Lionne.

Tú...

No eres tu nombre. No eres tu empleo.

No eres la ropa que vistes ni el lugar en el que vives.

No eres tus miedos, ni tus fracasos... ni tu pasado.

Tú... eres esperanza.

Tú eres imaginación.

Eres el poder para cambiar, crear y hacer crecer.

Tú eres un espíritu que nunca morirá.

Y no importa cuántos golpes recibas,

te levantarás otra vez.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Cap 5 - Un nuevo mundo

Le leí en voz alta las palabras, intentando pronunciar lo mejor que pude. Le leí con lentitud el contenido de la nota, para no olvidarme de ninguna letra. A pesar de todo, tras los diez segundos que tardé en expresarla, Azai Ävens frunció el ceño y no dijo nada.

Me temí lo peor. Tal vez me hubiera equivocado, tal vez el encapuchado no formaba parte de los rebeldes y tan sólo había tratado de que me rompiera la cabeza al intentar descifrar el texto. Igual aquél no era el código de la Revolución…

—¿Podrías deletrearme palabra a palabra, por favor?

Le deletreé todas las palabras con mucha paciencia y serenidad. Me pidió que lo hiciera una segunda vez, y una tercera, hasta que los dos nos quedamos en silencio. Alcé la vista del papel, ya amarillento, y observé los blanquecinos ojos del señor Ävens. Eran desconcertantes.

De pronto, se iluminó la bombilla.

—Vamos a probar una cosa. Deletréame las palabras, pero al revés. Es decir, comienza por la última letra de la última palabra; ve de derecha a izquierda.

Me quedé muda al entender lo que estaba proponiendo. ¿De verdad la respuesta iba a ser tan obvia? Le obedecí mientras él cogía una pluma y un trozo de papel, en el que escribió lo que le fui dictando.

Cuando terminamos, me tendió la nota. Su caligrafía era bastante irregular y había cosas que casi no se entendían, pues Azai escribía sin ver lo que plasmaba en el papel. A pesar de todo, leí en voz alta el mensaje cifrado. Bueno, no tan cifrado, después de todo.

—Bajo las casas de las almas inocentes… se abre un portal a un nuevo mundo. 2487 —declaré.

Azai sonrió enigmáticamente y se cruzó de brazos.

—¿Qué puede significar? —preguntó retóricamente. Parecía que él ya sabía la respuesta.

—Un nuevo mundo… tiene que ser ese mundo. El mundo Exterior.

—Bien —asintió él, dándome la razón.

—Las casas de las almas inocentes… —susurré. Aquello era más complicado— Las almas son parte de los seres vivos. En conjunto con el cuerpo físico, forman a un humano o animal en sí. Pero aquí sólo nombra las almas. Y las almas sólo se separan de la parte carnal al morir… —la constante sonrisa de Azai me indicó que iba bien encaminada— Pero, ¿cuáles son sus casas? Una casa es un lugar para vivir, para permanecer allí, para descansar… —se me encendió la bombilla al venirme a la mente un fugaz pensamiento. En una lápida grisácea había escrito: “Descanse en paz”…— Entonces… ¿habla de debajo de las tumbas?

—En efecto. Pero no se trata de cualquier alma. Son las almas.

—Mis padres —pronuncié quedamente—. Bajo las tumbas de mis padres se encuentra una puerta hacia el mundo exterior.

No mencioné el número; 2487. Lo conocía de sobra; era el año de la muerte de mi padre.

—Perfecto, hemos comprobado que eres una chica lista —dijo Azai, levantándose. Tanteó un poco con las manos y me agarró del codo—. Pero tendrás que serlo aún más —me advirtió mientras paseaba su mano izquierda por mi espalda. Llegó a mi cuello y allí se detuvo—. Necesitarás toda tu inteligencia y más para derrotar a aquellos que merecen ser derrotados. No podrás vencer a la oscuridad si no eres capaz de vencer a la oscuridad de tu interior. No pierdas el tiempo, ahora ya conoces el secreto. No hay vuelta atrás, y lo sabes.

Sí, lo sabía.

—Debes marcharte. Ya no estás a salvo en tu casa. Prepárate y huye. Sólo de esa forma lograrás llegar a combatir.

—Gracias por su ayuda, Azai —respondí yo, apretándole la mano. De no ser por aquel anciano, yo estaría todavía muy perdida. Pero en ese momento, ya sabía cuál sería mi siguiente paso.

Me libré de su medio abrazo y caminé hacia la puerta, dispuesta a marcharme. Su voz me detuvo.

—De nada, Hilda —contestó él—. Y recuerda; hay muchas formas de perder, pero sólo una de ganar. No lo olvides.

—No lo haré.

Cerré la puerta sin mirar atrás. Ya sabía lo que tenía que hacer.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Fiesta... por partida triple! Feliz Navidad!


Hola a todos!
Bueno, como posiblemente habréis notado, he estado fuera diecinueve días (espero que los hayáis contado con pesar y temor) porque mi QUERIDA MADRE me castigó. En teoría debía estar hasta el 5 de enero sin salir, sin ordenador y sin recibir un céntimo, pero por
mis buenísimas notas (no bajo del seis, y eso ya es un logro T_T ) me han quitado el arresto domiciliario. Por fin!

En fin, el día que tenía que actualizar con motivo de el aniversario de mi blog, era el día 5 de este mes. Celebraba su primer añito y que con esta entrada, ¡ya llevo mis primeras cien entradas! :)
Como no pude actualizar, pues pues pues pues pues... lo hago ahora! aunque sea con casi veinte días de retraso, pero en fin. Además, esta noche, Nochebuena! ¡Feliz Navidad a todos!

Bueno, ya voy a dejar de contaros mi vida. Aquí tenéis una pequeñísima reseña del relato que presentaré a un concurso estas navidades y que (espero) me hará ganar el primer premio.
Besos a todos, que os repartan muchos regalos! ^^

* * *

Su rostro de facciones finas y angelicales estaba enmarcado por unos cabellos rizados de color negro. Sus ojos se movían y paseaban de cuando en cuando en los presentes que, sintiéndose observados, encogían tripa, carraspeaban o tosían mientras se secaban el sudor de la frente.

Sus labios, pintados de color rojo pasión, se movían al compás de la música y cantaban con dulce voz una canción lenta y, todo hay que decirlo, perfecta para la ocasión.

Cuando acabó, todos aplaudieron y ella bajó del escenario, ayudada por uno de los trajeados camareros. Intercambiamos una mirada y nos acercamos.

—Hola, Ulza —sonrió ella—. Ha pasado mucho tiempo…

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Mi profesora de francés

Mi profesora de francés es muy alegre. Algunos incluso dirían que demasiado. Siempre va con una sonrisa en el rostro, enseñando sus dientes blancos. De vez en cuando, con la mano derecha, se echa el pelo rojizo hacia atrás, aunque lo tiene tan liso y suave que en unos instantes vuelve a estar en su posición original.

Mi profesora de francés baja las escaleras del instituto a su manera, siempre con algo entre las manos, ya sea un libro, un cuaderno, o su bolso; y dando pequeños saltitos, como un alegre duende. Saluda a todo aquél que se cruza en su camino, la mayoría de veces en francés, pero otras, para quien todavía está en primer curso o no la entiende bien; en español.

Mi profesora de francés siempre entra en el aula con prisa, dejando su maletín sobre la mesa y hablando con rapidez, mientras mezcla palabras en ambos idiomas. A veces nos promete carambares (caramelos franceses) si al terminar la clase nos hemos portado lo suficientemente bien. Pero es tan buena, que aunque nos pasáramos la clase hablando o tirando avioncitos de papel, ella nos seguiría premiando con chucherías.

Mi profesora de francés no exige mucho, de hecho se contenta con bastante poco. En el instituto en general, y en mi clase sobre todo, hay un nivel muy bajo de francés. Por eso, cuando alguien hace algo bien, ella se alegra de sobremanera y reparte positivos a diestro y siniestro. Podría parecer poco educativo, pero nos da un aliciente para seguir, y probablemente los que no suelen estudiar ni se toman en serio la secundaria, en su clase expresan sus ideas (a veces disparatadas) y contestan correctamente a todo lo que pueden. A varios individuos de mi clase los he visto dormirse en clases de ciencias sociales, lengua o matemáticas, y sin embargo no dejar de mirar y prestar atención a la profesora en los cincuenta minutos que dura la lección.

Mi profesora de francés, a diferencia de muchos profesores del instituto, no se queda en el interior del edificio cuando le toca hacer guardia en el patio, calentita; sino que se saca un café de la máquina, se abriga, sale fuera y se une a un grupo de personas, a veces las de mi clase, otras las de cursos inferiores, pero siempre conversa con alguien.

Mi profesora de francés tiene un marido, y una hija. No me imagino a dos personas en mejores manos, pues ella es capaz de hacerte feliz tan sólo con sus bromas y su capacidad para escuchar y comprendernos a nosotros, los más jóvenes. Los demás profesores nos suelen tratar como niños, otros como ignorantes. Ella nos trata como adultos, y se agradece. Así que nosotros la tratamos con el máximo respeto posible. Su clase es en la que más nos reímos, pero también en la que más nos cunde, en la que más cosas damos en tan sólo un día.

Pero, hoy, mi profesora de francés lloraba. Hacía dos días que no aparecía por el instituto, y no nos preocupamos mucho, pensando que se trataría de algún resfriado o virus pasajero. Después del segundo recreo, todos los alumnos de mi clase nos reunimos en la puerta del aula, a la espera de que nos abran la puerta, y mientras, charlamos. Nada más llegar yo, una amiga mía nos ha contado muy seriamente que había visto a nuestra profesora de francés con la tez blanca como la leche, cabizbaja, y llorando. Ni qué decir que se me ha encogido el corazón. ¿Cómo una persona con tanta vitalidad, tanta alegría en el cuerpo, tanto “salero”, como dicen algunos, podía encontrarse en semejante estado de ánimo? Nadie la habíamos visto nunca así, en los casi dos años que lleva en nuestro centro escolar. Siempre estaba alegre, contenta. Sin embargo, hoy no.

Me he pasado las dos horas restantes que quedaban hasta llegar a casa, pensando en lo que podía ocurrirle. ¿Tal vez su hija había sufrido un accidente? ¿O quizás su marido? Nadie lo sabíamos.

A las dos y media, cuando ha sonado el timbre, hemos recogido, nos hemos despedido del profesor de ciencias sociales, que nos impartía clase hasta ese momento, y hemos salido del aula. Unas cuantas amigas y yo nos hemos retrasado, quedándonos hasta casi diez minutos en el pasillo. Cuando por fin hemos seguido andando para subir las escaleras (estamos en el piso menos uno) y marcharnos a casa, la he visto. A ella.

Es cierto que estaba blanca, un blanco nada saludable. Sí, mantenía la cabeza agachada. No pude ver si lloraba, pero daba lo mismo. Era una imagen estremecedora, y se me rompió el corazón sólo de verla. No es lo mismo ver a alguien un poco depresivo, llorando si quiera, de vez en cuando, que aquella escena. Me ha impresionado mucho esa visión, porque una persona siempre tan contenta, ahora se arrastraba por los suelos…

Me han entrado ganas de acercarme, abrazarla y preguntarle qué le pasaba, dejarla llorar en mi hombro si hacía falta. Pero la cobardía me ha vencido, puesto que tampoco quería meter la pata. Tal vez era algo realmente grave y sólo conseguía herirla más.

Mi profesora de francés siempre está contenta, pero hoy, no.

Hoy, me han entrado, por primera vez en mucho tiempo, verdaderas ganas de llorar.