Lionne.

Tú...

No eres tu nombre. No eres tu empleo.

No eres la ropa que vistes ni el lugar en el que vives.

No eres tus miedos, ni tus fracasos... ni tu pasado.

Tú... eres esperanza.

Tú eres imaginación.

Eres el poder para cambiar, crear y hacer crecer.

Tú eres un espíritu que nunca morirá.

Y no importa cuántos golpes recibas,

te levantarás otra vez.

domingo, 1 de diciembre de 2013

Iron

Hoy me he acordado de vosotros, papá. Estaba tumbada en la cama y escuchaba una canción triste que a veces me hace llorar. Un coche ha pasado por la calle y, aunque no he oído el motor -la música estaba demsiado alta- la luz de los faros se ha infiltrado en mi habitación haciendo del techo una pantalla abstracta. Me he acordado de las noches en casa de la abuela, durmiendo en una cama contigua a mi hermana, bajo el edredón rojo y con la infancia todavía pegada a los talones. La luz de las farolas y de los vehículos que dejaban atrás la casa creaban reflejos anaranjados en toda la habitación y a mí me gustaba verlos antes de caer dormida, así que, aunque la abuela cerrara la ventana cuando venía a darnos un beso de buenas noches, yo la abría un poquito. Siempre he necesitado luz, ya lo sabes. Eras tú quien pagaba las facturas de la electricidad y era culpa mía que la lámpara del pasillo del piso superior estuviera siempre encendida. Eso cuando no tenía pesadillas y dormía con la luz de mi habitación encendida, claro. Mamá se volvía loca con eso. Llegó a quitarme la bombilla en un intento desesperado por enseñarme a dormir a oscuras. No recuerdo si me daban miedo los monstruos o la oscuridad en la que se escondían. Ahora los monstruos no están debajo de la cama sino debajo de mis costillas. A veces me siento tan vacía que creo que voy a explotar. A veces echo de menos los reflejos anaranjados en el techo de mi cuarto. 

 He quitado la canción y he puesto otra, porque hay algunas que me recuerdan demasiado a vosotros. Pero el dolor era el mismo. El vacío era el mismo. Y, bueno, estoy buscando la forma de protegerme de eso, como un herrero que construye su propia armadura para la batalla. Voy -y siempre iré- con las manos desnudas, pero ya lo dijo alguien una vez; mejor un escudo con el que vivir que un arma con la que matar.