Lionne.

Tú...

No eres tu nombre. No eres tu empleo.

No eres la ropa que vistes ni el lugar en el que vives.

No eres tus miedos, ni tus fracasos... ni tu pasado.

Tú... eres esperanza.

Tú eres imaginación.

Eres el poder para cambiar, crear y hacer crecer.

Tú eres un espíritu que nunca morirá.

Y no importa cuántos golpes recibas,

te levantarás otra vez.

lunes, 31 de diciembre de 2012

El año 2012

Para continuar con mi recién adquirida buena costumbre de publicar algo por aquí una vez a la semana, estos días tendría que haber subido un relato o un capítulo más de Cicatrices en el Ático. Las cosas han cambiado últimamente y no pensaba pasarme por Howl hasta el año que viene, teniendo en cuenta las fechas en las que estamos, pero hoy me he sentido con ganas de escribir (¡aleluya!) y por eso estoy empuñando el teclado ahora mismo.

Vengo aquí sin un guión preparado y sin nada realmente interesante que decir. En otros blogs supongo que se despedirá al 2012, se comentará sus cosas buenas, se dirá adiós a sus cosas malas, y se dará la bienvenida a nuestro futuro neonato 2013. 
Pero no me apetece hacer un post convencional así que voy a pasármelo por el forro y a poner aquí lo que me venga en gana.

Creo que lo único que merece la pena que haga es dar las gracias a toda esa gente que, de un momento a otro, me ha ayudado este año. Por que ha sido un año duro, el más duro de todos, y también el más horrible, feo y triste de los que he vivido y probablemente viviré jamás. La mayoría sabéis de lo que hablo. Otros conocéis sólo una parte. Bueno. También podéis hacer uso de la imaginación.

En todo caso, me gustaría darle las gracias por todo a Alba Brewster. Ha estado ahí como siempre ha hecho, me ha dado la mano y apoyado en los momentos que lo necesitaba y nunca ha dejado de quererme, así que estoy plenamente satisfecha de haber encontrado un ángel tan maravilloso como lo es ella.
Valeria, Sonia. No os puedo pedir más porque habéis sido una gran ayuda, este año y todos los demás. Muchísimas gracias por estar ahí. No sé si podré recompensaros todo lo que habéis hecho por mí a lo largo del tiempo. Ojalá tengáis suerte con todo lo que os propongáis.
Gracias a Lucía y Noelia por ayudarme a integrarme en el Bachillerato de Arte en el que todas hemos comenzado el primer curso. Antes de empezar las clases tenía mis dudas de que fuera a encontrar alguien aceptable, pero amigas como ellas estaban completamente fuera de mis expectativas. Muchísimas gracias también a Sonso. Con ella he tratado menos pero me he reído mucho y espero seguir haciéndolo en un futuro. No sé si sabe que fue una de las pocas personas que me llamó la atención nada más verla el primer día de curso.
Gracias a T. Gracias porque, aunque me has roto un poco más de lo que ya estaba, me has querido, me has ayudado a verlo todo con un poco más de color, has hecho que este trimestre se me pasara volando y has conseguido lo imposible; que tuviera ganas de ir a clase. También me has hecho más fuerte, aunque eso quizá no lo sepas aún, tampoco sé si te darás cuenta. Y me has hecho libre (de nuevo).
Gracias a Marie. Por aguantarme, por ser tan buena amiga sin haberme visto en la puñetera vida, por compartir cosas conmigo, por ayudarme en todo lo que ha podido y por apoyarme cuando me faltaba algo en lo que sujetarme. Por hacerme reír y estar siempre allí, al pie del cañón.
Gracias a Little Lion Man. Por aparecer como una brisa fresca en un día bochornoso; así, de sopetón, sin preguntar a nadie, sin pedir perdón ni permiso. Eres muy grande, León. Muchas gracias por ayudarme, por animarme y por hacerme sentir un poquito menos sola en este cruel paraje que es el mundo. Espero que te quedes por aquí.
Gracias a Lucía Simonelle por ayudarme con mis grietas aunque ella también estuviera rota. Estoy segura de que la vida te tiene reservado algo magnífico, preciosa.
Gracias también a Gabriel, que lleva mucho tiempo ayudándome y dándome su apoyo. Espero haberle devuelto una milésima parte de toda la ayuda y el consuelo que él me ha prestado a mí, porque de verdad que se merece lo mejor.
Por supuestísimo, gracias a mis Niñaleón y Mamá Lobo, por ser tan valientes, por no dejar de luchar y seguir cuidando de mí tanto o más que antes. Os quiero muchísimo.
Y gracias a ti, Ell. Tantos años juntos y todavía no te has cansado de mí, nunca me has dejado de lado, nunca me has negado nada y siempre, siempre me has ayudado en todo lo que has podido, me has apoyado, me has hecho reír, me has llevado a cualquier parte cuando me fallaban las piernas y me has consolado. Elvis, tienes nombre de artista pero creo que eres más un héroe.

Gracias también a todas esas personas que no he mencionado pero que también han estado ahí durante este año (Mimmi, BW, Jake, Fer, Viole, Iris...) y han contribuido a hacer que no quisiera suicidarme todos los días de este amargo 2012. Aunque no os dedique una parrafada a cada uno sabéis que os quiero mucho y que también estoy aquí para vosotros. Que no se os olvide.

Ha habido personas que, de algún modo, me han herido en el transcurso de este año. No estoy enfadada con nadie. Muchas gracias por hacer que me dé cuenta de que nadie es perfecto, por molerme a palos y hacerme más fuerte, y por conseguir que cada día me levante con más rapidez después de haberme caído (o después de que me hayan empujado). Gracias por ser tan gilipollas y permitir que me esté convirtiendo en una persona mejor.


Y dicho esto, no queda mucho más que contar.

2012, vete y no vuelvas jamás.

2013, bienvenido. Espero que lo hagas un poquito mejor que tu hermano menor.





(gracias,
papá,
por este último año.
Siempre
voy a quererte.)

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Nina


Corrió como el viento tras ella, pero no la alcanzó. Nina siempre había sido como un galgo; fina, ágil, imposible de atrapar.
Un galgo negro azabache que creía querer escapar de Tifón, cuando tan sólo huía de sí misma. Tenía miedo de quedarse a solas, a solas con sus pensamientos, su pena y su dolor. De que alguien hundiera un poco más la fortaleza ya resquebrajada que con tanto esfuerzo había logrado construir. Un torreón quedaba de ella, quizá menos. Unas cuantas ruinas.
Es a lo que te arriesgas cuando juegas a algo así.
Pero, como todos los galgos, Nina dejó de correr, y Tifón con ella, muchos metros atrás. Y a pesar de eso pudo distinguir su mirada azul, porque no estaba tan lejos como para no advertir el huracán de sensaciones que rugía en su interior.
Nina, de perfil, giró la cabeza un poco más en dirección a Tifón y éste pudo verle el rostro completo. Una lágrima se deslizó por la delicada mejilla de la gran corredora. Y su mirada, dios, aquella mirada de auténtico pánico, fue lo que rompió a Tifón en dos e hizo que se derrumbara.
Y mientras él luchaba por mantenerse en pie, ella luchaba para que su corazón siguiese latiendo.
‘Ayúdame’, gritaban sus ojos. ‘Ayúdame’.
Tifón habría removido cielo y tierra para ayudarla, pero León no estaba allí. No para ella. León se había ido y no volvería.

La ausencia de León dolía en el corazón de ambos, pero en los ojos de Nina se notaba más.
Tifón nunca lograría ocupar su lugar.
Pero intentaría no morir.




Si habéis visto 
El Señor de los Anillos:
La Comunidad del Anillo
quizá esta escena os recuerde
a una escena de la película.

Al ver la lágrima de Frodo 
me han entrado ganas
de escribir algo,
y aquí está.

(El nombre de Nina
es por el título
de mi último dibujo,
y Tifón se me ha ocurrido
de forma espontánea.
León... bueno. 
León es León.) 

miércoles, 5 de diciembre de 2012

3 añitos

Holahola pequeños (:
Bueno, esta es una entrada un poco especial porque la escribo con prisa (para llegar antes de las doce y que siga siendo día 5 de diciembre) y porque todavía no sé qué voy a poner exactamente. Todo esto es debido a que hoy mi blog cumple... 3 maravillosos años.

Felicidades Howl ^o^

La verdad es que cuando abrí esto todo tenía una apariencia distinta y yo misma era muy diferente. De hecho me recuerdo más como una niña pequeña... también hay que tener en cuenta que por 2009 yo tenía 13 años ._.
Ahora, con 16, mi vida ha tomado rumbos sorprendentes... Da igual lo que planees, la fortuna siempre va a retorcerse (para bien o para mal) con el fin de romper tus esquemas. Fortuna imperatrix mundi.*

El año pasado organicé un concurso y aunque estuvo bien no conseguí en un principio los participantes necesarios, por lo que me vi obligada a ampliar el plazo con el fin de que fuera un reto un poco interesante. Al final el premio se lo llevó la maravillosa Athenea y no me arrepiento ni de habérselo concedido ni de haber hecho el concurso Kirtashalina, pero este año no va a haber una segunda edición del mismo.

Cada día miro un poquito menos el número de seguidores del blog (no es que no me importe, pero lo considero menos significativo) y un poquito más el número de comentarios. Me alegro mucho de haber vuelto y poder cumplir mi mini-objetivo de subir una entrada por semana, y me alegro también de que os lo hayáis tomado tan bien como para darme un poquito de felicidad con vuestros comentarios (: Muchas gracias a todos y a los nuevos y antiguos seguidores, y gracias a los que me leen desde las sombras y todavía no han dejado su huella aquí (aunque espero que lo hagan, si no pronto, algún día).

Como no sé muy bien cómo agradeceros la atención que me prestáis, me presento voluntaria para escuchar vuestras quejas y/o lamentos que pudierais querer contarme. Yo sé que hay mucha gente por ahí pasándolo mal, y, bueno, aquí en Howl yo me abro un poquito a vosotros, así que si tenéis la necesidad de hablar con alguien siempre estaré dispuesta a ello (: Tenéis mi dirección de email a la derecha.


Dicho esto, finalizo ya el post, que se hace tarde. Aunque esta semana no he subido ningún texto no sé si lo haré y si no, pues volveré la semana próxima.
Y, ah, por cierto, me apetece organizar algo en navidad (no sé si concurso o qué, ya veremos) así que estad atentos.

Un beso a todos y que paséis un muy feliz puente (:




*Fortuna imperatrix mundi: tópico literario medieval que significa "la fortuna es la emperatriz del mundo". Se refiere a que la fortuna todo lo trastoca, generalmente elevando al malvado y hundiendo al virtuoso. QUE ME HA ENTRADO EN EL EXAMEN DE LITERATURA MEDIEVAL DE HOY.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Skyfall


      Hacía tanto que Enya no se reía que nadie supo cómo reaccionar cuando, aquella tarde soleada de agosto, estalló en una estridente carcajada.
      Las personas que se hallaban a su alrededor la miraron conteniendo el aliento, preguntándose, quizá, si compartiría con ellos el motivo de su risa. No lo hizo.
      La carcajada inicial, límpida e inocente, se tornó demasiado oscura para los oídos de los presentes. Un hombre se llevó a la señora Black a toda prisa; una chica joven acompañó a los señores Grant y Matthews al interior del edificio. Dejaron a Enya allí, sentada en el banco bajo la potente luz del astro rey.
      Poco después llegaron dos hombres que no destacaban en absolutamente ningún rasgo, y vieron convulsionarse a una jovencita de diecisiete años justo ahí, a carcajada limpia, en medio del jardín. La vieron reír como si quisiera desencajarse de la mandíbula, pero no había motivo para reírse, y ella tampoco habría sentido dolor de haberse dislocado el maxilar.
      La vieron llevarse las manos al vientre, también, sujetándoselo como si las agujetas fueran insoportables. Entonces los dedos, frágiles y tostados por el estío, se tensaron y parecieron garras, y comenzaron a arañar todo lo que se les ponía por delante. Arrasaron con el vestido de flores de Enya, y mutilaron su propia piel, y de la carne brotó sangre tan roja como la grana, y ella seguía riendo.
      Ellos la sujetaron, trataron de llevársela de allí, pero la joven no dejaba de reír y arañar y alcanzaba todo lo que ellos no querían que alcanzara, y algo había de tétrico en aquellas carcajadas teñidas de locura que nadie quería escuchar, allí en medio de un manicomio al sur de San Francisco.
      Dejadme, gritó ella cuando la agarraron, dejadme; y dejó de reír, se puso seria, las carcajadas cesaron y los arañazos se volvieron más potentes, y la sangre llegó a sus muñecas, donde se distinguían otras cicatrices, más largas, más profundas, cortes enormes de la muñeca al codo, trazos blancos y rojos que ya no se irían, marcas que recordaban todo lo que Enya había hecho.
      Una aguja, una inyección, y sus ojos dejaron de brillar. La sangre siguió brotando pero ni carcajadas ni gritos manaban de su garganta, allí sólo había piel muerta y carne de muñeca de trapo y un cadáver con un corazón que latía todavía. Y las cuerdas vocales mudas gritaban, socorro, sacadme de aquí, socorro, pero nadie podía escucharlas. Los hombres encerraron a Enya, la metieron en su habitación de paredes blancas y paredes acolchadas, de muebles sin esquinas ni objetos afilados, echaron la llave y se la dieron a Cerbero para que la tragara y no la escupiera jamás, y el corazón de Enya murió allí mismo, de pena, tras una última carcajada.





Enya ha nacido 
de una noche de cansancio 
y la necesidad de plasmar, 
una vez más, 
mi locura en un texto. 

Escuchando: Skyfall - Adele 

jueves, 8 de noviembre de 2012

Bronte, cazadora de estrellas


      Aquella noche la luna brillaba con fuerza.
      Bronte alzó su catalejo y entrecerró levemente los ojos. Alcanzó a ver un barco de velas plateadas que se alejaba con el viento, tomó la decisión de perseguirlo e informó a su subcapitana.
  —Navío cargado a las once en punto. ¡Preparad las armas! ¡Ninette, a los cañones!
      La tripulación se puso a trabajar y Bronte corrió como un rayo a su camarote. Se vistió con su chaqueta de puños color escarlata, se colocó el sombrero negro de tres picos y sujetó al cinto a su fiel sable de empuñadura de oro. Cuando terminó de prepararse subió a cubierta y halló el barco en plena ebullición.
      Consultó de nuevo con el catalejo la distancia que los separaba de la otra nave, y mirando de reojo la brújula que siempre llevaba colgada del cuello, obtuvo la información que quería.
  —Se dirigen a Puerto Carlango —informó a Kimbra—. Hay que ganar velocidad o los perderemos antes de llegar a Isla Ghest. Da la orden.
  —Sí, mi capitana.
  —Ah, y, subcapitana —añadió Bronte— que Cènne no rompa el mástil en dos como la otra vez. Si no conseguimos este cargamento, el idiota de Tango se creerá mejor que nosotras. Y no queremos eso, ¿verdad, chicas?
  —¡No! —corearon todas las mujeres de la tripulación.
      Kimbra hizo una pequeña reverencia a Bronte y después bajó a los sótanos para despertar a Cènne. La capitana corrió hacia popa y le arrebató el timón a Lhidia, quien fue a ayudar al resto de tripulación.
      Poco después se oyó un rugido y Cènne salió disparado del sótano. Tras aletear un poco, el pequeño dragón blanco dejó que le sujetaran una soga a la cola, y amarraran ésta a proa. A una señal de Kimbra, Cènne comenzó a tirar con fuerza del navío, y éste dobló su velocidad, haciendo avanzar al León Azul entre las nubes a un ritmo vertiginoso.
      No tardaron mucho en alcanzar el navío de velas plateadas. Actuaron con cuidado y en silencio, evitando cualquier movimiento brusco. Después de liberar a Cènne y dejar que volviera a dormir en el sótano, ocultaron el barco estratégicamente detrás de una nube y Bronte observó a la otra nave de cerca.
  —Habrá al menos cincuenta hombres —aproximó, informando a Kimbra—. Están alerta, así que probablemente llevan encima un buen botín. Estamos de suerte.
      Ambas sonrieron y, en silencio, se prepararon para atacar.
      Cuando todas estuvieron listas, se situaron al borde del barco, agarradas a las jarcias, y esperaron a la orden de Bronte. Ésta observó la cubierta del otro navío y, en el momento en que el presunto capitán, un individuo encapuchado, se distrajo hablando con uno de los marineros, soltó un grito salvaje.
      Todas las que disponían de una tirolina improvisada saltaron a la otra nave, Bronte incluida. Rápidas como una flecha, cada una se encargó de cubrir a un hombre mientras las que se habían quedado en el León Azul pasaban al buque asaltado. Aunque hubo algún intento de resistencia, finalmente todos se rindieron. Las mujeres no superaban por mucho a los hombres en número, pero eran igual de fuertes que ellos, y probablemente el doble de valientes, así que no tuvieron problema en sujetarlos.
      Bronte, que tras organizar y dirigir el ataque se hallaba sin nadie a quien tener controlado, paseó la vista por cubierta y se aseguró de que todo estuviera en orden. Una vez hecho esto, avanzó hasta el misterioso capitán, al que sujetaban Ninette y Kimbra, y puso los brazos en jarras antes de comenzar a hablar.
  —Nunca había visto a alguien controlar un barco de forma tan lamentable —chasqueó la lengua mientras observaba la capucha que cubría el rostro de aquel hombre—. Primero ocultas la cara y entorpeces tu propia visión, y después dejas que un barco pirata alcance al tuyo. Sólo falta que ahora nos entregues sin rechistar todos los cofres cargados que tengas —sonrió. Sus chicas rieron con ella.
  —Más quisieras —se burló el capitán, y su timbre de voz hizo pensar a Bronte.
  —Ya veo…
      La capitana pirata comenzó a caminar alrededor del marinero, entonces arrodillado, mientras reflexionaba sobre todo aquello y hablaba en voz alta.
  —Pensé que por fin te habías rendido, pero ahora comprendo que nunca lo harás, ¿no es cierto? Los piratas nunca cambian.
      Ante esta afirmación, todo el mundo guardó silencio. Bronte terminó su ronda y volvió a situarse frente al hombre sin cara.
  —Presiento que habéis conseguido un gran tesoro. ¿Qué nombre tenía el barco que saqueasteis esta noche? Dímelo… Tango.
      Todas abrieron los ojos con sorpresa y Bronte desenmascaró a aquel hombre, desvelando la identidad del capitán del navío de velas plateadas.
      Un rostro blanquecino y de facciones afiladas esbozó una sonrisa burlona, mientras unos ojos azules cargados de ironía atravesaban a Bronte de parte a parte.
  —Así que me has reconocido —comentó, dando su aprobación.
  —Reconocería tu voz entre cualquier multitud.
      Bronte quiso preguntarle a Tango qué hacía allí, pero en vez de eso le besó suavemente en los labios y volvió a taparle la cara con la capucha negra.
  —No os mataremos esta noche. Pero ten por seguro que lo haremos la próxima vez. ¿Dónde has guardado los arcones?
  —Oh, vamos, Bronte. Creí que me conocías un poco mejor.
      Mientras Tango soltaba una carcajada cantarina, la capitana se dirigió a su camarote y se puso de rodillas.
  —“Las cosas más importantes suceden en una cama, así que guardemos nuestros objetos más preciados debajo” —citó a Tango, y descubrió una pequeña trampilla en el suelo de madera.
      Tras tirar de una anilla escondida, abrió un hueco no más ancho que un hombre fornido y rescató todo lo que albergaba en su interior. Con el cofre de cerradura de plata en los brazos, salió del camarote. Ni se molestó en volver a cerrar el cajón; aquel pequeño desorden desquiciaría a Tango.
  —Nos vamos —anunció al llegar a cubierta, y agarró una de las jarcias mientras observaba el panorama.
      Sus chicas habían atado a todos los hombres a los mástiles, incluido a Tango, que estaba colocado al frente de su tripulación.
  —Gracias por vuestra colaboración. Ha sido un placer hacer negocios con vosotros —sonrió Bronte, y las piratas se marcharon tan rápido como habían venido.
      Unas horas después, ya en su propio camarote, Bronte se descalzó y se puso cómoda antes de abrir el cofre. Se quitó la cadena con la brújula que llevaba al cuello, y tras pulsar un pequeño botón oculto, se abrió un compartimento secreto y apareció una llave plateada.
      Él y su costumbre de guardar sus tesoros en el mismo sitio de siempre, pensó Bronte. Y abrió el baúl.
      No encontró una estrella fugaz, como ella esperaba. Ni siquiera unas tristes monedas de oro traídas de Puerto Carlango. Entre aquellas cuatro paredes de madera tan sólo había un trozo de papel.
      Bronte lo desplegó sin pensarlo dos veces, y leyó su contenido en voz alta.
  —Aunque dijiste que nunca sería capaz de hacerlo, he cambiado. Y como muestra de ello, he escondido el tesoro en otro lugar.
      Hubo unos segundos de silencio, y después la nota volvió al sitio del que había salido. La llave también fue guardada y, tras un momento de duda, el cofre fue colocado bajo la cama.
  —Viejo perro sarnoso de mar —musitó Bronte, y se fue a dormir.
      No supo leer el verdadero mensaje de Tango.






Este relato ha nacido
a raíz de una pequeña petición
por parte de alguien especial.

(Cualquier similitud con Tango
u otros personajes
no es mera coincidencia)


Escuchando: Bronte - Gotye

sábado, 20 de octubre de 2012

Chica-pájaro


         Se coló en la habitación de sus padres sin hacer ruido.
         Antes de que nadie pudiera descubrirla, rescató del gran arcón de madera una camisa vieja de su padre y los pantalones más pequeños que encontró. Trató de tranquilizarse diciéndose que si las prendas estaban allí probablemente nadie iba a usarlas nunca más, pero la culpa le dejó un gusto amargo en la boca. Le sabía mal robar aquello, pero ella no tenía pantalones ni algo con lo que cubrirse el torso, y necesitaba ambas cosas.
         Salió de allí lo más rápido que pudo y se dirigió al granero, el lugar donde dormía todas las noches con su hermano. Sobre la cama de paja se sintió más tranquila y pudo respirar con calma. Rescató un oxidado cuchillo de entre las mantas, que había robado previamente para poder esconder, y lo empuñó con firmeza.
         Sin grandes miramientos hizo dos cortes simétricos en la parte trasera de la camisa. Trató de trazar dos líneas no muy grandes, para que la tela no le dejara al descubierto toda la espalda, pero lo suficientemente anchas para que cumplieran su cometido.
         Cuando terminó se quitó el vestido y procedió a vestirse.



         Miró al frente y exhaló despacio.
         Tras ella, la montaña.
         Frente a ella, el precipicio.
         Cerró los ojos y contó hasta diez, tratando de conservar la calma. Por un momento el pánico se agolpó en su pecho, pero lo sofocó suspirando largamente y volvió a abrir los ojos.
         Dio un paso hacia atrás sin perder de vista la línea del horizonte. Después dio otro, y otro, y otro, hasta que se internó de nuevo en el bosque que cubría aquel pico de la montaña. Cuando por fin el tronco de uno de los árboles le impidió ver el cielo encapotado, había recorrido más de cincuenta metros andando hacia atrás.
         Se detuvo.
         Era el momento.
         Contó de nuevo para infundirse valor.
         Uno.
         Dos.
         Tres.
         Echó a correr tan rápido como le permitían las piernas. Aunque no estaba acostumbrada a ir con pantalones, sino con vestido, sus botas eran las de siempre. Y a sus zapatos los conocía bien. No hubo problemas.
         Pronto dejó atrás la zona boscosa y el sol la recibió brillando sin fuerza entre las nubes. No se permitió mirar a derecha e izquierda, porque sabía que se distraería. Mantuvo los ojos clavados en el cielo, con la cabeza al frente.
         Descargó toda la adrenalina que tenía en el cuerpo antes de dar el salto. Procuró no pensar en ello, porque un paso en falso podría resultar fatal. Tenía que estar muy segura de sí misma, y del resultado que pensaba obtener. Ya lo había hecho otras veces.
         Pero nunca desde tan alto.
         Llegó peligrosamente a la zona final, pero no se amedrentó. Era ahora o nunca. Dio las últimas zancadas, dirigió unos breves pensamientos a su familia, por si le ocurría lo peor, y saltó por el borde del precipicio.
         Le dio la impresión de que todo transcurría a cámara lenta, como si el tiempo hubiera decidido congelarse. Distinguió la sombra del sol, escondido entre las nubes, y el cielo plateado amenazando una tormenta que, parecía, no tardaría en llegar. No miró hacia abajo para no asustarse, pero se concentró al máximo en lo que tenía que hacer.
         De pronto, la piel de su espalda comenzó a resquebrajarse. En su carne nacieron dos cortes simétricos a la altura de los omóplatos, que no tardaron en sangrar en abundancia. Aunque le dolió, ella siguió esforzándose mientras caía.
         Tras unos angustiosos segundos, de las heridas abiertas salieron unas pequeñas plumas blancas, que se mancharon enseguida con el líquido escarlata. Se extendieron más y más, alejándose de la espalda y formando dos inmensas alas perladas, grandes casi como las de un dragón, si es que alguna vez habían existido.
         Tardó un poco en poder controlarlas. Como siempre, sintió sus dos nuevas extremidades algo dormidas, aletargadas. Pero al final lo consiguió; aleteó y frenó un poco la caída de su cuerpo. Desesperada, batió las alas todavía más, y cuando pensó que iba a estrellarse contra el suelo, remontó el vuelo y ascendió sin descanso.



         La cena estaba siendo muy tranquila, aunque se notaba que su padre estaba de buen humor y el ambiente era excelente.
  —Sia, alcánzame el pan, por favor.
  —Sí, madre.
         Se oyeron unos pasos en el exterior de la casa, y su padre se puso tenso. Entonces escuchó voces y se puso en pie, levantándose de la mesa mientras su mujer y sus hijos seguían cenando.
         De pronto se dejaron de escuchar ruidos.
         La puerta se abrió de golpe y un hombre gigantesco apareció detrás, armado con una gran espada que centelleaba a la luz del sol. Todos acertaron a ver que no estaba solo. Algo parecido a un pequeño ejército le cubría la espalda, y todos, además de estar armados al menos con un cuchillo, portaban en el pecho el dibujo de un oso pardo.
         Su padre, sin pensarlo dos veces, puso su cuerpo entre sus dos hijos y el arma de aquel hombre. No había nada que hacer. No tenía armas para luchar. Era un simple campesino. Pero moriría peleando si era necesario.
         Empuñó el cuchillo que había usado su mujer para cortar el pan, y ésta se colocó a su lado, tapando el pequeño cuerpecito del hijo menor. Ambos hicieron de barrera humana cuando aquel intruso, y todos los que estaban detrás, alzaron sus armas y se dispusieron a asesinar aquella familia.
         Los niños alcanzaron a ver a sus padres atravesados de parte a parte por el frío metal antes de salir corriendo por la puerta de atrás. En el momento en el que el cuerpo de su padre retumbó una última vez sobre la madera, la hija mayor se libró de la confusión y la parálisis de un plumazo. Cogió a David en brazos, abrió la puerta y echó a correr como alma que lleva el diablo.
         No era como antes. No estaba relajada. Oyó a los hombres perseguirla, y ella, con las piernas no muy largas que tiene una niña de doce años, y con el peso extra de otro niño de cinco, supo que no aguantaría mucho rato antes de que la alcanzaran.
         Sabía que tenía que volar. Lo sabía, pero era incapaz de hacerlo allí, con esa presión, ese miedo que le oprimía la garganta, y el conocimiento de que si fallaba, además de morir sus padres, también lo haría su hermano pequeño y ella misma.
         Se internó en el bosque mientras llamaba con todas sus fuerzas a las alas de pájaro que podrían sacarla de aquel aprieto. Que ella supiera, ninguno de esos hombres contaba con un arco o una ballesta, así que desde el cielo no podían alcanzarla, y como iban a caballo no llegarían muy lejos. La perderían de vista antes de que ella tuviera que detenerse a aterrizar por el cansancio.
         Cuando llegó a un claro supo que no tendría otra oportunidad y cerró los ojos con fuerza, aferrándose a su hermano como a un bote salvavidas. Hizo un costoso esfuerzo y, al final, sintió ese dolor lacerante en la espalda, incluso oyó el desgarro de su vestido al romperse para dar paso a aquel pequeño milagro.
         Los hombres esquivaron los árboles, pero cuando llegaron a ese mismo claro sólo acertaron a ver un punto blanco en el cielo, muy, muy arriba.



         Llegaron al campamento a la hora exacta. Se ocultaron tras unos matorrales, aunque todos los hombres estaban demasiado dormidos como para darse cuenta de su presencia. De todos modos se sentaron cómodamente; deberían esperar hasta que él apareciese.
         Se pusieron de pie cuando le vieron. Salió de su tienda estirándose, quitándose de encima los últimos restos de olor a Morfeo. No iba armado, y ni siquiera llevaba la parte superior de la armadura puesta. Los hombres que le rodeaban portaban incluso un yelmo, pero ésos eran harina de otro costal.
  —Es la hora, hermanito.
         Caminaron a paso rápido entre las tiendas, esquivando a los hombres para que nadie se fijara en ellos, y procurando que sus espadas no entrechocaran para no hacer ruido. La matanza no debía comenzar aún, todavía no.
         Entonces se plantaron en medio del campamento, justo delante del capitán.
  —Intrusos —escupió al ver que no llevaban la misma armadura, y que uno de ellos era una mujer—. ¿Qué habéis venido a buscar?
         Mientras el capitán fruncía el entrecejo, alguien le alcanzó una espada. El resto del ejército rodeó a los hermanos poniéndose en posición de ataque. No había huida posible.
  —Hemos venido a cobrar —dijo ella en el mismo tono—. Y queremos nuestra recompensa ahora.
         Como el capitán no supo qué responder, se echó a reír, y todo el ejército le coreó. Ella observó que ni siquiera levantaba la espada, así que, furibunda, dio un paso hacia la derecha y le rebanó la cabeza al hombre que tenía más cerca. El capitán dejó de reír y levantó la suya propia.
  —No tenéis nada que cobrar.
  —Ya lo creo que sí.
         La batalla comenzó, y parecía que los hermanos llevaban las de perder. Sólo ellos sabían que serían los destinatarios de la sonrisa de la fortuna.
          El capitán, aunque no era un cobarde, dejó que sus hombres se enfrentaran a los intrusos antes que él. Impasible, vio como todos caían, uno a uno, hasta que sólo quedó él.
         El capitán, los soldados muertos, y el campamento bañado en sangre.
  —¿Quiénes sois? —preguntó— Exijo saberlo.
         Entonces ella sonrió, porque se esperaba la pregunta, y no tuvo que esforzarse para que sus dos magníficas alas se desplegaran tras ella. Ya no sangró, ni le dolió, ni se rasgaron sus vestimentas, pues ya estaban hechas a medida para que aquello no sucediera.
  —Tú —dijo el capitán con un deje de temor, retrocediendo un paso—. Tú eres la chica-pájaro.
  —Y yo soy su hermano —replicó éste, colocándose a su lado. Habían pasado doce años desde aquello. Ya no era un niño pequeño.
  —Mataste a nuestros padres. Así que vas a morir.
         No le dio tiempo a contestar. La espada se hundió en su pecho como mantequilla, haciendo sobresalir la punta por la espalda. En cierto modo, a ella le decepcionó que hubiera sido tan sencillo. Pero al ver la mirada de terror del capitán, supo que aquella larga espera había merecido la pena.
         Giró la espada para retorcerle el corazón, aunque ya era un corazón retorcido antes de que el metal entrara en la carne. Pronto dejó de latir, la mirada se le congeló en los ojos, la sangre dejó de circular por el cuerpo de aquel hombre, y el capitán murió frente a los hijos de quienes había asesinado.




A ver quién sabe
de qué canción ha nacido
este pequeño relato.
(Hay pistas)

sábado, 13 de octubre de 2012

Amor


Cuando amas a alguien haces cualquier cosa. Incluso perdonar. Perdonar y olvidar cosas que normalmente no perdonarías ni olvidarías. Cuando amas a alguien confías en que ese sentimiento sea más fuerte que los problemas que pueda causar. Confías ciegamente porque es lo único que queda. No hay pensamiento lógico. No hay razón. Si, amas, amas. Sólo tú lo sabes. De la cabeza a los pies. No hace falta que nadie te lo diga. Tú sabes si amas o no, y si lo haces, estás condenado a sufrir por ello. Es lo que toca. No hay vuelta atrás.
Dicen que el amor es ciego, pero no es cierto. El amor es, simplemente, gilipollas. Por culpa de algo que no podemos ver, ni tocar, ni oler, sólo sentir, pasamos por cosas que nos habría gustado evitar. Situaciones por las que no pasarías.
Cuando amas a alguien, no importa lo que te pida, siempre lo harás. Porque le amas. Y no cumplir sus deseos sería contradecirte. Está claro; cuando amas a una persona, haces lo que sea para que sea feliz, incluso herirte a ti mismo. Por eso, el problema del amor radica en que las cosas duelen si no se comparten del mismo modo. Está bien amar a alguien.
No está bien que ese alguien no te ame.
Bueno, está bien. Pero duele. Algunas veces más que otras.
Y duele mucho más cuando te ama, no de la misma forma en la que le amas tú. Eso sí que es horrible. Como una herida abierta. Pero le amas. Así que le perdonas. Una y otra vez. Le perdonas, y sin darse cuenta te hace daño, y tú le vuelves a perdonar, con la boca cerrada y sin hacer ruido, porque amas y no quieres ver la angustia en sus ojos. Esos ojos.
Amas esos ojos.
Lo amas todo. Y, a veces, desearías no amar nada.
Pero en esas cuestiones tú no tienes ni voz ni voto. Amas, y punto.

Vuelves a perdonar. Olvidas, confías, sufres y te vuelves gilipollas.







Si me amáis, perdonadme la brevedad,
la pésima gramática y los pocos datos.
Necesitaba desahogarme.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

El segundo día de clase

Como todas las mañanas desde ayer, me he levantado a las seis menos diez y he bajado a la cocina en busca de algo que llenara mi estómago, que parecía que hoy tenía ganas de rugir como el león de la Golden Mayer. Después de pasar todo tipo de peripecias con el fin de conseguir un desayuno digno (tal vez hubiera funcionado si en el armario hubiese algo más aparte de las galletas que le gustan a Niñaleón, los cereales que engordan como las hamburguesas dobles e incluso triples del Burguer King y los chocolates Lindt que conseguí en Francia recientemente pero que me siento culpable al comer) me decido por un tazón de leche con cereales. Bueno. Podría haber sido peor.

Por el camino entre el cuarto de baño y mi habitación me encuentro a mi madre recién levantada, con su cara de sueño, su coleta baja y su camisón rosa de hace mil años, ese al que me gustaba agarrarme en mis peores noches cuando no era más que un retoño llorón y babeante. Después de un corto encuentro cada una se va a seguir con su tarea y yo me preparo para lo que va a ser un largo, acojonante y tedioso día.

Tras ponerme mis mejores ropajes para hacer deporte (hoy es uno de esos horribles días en los que me toca Educación Física, suerte que este año es el último en el que curso esa asignatura) me recojo el pelo para poder ver algo más que mi mata de mechones mal planchados y de un castaño claro aburrido, y me dispongo a salir de casa con mi llamada tutora legal, que se ha acicalado del mismo modo.

Llegamos a la calle y todavía es de noche. Que el reloj marca las seis y media pasadas, sí, pero eso al sol le da lo mismo y parece que son las dos de la madrugada. Acojonante, oye. Mi madre yo abrimos el coche sin hacer ruido para no despertar a nadie en el barrio, que aquí las paredes son de papel y cualquiera sabe de qué podrían enterarse si hablamos un poco más alto de la cuenta. Entre el sigilo y la ropa oscura parece que intentamos robar el coche, aunque bueno, en ese caso seríamos unos ladrones principiantes, porque el coche nuevo está justo al lado y ni mirarlo. Con My Chemical Romance sonando, ponemos rumbo a la parada de autobús, que para más inri ni siquiera se encuentra en nuestro pueblo, y mi madre, como todas las mañanas (y para toda la eternidad) me hace bajar el volumen, no vaya a ser que superemos el máximo de decibelios permitido y el alcalde venga a encorrernos con la alpargata en la mano y al grito de ¡Queremos dormir! Pero eso no pasa, porque bajo un poco la voz y solucionado.

Total, que entramos en el pueblo de al lado con el coche y avanzamos sin retorno hasta la parada, donde no hay ningún autobús esperándome, pero sí hay unas cuantas chicas que no parecen mucho mayores que yo. Como hoy era mi segundo día y no controlo aún las caras de todo el mundo, muy prudentemente me bajo del coche para preguntar si ellas vienen a mi bachiller, y mientras mi madre huye despavorida. Cuando las chicas se enteran de que voy a la escuela de arte ponen cara de susto y me explican que no, que mi autobús acaba de irse.

Yo intento mantener la calma, pero dentro de mí hay una especie de volcán que bulle y trata de expulsar lava por todas partes, aunque claro, yo no le dejo porque no me haría ni pizca de gracia explotar delante de otras personas, y menos a horas tan tempranas, que igual se confunden y en vez de darme un entierro más o menos aceptable me pasan la fregona por encima y santas pascuas. Intento tranquilizarme y llamo a Supermamá, que me habla con voz fastidiada como si fuera culpa mía que el autobús no me haya esperado. Vuelve a buscarme y decidimos ir a casa, porque no es cuestión de llegar a la escuela una hora antes de su apertura.

Yo, que tengo un cerebro maravilloso que me hace sentir culpable en cuanto tiene ocasión, empiezo a sentirme mal y me envuelvo en mis sábanas cual gusano en su capullo, aunque sé que tarde o temprano tendré que salir de allí, y no convertida en mariposa precisamente. Como llevo varios días callando a mi estómago con ibuprofenos, que no para de gritar ME MUERO, ME MUEROOOO, esta vez mi vientre decide aprovechar y hace que me retuerza de dolor como si estuviera de parto. Acojonada acongojada, decido avisar a mi santa madre, con el fin de que me permita agonizar dignamente en mi habitación, a solas, y no en medio de mi clase con el profesor mirándome con ojos desorbitados y los alumnos clavándome la mirada como si no hubiese mañana. Obtengo el permiso (¡sí, señor, a sus órdenes, señor! Digooo... ¡señora!) y me voy a la cama antes de que un alien o algo semejante se me escape de dentro, porque, lógicamente, ese ser que me está comiendo las entrañas no se atreverá a eclosionar si me tranquilizo en mi cuarto y me tumbo en la cama.

Total, que como esa mañana tan sólo llevaba unas cinco horas de sueño a la espalda, Morfeo se me lleva como una madre a un cachorrito, cogiéndole bruscamente del cuello y casi rompiéndoselo, pero llevándoselo de allí al fin y al cabo. Y cuando me despierto es el caos.

Recupero la consciencia pero estoy más alelada que un pez sin agua y tirado en una baldosa. Mira a su alrededor y capta el ambiente que lo envuelve, pero no entiende ni jota y aletea desesperado en busca de alguien que le explique qué cojones es lo que pasa. Me despierto en mi cama (hasta ahí bien) y es de día (seguimos bien) con mi abuelo mirándome desde el dintel de la puerta (PLOM. Surrealista. Se ha pegado usted contra un muro de hormigón). Antes de decirle hola y preguntarle qué narices hace allí, me dice que "están buscando el manillar de la puerta". Y yo en ese momento tengo ganas de tirarme por la ventana, porque seguro que alguien me ha llevado a un mundo paralelo que no comprendo ni comprenderé jamás.

Paciencia. Pacieeencia. ¿Qué manillar?, pregunto, tratando de tranquilizarme. Mi abuelo, que es más bueno que un cacho pan, ni se enfada porque esté desinformada y desorientada. ¡Qué cambio, oye! Esto en mi casa no suele suceder. Sobre todo cuando la que no se entera soy yo. Como sea mi madre la que no capta algo... ¡Ay de ti! ¡Ya puedes empezar a correr! Pero bueno, que me desvío del tema. Ha venido el carpintero, explica mi abuelo. Os va a arreglar el manillar de la puerta de la terraza, pero no sabemos dónde está y lo necesita para colocarlo. Ahí las cosas empiezan a cuadrar y bajo rauda y veloz a saludar al carpintero antes de iniciar mi desesperada búsqueda en los rincones más inhóspitos de mi casa. Vamos, lo que es el garaje, el cuarto de la caldera, el mueble de la cocina y la habitación de mi madre. ¡Horror! Tendría que haberme visto alguien, con mis leggins, mis calcetines de ir por casa, la coleta medio deshecha y la cara llena de las marcas de la almohada, con mis dolores de tripa de embarazada a punto de parir y rezando para no morir lapidada en las escaleras bajo el tropel de objetos que he removido en cualquier habitación, en busca del condenado manillar de la madre que lo parió.

Después del comodín de la llamada consigo encontrar uno de los manillares y el carpintero me explica, también con infinita paciencia, que necesita dos, uno para el interior de la casa y otro para poder abrir desde la terraza. Después de aporrearle en la cabeza con una silla buscar el segundo manillar, concluyo la búsqueda y por fin el carpintero obtiene su obsequio. Tras instalarme el susodicho objeto con una rapidez pasmosa, se larga de mi casa por donde vino y mi abuelo también se va, no sin antes desearme que me mejore.

Mi cerebro vuelve a sus andadas y empieza a hacerme sentir culpable por no estar en clase, que digo yo que más que justificado está, pero de todos modos noto esas cosquillas en la tripa (aparte del martilleo y la intensa excavación que alguien está llevando a cabo ahí dentro desde hace días) que me indican que no debería estar en ese lugar. ¡Pero si es el sofá de mi casa, maldito!, le grito con insistencia. Ya, pero yo me paso por el forro lo que digas. Es día de clase, y no estás ni en clase ni haciendo los deberes. Así que estás haciendo algo mal. Mientras intento tranquilizar a mi desbocado corazón, que se ha vuelto algo hiperactivo, escucho una voz en off que dice algo como: ¡Que le cooorten la cabeza!, pero no hago caso y me pongo a leer, que poco inteligente tal vez soy, pero al menos aprovecho el tiempo con algo de kulturah.

Y es que yo soy un caso para el colegio. Este año he empezado uno nuevo, en una ciudad que no es mi pueblo, que no conozco y cuya gente no he tenido el placer (o el horror) de descubrir. Y estoy asustadita. Por decirlo de un modo suave. Supongo que los primeros días son los peores, porque te tiemblan las piernas, no atinas a hacer nada que requiera un mínimo de concentración, pierdes la capacidad del habla (excepto para decir estupideces en el momento menos indicado; entonces sí que se ponen a trabajar las cuerdas vocales, aunque tu cerebro se desconecte), te vuelves tonta de remate y el poco sentido de la orientación que poseías se escapa como una ráfaga de aire en un espacio abierto y graaaande. Pero es que ¿cómo voy a ser capaz de todo eso? Vamos a ver, a estas alturas del curso todavía no sabes nada sobre nada (muy filosófico), y tampoco sabes si tienes ganas de descubrirlo. Los primeros días son aquellos en los que todavía no eres consciente de quién es malo y quién no, porque en las películas se nota a la legua, pero como aquí no hay nadie que ponga música tenebrosa como ambiente en cuanto alguien se te acerca, pues es más difícil. Así que te apegas a los que parecen un poco más dispuestos a hablar contigo, y rezas para que ninguno sea miembro de una secta, ni fan de Rebecca Black, ni testigo de Jehová. Aunque con la de variedad que hay en mi bachiller ¡tela marinera!


A los que estéis a punto de empezar en un sitio nuevo: ¡muchísima suerte! Ahora experimento en mis carnes lo que es hacer algo así, y por lo menos para mí no es nada agradable, así que espero que os vaya bien y os deseo lo mejor.
A los que empecéis curso donde siempre habéis estudiado: ¡Que os den! ¡Mucha suerte también!
En cualquier caso, si alguien necesita desahogarse o llorar como un alma en pena (o como una magdalena, aunque yo prefiero no usar este tipo de dulces palabras por si alguien no ha comido aún) podéis mandarme un email. Os aseguro que os escucharé sin aburrirme, y si me aburro, pues bueno, seguiré escuchando y os responderé porque al fin y al cabo soy yo la que se está ofreciendo a ayudar.

Leí hace unos días en algunos blogs posts sobre cómo iniciar bien el curso. Yo no voy a poner tips sobre eso porque, para seros sincera, no tengo ni repajolera idea de cómo comenzar con buen pie en un sitio nuevo, y no cagarla a la primera de cambio. Ayer fue mi primer día y hoy ya estoy haciendo novillos enferma y no he ido a clase, así que tal vez cuando llegue mañana ha habido una revolución en clase o alguien ha puesto verde a alguien y yo no habré estado ahí para verlo. Pero, oye, valor, que esto son cosas que hay que hacer sí o sí, aunque yo soy la primera que huiría con el rabo entre las patas.

viernes, 31 de agosto de 2012

Te quiero, papá ♥


Esto es algo difícil de decir, así que perdonadme pero no lo voy a releer y puede que haya errores ortográficos o que la gramática no sea especialmente buena.





Mi padre ha muerto de cáncer.

Para los que no lo sepáis, tengo 15 años. Y todavía no me lo creo.
Lo ingresaron a principios de este mes (el día 6 o el 7, no lo recuerdo) y ayer, día 30, fue su entierro.
Al principio no era muy grave. Tenía una anemia tan fuerte que no habría podido ni levantarse de la silla, pero él hasta ese momento había ido a dar paseos en bici de varias horas, había trabajado en el campo aparte de en su trabajo habitual, etc. Es decir, fuerte como un toro. Y los médicos muy desconcertados.

Le hicieron muchísimas pruebas. Hubo una culminante en la que le analizaron un trocito de pulmón. En la operación perdió mucha sangre, y aunque le hicieron una transfusión se quedó bastante débil.
Entonces descubrieron que era cáncer de pulmón. Que tenía el tumor más agresivo conocido que podía tenerse, y que al ser en el pulmón -uno de los peores sitios donde se pueden tener- eso volvía imposible la situación. Cuando iban a empezar el tratamiento empezó a no poder respirar y lo durmieron para que no sufriera. Estaba en coma. Y horas después, falleció.


Cuento esto porque, aparte de que necesito decírselo un poco al mundo, en este blog me abro un poco a mis lectores, y supongo que los que me lean se merecen saber a rasgos generales lo que pasa en mi vida, al menos este tipo de cosas.


El entierro. Iba a poner que fue horrible, pero no he sido capaz, porque creo que a mi padre le habría gustado. Fue horrible para mí. Y para mi hermana.
Para los que no lo sepáis -supongo que la mayoría- tengo una hermana pequeña. 11 años. Creo que no podéis imaginar cómo me sentí cuando, mientras el cura hablaba y mi mejor amiga me daba la mano, mi hermana se agarraba a mí por la derecha, con todas sus fuerzas. Como si no me quisiera dejar escapar. Y es que, joder, lo entiendo. Yo lo estoy pasando mal. Pero ella... es una persona muy, muy fuerte. Pero ella y mi madre se han llevado la peor parte. Mi madre, porque, en fin, ha perdido al hombre con el que llevaba casi quince años casada, y otros tantos de noviazgo. Y mi hermana, porque aunque sea muy inteligente y muy madura, tiene 11 malditos años y a esa edad no hay que perder a nadie. Menos todavía a un padre.

En cuanto murió mi padre, mi madre dijo que no iría a la misa que se suele hacer antes de ir al cementerio al entierro propiamente dicho. "Dios no existe, creo que eso hemos podido comprobarlo hoy. Así que no pienso pisar una iglesia."
Si no hubiera estado mi hermana, quizá me habría quedado con mi madre esperando a después de la misa. No sé si me habría visto capaz de ir sola. Pero como estaba bien acompañada me atreví. No me arrepiento, pero es una de las cosas más difíciles que he hecho en esta vida. Y, de verdad, espero que no os toque hacer algo así hasta que seáis muy, muy mayores, y hayáis podido disfrutar de la vida con vuestros padres durante muchísimos años.

No solté a mi mejor amiga durante toda la misa, y a mi hermana tampoco. Hubo cosas que dijo el cura que no me gustaron un pelo, y que sonaron más ofensivas que otra cosa. Me dolió sobre todo que pasaran a pedir dinero con el cepillo o con lo que mierda fuera eso a mitad de la misa. Sé que lo hacen siempre, pero ¿de verdad era necesario? No era una recaudación, era el entierro de mi padre. Creo que podrían haberlo dejado pasar una tarde. Y después, como si le hubieran pagado por hacer publicidad, dijo no se qué de que pronto serían fiestas. Sí, yo entiendo que mañana empiezan las fiestas grandes de mi pueblo. Pero también podría haberse saltado eso. Creo yo, vamos.

Todo el mundo me dio el pésame, y bueno, por suerte no se me acercó nadie a quien no conociera -no soporto que gente así me diga "lo siento" por alguien a quien igual no conocía, o al menos ni siquiera me conocía a mí-, pero gente que no me caía muy bien, a la que yo tampoco le caía muy bien, o gente con quien simplemente no me llevaba (porque no había surgido la ocasión o porque yo que sé, pero a quien conocía de pocas palabras) también se acercaron a darme dos besos. En fin, muchas gracias a esas personas, porque supongo que lo que necesitaba era un poco de apoyo, y entre todos lo habéis conseguido un poquito.

Mi mejor amigo, Elvis, me sorprendió muy gratamente, porque, sí, es mi mejor amigo, pero después de la misa me abrazó como si no hubiera mañana, lloró conmigo... Es una de las pocas personas con las que sentí que realmente lo estaban pasando mal, que cuando me decían que lo sentían, lo hacían de corazón. Me hubiera gustado darle la mano y no soltarle hasta que me dormí ayer, pero claro, yo iba con mi familia y aún quedaba ir al cementerio, y después a mi casa.

Una chica llamada Sara y yo fuimos mejores amigas durante muchísimos años, en el colegio y en los dos primeros años de instituto. Después, por cosas de la vida nos fuimos distanciando, y aunque hablamos un poco de vez en cuando y nos saludamos en cuanto nos vemos, ya no es lo mismo, claro. Sin embargo, ayer se acercó a darme apoyo tanto como pudo, y eso me hizo pensar en que, a pesar de todo este tiempo separadas, seguíamos estando juntas. Después del entierro hablamos un poco, nosotras dos y una de mis amigas más cercanas, Cho, y juntas me animaron todo lo que pudieron y más. Incluso consiguieron hacerme sonreír. También agradecí mucho la presencia de Valeria allí. Supongo que tiene que haber sido difícil para ella. Perdió recientemente a alguien muy cercano de la misma forma que yo. Así que habría comprendido que no hubiese venido, pero no, ella se clavó allí como un reloj y me ofreció apoyo cuando tocaba.


No dejo de pensar en mi padre. Tenía 47 años -iba a cumplir 48 el 6 de septiembre-. No deja de rondar por mi cabeza todas las cosas que todavía no me había contado, todas las anécdotas que vivió y no me sé, todas las cosas que tenía que decirme cuando fuera más mayor. Y yo ni siquiera le dije "te quiero" la última vez que hablé con él por teléfono, porque no estaba tan mal, porque no sabía que iba a ser la última vez. Recuerdo que le dije que le llevaría cosas de comer, que haría algo expresamente para él y se lo llevaría. Que iría a verlo.
No pude, porque estaba grave y mi madre dijo que era mejor esperar a que se recuperara. No le echo la culpa a ella, ni muchísimo menos, porque lo entiendo y sé que mi padre estaba mejor descansando solo que haciendo esfuerzos conmigo para hablar y sonreír. Pero me siento muy culpable porque, una vez estando justo al lado del hospital, y habiendo yo vuelto de un miniviaje de tres días de la frontera con Francia, una de mis tías, hermana pequeña de mi padre, me preguntó si quería subir a verle. Yo le dije que no, que ya habría tiempo, que en ese momento estaba cansada yo y seguro que mi padre también, y que un día de estos iría con mi madre.

Me da muchísimo miedo olvidarle. Tengo 15 años, joder, me queda mucho por vivir, o eso espero, y vi a mi padre por última vez hace ya varias semanas. Me da miedo olvidar su cara, su voz, me da miedo olvidarlo todo.

Mi padre no era aficionado a los dulces. Sin embargo, mi madre nos compraba a mi hermana y a mí -en teoría era para nosotras- petit suise de Nesquik, y a él le encantaban. Recuerdo que peleábamos -discutíamos, más bien- frecuentemente con él porque decíamos que nos los quitaba, y que esos eran nuestros, que comiera de otros. Ahora parece una tontería como una casa. Y lo es, en fin, pero en ese momento era lógico. Ahora sólo veo a un hombre que, por un dulce que le gustaba, intentábamos quitárselo. Joder, comprendo que se cabreara con nosotras tantas veces. Es horrible que haya tenido que pasar esto para que me dé cuenta. Le regalaría todos los petit suise de chocolate y de todos los sabores del mundo si así pudiera hacerle volver. Lo haría.

Sólo puedo pensar en que ya no podré verle más. No es el hecho de que haya muerto, es el hecho de que ya no está, y no estará nunca más. Es algo aterrador. Nadie más me quitará los petit suise de Nesquik, ni me dará paseos en moto, ni me irá a buscar al instituto, ni podré comprarle revistas de coches, ni de motos, ni me echará la bronca por estar siempre con el ordenador, ni hará un esfuerzo por probar los postres que cocino aunque no le entusiasmen los dulces, ni hará chistes socarrones cuando esté de buen humor, ni me chinchará durante las cenas mientras mi madre y mi hermana se parten de risa, ni podrá ayudar a mi madre con la organización de los terrenos, ni podrá construir nada más, ni la bodega que siempre había querido, ni el mini establo para el caballo, ni nada. No podrá vernos crecer, sobre todo a mi hermana, porque es una pequeña señorita y todavía va a cambiar mucho. No nos verá sacarnos la ESO -en el caso de mi hermana-, ni bachiller, ni la universidad, ni nos verá empezar a trabajar. Si lo hacemos, tampoco podrá ver cómo nos casamos, o cómo tenemos pareja y convivimos con ella. No podrá tener nietos nunca, no podré sentarme con él cuando yo sea mayor y darle la razón por todas esas cosas que me decía hasta hace poco y a las que yo no prestaba atención. No podremos irnos con él de vacaciones, ni regalarle cosas por navidad, ni cenar con él en la peña durante fiestas, ni podré sentarme junto a él en Nochevieja, o en Nochebuena. Ya no tendré que bajar el volumen de la música en mi cuarto porque se va a echar una siesta.
Ahora su habitación esta vacía, vacía como mi madre, mi hermana y yo, porque yo creo que ahora lo único que sentimos es vacío, ese vacío de la pérdida que no puedes llenar ni con comida -aunque mi cuerpo se empeña en intentarlo estos días-, ni con agua, ni con amor de las personas a las que queremos, ni con nada. Es un vacío que sólo podría llenar mi padre.

Mi padre era fuerte como un toro -según me dijo ayer Gabriel, un amigo, "sería capaz de resistir un huracán de pie"-y aún así algo así no ha podido luchar contra él. Si yo fuera buena en ciencias me cambiaría de bachiller sin dudarlo y haría una carrera que me permitiese investigar en cáncer de pulmón y encontrar un remedio, porque he perdido a mi padre. Y eso ni me lo merezco yo, ni se lo merece la gente que le conocía. Y desde luego no le deseo esto a nadie, y de verdad me gustaría que algo así se erradicara.


Estoy cansada y estoy triste, pero estoy extrañamente tranquila. Supongo que es porque, a pesar de todo, todavía no me lo creo. Y en una semana, o dos semanas, o en las que sean, empezaré a echarle de menos. Entonces me daré cuenta de que no puedo, de que es imposible, y lloraré porque aunque vaya a cumplir los 16 años en apenas veinte días, soy una niña. Soy una niña que necesita a su padre y no lo tiene. Así, sin más. De un plumazo.

A los que os ha pasado algo así en la vida... bueno. Qué decir. Que, de verdad, lo siento mucho, y lo digo desde el alma, porque ahora he comprobado que esto duele más de lo que podía pensar. Sé lo que se siente y no se lo deseo absolutamente a nadie. Los que habéis pasado por algo así sois muy valientes. En serio. Sois héroes. Siempre me han gustado las personas fuertes. Supongo que a base de golpes me convertiré en una. Espero que esto me haga un poco más resistente a la vida.

Ahora que ya estoy cansada de llorar, de darme abrazos de oso con mi madre y con mi hermana, de recordarle una y otra vez sin parar, de agotarme físicamente para que cuando me tumbe en la cama pueda dormir enseguida y no pensar en nada más... ahora que estoy cansada de todo eso, voy a tomarme un descanso de unos días -nos vamos a la montaña- y volveré, espero, con las pilas un poquito más recargadas. Aunque son fiestas de mi pueblo desde mañana hasta el día 9, no creo que las celebre mucho, pero de todos modos intentaré aprovechar lo que me queda hasta que, el día 10, empiece mi primer curso en bachiller. Sé que también será una de las cosas más complicadas que haya hecho.


Si alguna vez tenéis un problema como el que tengo yo, o sufrís de cualquier otro modo, de verdad, decídmelo. Seguramente no pueda ayudaros, pero os ofreceré todo mi apoyo. A la derecha tenéis mi dirección de email y no me importa escuchar a la gente, así que no dudéis si os sentís mal.

Muchísimas gracias a todos los que me habéis ayudado. De verdad espero que seáis increíblemente afortunados en la vida.



Y a ti, papá. Te quiero mucho, muchísimo, y siempre te querré. Siempre, siempre, incluso cuando sea una ancianita arrugada y no pueda ni andar. Tarde o temprano me reuniré contigo donde quiera que estés. Te lo prometo. ♥

sábado, 5 de mayo de 2012

Concurso "Semana Dimathiana"

¡Hola, pequeños! (:

Bien, la magnífica Divinum Eximia realiza su primer concurso en Tesoros de Eximia , así que voy a participar y por ello lo publicito por aquí (:

Hay tres premios; el primero de ellos es el libro Crónicas Mágicas: Dimathian, en formato papel. El segundo y tercer premio constan de la misma novela (de la escritora María Orgaz Bueno) en formato PDF.
Es muy sencillo participar y el plazo acaba el 30 de Mayo, así que daos prisa! ^^

Tenéis las bases AQUÍ

miércoles, 25 de abril de 2012

Danza Nocturna

El atardecer murió en mi piel y los últimos rayos de Sol iluminaron la habitación, como una despedida cruel ante una partida inminente. La Reina y sus Princesas no tardarían en llegar, siempre acudían a nuestra cita cuando el cielo se tintaba de negro y las almas desaparecían de las calles. Eran mi única compañía durante la noche, y aunque nuestra relación no era estrecha, tampoco era efímera. Teníamos todo el tiempo del mundo.
Las Nubes no aparecieron aquella vez, quizá tenían algún compromiso con los bravos Vientos del norte, o igual le debían un vals a las Montañas y habían ido acumplir su promesa. Esa noche estábamos tan sólo las Doncellas Fulgurantes y yo, más oscura, minúscula y mediocre que ellas, pero igual de eterna. Me atreví entonces a cambiar mi usual indumentaria negra por un vestido de sangre. Sabía a ciencia cierta que los lobos no aparecerían —según me había contado un pajarillo, habían ido a visitar a las hijas de los perros de las granjas del Este—, así que no podrían ni rasgar ni estropear mi ropa. Y aunque yo nunca sería tan brillante como ellas, pues se parecían a las mismísimas hadas y a los ángeles, con sus capas de luz y sus ojos claros, mi color rojo era intenso. Y eran la fuerza y el poder lo que le ponían punto y final a todo.
Guardé mi guadaña cuando aparecieron la Luna y las Estrellas. Llegaron en carruajes celestiales, con vestidos de galaxias y brillando como luciérnagas. La Luna era la más reluciente de todas, tanto, que todo lo que se hallaba a su alrededor parecía oscuro en comparación. Comenzó el baile y ella se mantuvo a una distancia, expectante.
Me sentía viva —ironías de este universo plagado de casualidades—, y mis pasos firmes y seguros convencieron a la Emperatriz de las Estrellas para que me pidiese un tango. A cada movimiento más energía acumulaba, y tras unos cuantos bailes incluso la mismísima Reina quiso compartir conmigo una canción. Nadie se lo hubiese creído: Luz pura, blanca y creadora de mareas, guía de perdidos en el mar, faro de los habitantes de la tierra; bailando con la Oscuridad, el agujero negro, la perdición, el miedo, la muerte. Las Princesas nos admiraban. El contraste entre negro y blanco hubiese sido mayor, pero no me arrepentía de haberme cubierto de sangre. Eso me hacía destacar, me imponía sobre las Doncellas. Con mi capa negra la oscuridad del universo hubiese sido una extensión de mí, hubiera parecido mayor, pero no por ello más poderosa. Más bien me habría servido de camuflaje, así que ¿qué sentido tenía?
Bailamos durante tanto tiempo que el mundo empezó a descolocarse. La Luna y yo ejercíamos una atracción sobre la otra imposible de describir, pero ambas sabíamos que pronto llegaría el Sol para aguarnos la fiesta. Mi partida y mi dejadez aquella noche para el trabajo habían provocado el desequilibrio entre la vida y la muerte, y eso era algo que debía arreglarse pronto. De lo contrario nadie podría salvarse; ni las Doncellas Fulgurantes, ni los lobos, ni las Nubes, ni los humanos, ni yo misma.
Luz y sombra se separaron al amanecer, Sol reinó de nuevo, Luna durmió junto a sus Princesas y yo, tras vestirme, empecé a segar almas otra vez.

jueves, 5 de abril de 2012

¿Dónde han ido las nubes?

Me hallo sumida en la oscuridad. Me pesa el cuerpo, como si fuera de plomo. En realidad a él no le pasa nada; soy yo. Estoy agotada. Las piernas se me han dormido de puro cansancio y ya no siento la fría baldosa en mi piel desnuda. El torso aún lo conservo ligeramente caliente, pero mis brazos están a punto de dormirse. Me hormiguean. Y mi rostro tiene un tacto extraño; el de lágrimas secas. El cabello me hace cosquillas en el cuello, pero no tengo fuerzas ni para alzar la mano y aliviar el picor. Estoy cansada. Cansada de vivir.

Abro los ojos. Una tenue luz ilumina la estancia; es el sol. Está amaneciendo. Sin apenas mover la cabeza soy capaz de distinguir el desorden de la habitación. La ropa amontonada en la mesa, los libros desparramados por el suelo, la silla volcada, la cama deshecha, el armario con las puertas rotas, los cuadros de lado, las joyas esparcidas por los suelos. Mis ojos, después de rebuscar por la habitación algo que no existe, retornan al principio.

Algo se mueve; miro hacia la derecha. No, es sólo una blusa que cae de la mesa al suelo. Probablemente el peso del montón de ropa ha hecho mella y la ha empujado ligeramente, haciendo que se precipitara al vacío.

Cierro los ojos y pienso. La oscuridad me mantiene alerta, pero me dejo llevar y mi mente se desliza entre la vigilia, el sueño y la muerte. El infierno me espera, unas manos sonríen malévolamente mientras aguardan mi llegada. El veneno de mi alma tira de mí, obligándome a bajar al averno, pero hay algo que me retiene y quiere llevar mi cuerpo en dirección contraria. ¿A qué espero? ¿Por qué no avanzo? Nunca ha habido dos posibilidades. Sólo estoy yo, y la nada. La oscuridad; el eterno vacío. ¿Por qué me niego a seguir entonces?

Aún queda algo.

Abro los ojos y los rayos de sol que entran por la ventana me ciegan, a pesar de que no están de frente. A penas son una tenue luz en la habitación, pero es suficiente como para hacerme parpadear, incómoda. He estado tanto tiempo rodeada de tinieblas…

A pesar del agotamiento muevo levemente los ojos y dirijo mis pupilas a la ventana. Examino el marco de madera estropeada, de un blanco sucio y roto. Los cristales están llenos de polvo porque nadie los ha tocado en años. El manillar, antes dorado, ahora es de un color indefinido que se aproxima ligeramente al negro, o quizá al marrón.

Al sonido del pulso y mi respiración se le suman el canto de los pájaros, que acaban de despertar y revolotean por allí en busca de algo. Alimento, follaje para un nido, un charco del que beber… nada demasiado profundo, sólo lo necesario para subsistir. Sería raro ver a un pájaro volar para buscar un amor perdido, o llorar por una fatídica tragedia. Aunque quizá lo hagan, y nunca les hemos visto. Quizá rían como los humanos, amen como los humanos, lloren como los humanos… Quizá. O quizá no. Qué más da.

Los amasijos de mi corazón tienen el mismo tono que el del amanecer. Amarillo anaranjado, rosa (¿o quizá violeta?), azul. Y rojo; sobre todo rojo. Como la sangre. Como el dolor.

Vuelvo a mover los ojos en busca del sol, pero me ciega. Los muevo de nuevo en busca de las nubes, pero no están (¿dónde han ido las nubes?). Y muevo otra vez los ojos en busca del cielo, y lo miro; pero no lo veo. El infinito cielo ha desaparecido para mí. Su eternidad me abandonó hace tiempo, hace exactamente el mismo tiempo que lo hicieron la lluvia y el sol. Y las blancas nubes.

¿Dónde han ido las nubes?