Lionne.

Tú...

No eres tu nombre. No eres tu empleo.

No eres la ropa que vistes ni el lugar en el que vives.

No eres tus miedos, ni tus fracasos... ni tu pasado.

Tú... eres esperanza.

Tú eres imaginación.

Eres el poder para cambiar, crear y hacer crecer.

Tú eres un espíritu que nunca morirá.

Y no importa cuántos golpes recibas,

te levantarás otra vez.

sábado, 14 de mayo de 2011

¿Qué es la muerte?

Esto no existe.

Nada de esto es real. Tan sólo son imaginaciones mías. Ilusiones, deseos; son espejismos que simulan ser verdades. Pero no son más que imágenes inconexas que se unen en mi cabeza. ¿Por qué mi mente se empeña en hacerme creer cosas que no son reales? No lo sé. Pero nada de esto está pasando en realidad. Es producto de mi desbordante imaginación, fruto de divagaciones y pensamientos que no tienen nada que ver los unos con los otros.

Empiezo a correr. Corro, primero con intención de huir de mí misma, y después, con la esperanza de que nadie me alcance. Corro desde que mis músculos se acostumbran a mis largas zancadas, hasta que mi corazón bombea tanta sangre que late casi con más rapidez que la velocidad a la que mis pies, recubiertos por una simple capa de cuero y tejido sintético, avanzan por la calle. Corro hasta que se me corte la respiración y mis pulmones se encojan y, muertos por falta de oxígeno, comiencen a sangrar, e impulsen el líquido con hemoglobina a mis fosas nasales, que finalmente caerá al húmedo suelo y formará una horripilante salpicadura, causante tal vez de un tema de conversación misterioso y lleno de conjeturas por dos o más individuos al día siguiente; empresarios dispuestos a ir al trabajo, adolescentes en su camino diario al centro escolar, ancianos de paseo por la calle, o algún animal solitario que busca compañía, un trozo de pan y un champú antipulgas. Corro hasta no notar mis piernas, o más bien; hasta notarlas tanto que no puedo pensar en otra cosa y, al final, me sumo en un estado en el cual no sé dónde estoy, qué hago allí, ni quién soy. Corro hasta que mis lágrimas de confusión recorran mi cara en busca de un lugar seco donde desembocar; un pañuelo, una camiseta, una sábana, o incluso unos labios que besen mi piel hasta borrar toda huella de esta noche. Corro lo que jamás he corrido.

Y después, sigo corriendo.

Quiero averiguar quién soy, por qué estoy allí. ¿Acaso soy fruto de mi propia imaginación? ¿Me he creado a mí misma, tal vez? No, no tengo una mente tan brillante. Soy producto de alguien que no me quiere; soy un desecho de la sociedad. He sido creada por odio, y seré destruida por el mismo motivo. Nadie puede contenerme, yo soy la que tengo la pistola en la mano; el gatillo entre los dedos, el cañón en la sien. Desplazo el arma por el perfil de mi rostro hasta mi cuello, y desde allí, al lado de mi pecho. Puede que así, al menos el forense que se digne a corroborar mi muerte, se alegre por no haber conocido a aquella persona que, a causa de un pensamiento suicida y una conversación con su amigo imaginario, se voló a sí misma con una Glock 17 y se apuntó al pecho, porque todo el mundo la había odiado y manipulado, y al menos muerta serviría para algo. No sería una visión agradable, pero un cuerpo desnudo suele ser más bonito que uno oculto por innecesarias prendas materiales. La verdadera ropa de las personas es sentimientos como el amor, algo que yo no tengo. Si toda mi vida ha sido una completa farsa, ¿por qué no desvelarle mi interior al mundo una vez que mi alma ya no estuviera? Mi cuerpo es una carcasa vacía, aunque ahora mismo hay una ocupa dentro, como un cangrejo ermitaño.

No sé si se quedará mucho tiempo, pero por su culpa empiezo a tener ideas extrañas. No se qué de aprovechar la vida. ¿Qué aprovechar ni qué ocho cuartos? Esta sociedad se dedica a decirte lo que tienes que hacer en todo momento. Y por mucho que lo intentes, nunca lo harás bien. Ya estoy harta de intentar malvivir. Esta es mi vida, y ya que no elegí si vivir o no, ni siquiera cuándo empezar, decidiré la fecha de mi muerte. Al menos concededme ese derecho.

De todas formas, nada de esto es real. Excepto el dolor. El dolor implica vida, significa que mi alma aún sigue en su casa. Mierda. Todo es mierda. Mi ocupa está llena de mierda, ¡mierda! Pero haré una limpieza general. Sí, limpieza de gente y de ideas. Y ya que estoy, no estaría mal conseguir otro recipiente donde incorporar mi alma. Mi ocupa no parece querer irse. Y todos sabemos la mala leche que se les pone a los invitados cuando les animamos discretamente a que se vayan. Les entran más ganas de quedarse.

Pero mi ocupa no es importante. Lo importante es vivir, pero yo no sé hacerlo. Lo he intentado; lo he intentado con todas mis fuerzas, pero todo se reduce a las cenizas de mi cigarro casi terminado y el frasco vacío de calmantes. Una pistola, unas pastillas, un cuchillo. ¿Qué más da? Lo importante es liberar el alma.

Quiero hacer un viaje. Uno en el que no exista ese mundo. Quiero limpiar mi conciencia, y no de la forma en que piensan unos u otro. Lo haré a mi manera. Lo haré alejándome de esta multitud maleante, manipuladora y manipulada. No quiero ser arrastrada por la marea, quiero ser el barco que naufraga en la isla desierta; el avión que cae en medio de las montañas por un accidente aéreo; el transatlántico que se pierde en el océano.

Y cuando esté allí, recordaré mi vida pasada. Recordaré el odio, el asco y la suciedad, el olor a muerte, a sangre y carne, las vidas desperdiciadas, la falsa creencia que todos tienen, la que dicta que siempre podemos elegir. No, en mi caso no puedo elegir. Pero lo haré de todas formas. Me tomaré la justicia por mi mano y seré vengada por el cuerpo al que asesinaron. ¿O tal vez me suicidé yo? Ya da igual. Soy la responsable de mis actos, el problema es que no sé cuáles he cometido.

¿He matado? Sólo a mí misma.

¿He vivido? Puede que sí. En todo caso… tengo ganas de repetir la experiencia.

domingo, 8 de mayo de 2011

Cap 11 - El filo de Seraki

Un día, al reunirme con Odrix, vi a su hermano Tanaka con una larga katana negra, practicando una especie de coreografía con florituras, saltos, estocadas y golpes secos.

—¿Sabe manejar la katana? —pregunté en un murmullo, asombrada.

—Y muy bien, además. Mezcla la esgrima japonesa con el taekwondo.

—Oh, yo iba a clases.

—¿Ah, sí? —intervino Tanaka, deteniendo la espada y acercándose a nosotros—. ¿Tenías buen nivel?

—Bueno, algo sé, pero tampoco soy una experta.

—Puedo enseñarte. Si quieres, hacemos un combate y así veo qué nivel tienes, así me hago una idea y continúo tus clases donde las dejaste. Luchar cuerpo a cuerpo te será útil en Los Rebeldes.

—¿Quieres hacer un duelo? —pregunté, alzando una ceja. Si era tan bueno como para presumir de poder enseñarme a pelear, el duelo acabaría pronto.

—Sí, vamos. No usaré a Seraki.

—¿Seraki?

—La espada.

—Bien.

Nos separamos un poco de Odrix y nos colocamos frente a frente, separados unos cuantos metros. Me puse en posición de ataque y observé a Tanaka, analizando sus movimientos para saber si iba a esperarme o iría a por mí directamente. Prefirió decírmelo.

—Vamos, atácame. Con todas tus fuerzas.

Apreté los puños y fruncí los labios, arrugando el entrecejo. Conté hasta tres mentalmente para infundirme valor, e inicié el ataque.

Fui corriendo hacia él, salvando en un segundo la distancia que nos separaba. Cuando estuve a poca distancia de su cuerpo, me elevé de un salto e intenté propinarle una patada giratoria, aunque como era una de las técnicas que no había practicado mucho, tardé demasiado en ejecutarla y Tanaka tuvo tiempo de sobra de esquivarla, agachándose y volviéndose a levantar cuando mis dos piernas pasaron sobre su cabeza. Caí al suelo con las piernas un poco flexionadas para distribuir el peso y me agaché en un segundo para evitar que Tanaka me golpeara con los puños. Como no acertó probó suerte lanzándome una alta patada, pero moví un poco los hombros y la cabeza hacia la derecha y conseguí escapar de él de nuevo.

Realmente tenía muy buen nivel, atacaba con rapidez y precisión, pero no parecía cansarse demasiado. Se mantenía impasible mientras bloqueaba mis ataques y ejecutaba los suyos; no hacía ni una mueca de esfuerzo al hacer las patadas más difíciles.

Cogí impulso y me abalancé hacia él moviendo las piernas a gran velocidad, simulando subir por unas escaleras e intentando golpearle con los pies. Tanaka bloqueó todos mis ataques con las manos y los antebrazos y trató de pegarme con ellos, así que agaché la cabeza, apartándome por los pelos. Pero fui demasiado lenta y, antes de que pudiera reaccionar, Tanaka consiguió colarme un golpe en el vientre, cerca del ombligo. No me lo esperaba y lo encajé mal, trastabillando hacia atrás. Perdí el equilibrio y me precipité al suelo, aunque conseguí caer de cuclillas sin hacerme ningún rasguño.

Tanaka se irguió y se acercó a mí, tendiéndome la mano para ayudarme a levantarme. El combate había terminado.

—Bien, eres bastante buena —sentenció mientras Odrix se acercaba—. ¿Qué cinturón eres?

—Azul, pero iba a pasar en unos días al rojo. Tú eres negro, supongo.

—Sí, primer DAN.

—Ya veo. No me falta tanto para alcanzarte.

—No, pero todavía hay muchas cosas que puedo enseñarte.

—Sí, eso ya lo sé. ¿Cuándo empezamos?

—Ahora mismo, si quieres.

—Tendrá que ser después de comer, chicos—dijo Odrix, interviniendo—. Se hace tarde.

—Bien, vamos.

Los tres juntos nos encaminamos al corazón del campamento y ayudamos a repartir el estofado de carne que habían preparado. Después, nos sentamos nosotros también. Ellos comían como si no hubiera mañana, pero la verdad es que yo no tenía hambre. Mastiqué mecánicamente algunos bocados antes de apartar mi cuenco y ofrecérselo a Odrix, que lo aceptó gustoso. Busqué la frase adecuada para poder levantarme de la mesa, dando la impresión de que pedía permiso, pero de forma autoritaria, como lo haría un jefe con su grupo. Jenna y Iarroth asintieron, dándome su aprobación, y me aparté un poco del claro junto con Sangilak, que seguía mis pasos en silencio.

Tan sólo fui paseando, pero inconscientemente mis pies me llevaron de vuelta al lugar donde había aterrizado tras desaparecer del mausoleo de mis padres; el lugar donde Odrix me había venido a buscar. Rocé el tronco de algunos árboles con las yemas de los dedos, y aunque se iluminaron como la última vez, el efecto no fue tan espectacular, pues en ese momento era de día, y cuando llegué yo, era de noche.

De pronto, hubo un destello que me cegó por completo. Interpuse las manos entre mis sensibles ojos y la poderosa luz, pero tras unos segundos ésta se desvaneció. Miré al mismo punto de antes, esta vez sin barreras, y descubrí que, tirada en el suelo, había una chica.

Aunque estaba indecisa, decidí acercarme a ella mientras comenzaba a moverse. Cuando estuve tan sólo a unos metros de distancia ésta se incorporó, mirando a su alrededor mientras se limpiaban el polvo y la tierra de encima. Su mirada topó conmigo y se puso en guardia mientras desenfundaban una pistola. A su lado, un gran guepardo rugía con fiereza. Con calma, intenté detenerla alzando las manos.

—No estoy armada ni nada por el estilo. ¿Eres amiga o enemiga?

—Creo que amiga. ¿Eres de Los Rebeldes?

—Sí —contesté con franqueza.

—Bien —sonrió, enfundando la pistola y haciéndole un pequeño y fugaz gesto a su guepardo, que dejó de enseñar los dientes—. Entonces he llegado a mi destino. Soy Zäcra Valensar.

—Hilda SaSale. Y éste es Sangilak.

—Éste es Akicha. Significa “espíritu del sol”. Pero, ¿has dicho que eres Hilda SaSale?

—Sí.

—¿La hija de Serafín y Loira SaSale? ¿La legendaria Hilda SaSale, que fue la única de su familia en sobrevivir a la masacre de Yago Silverking?

—No soy legendaria, ni mucho menos. Pero sí, Serafín y Loira eran mis padres.

—Mis padres lucharon con los tuyos, según me contaron —dijo con un brillo especial en los ojos. Por la adoración con la que hablaba de sus progenitores, probablemente ya no se encontraban con ella—. Dicen que fue un honor luchar con los SaSale.

—Me alegro de que piensen así. No conocí a mis padres en el ámbito de la lucha.

—Supongo que habrás heredado sus habilidades. Debes de ser una mezcla de los dos, así que se parecerán a ti —sonrió, guiñando un ojo.

—Bueno, ¿quieres que te enseñe el campamento y te presente a los demás? Estaban comiendo hace nada, probablemente no han terminado. Te darán algo que engullir.

—Genial, me muero de hambre.

Comencé a andar y ella me siguió, porque claro, no se sabía el camino. La miré por el rabillo del ojo y me asaltó un fuerte pensamiento; la envidiaba. Tenía un cuerpo perfecto; era mulata, alta, delgada pero con curvas, con una estrecha cintura y unas bonitas caderas. Sus piernas estaban dentro de las proporciones normales y tenía unos tobillos finos, de los que colgaban unas cuantas cadenas de plata que tintineaban cuando caminaba con aquellos zapatos que parecían de fiesta más que de otra cosa, los cuales quedaban especialmente extravagantes con sus pantalones bajos militares. Vestía también un top verde oscuro de manga larga, pero como era una capa muy ligera, se cubría también con un chaleco negro forrado interiormente con pelo de color castaño claro, el cual sobresalía por los bordes de la capucha, el cuello y las zonas donde se encontrarían las mangas en el caso de que fuera un abrigo o una sudadera.

Tenía el cabello oscuro, largo y muy liso, y unos ojos de un extraño tono carbón. Pero lo que más me gustaba de su aspecto físico era su rostro. Bueno, mis ojos no tenían nada que envidiarles a los suyos, pero sus facciones eran preciosas. Tenía la forma de la cara muy fina, aunque sin los pómulos excesivamente marcados. Su nariz tenía la medida perfecta, y sus labios, coloreados con carmín rojo pasión, formaban un perfecto corazón.

Yo siempre había querido tener un perfil (bueno, y un frente) como el suyo. Mi cara era demasiado redonda para ser atractiva, algo que odiaba profundamente. A pesar de todo, nunca le había contado eso a nadie, aunque Sangilak había sido testigo de las innumerables veces que me había mirado con desprecio en el espejo, pasándome los dedos por la barbilla y las mejillas mil y una veces. De eso hacía ya más de un año; un día me levanté y decidí no preocuparme más por mi aspecto físico. Debo decir que desde ese momento empecé a vivir algo más feliz.

Llegamos hasta el campamento, donde todos seguían alrededor del fuego en el que habían preparado el cocido. Llevé a una extrovertida Zäcra junto a los demás y les fui presentando uno a uno.

—Ésta es Zäcra; acaba de llegar. Ellos son Aleriel, Pécala, Phoebe, Jenna, Iarroth, Tanaka, Joseph, Panrak, Ulrik y Odrix —finalicé. Todos le dieron una calurosa bienvenida a Zäcra y la invitaron a sentarse, ofreciéndole un cuenco de estofado. Ella lo aceptó con una sonrisa y comió con ellos. Yo permanecí de pie, observando, hasta que Odrix y Tanaka se levantaron y vinieron hacia mí.

—¿Seguimos con el entrenamiento? —preguntó éste último.

—Claro. ¿Vienes, Odrix?

—Sí, sí. Jenna, Iarroth, nos vamos —avisó, despidiéndose con la mano.

Como Iarroth tenía la boca llena, Jenna dio su aprobación mientras él asentía con la cabeza. Lancé una última mirada hacia atrás y vi cómo Zäcra le clavaba los ojos a Odrix de forma lasciva.

* * *

Odrix se había sentado para observarnos. Tras dos horas luchando, yo sudaba a mares. Tanaka sonrió.

—Creo que por hoy basta. Pero te diré algo.

Intenté respirar con normalidad, a la espera de que continuara hablando.

—Nunca le muestres al enemigo cómo te encuentras. A sus ojos tienes que estar fuerte, sana, ágil, con energía, confiada. Si ve que no estás segura de ti misma, o que tus fuerzas flaquean, o le muestras tus puntos débiles, aprovechará esa pequeña ventaja para vencerte. Por eso nunca debe dar la impresión de que estás cansada, aunque casi no puedas respirar. Tendremos que practicar ejercicios de inspiración y espiración…

—Bien. Gracias, Tanaka.

—No hay de qué. Cuanto más te enseñe, mejor lucharás, y eso te beneficia a ti, pero también a todos los demás. Estaremos bajo tu protección —esbozó una sonrisa.

—Bueno, nunca he sido capaz de cuidar de nadie. A veces ni siquiera de mí misma. Es Sangilak quien me ayuda siempre.

—Me plantearé entonces enseñarle taekwondo al lobo —bromeó Tanaka—. Bueno, Odrix, te devuelvo ya a tu amiga. Ha sido un placer enseñarte. ¿Seguimos mañana?

—Claro.

Sus ligeros pasos me recordaron a los de Zäcra. Ella realmente parecía flotar por encima del suelo, como si se deslizase entre los árboles en vez de caminar al igual que el resto de los mortales.

—¿Estás cansada?

—Un poco.

—Aún faltan unas horas para que empiecen a preparar la cena. Puedes ir a descansar a tu cabaña. Yo me reuniré con Aleriel y Ulrik. Últimamente está muy raro.

—¿Ulrik?

—Sí.

—¿Sois un grupo, o algo así?

—Más o menos. Aleriel, Ulrik, Tanaka y yo. Aunque a veces vamos un poco por libre. Sobre todo Tanaka. Bueno, y a veces Panrak viene con nosotros.

—Entiendo. ¿Y quiénes van en grupo también?

—Por ejemplo, Jenna y Iarroth. Van a casi todos lados juntos.

—¿Son pareja?

—No, no. Jenna sufrió la muerte de su marido, el padre de Phoebe, y desde entonces no ha vuelto a estar con nadie. Iarroth… no lo sé, supongo que alguna vez habrá tenido una pareja, pero no quiere hablar de ello. Tampoco tiene hijos.

—Es muy joven para tenerlos.

—Bueno, Jenna también. Y mira a Phoebe, que ya tiene catorce años.

—Es la más joven, ¿no?

—Sí. Phoebe va casi siempre por libre, aunque, cuando no está con Aleriel, comparte su tiempo con Pécala. A veces están los tres juntos. Parecen una verdadera familia. Dan envidia. Aunque a Jenna no le hace gracia.

—¿No le cae bien Aleriel?

—Sí, sí. Supongo que considera a su hija demasiado joven para empezar a enamorarse.

—Y sin embargo, la mete de lleno en una guerra contra la ley y el gobierno.

—No lo habrá contemplado desde ese punto de vista. Además, tal vez no tuviera a nadie a quien dejarla si ella venía aquí. Probablemente sería su única opción.

—Lo dudo. La gente siempre puede elegir, lo que pasa es que a veces no se da cuenta.

—Ya…

—Odrix.

—¿Sí?

—¿Cómo se llaman tus padres?

La pregunta debió sorprenderle, porque tardó unos segundos en reaccionar.

—Maurelle y Wulfric. ¿Por qué lo preguntas?

—Curiosidad —me encogí de hombros.

—Bueno, vete a dormir si estás cansada —zanjó la conversación—. ¿Quieres que te despierte en un rato?

—Vale. Hasta luego.

Subí a mi cabaña, que se encontraba cerca, y observé por el rabillo del ojo cómo Odrix se alejaba. Al llegar a mi habitación, acaricié a Sangilak, que se había refugiado allí después de llevar a Zäcra a comer, y me tumbé en el lecho, dispuesta a dormir, cuando me di cuenta de que algo había cambiado. Abrí los ojos y me incorporé, mirando a mi lobo.

—Sangi, ven.

Se acercó y enterré las manos en su pelaje, cerca del hocico, para levantarle la cabeza y ver sus ojos. Hacía unas semanas habían cambiado de negro a marrón; en ese momento eran dorados.

—Pero… —murmuré, sorprendida. Nunca había visto semejante cosa. Jamás, durante todos los años que llevábamos juntos, le habían cambiado los ojos de color. No lo entendía.

—¿Qué está pasando, eh? —le pregunté, dándole un suave beso en el morro. Él, por supuesto, no me contestó, aunque levantó las orejas y me miró de forma decidida. Suspiré y volví a echarme, dispuesta a entregarme por completo a Morfeo, aunque le tuviera que sacar de su casa a plena luz del día.