Lionne.

Tú...

No eres tu nombre. No eres tu empleo.

No eres la ropa que vistes ni el lugar en el que vives.

No eres tus miedos, ni tus fracasos... ni tu pasado.

Tú... eres esperanza.

Tú eres imaginación.

Eres el poder para cambiar, crear y hacer crecer.

Tú eres un espíritu que nunca morirá.

Y no importa cuántos golpes recibas,

te levantarás otra vez.

miércoles, 27 de abril de 2011

Mulan

Dos lágrimas saladas se escurrieron por su mejilla, dejando un pequeño rastro brillante en su rostro lleno de mugre. Parpadeó varias veces antes de levantarse y salir corriendo. El general, sin embargo, la detuvo.

—¿Dónde crees que vas?

Ella chilló.

—¡A buscarlos! ¡A encontrarlos, a matarlos! ¡Hacerles pagar por lo que han hecho!

—Tu impulsividad le ha costado la vida a muchos de nuestros hombres hoy, ¿acaso no te das cuenta?

Tras la emboscada que había sufrido el general, ella había acudido en su busca con la mayor parte de la tropa armada, dejando indefenso el campamento. Los enemigos habían aparecido entonces, y provistos de sus armas y escudos, habían acabado con casi la mitad de la legión.

El general la soltó y le dio la espalda, respirando hondamente. Ella bajó la cabeza.

—Es culpa mía —comenzó, haciendo un esfuerzo por no llorar—. No debí ir a buscarte. Debí haber hecho lo que me decías.

El general cerró los ojos. Ella continuó.

—Pero tenía tanto miedo de que no regresaras… —una lágrima se le escapó de entre las pestañas entrelazadas—. He perdido a muchos seres queridos… no quiero perderte a ti también.

—Tu padre tenía razón. No debemos tener sentimientos durante la guerra —dicho esto, comenzó a andar. Ella siguió hablando, deteniéndole.

—Si hubieras estado en mi lugar… —avanzó unos pasos, acercándose hacia él— ¿no habrías venido a buscarme?

El general no dijo nada, pero le tembló el labio. Se le escapó una lágrima, y luego otra, y lloró tan despacio y en silencio que sus ojos se inundaron y no fue capaz de ver nada. Tras unos segundos, se pasó la mano por los ojos para borrar toda huella de tristeza y antes de marcharse contestó con simpleza:

—No.

Los pasos de su marcha fueron tan lentos como los latidos del corazón de ella, que amenazaba con detenerse por momentos ante la inminente mentira. Cayó al suelo de rodillas, agotada, y juró que, a partir de entonces, las estrellas serían su única compañía.

domingo, 24 de abril de 2011

Constantine (+premio)

(si pulsáis en determinadas palabras os redireccionará a la página web correspondiente, no sé por qué no me las pone en negrita ni nada de eso ¬¬ Puñetero blog!)
Hola a todos!
Bueno, me han concedido un premio (sí, otro más). Ha tenido el detalle Bea Carvajal. ¡Muchas gracias, Bea!
El caso es que este mismo premio me lo concedió ya tiempo atrás Laura Lozano, pero en fin xD
Si recibes el premio tienes que decir siete cosas sobre ti, así que allá voy:

1-Tengo twitter e.e (Es una indirecta, a ver si entráis!)
2-Estoy empezando una nueva novela. De momento se titula Legión de Diez.
3-El 1 de Mayo voy a hacer un curso rápido de Kyujutsu (tiro con arco japonés).
4-Tengo idea de hacerme un tatuaje en pocos años. Y bien grande.
5-Como tengo fobia a las agujas, lo pasaré muy mal (estoy pensando en drogarme antes xD)
6-Tengo una mascota por hermana. O una hermana por mascota, como queráis.
7-Se llama Elsa y no muerde, pero araña y te da por c*** todo el santo día.

Premiar a 10 blogs. Genial, esta es mi parte favorita! Pues no, porque si me conocéis mínimamente, sabréis que odio esto, porque yo le daría el premio a todos los blogs que leo cada vez. Pero bueno, voy a saltarme la regla de los 10 blogs y voy a nominar a quien me dé la gana. Ya sabéis que siempre hago lo mismo, no es novedad.

1-Laura y Natalia, por su blog Alana Firefly (no sé si es ése el nombre, pero bueno, creo que sí xD) Porque anoche, de madrugada, me leí los dos capítulos que han publicado, y conseguí no dormirme (y eso que era tarde). Eso se merece un premio!
2-Ever Labeaux, por su blog Caperucita Roja (de nuevo no sé si se llama así) del que me leí el prólogo (de momento es lo único que ha publicado) y me gustó. Y como estoy algo susceptible con todo lo que tenga que ver con Caperucita Roja, ¿de qué tienes miedo? (Shiloh Fernandezzz *¬*) pues nada, premio al canto!

Eso es todo amigos!!! Ahora, el relato de hoy (basado un poco en la película Constantine, que me la recomendó un amigo y me ha enamorado. La peli, digo). Besoss!



Suspiró, y con cada suspiro exhalado su sangre se extendió más por el suelo. Logró llevarse la mano derecha a la boca para introducirse el cigarrillo entre los labios, pero su tendón no aguantó el sobreesfuerzo y provocó la caída del tabaco al suelo resbaladizo. Volvió a suspirar mientras escuchaba el tic-tac del reloj, el cual se fue deteniendo conforme la sangre se acercaba a él. El cigarrillo se apagó lentamente mientras se teñía de escarlata. El reloj se detuvo, y entonces algo le arrastró por la habitación. Intentó detenerse, mas no lo logró. Los cristales rotos del suelo le cortaron por el cuerpo a medida que fue avanzando. No sintió dolor, ya no. Se limitó a esperar. Y cuando Satanás fue a por él se lo llevó con tal convicción que ni todos los arcángeles del mundo habrían conseguido traerle de vuelta.




jueves, 21 de abril de 2011

Nuevo premio!


¡Hola a todos!
Hoy (bueno, ayer, pero es que voy con retraso) Fer me otorgó el premio "¡Coge tu libro!" (vamos, creo que se llama así), así que aquí estoy, contentísima :D
Consiste en coger el libro más próximo que tengas, abrirlo por la página 89 y escribir aquí la quinta frase. Bien, vamos a ver qué libro tengo por aquí...
Bueno, estoy rodeada de libros, con lo cual, he cogido un poco el primero que he pillado xD Pero bueno, aquí está. Es Brisingr, de Christopher Paolini, la secuela de la secuela de Eragon :D Por cierto, sigo esperando la cuarta entrega, pero bueno... Christopher se toma su tiempo, al parecer (di que con lo detallado que escribe todo, le debe de costar un mundo).
Vale, la quinta frase es ésta:
Islanzadí dio la respuesta de rigor y, en un intento por granjearse su simpatía y demostrar su conocimiento de las tradiciones de los elfos, Eragon concluyó con la tercera frase de saludo, en realidad innecesaria: "Y que la paz viva en su corazón".

Vale, ahora tengo que nominar a seis blogs, que es lo más difícil xD
Como yo leo los blogs que puedo (y al final no son muchos, porque entre una cosa y otra...) voy a nominar al número de blogs que me salga de... bueno, a los que me dé la gana :)
Ahí van:
-A Fer, que es el que me lo ha dado, que se lo merece de todos modos.
-A Sun Burdock, que creo que ya le di algún otro premio, por su historia adictiva.
-A Shinju-san, por su oscura página que logra ponernos los pelos de punta.
-A Laura Lozano, por su extensa y bonita novela (que aún no he terminado, por cierto).

Y ya, no me apetece nominar a nadie más xD
Un beso a todos y enhorabuena a los nominados!

Sed felices, QUE ESTAMOS EN VACACIONES!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

lunes, 18 de abril de 2011

Solos

Se arrodilló junto a él, asustada. Le rodeó el cuello con los brazos mientras de sus ojos salían pequeñas lágrimas que goteaban por su mejilla al compás de su desbocado corazón. Nadie había sentido lo que sintió ella. Él, intentando tranquilizarla, sonrió pesadamente mientras intentaba mantenerse consciente, con los ojos entreabiertos. Respiraba con dificultad y su corazón parecía hacer un esfuerzo sobrehumano a cada latido, pero trató de avisarla del peligro que se cernía sobre ella.

No llegó a tiempo. Unas gotas de sangre salpicaron el pecho de él, entremezclándose con las de su propia herida mortal. Ella parpadeó, confusa, y se apretó el pecho con incredulidad, tras lo que se miró las manos y las vio tornadas de un color escarlata. No entendía lo que estaba pasando, así que le miró a él y se asustó. Una mueca de dolor cruzaba su rostro y él, demasiado cansado como para proferir un grito la agarró y la tendió sobre su cuerpo.

Ella comenzó a sentir dolor físico por primera vez en aquella espantosa noche. Le ardía el pecho y notaba la sangre borbotear en su interior y regar el cuerpo de él. Comenzó a hacérsele borrosa la visión y apretó su cabeza contra el pecho del joven, cerrando los ojos con fuerza.

En medio de un abrazo ensangrentado y cubierto de lágrimas, dos corazones se detuvieron al unísono y expulsaron las almas que, fusionándose, escaparon del mundo cruel que había acabado con sus cuerpos.

martes, 12 de abril de 2011

Porque implica decirle al objetivo lo que sientes

Abrí los ojos de golpe cuando me despertó un fuerte sonido vibrante. Conduje la mano hasta la mesilla de noche y silencié el móvil, para segundos después abrirlo y ver el contenido del mensaje que me había sido enviado. Maldita sea, sólo era propaganda… ¿Y a mí que me importaba tener una tarifa que me permitiera llamar gratis los jueves? Como mercenaria rica y asesina a sueldo que era no necesitaba que me regalaran llamadas.

Me levanté, dispuesta a acabar con mi cometido. Me habían encargado una misión y debía cumplirla, por muy bien que me cayera mi futura víctima. Es que él… era especial…

Y diréis: ¡pero por Dios, niña, si sólo le conoces de una noche! ¡Y ni siquiera le has visto la cara! Bueno, pues para empezar, por vuestro bien espero que no se os haya ocurrido llamarme niña, porque os irá un balazo. Y sí, sólo le conocía de una noche y casi no le había visto la cara, pero dicen que los ojos son el espejo del alma, ¿no? Pues sus ojos sí los había visto, y eso me había bastado.

No os equivoquéis, no soy una romántica empedernida, ni mucho menos. Hacía muchos años que no estaba enamorada, no de esta manera. Pero algo había cambiado. No podía estar con mi enemigo, era imposible. Nadie nos lo permitiría…

Sacudí la cabeza para despejarme y me vestí. No me puse más que unos pantalones negros y una camiseta de manga corta, además de calzarme unas botas la mar de cómodas, sin tacón ni otros impedimentos para luchar. Me enrollé un cinturón sobre las caderas y enganché a él la funda de una Glock. Acto seguido, colgué de él tres cuchillos con la empuñadura decorada con piedras preciosas y me escondí un cuarto en la bota. También me até una correa al cuerpo que iba de mi hombro derecho a mi cadera izquierdo, cruzándome el pecho y la espalda. En la correa estaba sujeta una katana envainada, con el mango negro a rombos plateados sobresaliendo cerca de mi oreja.

Salí de mi refugio y miré al cielo; eran altas horas de la noche. Viajé en coche hasta mi destino, pues ir en transporte público no habría ayudado a permanecer en la discreción, la verdad. Una mujer tan armada no pasaría desapercibida y no quería contribuir a la imagen de loca que ya tenían algunos vecinos de mí.

Llegué en aproximadamente dos horas. Se trataba de un edificio alto como ninguno, de un color inmaculadamente blanco y con ventanas enrejadas, incluso las de los pisos superiores. Alrededor de la inmensa construcción había metros y metros de jardines con setos y árboles, que se asemejaban a un intrincado laberinto de espinas. Suspiré y, saliendo del coche, avancé hasta la reja con púas que me daba la bienvenida en la entrada del área amurallada.

No fue difícil colarme. Había pertenecido durante años a un club de escalada y había ascendido las más duras montañas, por lo que era capaz de subir un insignificante muro de tres metros. Tras atravesar la primera barrera, avancé incansablemente hasta que di con un grupito de cinco soldados armados. Parecían despreocupados, ya que no esperaban a nadie y la noche era tranquila. La luna llena iluminaba el jardín, confiriéndole un aspecto un tanto fantasmagórico.

Tampoco fue demasiado complicado sorprender al oscuro quinteto. Los asusté con mi silueta anormal, ya que estaba a contraluz y el mango de la espada parecía salir de mi hombro. Cuando me acerqué más a ellos me apuntaron con las pistolas, pero se las tiré al suelo de una patada y los dejé inconscientes. Mi deber era matar al hombre del tatuaje, no a su hueste.

De pronto, otro grupo de soldados me sorprendió por detrás. Por lo visto no estaba tan sola como yo pensaba. Me quedé tan estupefacta al mirar por encima del hombro y verles avanzar hacia mí que no fui capaz de reaccionar cuando uno de ellos me disparó. Me tambaleé de un modo terrible y conseguí avanzar unos pasos, manchando el suelo de sangre. Me habían alcanzado en el hombro, cerca de un punto de la correa que sujetaba la katana. Intenté respirar con normalidad, pero el dolor era demasiado intenso y cerré los puños con fuerza, tratando de no gritar. Me oculté tras una tapia de color blanco, desapareciendo ante los ojos de la guarnición que me había atacado, y resbalé hacia abajo, rozando la espalda por el muro y quedando sentada en el suelo. La cabeza me empezó a dar vueltas y sentí que me mareaba. Pero había una fuerza mayor que tiraba de mi hombro, como intentando quitarme la bala. Mas, al mirar, no había nada. Eran imaginaciones mías. Pero parecía tan real…

Está sentada en una sala completamente blanca. Tiene la espalda pegada contra la pared, y no hay dolor. No hay sentimiento alguno, tan sólo confusión. No sabe dónde se encuentra, no ve nada; una venda inmaculada le cubre los ojos. Se llama Dex.

Súbitamente, de mi herida deja de manar sangre. Se detiene como si la herida se estuviese cerrando. Aunque eso era imposible, dadas las circunstancias.

De improviso, se levanta. No tiene heridas, y avanza con seguridad unos pasos. Ella no tiene manera de saberlo, pero cerca de los pies tiene su Glock. Por supuesto, es incapaz de verla. Pero parece que es capaz de sentirla.

La bala comienza a salir por donde ha entrado y cae al suelo de piedra con un repiqueteo. Los soldados, que siguen sin verla, comienzan a acercarse a ella con las armas en ristre.

De pronto, se agacha y con precisión milimétrica, coge la pistola por el mango.

De su herida sale una última gota de sangre. Los soldados la rodean y la apuntan con las armas, pues ven que sigue respirando y está consciente. Pero tiene los ojos cerrados.

Levanta el arma y dispara al vacío. De repente, la bala se desintegra y…

… choca contra el cuerpo de uno de los soldados. Éste se mira el pecho, aturdido, y cae al suelo con un quejido. Ella reparte patadas y puñetazos a diestro y siniestro, todo con los ojos cerrados, como representando una coreografía que se supiera de memoria. Parecía un tranquilo baile entre una lluvia de balas y armas. De pronto desenvaina la katana y con unas cuantas estocadas consigue matar a los tres hombres que le faltaba por derrotar.

Sacudí la cabeza, abriendo los ojos, y volví en mí. No sabía lo que había pasado, pero le estaba agradecida a mi otro yo. Envainé la espada y guardé los cuchillos que había lanzado.

Entré en el edificio y busqué un panel de información. Por suerte, lo había. Busqué la habitación en la que podría estar mi objetivo y encontré un nombre que me satisfizo: Despacho Internacional. Me apresuré a seguir las indicaciones que marcaba el monocromático cartel y me encontré subiendo escaleras, torciendo pasillos y abriendo puertas (bueno, y dándole golpes a soldados, claro). Al final encontré la entrada que buscaba. Se trataba de un gran portón de madera con grabados en relieve, los cuales representaban tortuosas muertes y horribles enfermedades. Las caras de dolor y los cuerpos retorcidos por el sufrimiento no presagiaban nada bueno, la verdad. No tenía ni idea de qué hacía allí una puerta como esa. Pero en fin, me armé de valor y la atravesé.

No describiré la sala, porque eso implicaría ralentizar la situación. Quédate con la idea de que era bastante grande y, al fondo, sentado en una gran butaca, se hallaba mi hombre. Ese “mi” suena un poco posesivo, pero era así, y punto.

Había soldados con él. Asustados, me apuntaron con las armas, pero él les detuvo con un gesto mientras yo seguía avanzando sin miedo. Como el ejército no tenía orden de fuego, le tendieron un arma a él, pensando que quería matarme él mismo.

Él se levantó de su cómodo sillón y fue andando hacia mí a la misma velocidad que yo. Recorrimos los metros que nos separaban con las armas en ristre y examinamos el rostro del otro antes de continuar.

Sus eran ojos tan azules como yo recordaba, tenía la piel clara y el cabello de un rubio claro, casi blanco. Sus facciones eran angulosas, con los pómulos y la mandíbula marcados. No había ni un atisbo de sonrisa en su expresión, pero sus ojos brillaban. Puede que intentara matarme antes que yo a él. Tal vez era más rápido que yo.

Tenía que asesinarlo. Era mi deber. Además, no estaba autorizada a perdonarle la vida, porque significaría que le amaba, porque… porque ese tipo de cosas implica decirle al objetivo lo que sientes.

Me aproximé a él, dispuesta a cumplir mi cometido, cuando él dio otro paso hacia mí y me agarró del brazo con fiereza, tras lo que me colocó la otra mano en el cuello y me atrajo hacia así de una forma bruta pero (todo hay que decirlo) bastante sexy. Unió sus labios a los míos ante los atónitos presentes que, con la boca abierta, asistían al espectáculo de forma involuntaria.

domingo, 10 de abril de 2011

Como el agua que se escurre entre los dedos

Llovía.

En lo alto de una ladera, justo en el borde de un precipicio en el cual iban a parar multitud de olas furiosas por el tormentoso clima, había una gran mansión victoriana. En sus mejores días había sido de un claro color perlino, pero debido a los estragos que causa el tiempo, y a los inminentes efectos del agua y el viento, su fachada se había tornado grisácea y oscura, mas no por ello era menos bella.

Dentro del hermoso caserón se celebraba la fiesta del siglo. Todos los presentes debían ir vestidos con ropa de gala, pero no vestimentas actuales, sino ambientadas en el medievo y a conjunto con una máscara veneciana (algo un poco extraño, pero últimamente todo era una mezcla confusa de acontecimientos y sucesos disparatados). Como a los invitados les pareció bien, cumplieron con gusto la orden y acudieron debidamente engalanados.

Yo, por mi parte, no le puse mucho entusiasmo. No estaba allí por gusto ni placer, sino por trabajo. Mi misión era encontrar y destruir al objetivo, y así lo haría. Mi enemigo probablemente no iría solo y tendría una serie de guardaespaldas que le protegieran de todo peligro. Pero yo era más fuerte.

No me entretendré mucho describiendo mi apariencia física. Me había recogido el pelo liso en un moño desenfadado, con mechones sueltos que se balanceaban de un lado a otro, surcando mi espalda. Mi vestido era de un rojo sangre, bastante bonito y, para qué engañarnos, muy ceñido. No era medieval, pero todos estaban demasiado ocupados bailando como para prestarme atención a mí. Además, que fuera tan largo ayudaba a camuflarse entre la ropa del resto de la gente.

Tampoco me rompí la cabeza buscando una máscara. Era sencilla, de color blanco con purpurina roja alrededor de los huecos de los ojos, con tres plumas del mismo color en el borde superior, a la izquierda. La máscara se me sujetaba a la cabeza por una tirante goma, pues necesitaba tener las manos libres para atrapar a mi oponente. No sabía a lo que me enfrentaba —mi jefe no había tenido el detalle de informarme—, y eso no me gustaba en absoluto. Además, no contribuía a que estuviera segura de mi victoria, la verdad.

Me sorprendió la cantidad de luz, buen humor, música y risas que se podían condensar en una sola habitación, por grande que fuera. En el momento en que entré sonaba una canción animada y desconocida. Era instrumental, pero a nadie parecía importarle. Todos se hallaban por parejas o por pequeños grupitos, riendo mientras daban torpes pasos de baile.

A lo largo de la noche fui buscando a mi objetivo, pero no lo encontraba. Necesitaba una señal, pero todos los hombres parecían iguales. La mayoría estaban vestidos con trajes negros o marrones, y casi todos llevaban una máscara prácticamente idéntica. Puse los ojos en blanco ante el descuido masculino y me adentré entre la gente, convirtiéndome en una de las pocas (por no decir la única) almas solitarias que rondaban por allí sin presencia de una pareja a la que acompañar.

Ya estaba cansada. Eran las tantas de la madrugada y los zapatos me hacían daño en los pies. Había elegido unos con poco tacón, por si tenía que luchar cuerpo a cuerpo, pero no había servido de gran cosa. Por supuesto que era capaz de dolores mucho más extremos, pero por poco que fuera, me molestaba de sobremanera. También podía deberse al cansancio de escudriñar a todo el mundo y el sueño que llevaba acumulado de los días anteriores. No dormir pasaba factura.

Me relajé un poco y seguí avanzando entre la gente, buscando a alguien libre con el fin de, por lo menos, disfrutar un poco. Aunque al final, fue un alto hombre vestido de negro el que me encontró a mí. Llevaba una máscara del mismo color que su traje, sin adornos ni plumas, tan simple que parecía más Batman que otra cosa. Por respeto y falta de ganas no me reí, pero estuve a punto.

Me tendió la mano y la acepté suavemente; nos deslizamos hasta el centro de la pista. Justo en ese momento comenzaba una canción nueva y (aunque no es el término más adecuado) apasionada. No voy a describir el baile, porque simplemente no fue un baile, sino una serie de movimientos —más o menos coordinados— que realizamos juntos e inconscientemente. En un momento dado me encontré de espaldas a él (aunque pegado a su cuerpo) y con sus brazos rodeándome la cintura. Os diré que estaba ya adormilada, de no haber sido por la inquietante música me habría dormido allí, tan cómoda como estaba. Bueno, a lo que iba.

Miré sus manos, y como estaban al lado, miré las mías también. De ahí pasé a observar mi muñeca derecha, en la cual llevaba un pequeño tatuaje que me había hecho años atrás. Se trataba de un escudo blanco, sobre el cual se hallaba una espada negra cruzada con un fémur del mismo color. Debajo de todo se encontraba una calavera, blanca también. Entonces miré su muñeca, tan próxima a la mía, y fue ahí cuando me desperté de golpe.

Tenía un tatuaje de unas medidas similares, pero exactamente contrario al mío. Un escudo negro, una espada y un fémur blancos y una calavera negra, ésta encima de todo lo demás. Me asusté. Él era mi objetivo.

Me quedé paralizada de pronto, sin poder reaccionar. Tanto buscar, tanto buscar, para encontrar en cuanto menos te lo esperas. Con lentitud giré la cabeza hacia él, buscando sus ojos azules que me miraron con extrañeza. De pronto, él también vio mi tatuaje. Y empezó la pelea.

No fue una batalla fácil, ni para mí ni para él. Conseguí acostumbrarme en unos segundos a la apariencia de mi contrincante, pero luchar con un vestido largo, máscara puesta y tacones, no era lo más sencillo del mundo. Me libré de los zapatos de una patada y aproveché para lanzárselos, aunque los esquivó fácilmente.

Desenfundé la pequeña pistola que tenía escondida sujeta a mi liguero, en el muslo derecho. Él pareció sorprenderse de que llevara un arma en la pierna, pero fui yo la que puse cara de póquer cuando vi que él no tenía ninguna pistola. Bien, pensé, eso lo hará más fácil. Pero no, ni mucho menos.

Dada la furia con la que nos enfrentamos, acabamos agotados enseguida. Ponto me percaté de que un montón de hombres trajeados se acercaban a mí, intentando atraparme entre la multitud. Calculé en una fracción de segundo y supe que no tenía nada que hacer. Con un suspiro, di un gran salto y avancé entre la gente pisando a varias personas con mis pies desnudos. Los guardaespaldas pusieron la misma cara que pone un niño cuando descubre que el agua se le escurre entre los dedos.


TO BE CONTINUED....

domingo, 3 de abril de 2011

Desesperación

Hola, señores!
Bueno, que sepáis que me han concedido otro premio :D
Sí, ha sido la magnífica Divinum Eximia, que me quiere mucho y ya me ha dado dos de los tres premios que he ganado xD En fin, que lo poco que la conozco es una buena persona, y aunque parece que este blog no le gusta tanto como El Bosque de Las Dríades, sigue pasándose por aquí :) De verdad, gracias.

Bueno, ahora tengo que escribir tres verdades y tres mentiras sobre mí. Allá van
(podéis intentar adivinar xD)

-Durante todo el día de hoy me he vestido tan sólo con una camiseta de tirantes y unos pantalones cortos.
-Este año me voy de vacaciones a Francia (otra vez ^^)
-Mi cabello cada día se aclara más *-*
-Cuando era pequeña tenía los ojos de color azul-gris.
-Mi actor favorito es Arnold Schwarzenegger.
-No me gusta el chocolate negro, y el de almendras tampoco me hacen mucha gracia.

Bien, ahora tengo que mencionar a 10 blogs, en teoría. Pero como soy una rebelde (MUAHAHHAHAHAHA) no lo voy a hacer. Sí, sé que eso es de ser mal bloggera, pero es que primero, no tengo ganas, segundo, hace poco di un premio y los premiados para mí de momento siempre serán los mismos, por lo que no tiene sentido. No leo el blog de tanta gente como para pasar tanto la cadena.

Entonces, paso este premio a los ganadores del anterior, y bueno, a los que se den por aludidos (es decir, a los que crean que yo, mi pequeña persona, sigue su blog).

Bueno, os dejo con el relato de hoy. Un beso a todos!

PD: soy una mala persona, lo sé. Meteos conmigo, a ver si me siento menos culpable (cuidado, que muerdo).

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Corría.

—Nadie puede saber que estás aquí.

—Nadie lo sabe. Ni lo sabrán.

Notaba la fría y húmeda hierba llena de rocío bajo mis pies descalzos. Había perdido los zapatos como una cenicienta a medianoche, pero no me había dado tiempo de ir a buscarlos. Tenía algo que hacer.

—Creo que te quiero.

—Y eso ¿es un problema?

—Sí.

—¿Por qué?

—Porque mi corazón te pertenece, pero no sé cómo sacármelo del pecho…

Respiraba profundamente, y corría. No hacía más que avanzar. Mi destino era llegar allí lo antes posible, porque tenía algo que hacer.

—¿Tienes miedo?

—Sí.

—No lo tengas.

Me detuve; había llegado. Y allí estaba él, con aquella sonrisa burlona perlada de dientes blancos que refulgían como si le hubieran robado la luz del alma a alguien. Y así había sido. Sus ojos destellaban de igual manera, de la única forma que brillan los de un asesino que ha probado el sabor de la sangre ajena, el dolor ajeno, el miedo ajeno.

—Sabes que estoy aquí.

—En parte, ése es el problema.

—No debería haber ninguno.

—Siempre los hay.

—Intentaremos resolverlos, entonces. Juntos.

Todavía tenía su sangre en las manos, en sus sucias manos. Apreté los puños y fruncí el ceño con fuerza.

—Nunca me había enfrentado a algo así…

—Eres fuerte. Sabes que puedes hacerlo.

—No sé cómo.

—Puedes sobrevivir. Siempre has sabido…

No tuvimos que decir una palabra. Fuimos al encuentro del otro sin más armas que los puños y los dientes. Con expresión fiera me lancé sobre él, tirándole al suelo de golpe y apoyando los pies sobre su pecho. Le eché las manos al cuello sin darle tiempo a reaccionar, intentando matarle de una vez por todas. La sed de venganza era demasiado fuerte como para poder contenerme.

—Esto no está bien.

—Nunca lo ha estado.

—Tú tampoco lo estás. Ni yo.

—Creo que podemos sobrevivir el uno al otro de todas formas.

Él también me agarró del cuello, comenzando a ahogarme, pero no desistí. Comencé a notar una gran falta de aire, por lo que me vi obligada a pegar mi rostro al suyo y morderle en la cara con fiereza. Gritó, y el sonido de su garganta me atravesó los tímpanos como mil cristales hincándose en mis orejas. Aflojé la mandíbula cuando noté que un trozo de carne se desprendía de él. Con un rápido movimiento de cabeza escupí el gran fragmento de nariz cartilaginosa que le había arrancado. Le examiné el rostro plagado de sangre y no me inspiró más que asco.

—Para siempre.

—¿Sólo para siempre?

—Y para toda la eternidad.

Subí las manos, rozándole las mejillas, y se las coloqué a ambos lados de la cabeza antes de que pudiese volver a protestar. Leí su pensamiento con tal claridad como si se tratase de un libro abierto. Dolor, impotencia, dolor, ira, dolor; desesperación. Hice una mueca entornando los ojos y le escupí en la cara antes de dar el golpe fatal.

—Tú no tienes ni idea… de lo que es la desesperación.

Empujé con las manos hacia la izquierda; se oyó un chasquido. Su respiración, que había sentido entrecortada bajo mis pies desnudos, se detuvo de pronto. El desbocado latir de su corazón, también. Un último aliento se escapó de aquella boca ensangrentada que me habría gustado destrozar a salvajes mordiscos, mientras que sus ojos, tan vacíos como su negra alma, se cerraban de puro cansancio.

Me levanté y me marché de allí antes de tener otro ataque de ira. Le había vengado con éxito.

—Para siempre, y para toda la eternidad.