje oscuro no conjuntaba muy bien, pero bueno, supongo que allí, en medio del bosque, no se podrían cambiar mucho de ropa.

A la izquierda de Tanaka estaba Aleriel. Era un muchacho más o menos alto, de complexión media y pelo verde y largo. Vestía una camisa roja y unos pantalones marrones que su guardaespaldas, un perro Braco de Weimar, había llenado de pelos casi plateados. Sus ojos marrones despedían una gran aura de amor la primera vez que le vi, aunque no supe distinguir a quién se la enviaba hasta ese momento. Despedía amor hacia Phoebe, una chica medianamente delgada, alta y de pelo castaño claro, largo y liso. Ella, con sus ojos de color violeta, le miraba a Aleriel con la misma ternura que él a ella. Se trataban con un cariño demasiado tímido, el propio de una pareja joven de enamorados. Aunque ella parecía demasiado pequeña. ¿Cuántos años tendría?

Al lado de Phoebe estaba su madre, Jenna, quien hablaba con Iarroth en voz baja mientras fruncía el ceño. Daba la impresión de estar disgustada o cabreada por algo, pero no supe adivinar por qué. Iarroth parecía intentar apaciguar a su amiga, pero ésta no daba señales de querer cambiar de humos.

Medio metro más allá de Iarroth, comiendo con avidez, se hallaba Joseph, un hombre alto y con una generosa barriga que rondaba los cuarenta años. Con la edad había perdido el pelo, pero por lo que me dijo Odrix, el brillo de sus ojos marrones lo conservaba desde que se alistó al grupo de Los Rebeldes por primera vez, cuando era muy joven. Para tapar su innegable calva se había colocado un gorro verde en la cabeza que no se quitó ni un momento desde que llegué. Parecía su única preciada posesión, además de su guardaespaldas, un parlanchín loro de color verdoso que no se separaba de su hombro.

Al lado de Joseph, dándole de comer al pájaro, estaba Panrak, un joven unos años mayor que yo. Era alto y fuerte, ancho de espaldas, imponente como un gran armario. Tenía el pelo corto de color marrón y casi siempre llevaba una resistente armadura, probablemente para proteger y esconder su corazón, que era más tierno que el de un niño. La primera vez que oí su nombre, me recordó al de un dragón. Panrak. Podría asemejarse a uno de ellos si los dragones fueran tan dulces como él, claro. Aunque estaba segura de que no trataría de forma tan cariñosa a sus enemigos como a sus amigos. Su guardaespaldas, una perspicaz águila de color marrón, miraba con los ojos entornados al loro de Joseph. No parecía caerle muy bien…

Y por último, entre Panrak y yo estaba Pécala. Era la hermana de Aleriel, aunque aparte del color de ojos, no tenía nada más en común con él. Ella era delgada y más o menos alta. Tenía un precioso cabello rubio platino que le llegaba por la cintura, aunque no daba muestras de sentirse muy orgullosa de él. Iba vestida con una camisa blanca de mangas largas y anchas y unos pantalones cortos azules, aunque la mayor parte de sus piernas las tenía cubiertas por unas altas botas que sobrepasaban sus rodillas. Unos metros detrás de ella, tumbado bajo un árbol, estaba su guardaespaldas: un caballo de color blanco. Parecía tan puro como un unicornio, pero traté de no pensar demasiado en ello. Nunca me habían gustado los caballos con cuernos en la frente, la verdad.

—¿Estás bien? —me preguntó Odrix, al ver que no comía.

—Sí, sí —me apresuré a contestar, llevándome el cuenco a los labios para beber un poco de caldo. Al tragar me atreví a esbozar una pequeña sonrisa.

—Me alegro. Hay que estar en forma para la Noche del Mustang —sonrió.

—¿En qué consiste exactamente? ¿Y por qué hay que estar en forma? —pregunté con desconfianza—. ¿Es una prueba o algo así?

—No, no —rió—. Hay que bailar.

—¿Bailar? —levanté una ceja.

—Sí, alrededor del fuego.

—¿Cómo los antiguos indios?

—Más o menos. Y después contamos historias.

—Pues vaya, me esperaba algo más…

—… ¿emocionante? —asentí—. Bueno, lo hacemos tan sólo una vez al año. Simplemente para divertirnos, descargar tensiones, ya sabes. Tienes suerte de haber llegado hoy y no más tarde. Te lo habrías perdido y sería una pena —volvió a sonreír.

—Sí, una pena —murmuré. No es que no le creyera, simplemente pensaba que teníamos opiniones distintas. Una hora después cambié de parecer.

Bailamos a un ritmo frenético y de forma incansable como si se acercase el Apocalipsis. Parecíamos un antiguo poblado, una civilización tribal con pocos conocimientos y es casa tecnología. Pero la realidad era muy distinta; aquello era bastante excitante. Nos movíamos de forma distinta alrededor del fuego, retorciendo el cuerpo como si careciéramos de huesos. Cada uno tenía su propio estilo de baile, cada uno iba a su aire y se entretenía a su manera.

Balanceé la cabeza hacia delante y hacia atrás acompañando el movimiento con las caderas, mientras alzaba los brazos y cerraba los ojos, sintiendo la música en mi interior. Ésta se componía tan sólo de unos toscos tambores, el tintineo de ramas y cuchillos contra los platos de barro y unos cantos que parecían más gritos de guerra que entonaciones hechas y derechas, aunque poco importaba eso. Era una danza tribal, pero era una danza, al fin y al cabo.

No sé cuánto permanecimos bailando, pero fueron muchas horas. Me dio la impresión de que amanecía mientras las primeras personas comenzaban a sentarse para poder respirar con normalidad de nuevo, pero tan sólo fue un efecto óptico de las chispas de la hoguera en el firmamento. Cuando todos nos hubimos sentado en el suelo, todos comenzaron a coger una posición cómoda, en algunos casos se abrazaban entre ellos o se tumbaban en el regazo de otra persona. Yo me limité a tumbarme bocabajo entre Aleriel y Panrak, las dos personas que había tenido delante y detrás al bailar. Observé a mi alrededor mientras apoyaba los codos en el suelo, irguiendo el torso y levantando la cabeza. Enfrente de mí se hallaba Odrix, quien me devolvió una cansada pero divertida mirada.

Joseph comenzó a hablar.

—¿Sabéis por qué a esta noche se la llama la Noche del Mustang? —casi todos asintieron, excepto yo y unos cuantos más. Joseph se dio cuenta— Bien, lo explicaré…

“Hace mucho tiempo, cuando la naturaleza y tecnología aún no estaban separadas, simplemente porque casi no había tecnología, había un caballo salvaje que vivía con su manada. Todos los días recorrían los bosques y los prados en busca de alimento, no tenían más preocupaciones. No conocían otra forma de vida, pero tampoco les faltaba nada. Sin embargo, un día, el caballo se separó de su manada más de lo necesario y cuando intentó volver con ellos, un humano apareció en su camino. El joven caballo se asustó, pues nunca había visto a ningún animal que se irguiera en dos patas, que fuera tan delgado, y que tuviera un color tan extraño y rojizo en la piel. El hombre llevaba en la cabeza unas plumas de cuervo, pero no llevaba más vestimenta…”

—Qué frío —musitó Ulrik, interrumpiendo el relato.

—Cállate y déjame continuar —dijo Joseph frunciendo el ceño.

—Sí, cállate —corroboró Jenna poniendo los ojos en blanco.

—Venga, callaos todos —ordenó Iarroth. Joseph carraspeó.

—A ver, por dónde iba… ah, bien —se rascó la cabeza a través del gorro como si así pudiese pensar mejor—. Sí, el hombre se interpuso en su camino e intentó apresar al caballo. Éste, apurado, intentó huir al bosque para perderle de vista, pero era una trampa. Más hombres le tendieron una emboscada y le apresaron con largas cuerdas y resistentes sogas. Después, le vendaron los ojos y le llevaron básicamente a rastras a un lugar oscuro, tras lo que le quitaron la venda.

"El pobre caballo se pasó dos días sin comer, aguardando en su cárcel que alguien viniera a ofrecerle algo que digerir. Por fin, tras la larga espera, un hombre vestido completamente diferente apareció allí. Llevaba un sombrero de piel y sostenía entre los dientes una espiga de trigo, lo que no le dio confianza al caballo, pues no entendió qué era todo aquello. Por suerte el hombre no le hizo daño y se lo llevó de allí sin causarle ningún mal. Viajaron a un lugar lejano y el hombre dejó libre al caballo en un prado casi tan bonito como el de su lugar de origen. El caballo se quedó sorprendido al creer que volvía a ser libre, pero las esperanzas se alejaron de él cuando vio una alta valla que cercaba la verde zona de pasto. Como venganza, cuando el hombre intentó domarlo y convertirse en su amo, el caballo se resistió y lo tiró al suelo innumerables veces, demostrándole que había nacido rebelde y moriría rebelde, aunque eso significase tener que desfallecer de puro cansancio."

“Al final, tras largos años de intentonas en vano, el hombre se rindió, pues vio que su caballo era demasiado tozudo como para cambiar su forma de ser. Lo mantuvo en sus terrenos, evitando al menos que no se escapara. Pero el caballo sentía tal añoranza por su tierra y su familia que un día, se acurrucó en un rincón del cobertizo que le había sido asignado, y esperó. El hombre trajo innumerables médicos, pero ninguno de ellos consiguió mejorar su estado de ánimo. El último de los veterinarios que trató de curarle se fue diciendo que si el caballo no colaboraba, no podrían salvarle. Tras varias semanas en ese estado, el caballo murió de pena.”

—Pues vaya —musité entre dientes.

—Nadie ha dicho que iba a ser una historia bonita —dijo Odrix un poco pesadamente.

—Porque no lo es…

—¿Pero queréis dejarme acabar de una vez? —preguntó Joseph con desgana.

—Vamos, Joe, no te pongas así —dijo Panrak golpeándole cariñosamente en el hombro. Joseph continuó.

—La manada del caballo, supo en ese mismo instante que su compañero había muerto. Corrieron por los prados a una velocidad vertiginosa y llegaron al campamento de los hombres que habían apresado a su amigo, causando estragos por doquier. Destrozaron todo a su paso, pues eran muchos, y siguieron corriendo para que no les pudieran alcanzar. Una yegua en especial… se había convertido en la compañera del cabecilla de la manada después de que el otro caballo hubiese sido apresado. Pero, mientras todos se alejaban del emplazamiento de los humanos, le pareció ver una sombra entre los árboles del bosque, como si él la hubiera acompañado en todo momento.

No es que lo hayas arreglado mucho, pensé mientras me alisaba el cabello con los dedos. Con el baile se me había enredado bastante.

—Y… debo suponer que el caballo era un Mustang, ¿no? —pregunté, convirtiéndome en el centro de atención.

—Sí, sí, claro —respondió Joe animadamente.

—¿Pero por qué celebramos la Noche del Mustang? —cuestionó Phoebe, quien había llegado hacía menos de un año al grupo y nunca antes había oído la historia.

—Pues porque hoy es el aniversario de la noche en que la manada vengó a su caballo —respondió Jenna con simpleza.

—Ya, pero ¿qué tiene que ver con los Rebeldes?

—Supongo que él también era rebelde —contesté, sentándome y cruzando las piernas—. La historia quiere enseñar que los rebeldes siempre serán rebeldes, y que todos están unidos de tal modo que en caso de que uno muera en manos de sus enemigos, siempre será vengado por su clan.

—Y también que alguna que otra tía es una lagarta por ir cambiando de pareja así como así —dijo Ulrik.

—Eh, modera ese lenguaje, jovencito —frunció el ceño Jenna.

—Oye, que incluso he dicho “lagarta” en vez de “zorra”…

Rieron y olvidaron el asunto con rapidez. Por lo visto todo el mundo estaba cansado, así que apagaron la hoguera y se tumbaron, cerrando los ojos. Yo me quedé sorprendida al ver que nadie iba a las cabañas para dormir. Le lancé una mirada interrogante a Odrix y éste se arrastró junto a mí, sorteando a la gente. Cuando estuvo a mi lado me susurró en el oído para no molestar a nadie.

—Esta noche nos quedamos aquí, es costumbre dormir al aire libre como los caballos —sonrió.

—Vaya, para una noche que vengo y me hacéis dormir fuera…

—Bah, tendrás muchas noches para ir a la cabaña.

—Ya, bueno.

—¿Estás cansada?

—Un poco, ¿y tú?

—Un poco —contestó, aunque intuí que era bastante más que “un poco”. Parecía que los ojos se le cerraran solos—. Bueno, ¡a dormir!

—Vosotros dos, callad u os obligaré a bañaros ahora mismo en el lago helado, juntos y sin ropa —gruñó Jenna, a lo que todos rieron suavemente. Hice una media sonrisa, miré a Odrix y cerré los ojos. Morfeo se coló entre la gente y me alejó de la nueva familia que me había acogido: Los Rebeldes.

domingo, 6 de marzo de 2011

Sentencia de muerte

Entré en la pequeña habitación haciendo tintinear mis pulseras negras y plateadas. Tres mujeres de distintas edades me observaron al aparecer, así que yo hice lo propio con ellas. Distinguí a la doctora y a su secretaria, pero a la tercera persona que rondaba los veinte años no la conocía. Debía de ser una alumna en prácticas.

La mujer más mayor me saludó fríamente y me ordenó que me desvistiera. Ocultándome de la secretaria y la alumna tras una cortina blanca, me quité el chaleco, la camiseta, el pantalón corto, las medias, y por último; el corsé. Me dejé puestos los guantes de rejilla, las pulseras, el collar de pinchos y la ropa interior. Cuando terminé de quitarme la ropa, la doctora se colocó detrás de mí y comenzó a explicarle mi problema a la alumna en prácticas mientras me rozaba la espalda con las yemas de sus gélidos dedos. La aprendiza asentía, no muy convencida, y me miraba de forma extraña; como si fuera a abalanzarme sobre ella de un momento a otro.

Tras algo más de un minuto medio casi desnuda, la doctora me dejó volver a vestirme mientras examinaba una de mis radiografías en el panel de luz. La alumna en prácticas me observó con una mezcla de curiosidad y temor mientras yo apoyaba el hombro izquierda en la pared y me cruzaba de brazos. La doctora me miró segundos después y me enseñó mis propias caderas en la radiografía. Sentenció que una línea situada en el límite del hueso indicaba que yo iba a crecer todavía más. Alcé una ceja y esperé la sentencia.

Esa mujer de ojos oscuros y cabello canoso me había robado la libertad tiempo atrás. Aquellas facciones plagadas de arrugas, manchas y pecas no habían sonreído la última vez que nos habíamos encontrado, pero casi podía percibir el placer que saboreaba la pre-anciana al destrozar mi vida. Sí, aquella mujer me había robado la libertad una vez, pero no lo haría de nuevo. No mientras yo pudiera evitarlo.

Con ansia y algo de temor contuve la respiración hasta que siguió con la conversación que habíamos tenido, aquella en la cual sólo una de las dos había hablado, y la otra había escuchado. Abrí los oídos una vez más y me sentí dispuesta a aceptar cualquier respuesta. Cualquiera, menos la que me dio.

—Seis meses más.

De pronto, me quedé sin aire. Necesitaba oxígeno desesperadamente, pero no conseguía que entrara a mis pulmones. A pesar de todo no hice ningún aspaviento, ni siquiera me moví. Mi rostro impertérrito no mudó de expresión, por lo que la alumna en prácticas contuvo la respiración también. Creo que esperaba que me pusiera a gritar y a lanzar cosas por la habitación.

La secretaria me tendió en silencio el papel firmado que resumía la cita en un par de palabras casi ilegibles, dado la penosa ortografía con las que se encontraban escritas. Alcé la mano tan sólo para recogerlo. Cuando lo tuve en la mano, volví a bajarla. Seguía sin respirar.

Creo que mi corazón dejó de latir. La sangre se congeló en mis venas y me detuvo el pulso. Mis pulmones se marchitaron en décimas de segundo, pasando de ser de color rosado a un tono negruzco y podrido. Mis huesos se hicieron polvo y todo mi cuerpo se fragmentó en mil pedazos.

Sin decir una palabra, y moribunda, salí de la habitación. Todas las personas allí presentes me miraron, algunos con mala cara. Les ignoré y comencé a correr para salir del hospital cuanto antes.

En la calle hacía frío. No crucé los brazos para mantener el calor, simplemente eché a andar mientras dejaba que el gélido viento me golpeara los brazos desnudos y las piernas medio descubiertas. Total, ¿para qué? Ya no vivía. Mi libertad me había sido arrebatada de nuevo y era incapaz de hacer nada para evitarlo. Sí, mi corazón había dejado de latir.

Pero no pasaba nada, porque el de ella también se detendría pronto.



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Avisadme si ya he colgado esto, que es viejo y no me acuerdo de si lo publiqué o no.

sábado, 5 de marzo de 2011

Cuando sólo vemos oscuridad

Hubo un destello de luz.
Las vidrieras se rompieron en mil pedazos, creando una lluvia de cristal dentro de la gran catedral de piedra. El techo se abrió, dejando entrever el cielo, antes azul claro, que ahora se tornaba negro. Un agujero negro se abrió en el firmamento y creció, absorbiendo la luz de su alrededor y llegando a ser tan grande como para tapar todo el boquete del tejado. De pronto, apareció una ranura blanca en el centro del agujero negro, la cual se ensanchó y dio lugar a un enorme y tétrico ojo azul, que parpadeó unas cuantas veces antes de abrirse más e inundar el edificio de una luz azulada.
Miré a la bruja elfa. Se hallaba de pie, pero sus fuerzas flaqueaban. Tenía un aspecto débil y demacrado debido a la pelea en la que nos habíamos enzarzado minutos antes. Le faltaban mechones de cabello y tenía unos cuantos cortes por el cuerpo, además de toda la sangre que se acumulaba en su ropa de color cobre. Aún así, lo que más llamaba la atención era la venda grisácea que se situaba sobre sus ojos. Me pregunté para qué servía hasta que apareció el ojo en el cielo con el mismo aspecto que los de ella.
En el mismo momento en que unas gotas de sangre se le escaparon por debajo de la venda, provenientes de su ojo derecho, se tambaleó y cayó de rodillas. No pude dejar de mirarla, pues la escena era sobrecogedora y desgarradora al mismo tiempo. Parecía sufrir realmente; las venas de los brazos comenzaron a tensarse y crearon un irregular relieve en su piel olivácea. Echó la cabeza hacia atrás y profirió un grito antes de apoyar finalmente las manos en el suelo.
Traté de librarme de la cápsula que me mantenía presa. El compañero de la elfa había conjurado un hechizo y me había encarcelado, por lo que no era capaz de salir. Tras varios intentos fallidos me resigné a esperar y observar lo que ocurría.
Al hombre no se le veía por ninguna parte. No quería saber lo que estaba haciendo, tan sólo quería salir de allí y conseguir hacer algo útil, para variar. Pero no sabía cómo continuar…
La bruja se desplomó en el suelo, exhausta. Comenzó a salir sangre en abundancia de debajo de su venda, cubriéndole el rostro, recorriéndole el cuello y cayendo al suelo empedrado. El gran ojo fijó su vida en mí y la luz azul se intensificó. Apoyada como estaba en la cápsula, de pronto sentí estar flotando en el vacío. A gran velocidad me levanté y comprobé que ya nada me encarcelaba. Antes de nada, cogí la gran espada dorada que se hallaba junto a las garras metálicas de mi enemiga, y me puse en guardia.
El hombre hizo acto de su presencia y me miró con una sonrisa burlona. Alzó su arma mientras se acercaba unos pasos a mí, retándome a continuar adelante. Hice acopio de todo mi valor y murmuré unas palabras sobre la hoja de mi espada, de la cual brotaron al cabo de unos segundos unas intensas llamaradas de fuego brillantes como el sol.
Era la hora.

viernes, 4 de marzo de 2011

Cambios drásticos

—¿Estás intentando decirme que tengo que cortarme el pelo y ponerme lentillas? —pregunté, dudosa.
—Sí, todo el cuerpo policial te ha visto a ti o una foto tuya, y no es conveniente que tengas el mismo aspecto que antes.
—¿Y vosotros?
—Jack hará lo mismo, pero a Zac y a mí no nos conoce.
Suspiré.
—Está bien. ¿Tenéis algún peluquero por aquí? —pregunté con sorna.
—Lo cierto es que sí. ¡John!
Un hombre extremadamente delgado, con el cuerpo de un bailarín, el pelo corto y castaño, “peinado” de forma moderna, ropa ajustada (pantalones blancos ceñidos y camisa rosa) y andares de modelo apareció por la puerta y se acercó a mí con un maletín plateado.
—Hola, cariño, ¿qué te hago? —dijo con voz empalagosa mientras mascaba un chicle.
—Un peinado que no se parezca en nada al que tiene ahora —respondió el Jefe por mí.
—Eso está hecho —repuso el presunto peluquero, dejando el maletín sobre la mesa que había a mi izquierda y abriéndolo en un movimiento fluido. No llegué a ver lo que había dentro porque él giró mi silla antes de que pudiera hacerlo, de forma que suspiré de nuevo y dejé que comenzara.
—¿Te gusta el color negro? —preguntó, toqueteando mi pelo.
—Sí, bastante —respondí con sinceridad.
—Tienes suerte —dijo con un curioso acento “a lo pijo”—, ahora se lleva bastante.
Me daba un poco de miedo lo que ese... sujeto podía hacer con mi pelo, pero no objeté nada.
Me lavó (el pelo, eh), cortó, tiñó y peinó en poco rato. Cuando por fin terminó, se colocó delante de mí y sonrió, triunfal, tendiéndome un espejo. Cuando me vi reflejada no supe en absoluto qué debía decir.
Por un lado, ¡se había desecho de mi melena! ¡Era un crimen! Mi preciosa melena ondulada, de color caoba, había desaparecido. Por otro lado, el corte no estaba nada mal. Me había teñido el pelo de color negro y lo llevaba corto y liso, dejando que cayera libremente a cada lado de mi rostro. Me llegaba casi hasta los hombros. También me había hecho un largo flequillo que finalizaba justo encima de mis ojos, tapando las cejas ahora bastante más claras que el cabello.
Miré una y otra vez mi pelo. En realidad no era negro mate, era más bien brillante; pero un brillante... casi azulado. Raro.
—Es un corte un poquito juvenil, pero tranquila, seguro que así nadie te reconoce.
—Eso ya se ve... no me reconozco ni yo...
—De todos modos, ya te acostumbrarás. Es cuestión de tiempo —declaró John, recogiendo los utensilios que había sacado de su maletín—. Si me necesitas, aquí tienes mi número. Au revoir, ma cherie —se despidió tras darme una tarjetita, y se marchó de allí. El Jefe, que nos había dejado solos, vino a mi encuentro.
—Vaya, qué cambio.
—¿Para bien o para mal?
—Ninguno. Es... diferente.
—... gracias. Creo.
—Ahora faltan las lentillas.
Me condujo a una sala de la Asociación en la que nunca había nada, salvo una mesa de metal. Cuando entramos tampoco había mucho más que las otras veces; tan sólo estaba una mujer con el pelo rojo como el fuego, apoyada contra la pared mientras fumaba un cigarro, y otro maletín, esta vez blanco, situado encima de la mesa. Me acerqué con el Jefe al maletín y saludamos a la mujer.
—Sandy, ésta es Romilda —presentó el Jefe—. Necesita un cambio de color para los ojos.
—Enseguida.
La tal Sandy apagó el cigarro y lo tiró al suelo ante la mirada reprobatoria pero silenciosa de mi jefe. Éste se marchó cerrando la puerta tras él, y nos dejó a solas.
—¿De qué color son tus ojos ahora? —me preguntó, acercándose a mí para verlos.
—Verde oscuro.
—Mm... vale.
Abrió el maletín, y ante nosotras apareció todo un arsenal de cajitas blancas, negras y grises. Todas eran de lentillas de distintos colores, pero había muchísimas.
—Nunca pensé que existirían tantas tonalidades para los ojos —observé con sorpresa.
—En realidad sólo la mitad de estas tonalidades están en el mercado. La mayoría son de nuestros propios laboratorios, colores especiales que acaban de inventarse. Éstas lentillas tienen otra composición que las normales (bueno, las de nuestro laboratorio). Permiten llevarlas más de un día, puedes estar con ellas incluso diez, aunque es mejor cambiarlas cada semana.
—Genial. ¿Qué color me recomiendas?
—Pues teniendo en cuenta que es mejor no usar ninguna tonalidad de verde ya que podrían confundirla con tus ojos, y teniendo en cuenta también tu color de pelo...
Rebuscó en el maletín hasta encontrar una cajita gris claro que me tendió.
—Mira a ver si te gusta el color.
Sujetó un pequeño espejo enfrente de mí, cerca de mi rostro, para que me pusiera las lentillas correctamente mientras me miraba. No me había puesto nunca, pero al final conseguí hacerlo con éxito y al mirarme al espejo tenía los ojos azules.
—Color azul celeste. Hay seis lentillas por cada caja, si cada par las llevas una semana, en total una caja te tiene que durar tres semanas. Como no sabemos cuánto tiempo vas a tener que llevarlas, te voy a dar varias cajas y te las guardarás.
—Vale, muchas gracias.
—De todos modos, si no te gusta el color al cabo de un tiempo llámame y te daré de otro.
—De acuerdo.
—¡Jefe!
El Jefe vino de nuevo, y tras despedirnos de Sandy, los dos fuimos a su despacho (por primera vez en muchos días; por el ascensor). Allí estaban Jack y Zac.
—Hola chicos —saludé.
—¡Rom...! —exclamó Jack, asombrado—. Qué cambio...
—¿Para bien o para mal? —repetí lo que le había dicho al Jefe.
—Para bien, claro —respondió Jack con una sonrisa.
—¿Quieres decir que no estaba guapa antes? —inquirí mientras levantaba una ceja.
—No, claro que no... ¡Quiero decir...! Quería decir que no me refería a eso, sino que...
Sonreí ante el apuro de Jack.
—Eh, tranquilo. Te he entendido a la primera —le hice saber.

jueves, 3 de marzo de 2011

La danza de la muerte

¡Hola, supperblogueros! Bueno, esto que voy a enseñaros no sé si merece la pena que lo leáis. No me refiero a que esté mal escrito sino que:
-Punto uno: es un fragmento de una novela que no habéis leído. Más que nada porque la he escrito yo y no la he publicado en ninguna parte.
-Punto dos: sólo la han leído unas cuantas personas, y no creo que se pasen a leer esto.
Así que definitivamente, sólo cuelgo algo para no abandonaros, porque a pesar de que sois ya cincuenta y dos (GRACIAAAAAS!!!) y sólo me comenta uno (Gracias Fer!!! No sé si los demás me siguen pero no me leen, o no tienen tiempo de comentar. En fin...) OS QUIERO MUCHO! Sí, aunque parezca mentira. Si alguna vez os grito, no es odio, sino amor mal expresado. Tenéis que empezar a entenderme un poco, sino, mal vamos :)
Bueno, después de leer este interminable párrafo, podéis dedicaros a leer de verdad. Que os den por saco! ^^

PD: Ya se que lo parece pero NO (repito, NO) son pareja. Más bien se chinchan cada dos por tres ^^ Es una relación extraña. Puede que algún día os la explique. O puede que no.



Era una danza.
Traté de pensar en eso mientras le arrancaba el corazón a mi adversario. No fue exactamente mi intención la de sacarle el órgano vital del pecho, pero alguien me propinó un empujón al darle el certero golpe con la espada e hizo que desviara mi perfecta estocada.
Su músculo palpitante y rojizo le resbaló por el cuerpo y cayó al suelo, dejando un rastro ensangrentado tras de sí. Dejó de agitarse mientras su amo se desplomaba en el suelo y me miraba con los ojos borrosos y cristalizados. Le dio tiempo de murmurar unas palabras antes de que su vida se ahogase en un mar de sangre y lágrimas.
—Sabemos dónde estás…
Esbozó una mueca burlona, torciendo la sonrisa y asustándome con su tétrico rostro. De pronto, se quedó paralizado y la negrura de sus pupilas se extendió, ocultándome los heridos y supervivientes de la eterna batalla entre buenos y no tan buenos.
Desperté en un grito. Aquella tétrica sonrisa se me había quedado grabada a fuego en la mente; era incapaz de sacarla de mi cabeza. Por suerte, Jack estaba allí.
—¿Qué ocurre? ¿Otra pesadilla? —preguntó, incorporándose y encendiendo la luz. Al ver mi rostro asustado me atrajo hacia sí, abrazándome con fuerza y haciéndome sentir su torso sobre el mío.
—Sí —murmuré.
—¿De nuevo Dave?
—No —contesté, dejando que me acariciara el cabello—. Era otro nuevo. Peor. Pero conseguí matarle.
—Bien. ¿Quieres que te traiga algo de comer? ¿Te apetece? —preguntó, dándome un beso en la frente. Suspiré antes de contestar.
—No. Me voy a la Asociación.
—¿A estas horas? No estarán haciendo nada interesante.
—Para lo que hago aquí, prefiero irme —contesté, levantándome de la cama y poniéndome los pantalones negros. Busqué mi camiseta, pero no estaba por ninguna parte.
—Vaya, muy bonito. ¿Me dejas solo?
—Eso me temo —respondí, guardándome la Glock en la funda—. ¿Has visto mi camiseta?
—No. Siempre puedes ir en pijama, causarás sensación.
—Muy gracioso.
Cogí su propia camiseta negra de tirantes. Como me venía ancha, me ajusté un cinturón por debajo del pecho, estilizando un poco mi figura. Me puse las botas y la chaqueta de cuero.
—Eh, no te he dado permiso para usar mi ropa.
—Ya ves que no lo necesito. Me voy —me despedí con un gesto.
—Adiós, simpática. Aquí te espero.
—Más vale que aquí no —señalé la desordenada habitación—. Cuando vuelva quiero el desayuno hecho.
—Allí te darán algo de comer —contestó, exasperado. Su plan, probablemente, consistiría en volver a dormir en cuanto yo cruzara la puerta, y seguir en la cama hasta que volviera, hiciera el desayuno-comida y le echara la bronca por no estar despierto y vestido a la una del mediodía.
—Pero allí no hacen tus maravillosas tortitas con chocolate —apunté.
—Humm… bueno, te perdono por tener en cuenta los fantásticos desayunos que te hago.
—No tienes nada que perdonarme, no he hecho nada malo…
—… pero lo harás.
—Además, me haces el desayuno menos de una vez por mes siendo que yo te hago ¡oh, sorpresa! tres comidas al día.
—Sin contar las veces que te escapas a mitad de noche Dios sabe dónde y soy yo el que te espera con la comida preparada.
—Eso pasó sólo una vez.
—Pero me asustaste.
—Claro, no tuviste suficiente con el post-it en la nevera, el mensaje en el contestador, la nota en la puerta de entrada y mis propias palabras que grité cuando me fui.
—Tenía sueño y estaba cansado. ¿Qué esperabas?
—Que te den, Jack.
—Vamos, Rom, no te enfades —sonrió, pasándose la mano por el cabello.
—Sabes que contigo no soy capaz —suspiré, mirando al suelo.
—Será que te caigo bien.
—Será que tienes mirada de cachorro abandonado.
—También puede ser.
—Adiós, Jack —me despedí de nuevo, saliendo por la puerta y recorriendo el pasillo.
—Adiós, Romilda. Te espero con las tortitas.
—Más te vale.