Lionne.

Tú...

No eres tu nombre. No eres tu empleo.

No eres la ropa que vistes ni el lugar en el que vives.

No eres tus miedos, ni tus fracasos... ni tu pasado.

Tú... eres esperanza.

Tú eres imaginación.

Eres el poder para cambiar, crear y hacer crecer.

Tú eres un espíritu que nunca morirá.

Y no importa cuántos golpes recibas,

te levantarás otra vez.

lunes, 12 de julio de 2010

Máscaras

Hice que mi caballo acelerara, consiguiendo que los árboles de nuestro parecieran difuminados. Llegaba tarde al baile y ni siquiera estaba vestida; no me daría tiempo a prepararme. Mi padre se enfadaría mucho conmigo a mi llegada, pero no permitiría dejarme fuera de su vista ni un minuto más, así que tendría que asistir a la fiesta con el sencillo vestido rojo que portaba, y con la capa negra que ondeaba al viento. El mayor de mis problemas era el cabello; lo tenía bastante rebelde y necesitaba horas de cuidado antes de asistir a ninguna parte. En ese momento lo tenía enredado, enmarañado y despeinando, pero libre por mi espalda, moviéndose al compás del caballo.

—Vamos, Tormenta —dije, apretando los dientes e intentando aguantar el frío invernal. Estábamos en pleno diciembre y todo estaba nevado; los árboles y el suelo cubiertos de una capa blanca y fría, el cielo siempre gris de día, que presagiaba más precipitaciones pero que en ese momento estaba negro (a causa de la avanzada noche), y el viento gélido que azotaba a todo paseante con demasiado fervor.

Aceleramos un poco y poco a poco llegamos a los extensos terrenos de mi padre. Todo era precioso, con aguas antañas claras mas en ese momento heladas por el frío, los altos árboles con ramas flexibles y colgantes, los mudos cantos de los pájaros que intentaban mantener el calor en sus nidos, pegados los unos con los otros.

Nos adentramos en la finca del palacio de mi padre. Era extensa y poblada de sauces y demás árboles, pero lo más impresionante era el edificio donde habitábamos y de donde se oía entonces una leve música, aunque dada la distancia a la que me situaba, bien alta debía estar en el interior. También se veían luces en todas las habitaciones; aunque probablemente todos los invitados debían estar en la sala de bailes, mi padre siempre era así de derrochador. Me envolví un poco más con la capa, mas fue inútil pues el aire hacía que se levantara de nuevo. Avanzamos pues, Tormenta y yo, dejando un rastro de huellas bien visibles en la nieve, y llegamos hasta la puerta del palacio. Enseguida advirtieron mi presencia y uno de los sirvientes me atendió.

—Oh, Erika, su padre está furioso. Más vale que acuda pronto a la fiesta.

—Gracias, Simon —dije, temblando de frío—. ¿Puedes llevar a Tormenta a las cuadras?

—Por supuesto, señorita. Entre enseguida y asista a la fiesta de su padre. De lo contrario, no estará nada contento y sabe que le tiene mucho aprecio al general Cornfuge…

—Mi padre sabe muy bien que jamás me casaré con el general Cornfuge, por mucho aprecio que le tenga. Ese endiablado personaje no merece ser llamado hombre, y en nuestro último encuentro dejé muy claro que tenemos grandes diferencias y jamás llegaremos a congeniar.

—No es congeniar la finalidad de su padre —repuso Simon, cogiendo las riendas de Tormenta, que yo le tendía.

—No es mi padre quien decidirá mi vida —respondí—. Tengo pleno derecho sobre mi cuerpo y soy el capitán de mi alma. No permitiré que ningún hombre planee mi destino sin mi consentimiento ni permiso.

—Me temo que su padre no lo tiene tan claro —finalizó la conversación el mayordomo.

Entré en el palacio. Un vestíbulo perfectamente decorado y amueblado con un gusto exquisito me recibió calurosamente. Esperé unos segundos y en esos instantes una sirvienta vino a mi encuentro.

—Señorita Erika, ¡cómo se le ocurre! Su padre está tan enfadado… Debería ir enseguida con él.

—Sí, voy enseguida, Marga. Toma mi capa —dije, tendiéndosela. Ella la cogió y la dobló con cuidado.

—Señorita Erika, sé que no está del todo contenta con las normas de su padre, pero tendrá que calmar sus desbocados pensamientos y obedecer. De lo contrario, las consecuencias podrían ser terribles.

—¿Te lo ha dicho mi padre?

—No necesita hablar para que sepamos lo que piensa. Su padre es como un libro abierto —terminó Marga. Me tendió algo, al mirar la palma de su mano vi que era una máscara. Una máscara roja, constaba tan sólo de un antifaz rígido y moldeado con la forma de un rostro (que encajó perfectamente con el mío propio) y una varilla metálica recubierta de terciopelo rojo, sujeta a un extremo de la máscara.

—Oh, Marga, es preciosa —dije, examinándola con cuidado.

—Es regalo del general Cornfuge —respondió ella, y yo dirigí una mirada de asco.

—Era una broma, señorita —sonrió, y yo suspiré, aliviada.

—Es obra de su padre. Mandó hacerla especialmente para usted.

—Le daré las gracias. Ahora, si me disculpas, Marga, debo asistir al baile. Mi padre estará enfurecido.

—Así es. Espero que pase una buena velada, señorita Erika.

—Muchas gracias.

Avancé por el largo pasillo, con la máscara en la mano, y llegué hasta el final del camino. Dos puertas macizas me esperaban cerradas, así que inspiré hondo, me sujeté la máscara por delante del rostro, intenté arreglarme un poco el cabello con tan sólo una mano (tarea imposible) y arreglarme el vestido que había sufrido un pequeño arañazo con una de las ramas en el bosque, rasgando levemente el costado.

jueves, 1 de julio de 2010

Lo somos

Ahora veo al demonio en la puerta, diciéndole a todos cómo vivir sus vidas. El tiempo pasa y no podemos regresar. ¿Qué pasa con el mundo hoy? ¿Qué pasa con el lugar que llamamos hogar? Nunca hemos sido tantos, y nunca estuvimos tan solos.
Sigues mirando desde tu valla. Sigues hablando, pero no tiene sentido. Dices que no somos responsables, pero lo somos, lo somos. Te lavas tus manos y sales limpio. Dejas de reconocer a los enemigos.
Un paso adelante y dos pasos atrás, revistiendo por una gran ilusión. Ninguna respuesta por ninguna pregunta hecha. Revistiendo por la ejecución... Sin saber porqué.
Todo es sobre poder y luego tomas el control. Rompes las reglas. Rompes el alma. Al final no queda nada. ¿Qué pasa con el lugar que llamamos hogar?
Nunca hemos sido tantos, pero nunca estuvimos tan solos.

Tan solos