Lionne.

Tú...

No eres tu nombre. No eres tu empleo.

No eres la ropa que vistes ni el lugar en el que vives.

No eres tus miedos, ni tus fracasos... ni tu pasado.

Tú... eres esperanza.

Tú eres imaginación.

Eres el poder para cambiar, crear y hacer crecer.

Tú eres un espíritu que nunca morirá.

Y no importa cuántos golpes recibas,

te levantarás otra vez.

viernes, 30 de abril de 2010

Patio de recreo

Salí al recreo con mis amigas, y nos sentamos en nuestro rincón de siempre. Ellas enseguida comenzaron a parlotear y charlar sobre el último día de fin de curso, que se acercaba con rapidez y nos presionaba con los exámenes finales. Yo, por el contrario, me quedé callada y no intervine en toda la conversación. Notaba una presencia extraña y no me relajaba. Con cautela y en un movimiento lento y disimulado, me toqué uno de los laterales del pantalón corto. Suspiré aliviada. Sí, allí estaba. El cuchillo seguía ahí.
Faltaban cinco minutos para que sonase el timbre y entráramos en clase. Nadie tenía ganas; todos estábamos distraídos con la cercana llegada del verano y no podíamos concentrarnos en gran cosa. De pronto, el temor me atenazó y me levanté de golpe.
-¿A dónde vas? -me preguntó una de mis amigas.
Ni me molesté en contestarle. Estaba demasiado absorta en lo que estaba viendo. O más bien, oyendo. Parecía el rugido de un coche de carreras, pero no era tan fuerte como los de la F1. Segundos después pude observar, yo y la mitad del recreo, que se trataba de una moto de gran tamaño. Era completamente negra, y el que la llevaba vestía del mismo color y llevaba un casco oscuro. Avancé a buen paso hasta la mitad del recreo, fue allí donde me detuve y esperé. El motorista se detuvo, aparcó la moto cerca de las demás que había en la puerta de la valla del instituto, y fue acercándose a la verja.
Nos miramos, y cada vez más gente empezó a observarle; primero a él, y tras seguir la trayectoria de sus oscuros ojos; a mí. No negaré que era atractivo: Pelo oscuro, ojos negros, facciones angulosas y simétricas, sonrisa de diablo y cuerpo de gimnasio. Algunas chicas ya estaban babeando, los chicos se dignaron a detener el partido de fútbol que estaba sucediendo. Eso era mala señal. Si los chicos paraban, tenía que ser algo importante. Algo que sintieran todos. Algo como él.
Yo por mi parte, tenía miedo, pero hacía tiempo que sabía que ése día tenía que llegar. No por mucho tiempo podían dejarme tranquila, y por lo visto la paz había terminado. La cuestión era; ¿cómo me habían encontrado tan rápido?
El chico se fue acercando a paso tranquilo y fluido. Con una facilidad digna de un gato, trepó por la valla de dos metros y medio y aterrizó en el patio de cemento del recreo. No interrumpimos el contacto visual, no parpadeamos, pero sí nos movimos. Nos acercamos el uno al otro, hasta que llegó un punto en el que estábamos a menos de un metro.
Los profesores nos miraban estupefactos; sentía los ojos del director en la nuca. Si ni siquiera un miembro del cuerpo docente, tan sólo uno, era capaz de llamarle la atención al chico por haber traspasado el perímetro del recinto escolar en horas de clase ante la mirada de todos los profesores, las cosas iban realmente mal. ¿Cuándo un profesor ha dejado escapar la oportunidad de pillar a alguien colándose en el instituto? Pues no le estaban diciendo gran cosa, precisamente. Más bien parecía que esperaban algo de él. De nosotros.
-Volvemos a vernos -le dije con voz fría, mientras ponía los músculos en tensión
-En efecto -respondió él, sonriendo maliciosamente-. Me vas a poner las cosas fáciles o voy a tener que darte una lección? -preguntó con sorna.
-No vas a ser tú quien me dé una lección a mí -sentencié, poniendo fin a la conversación.
Y empezamos. Me agaché súbitamente, girando con una pierna doblada y otra estirada para intentar tirarle al suelo golpeándole con el pie derecho. Él saltó, esquivando mi patada mientras yo me levantaba, e intentó darme un puñetazo, golpe que yo evité girándome y flexionándome hacia atrás. Todo ocurría como a cámara lenta, pero ni siquiera así teníamos tiempo para pensar en el siguiente movimiento.
Él saltó sobre mí, intentando tumbarme, pero yo pegué un brinco hacia la derecha, consiguiendo que él cayera al suelo. Saqué entonces el cuchillo. Él leyó mis intenciones en mi rostro, así que se levantó, desenfundando una pistola negra. No me dio tiempo a descubrir cuál era. Tampoco importaba.
No me abalancé sobre él, como había pensado hacer en un principio, sino que intenté lanzarle mi cuchillo. Esperé el momento oportuno mientras recibía una lluvia de balas que esquivaba como podía, pues sólo podía lanzar una vez, e iba ser definitiva. Si fallaba, iba a ser complicado ganar la pelea. Y ése era mi objetivo.
Salté cogiendo impulso desde el suelo, y pasé por encima de él mientras intentaba acercar la mano con la que sostenía el cuchillo a su cuerpo. Pero era una tarea más complicada de lo que parecía. Aterricé sentada unos pasos por detrás de él, dándole la espalda, pero me di la vuelta enseguida y conseguí tenerle a la vista. Me mantuve en posición de defensa; de cuclillas, con el brazo extendido hacia él y la mano derecha, con la que sostenía el cuchillo, levantada y un poco más atrás que mis hombros.
Saltamos entonces los dos al tiempo, el uno hacia el otro, yo con el pequeño pero letal cuchillo protegiéndome, y él con su pistola en ristre. Tuve mucha suerte al esquivar las balas que me tiró en esos segundos, gracias a que el chico no tenía la mejor puntería del mundo y yo conseguí doblar y arquear la espalda en el aire. Él, de no sé dónde, sacó una daga parecida a la mía, pero menos brillante, e intentó alcanzarme con su filo.
No me rozó la piel, pero me pasó la hoja cerca de la cabeza y seccionó toda mi larga cola de caballo entera. ¿Pero cómo demonios lo había conseguido, si tras treinta segundos de lucha (o tal vez menos) yo no le había dado ni una sola vez?
Me cabreé. Y eso no es bueno. Sobre todo para el oponente.
Lancé el cuchillo. Era ahora o nunca. Debía elegir entre perder y arriesgarme a resultar herida grave, o a ganar pronto. Esperaba que fuese lo segundo.
Le alcancé de lleno en el pecho. Daba la impresión de que me lo había puesto fácil, pero aún no estaba muerto. Aterrizamos en el suelo casi al mismo tiempo, él malherido, y yo sin armas. Sólo me quedaba una cosa... Me acerqué a él, y sin previo aviso, le agarré de la camiseta por la parte de la nuca (estaba de espaldas a mí) y le di la vuelta con brusquedad y una fuerza sobrenatural. A mi alrededor, cien personas contenían el aliento.
Hice que se levantara, sangrante, para después darle un último golpe letal y dejarlo en el suelo, inerte. Sudando, me di la vuelta hacia los profesores, que me observaban con estupefacción, sorpresa e incredulidad.
-¿Me va a subir la nota en educación física? -le pregunté al profesor de esa materia, que se encontraba junto al de matemáticas-. Creo que me merezco un aumento, ya ve que estoy en forma.
-Eso no lo puedo negar... -tartamudeó el profesor, casi asustado.
-Ya ve.

viernes, 23 de abril de 2010

24 mil

Al final no he podido resistirme.
¡Tenía que actualizar!

Vengo a comunicar que el libro de Guante Blanco, que tenía idea de intentar publicar algún día, lo voy a presentar a un concurso que promociona Albacete. El premio no es divisible, y si gano me dan VEINTICUATRO MIL EUROS. 24.000€. ¡24 mil! :DDDDDD

El mínimo son 180 hojas y sólo tengo escritas 35, ¡pero llegaré a tiempo! La extensión máxima son 400 hojas, por eso no hay problema, y el límite de plazo es el 15 de junio.
Seguramente no ganaré, pero en fin. ¡Lo intentaré!

lunes, 19 de abril de 2010

Volaré...

¡Hola, mundo! (:
Vengo a deciros que probablemente esté un tiempo sin actualizar.
Mi portátil, como he dicho casi desde el principio de los tiempos (voces de fondo: ¡halaaa! ¡exagerada! Yo: Sí, sí, DESDE EL PRINCIPIO DE LOS TIEMPOS), sólo sirve para hacer leña, así que lo voy a llevar a arreglar dentro de unos días (porque se ha estropeado, obvio) y se lo quedarán unas dos o tres semanas (EDITO: en realidad se lo quedaron más de un mes. Vagos de mierda.)
Además no tengo tiempo para nada, entre dibujos, libro, deberes, exámenes, clases... pues nada.. En fin, os presento una muestra de mi libro para dejaros con buen sabor de boca.


Guante blanco.

Aterrizamos con tres minutos y medio de retraso en el aeropuerto de Nueva York. Era mucho mayor que el de Zaragoza. Era imponente.
Salimos del avión tras despedirnos de la azafata con una sonrisa, y cuando entramos en el aeropuerto nos colocamos cerca de la cinta mecánica, donde debían aparecer nuestras maletas. Parecía ser que la suerte estaba de nuestra parte y aparecieron las primeras; la mía, negra, seguida de una roja, de Alba, y la de color añil-purpúreo, de Clara. Las recogimos rápidamente y, con una mueca de esfuerzo (pues las maletas eran gigantescas) avanzamos hasta la puerta del aeropuerto. Dejamos todo en el suelo y respiramos profundamente, aliviadas. Poco después se le ocurrió una idea a Clara.
—¿Y si buscamos el vuelo de Jaky y lo recogemos en la puerta del avión?
—Pero es un recinto cerrado, no nos dejarán traspasar el detector de metales —repuse.
—Bueno, pues lleguemos hasta el detector —contestó Alba con sencillez, de modo que agarramos nuestras cosas con renovada vitalidad y nos dispusimos a buscar, en el panel informativo, la hora de llegada de Jake. Resulta que tenía que llegar en ese preciso instante, de forma que nos acercamos lo máximo posible a la pista del avión y aguardamos.
Cinco minutos más tarde un avión aterrizó en la pista marcada y comenzó a entrar gente en el aeropuerto. Vimos como recogían las maletas e intentamos divisar a Jake a través de un cristal, y como no había mucha gente, fue fácil. Empezamos a saltar, presas de la emoción, y los estadounidenses comenzaron a mirarnos con inquietud. No hicimos caso y esperamos a Jake, que recogió su maleta uno de los primeros, y tras buscarnos y encontrarnos con la mirada, vino a nuestro encuentro.
—¡Chicas! —exclamó, tirando las dos grandes maletas que llevaba al suelo.
—¡Jake! —gritamos nosotras, y rodeadas de americanos que empezaban a asustarse de nosotros, nos unimos todos en un abrazo. Poco después yo me separé y examiné a Jake.
—Eh, has crecido —dije, sonriente.
—En comparación contigo, Kirta, no he ganado nada de altura —respondió.
—Pues no te pongas al lado de Alba —contestó Clara, riendo.
—Oye, que tampoco soy tan alta —protestó Alba, soltando a Jake al tiempo que Clara.
—Nooo, sólo nos pasas cabeza y media —bromeó Jaky, pasándole el brazo por los hombros.
Jake era más o menos de mi altura, unos centímetros más, quizá. Tenía la piel morena, aunque como nuestras visitas a la piscina nos habían pasado factura, teníamos todos una tonalidad parecida. Él tenía el cabello negro, brillante y rizado, con algunos mechones que le tapaban parte de la frente. Sus ojos eran oscuros e inquietantes, pero tenía una sonrisa de dientes blanquísimos con un efecto calmante instantáneo.
Cogimos las maletas y nos encaminamos a la salida. Para nuestro agrado, numerosos taxis amarillos pasaban por delante de la puerta constantemente, así que paramos a uno de los mayores que había y nos montamos.
—Where to go? —nos preguntó el taxista, un tipo calvo y con un poblado bigote negro.
—Eh... —dudé yo, buscando las palabras en inglés a toda prisa—. To the Source Street, please.
—Ok.

No nos callamos en todo el viaje. No pareció molestarle nuestra charla al taxista, e intentaba escucharnos con atención, pero no conseguía entender nuestras palabras españolas. Sólo entendió nuestra nacionalidad.
—Are you Spanish? —inquirió con cautela.
—They are Spanish, but I'm Mexican —contestó Jake.
—Oh, great, great —murmuró el taxista, tomando un cruce.
—And you’re a New Yorker, or not? —preguntó Clara.
—No, i’m Australian. I moved here three years ago.
—Oh, Australia it’s a very beautiful country, i think —dije yo.
—Yes, it’s a nice country. I love Australia —rió el hombre.
—We are in New York for a quarter of an hour and already we love it —repuse con una sonrisa.

Llegamos a la calle Source poco después. Jake le pagó al taxista y nos bajamos del coche tras despedirnos del conductor.
La calle era ancha y muy larga, pero por fortuna divisamos nuestro hotel a unos cincuenta metros de nuestra posición. Mientras avanzábamos hacia él cargados con nuestras grandes maletas, Jake comenzó a rebuscar en sus bolsillos. Segundos después sacó unas especies de tarjetitas, que nos entregó.
—Aquí están vuestros DNI falsos y vuestros pasaportes —explicó.
—Ah, muchas gracias —dijimos Clara y yo, y nos apresuramos a introducir todo en nuestros bolsillos. Alba miró con extrañeza su DNI.
—¿Así que me llamo Aurora Rosemary y tengo dieciocho años?
—Exacto —dijo Jake con una sonrisa. Clara y yo, temerosas de nuestro nuevo nombre, sacamos nuestro DNI. Ni nos habíamos molestado en mirarlos.
—Yo soy Diana Michael —declaré—. Bueno, no es tan horrible. Queda incluso mejor que en español.
—Pero no se pronuncia “Diana” —dijo Jake negando con la cabeza—. Se dice “Dayan”, con sílaba tónica en la última “a”.
—Diana —repetí, pero con la pronunciación de Jake—. Dieciocho años.
—Pues yo soy Clarissa Bald —dijo Clara, levantando una ceja.
—¿Bald? —preguntó Alba.
—Es “calvo” en inglés —respondí, riendo.
—“Clarissa Calvo” —se mofó Alba—. Parece el título de una canción infantil.
—Cállate, Rosa Mari —dijo Clara, y Alba enmudeció.

Al fin llegamos a la puerta del hotel. Era una fachada enorme, de color blanco crudo, casi beige, y delante de la puerta había una gran fuente circular que parecía tener un área similar a la del hotel. En el centro de la fuente había una escultura; se trataba de una mujer griega vestida con una túnica blanca, que le tapaba las piernas y parte del torso; y un gran caballito de mar, medio sumergido en el agua. Además, había conchas de piedra por doquier.
—Vamos —susurré, y entramos.
El interior era todavía más espectacular. Nos encontrábamos en el vestíbulo, una estancia enorme, con una pequeña fuente en forma de rosa en el centro, y pequeñas mesas rodeadas de sillas distribuidas por la habitación. A la derecha estaba recepción, donde una mujer y un hombre se encargaban de atender a los huéspedes. A la izquierda había una puerta de cristal que desembocaba en un luminoso pasillo, pero tan largo, que no se veía el final. Enfrente de nosotros había otra puerta, con unas escaleras que subían a un sitio desconocido. A juzgar por el ascensor que había a la derecha de esa puerta, supuse que se iría a las habitaciones.
Nos acercamos a recepción, arrastrando nuestras maletas por detrás de nosotros. De nuevo, con mi escaso inglés, fui la encargada de hablar con el hombre que tenía que entregarnos las habitaciones.
—Good Evening, Good afternoon, I booked four rooms the other day —dije con una sonrisa.
—Good. Can you give me your name, please?
—Yes, of course. I’m Diana —dije, pronunciando como me había dicho Jake—. Diana Michael.
—Oh, ok... Yes, you booked four rooms in his name. To... one night?
—Yes, sure —repuse con soltura.
—Ok. Here are the keys of the rooms. The numbers 300, 301, 302 and 303.
—Thank you.
—The breakfast is served at half past eight, the lunch at one and the dinner at nine o’clock.
—Thank you very much. Goodbye.
—Goodbye. I wish you a pleasant stay.
—Thanks. Bye.
Los cuatro cogimos nuestras maletas de nuevo y nos acercamos al ascensor. Mientras esperábamos a que se abrieran las puertas (Clara había pulsado el botón), me extrañé.
—No me ha pedido el DNI.
—Con tal de ganar dinero, a éstos les da igual —dijo Jake, distraído con la cremallera de su chaqueta.
Cuando vino el ascensor, nos subimos (era enorme, y lleno de cristales) y pulsamos el botón número tres. Segundos después experimentamos una sensación de ascensión, y por fin llegamos al tercer piso. Observamos la puerta de las habitaciones, y nos percatamos de que nuestras habitaciones deberían estar unos metros por delante de nosotros.
Fue muy extraño. Busqué con la mirada la habitación número 300, y no me fue difícil encontrarla, pero de ésa pasaba directamente a la 304.
—Qué raro —dijo Clara, frunciendo el ceño.
—Habrá un error en la numeración —dijo Alba.
—Es evidente —constató Jake.
—Creo que no es un error —dije, y saqué la tarjeta-llave número 300. La deslicé por la ranura que había donde debía estar el pomo de una puerta, y ésta se abrió con un chasquido. Nos encontramos en una estancia medianamente grande, muy bien decorada, con sillas, sillones, sofás, mesas y cortinas clásicas. Parecía una especie de mini-salón, con una televisión de plasma pegada a la pared que contrastaba con los muebles antiguos. Había seis puertas.
En la primera había una placa dorada. Grabado, había un número. 300. En la segunda había una placa similar, con el número 301. En la tercera estaba el 302, y en la cuarta el 303.
En las otras dos no había. Supuse que era los baños.
—No está mal —dijo Alba, examinando todo.
—Vamos a mirar las habitaciones —dijo Clara, y me arrebató las tarjetas antes de que pudiera impedírselo.
Las examinó minuciosamente e intentó adivinar qué tarjeta pertenecía a cada habitación; pero como no había ninguna diferencia entre una y otra, terminó probando al tuntún. Abrió la primera, la número 300, y los cuatro nos asomamos para ver cómo era por dentro.
Ante nosotros apareció una habitación tan grande como el saloncito principal, con las paredes pintadas de azul celeste y el suelo de parqué de color claro. Tenía un gran ventanal con balcón en la pared enfrentada con nosotros, aunque la mitad de aquella ventana estaba tapada por unas cortinas de color blanco inmaculado. La cama, cuyo cabecero pegaba con la pared de la izquierda, y cuyo cuerpo se alargaba hasta el centro de la habitación, tenía una colcha del mismo color que las cortinas. A la derecha había un armario de madera clara, del mismo tono que el cabecero y la estructura de la cama; con dos grandes puertas y grabados de flores y estrellas en los laterales. A la izquierda de la cama, pegada contra la pared, había una mesilla de la misma madera, con una pequeña lámpara blanca encima y un teléfono negro al lado. Por último, a los pies de la cama había un pequeñísimo sofá blanco con aspecto muy cómodo, y con dos cojines azules encima.
Los cuatro nos quedamos en silencio un momento.
—¡Me la pido! —grité entonces yo. Dudaba que ninguna habitación del mundo podría gustarme más que ésa.
—Esta bieeen —dijeron Alba y Clara a dúo. Jake no opinó nada.
Pasamos a la siguiente habitación. Nos sorprendió comprobar que era idéntica a la anterior, pero con las paredes pintadas de verde natural y los cojines del sofá del mismo color.
—Esta me gusta —dijo Jake, entrando en su nueva habitación y tumbándose en la cama.
—Vale, vamos a ver las otras dos, Clara —dijo Alba.
Abrimos la habitación número 302. Idéntica a las otras. Pero de color rojo.
—Ahhh, esta es para mí —dijo Alba, sentándose rápidamente en el sofá.
—Supongo que a mí me toca la última —se lamentó Clara—. Espero que no sea de color amarillo mostaza, ni naranja mandarina, o algo parecido.
—Si es así, en el saloncito hay un sofá grande —apuntó Jake, todavía tumbado en la cama de su habitación.
—Jaky, estoy en el mejor hotel de Nueva York, no pienso dormir en un sofá sólo porque no me guste la pintura de mi cuarto.
—Me refería a que podría dormir yo en el sofá y tú en mi habitación —intentó arreglarlo Jake.
—Ya, claro —dijo Clara, poniendo los ojos en blanco. Con un suspiro, abrió la última habitación y entró en ella. Segundos después soltó un gritito.
—¿Qué pasa? —pregunté yo desde el cuarto de Alba, ya que me había quedado allí para comprobar qué vistas tenía.
—¡Mola! —fue la única respuesta de Clara. Todos fuimos derechos a su habitación, que era como las nuestras pero de color... indefinido. Era una mezcla de plateado, azul, violeta y rosa. Pero no estaba mal.
—Creo que le gusta su habitación —dijo Jake, cruzándose de brazos y apoyándose en el marco de la puerta.
—Más bien le encanta —declaré, sonriendo y yendo a mi cuarto de nuevo. Me acerqué a la ventana, y después de correr las cortinas, la abrí. Aparecí en un blanco balcón, y observé que tenía unas vistas preciosas. Se veían con claridad los edificios más altos, y aunque no era de noche, estaba segura de que cuando se escondiera el sol las luces crearían una atmósfera dicha de una ciudad, un ambiente que me encantaba.

Deshicimos parte de las maletas, y después Jake trajo la suya al saloncito y nos hizo cerrar todas las ventanas antes de abrirla. Curiosas, nos sentamos alrededor de él y su bolsa y esperamos, expectantes, a que abriera la cremallera y nos mostrara su contenido. Cuando lo hizo, enmudecimos enseguida. Ante nosotras aparecieron varias armas, entre ellas dos PRO-9 de gran tamaño, tres armas de fuego que parecían metralletas pequeñas, una pistola con una parte transparente, que dejaba ver las balas luminiscentes que contenía; y varias recargas de municiones, para reponer las armas. Además de eso, había una Glock 17 y cuatro armas que parecían del futuro.
—Guau —dijo Alba, expresando a la perfección lo que todas queríamos decir.
—Vale, ésas son las armas de fuego. Faltan las blancas —dijo Jake.
Retiró todas las armas de fuego de la maleta, y dejó al descubierto un falso fondo. Lo retiró con facilidad desatando unas correas, y nos enseñó lo que había debajo.
—Madre mía —musité con asombro.
En la maleta había varios objetos. Jake retiró los dos primeros. Eran dos látigos, idénticos, del mismo color plateado. Eran más o menos de metro y medio de largo, con algo parecido a finas escamas que los recubrían. El extremo más grueso de cada látigo era de color negro, recubierto por una capa de cuero para que el contacto con la mano del dueño fuera más cómodo.
—Éstos son para Kirta.
Yo abrí la boca con asombro.
—¿Son para mí? —pregunté, incrédula.
—Eso he dicho —dijo Jake. Yo le abracé con fuerza.
—Oh, Jaky, ¡me encantan!
Seguidamente, agarré un látigo con cada mano y los blandí con fiereza. Al instante los dos únicos jarrones que había en la habitación, situados encima de una pequeña mesita, se fragmentaron en mil pedazos.
—Hala, ya has mandado a la mierda dos mil dólares —dijo Alba, suspirando.
—Buen golpe —me animó Jake, sonriendo.
—Gracias —dije yo, radiante.
Jake cogió el siguiente objeto. Se trataba de una caja negra, herméticamente cerrada. Pulsó algunos botones de un teclado numérico que había en uno de los laterales, y aparecieron siete pequeñas cápsulas negras. Jake le echó una significativa mirada a Clara, y ésta cogió una de las cápsulas con la mano derecha. La sostuvo en la palma de la mano, y de súbito, unas púas afiladas salieron de los laterales.
—Shuriken —dije yo, triunfal, y Alba se me quedó mirando con expresión extraña.
—¿Qué? —pregunté, sin mirarla—. Conozco las armas ninja.
—Shuriken retocadas —dijo Jake—. Parecen simples cápsulas inofensivas, pero son verdaderas estrellas ninja. Y son todas para mi princesa —declaró, sonriente, tendiéndole la caja a Clara.
—Muchas gracias, pendejo mío.
—¿Sabes como se utilizan, no? —preguntó Jake levantando una ceja.
—Eh... —dudó Clara, examinando la cápsula que tenía en la mano.
—Si no sabes, yo te puedo enseñar —sonreí.
—Vale —contestó Clary, complacida.
—Y la última... —murmuró Jake, sacando las armas de la maleta. Eran una mezcla entre espadas y tridentes, con el mango corto y el pincho central el triple de largo que los otros dos. Parecían de hierro macizo, con los pinchos afilados y oscuros, y el mango de color azul verdoso oscuro. Tenía una forma delicada, pero cuando Jaky le tendió las armas a Alba, ésta las empuñó con fuerza y parecían de todo menos frágiles.
—Sai —susurré, maravillada.
—Ya estás otra vez con tus palabras raritas —dijo Alba, suspirando, y haciendo reír a Jake y a Clara.
—Son palabras japonesas, si no tienes cultura, no es mi problema —repliqué.
—¿Las conocías? —preguntó Jake, mirándome.
—Sí, las había visto, pero nunca desde tan cerca.
—¿Y dónde demonios las has visto? —preguntó Alba, impaciente.
—¿Nunca has visto la película de Elektra? —pregunté yo entonces. Mi amiga me miró sin comprender.
—Ahhh —dijo Clara, cayendo en la cuenta—. Yo sí la he visto, la protagonista tiene dos...
—Sai —la ayudé.
—Dos sai como armas. Pero éstas molan más.
—Claro, las he traído yo —dijo Jake, sonriendo.
—¿Cómo vamos a practicar con esto? Creo que la gente se asustará si nos ve con unos látigos, unas estrellas ninja y unos tridentes intentando darle a un jarrón —me traspasó Alba con la mirada.
—Tenemos toda la tarde. Y si a alguien no se le da bien, tengo armas de fuego de sobra.
—Ah, yo con esto me manejo bien —dije yo, produciendo un chasquido con los látigos y golpeando con ellos las mesas donde estaban antes los jarrones que había roto.
—Claro, pero porque tú ya tenías un látigo y estás acostumbrada —dijo Clara—. Pero no sé si Alba y yo vamos a poder con los Shuriken y los sai.
—Ah, seguro que podemos —dijo Alba, asestando una puñalada al aire con el sai que tenía en la mano derecha. Jake detuvo el golpe en un segundo con el brazo, desviando la estocada, pues el arma le habría alcanzado el rostro de no haberlo hecho.
—Con cuidado, amor —dijo éste a Alba—. De todas formas —prosiguió, hablando esta vez en general—, no vais a llevar sólo las armas ninja. Tenéis que llevar al menos una pistola. Por seguridad.
—Está bien —contesté—. ¿Esta vez podemos elegir nosotras? —pregunté con cara angelical.
—De acuerdo. Ahí tenéis la maleta —indicó Jake con un ademán—. Yo voy a cambiarme de ropa. Elegid lo que queráis, y ahora vamos a practicar a algún lugar menos abarrotado. Aquí llamaríamos la atención.
—Genial —replicó Alba.
Las tres nos lanzamos a por la maleta y yo conseguí coger el arma mayor, una descomunal mezcla entre metralleta, rifle y pistola.
—Mi vida —me dijo Jaky, acercándose a mí de nuevo y quitándome con suavidad el arma de las manos—. He dicho todas, menos ésta. Es mía.
—Jo —suspiré.
—Te la dejaré un rato cuando estemos en el banco —me prometió.
—No me voy a olvidar —repliqué, cogiendo otra arma de la maleta. Elegí rápidamente la Glock 17. Negra. Formal. Seria. Y...
—Sin balas —dije, extrañada. No tiene balas.
—¿No? —se oyó a Jake desde su habitación cerrada.
—No, y me temo que en la maleta tampoco las hay —anunció Alba, rebuscando entre las municiones de repuesto.
—Genial —dije yo con ironía, dejando los látigos sobre el sofá de color dorado oscuro.
—No te preocupes, ya compraremos las balas —dijo Clara.
—Sí, antes de practicar pasamos por una tienda y ya está —corroboró Jake, saliendo de su habitación y entrando en el salón mientras se terminaba de poner una camiseta negra—. Meted las armas en el maletín de mi habitación mientras yo voy a pedir un mapa en recepción. Encontraremos una armería en un momento y después iremos a practicar un rato.
—Vale.
—Bien.
—De acuerdo.
—Nos vemos en el vestíbulo.




HASTA... otro dia =)




VALE MILLONES!!!!! jajjajajajajajja mi hermana era más mona... =)

miércoles, 14 de abril de 2010

Combustión espontánea

Hoy vengo expresamente a desahogarme y contar mis problemas.

-he perdido el pendrive.
-en ese pendrive tenía MI LIBRO y el trabajo de tecnología (aunque eso último da igual, porque puede rehacerse)
-el libro es IRREMPLAZABLE.
-me duele mucho la espalda.
-y la tripa, y la cabeza.
-y los brazos.
-tengo deberes, pero no ganas.
-tengo que hacer gimnasia, pero no tengo ganas.
-he perdido un programa de ordenador y no hay manera de descargarlo. (curioso, ¿verdad? Quién podría pensar que es posible perder un programa... pues bien... la respuesta es YO).
-no me duermo
-si lo hago, tengo pesadillas.
-no me apetece escribir.
-ni dibujar.
-todavía es miércoles.
-quiero que me digan ya la nota de los p#$"* exámenes.
-cada vez se me dan peor las mates (¿o será que cada vez a mis profesores se les da peor enseñar?)
-mi ordenador va mas lento. Eso o yo voy a velocidad supersónica. Pero no creo, porque el de educación física no me pone una nota muy alta en las carreras.


Pero HE AQUI LAS COSAS POSITIVAS DEL DIA:

-eemmm...
-nada?
-nada...
-ah...
-bueno... ¡he encontrado mi pendrive!...
-mmm.. nada más.

sábado, 3 de abril de 2010

Portada Guante Blanco

¡Hola! (:
Bueno, esta portada... estoy muy orgullosa de ella, ¡me ha costado toda la tarde hacerla! xDDD Tiene infinidad de fallos (anatomía, los personajes se parecen, las sombas...) pero me gusta!

Sin más dilación...


viernes, 2 de abril de 2010

Armas ninja (y más)

¡¡Hola a todos!!
Hoy vengo a hablaros de las armas.
Al estar escribiendo mi libro (de momento, de título Guante Blanco, aunque creo que lo cambiaré), y debido al carácter que tiene la historia, me he visto obligada a estudiar mucho sobre armas. Al principio eran armas de fuego, pura lucha moderna, pero mis instintos clásicos me vencieron. Comencé a escribir con espadas y demás, aunque al final decidí que no pegaba en el año 2014 que cuatro personas atracaran un banco con arco y flechas. No era lógico. Entonces, viendo la película de Underworld, la rebelión de los licántropos, me surgió una idea. En un momento dado de la película, al pricipio del largometraje, la protagonista, Selene, lanza algo así como unas shuriken (más abajo explico lo que son) de plata a un hombre lobo, algo que a una persona normal le mataría, dada el tamaño de tales armas.

Estuve buscando el nombre de los shuriken que aparecían en la película, pues se trataban de unas especies de cápsulas que, al lanzarlas, les salían las púas caracteríticas de las estrellas ninja. Buscando en internet, en webs y foros, estuve viendo fotos de armas ninja que me gustaron bastante. Algunas las utilicé para el libro, otras no. Aquí os abro un catálogo virtual para que las veáis.



*****SHURIKEN*****

Las shuriken son estrellas ninja. La de la imagen, por ejemplo, consta de un disco negro central, aunque la mayoría son tan solo piezas de acero. Las púas son afiladas y se suelen lanzar, aunque a veces se sujeta fuertemente y se utiliza como arma de mano. En este caso, cambia de nombre y se denomina Teppan. En algunos casos se untan con veneno para mayor efectividad (cuando se lanzan) pero la mayoría de veces es tan sólo un modo de distracción. Hay de muchas clases, divididos por su forma y tamaño. Hay una variedad, el fukumi bari, que se llevan en la boca y se lanzan soplando hacia el adversario. Para practicar con los shuriken, se suelen lanzar a un compañero, pero en vez de metal, de madera, goma, o plástico. En Guante Blanco, éstas armas tan peligrosas las lleva Clary.


*****KATANA*****

El sable o katana es el arma más conocida de Japón. EN el feudalismo sólo los samuráis podían portarlas, generalmente eran negras para pasar desapercibidas. La katana, además de tener una hoja cortante, servía para saltar muros apoyándola para dar impulso. También se usaba la vaina para bucear sobre el lecho de un río y respirar a través de ella, incluso para portar venenos líquidos que suministrar a los enemigos. En mi libro pensaba atribuírmela a mí, pero he encontrado otra que me gusta más, aunque parezca menos útil...

*****SAI*****

Es un arma muy antigua, normalmente muy pesadas y de acero bastante duro y resistente. Se utilizaba para atrapar y romper espadas (aunque personalmente no encuentro el modo de hacerlo con efectividad). En mi libro se las cedo a Alba, que las utiliza con maestría.

*****SHUKOS*****

Los shukos, como podéis ver en la imagen, son "guantes" con pinchos. Todavía no lo he decidido pero creo que en Guante Blanco se los voy a regalar a Jake (Sí, Jaky, te los doy porque creo que tienen algo de similitud con los boxers). Con éstas armas, los ninjas podían trepar a los árboles, fortalezas, barcos, podían excavar, atacar la piel desnuda del enemigo... El único problema era que a veces se enganchaban en las ropas del enemigo, haciendo perder al portador de los shukos unos segundos tal vez esenciales para la lucha.

*****TANTÔ*****

El tantô es una versión en miniatura de la katana. Hay muchas variedades, modelos y tamaños, y se porta en el Obi (cinturón). En principiantes no se recomienda, pues para defenderse de un arma más potente con el tantô, necesitamos que la persona que porta el arma sea veterano en el uso del Nunjitsu.

*****TESSEN*****

El tessen es un abanico de hierro poco famoso en el mundo ninja, pero muy efectivo. Cerrado puede ser utilizado como una varilla de metal, y abierto protege de dardos o proyectiles. Era sobre todo un arma para alguien que estaba disfrazado y levantaría sospechas con una katana o arma similar.

*****TETSUBISHI*****

Los tetsubishi son piezas irregulares de metal con puntas afiladas y cortantes. Al tirarlos al suelo siempre hay una púa que queda hacia arriba, en vertical, causando así daños en los pies de los enemigos. Pueden pinchar también las llantas de un coche, o utilizarse arrojando los tetsubishi al rostro del enemigo.

*****MANRIKIGUSARI*****

También llamados kusarifundo, los manrikigusari son cadenas metálicas con los extremos pesados que constan de un "tubo" de hierro. Al girarlos sirven para golpear la cara del adversario, enrollar sus extremidades o su cuello, y sus armas. También sirven para detener ataques sujetando un extremo con cada mano y parando la katana o otro con la cadena. Es fácil de transportar, pues se adapta a cualquier parte del shinobi gi (uniforme ninja).

*****NUNCHAKU*****

Como veis, el nunchaku es casi idéntico al manrikigusari. Tan sólo se diferencian en que la cadena del nunchaku es mucho más corta, pero se usan de forma parecida. Creo que Alba ha incluido esta arma en su libro (¿no es así? Creo recordar que nos la otorgaste a Clara o a mí).

*****KUNAI*****

El kunai sirve para varias cosas, pero principalmente se usa como cuchillo general, tiene la punta afilada y los bordes aserrados. Mide de 7 a 16 pulgadas de longitud. A veces se lanzaba, atando una cuerda por el extremo con la anilla circular. En alguna ocasión se utiliza para sondear un espacio, haciéndola girar con una cuerda para descubrir hilos o cables invisibles.

*****METSUBISHI*****

Los metsubishi son elementos, generalmente en forma de huevo, que sirven para dañar la visión del adversario. Contienen arena, polvo, líquidos, etc. En el Ninjutsu se mezclan con harina, pimienta, vidrio, metal molido, venenos...



*Y hasta aquí el catálogo de armas ninja por hoy. Me habría gustado mostraros una foto de una de las armas que voy a utilizar en el libro (un par de látigos plateados) pero no encuentro una foto que se asemeje a la forma que tengo en mente.
Un beso!
Y comentad, que parece que si no lo digo NO LO HACÉIS!!!