Lionne.

Tú...

No eres tu nombre. No eres tu empleo.

No eres la ropa que vistes ni el lugar en el que vives.

No eres tus miedos, ni tus fracasos... ni tu pasado.

Tú... eres esperanza.

Tú eres imaginación.

Eres el poder para cambiar, crear y hacer crecer.

Tú eres un espíritu que nunca morirá.

Y no importa cuántos golpes recibas,

te levantarás otra vez.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Nínive (les quatre saisons)


Nínive era frío. Ese frío que se te cuela en los huesos y te hace estremecer. Ese frío que te corroe las entrañas hasta hacerte temblar. Ese frío que te hiela las venas hasta que agonizas, tiritando. Ese frío.
Tenía el cabello tan blanco como la nieve y los ojos del gris de las nubes, la nieve sucia y el papel de periódico. Nínive olía a lluvia y sabía a agua; no pura, pero agua al fin y al cabo. Su piel era tanto o más blanca que sus cabellos, que le llegaban a la cintura. Una estrecha cintura, una figura delgada. Y unas manos finas.
Lo único cálido de Nínive eran sus labios; aun finos y sin apenas carne siempre desprendían calor, continuamente contagiados por los de cualquier otra persona. Y sus labios, además, se atrevían a decir cosas que su corazón, fuerte tímpano de hielo, jamás había sentido.
Cuando Nínive llegó, comenzó a nevar. Nínive era como la lluvia, como el frío, como la nieve, como el invierno. Nínive era el invierno. Y por eso cuando Nínive se fue, el invierno se marchó con ella.

viernes, 9 de diciembre de 2011

La vie en rouge (Caride)


¿Por qué se empeñaba Edith Piaf en decir que la vida es rosa? No, de eso nada. El cabello de Caride era completamente rojo, rojo como el fuego, como los amaneceres en el campo, como la maleta que Nathan se llevó a San Francisco, como los frutos que da nuestro manzano del jardín, como la sangre recién derramada. Y sus labios, oh, aquellos labios en forma de corazón, eran también de un rojo tan intenso que parecían formar un universo entero, allí, atrapado entre carmín.
Y entre su pelo y sus labios había tanta vida que el error de Edith Piaf era innegable. La vida, desde el momento en que conocí a Caride, era roja.

domingo, 4 de diciembre de 2011

¡Súper Concurso de Relatos!

¡Hola a todos! ^^
Hoy, día 5 de Diciembre, es motivo de celebración porque... ¡este blog cumple 2 AÑITOS! Sí, sí, dos. Esta página ya se está haciendo mayor (:

Además, hace tiempo dije que cuando tuviera 100 seguidores haría un concurso. Actualmente ya somos 105, pero quería hacer coincidir esto con el segundo cumpleaños del blog. Os animo a todos a participar al concurso, espero que se apunte mucha gente. Si veo que no hay apenas participantes, cancelaré el concurso.

1-El concurso es de relatos. La temática es completamente libre, aunque si podéis escribir algo con un contenido erótico limitado, mejor, que soy menor x)
2-Los relatos tendrán, como máximo, diez páginas de extensión en el Microsoft Word, y estarán escritos en letra Times New Roman de 12 puntos, o la Arial de 11 puntos.
3-No se admitirán faltas de ortografía en los relatos. Además, deberán estar estructurados por párrafos.
4-El plazo comienza hoy, día 5 de Diciembre, a las 0:00, y termina el día 5 de Enero a la misma hora (creo que con un mes es suficiente).
REEDITO: Al final el concurso finaliza el día 25 de Enero.
5-El premio constará de un libro, posiblemente de temática relacionada con el relato que hayáis escrito, y de una entrada con publicidad en mi blog de la página web del ganador (si es que tiene), junto con su identidad y su propio relato.
6-Por desgracia estamos en crisis y mi presupuesto no da para mucho, así que además de comprar el libro no puedo permitirme pagar mucho dinero en lo que a gastos de envío respecta. Por ello (y lo siento mucho) el premio será a nivel peninsular. Si hay alguien fuera de la península que quiere participar y gana, le haré la publicidad en mi blog y publicaré su relato, pero no podré enviarle el libro. Lo siento mucho, en serio >.<
7-Me gustaría que me enviarais los relatos lo más pronto posible para así saber si habrá suficiente gente como para participar.
8-Comunicaré quién es el ganador poco después del 5 de Enero. Tengo muchas ganas de hacer este concurso, así que tardaré muy poco en leerme los relatos ^^
9-Deberéis enviarme los relatos a kirtashalinawolf@hotmail.com. Yo os contestaré a todos los emails que me enviéis para que sepáis que los he recibido (:

Esto es todo. Espero que participéis, es el primer concurso que hago y creo que el premio es aceptable, así que... ¡a escribir! ^^

sábado, 26 de noviembre de 2011

Cap 14 - Ulrik (2/2)

Odrix y Sangilak permanecieron conmigo toda la tarde y parte de la noche, aunque yo de eso me enteré después, ya que dormí como un tronco. A pesar de todo estaba consciente cuando hicieron el cambio de turno, y me puse nerviosa al enterarme de que Ulrik sería quien estuviese conmigo después de Joseph, que era el que dormía en ese momento cerca de mí, sentado en el taburete y apoyando la espalda contra la pared de madera. Intenté descansar todo lo posible antes de que llegara, ya que sabía de sobra que sería incapaz de conciliar el sueño en cuanto Ulrik pisara el suelo de la habitación.

Cuando amaneció, yo estaba despierta y presencié el momento en el que Odrix trató de entrar a mi cabaña, pero Ulrik, acompañado de su enorme cocodrilo, se le adelantó alegando que estaba menos cansado. El rubio se encogió de hombros, me guiñó un ojo y desapareció de allí. Ulrik le siguió con la mirada y se acercó hasta mi lado, sentándose en el taburete, donde minutos antes había estado el viejo Joe. Su cocodrilo me miró con aquellos ojos amarillentos y se arrastró por la habitación hasta tumbarse detrás de su amo.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó, visiblemente interesado, aunque creí que era más por educación que otra cosa.

—Agujereada. Por cierto, gracias por darme tu sangre.

Dicho eso me di cuenta de lo sádico que había sonado.

—De nada —contestó él de todas formas.

Se hizo el silencio unos segundos y aproveché para reflexionar. La mirada rojiza de Ulrik se clavó en mis ojos, provocando el gruñido de Sangilak. ¿Qué demonios le ocurría a aquel chico? ¿Por qué se comportaba así conmigo? Primero hacía como que se enfadaba conmigo, y después, me salvaba la vida. Aquello no tenía sentido, así que, tras dudar unos instantes, pregunté la duda que me corroía desde hacía horas:

—¿Por qué?

—¿Por qué… qué? —preguntó, confuso, entrelazando las manos.

—Te pregunto por qué me donaste tu sangre.

—No podría quedarme de brazos cruzados si una persona se está muriendo delante de mis propios ojos —se encogió de hombros.

—Pero tú me odias —le acusé, frunciendo el ceño—. Me odias desde que aparecí aquí el primer día, y sin embargo, ahora me has salvado la vida.

—Te equivocas; no te odio desde que viniste, sino desde el día en que Odrix te salvó la vida en la ciudad.

Me quedé un palmo de narices y abrí los ojos como platos, patidifusa.

—Pero… ¿por qué? —acerté a preguntar, mientras trataba de encontrarle algo de sentido a aquel asunto. Pero no lo había. El comportamiento de Ulrik no tenía ni pies ni cabeza.

—Pues porque ese día, Odrix te vio por primera vez, y lo único que hizo al volver aquí fue hablar de ti, sin parar. Horas y horas, omitiendo los detalles que evidenciaban el hecho de que te salvó la vida. Es demasiado modesto para eso. Pero te describió tan bien que te pude imaginar con claridad antes siquiera de verte; tu pelo negro, tus ojos verdes, tu rostro, tu cuello, incluso tu ropa. Y cuando llegaste, resultaste ser incluso más guapa de lo que había imaginado.

—¿Qué? Pero…

La cabeza me daba vueltas y fui incapaz de seguir pensando.

—No lo entiendes, ¿verdad? —preguntó con una media sonrisa.

—Pues sinceramente; no —confesé, moviendo la cabeza de un lado a otro. ¿Estaba montando aquel numerito porque le parecía guapa? No, no, era imposible. Y yo tampoco le gustaba. Si hubiera sido así no me odiaría, ¿verdad?

—Te odio porque eres genial, simplemente perfecta. Todo en ti es maravilloso; tu forma de ser, de pensar, tu físico. ¡Incluso bailas bien! Pude comprobarlo en la Noche del Mustang. Eres magnífica, Hilda, y eso no sería problema de no ser porque resulta que eres mucho mejor que yo.

Definitivamente me había perdido. Sus halagos se habían pasado del límite de lo que yo consideraba “normal” para un simple conocido. ¿Sentiría algo por mí? Yo en mi vida había sido prepotente, pero sus palabras me hacían dudar. Sin embargo, ¿qué importaba que fuera mejor o peor que él? Tampoco era un ser superior a Ulrik, pero era evidente que él me tenía en un pedestal y no sería fácil hacerle cambiar de opinión. Pero, ¿qué diablos tenía que ver eso con que me odiara?

—¿Y eso qué más da? —contesté—. Quiero decir, obviando el hecho de que no coincido con tu opinión, ¿por qué quieres ser mejor que yo? ¿Qué es lo que quieres demostrar?

—Parece mentira que aún no lo hayas comprendido —negó con la cabeza y suspiró—. Eres mucho mejor que yo, y por ello Odrix y tú estáis tan unidos. Te envidio por eso. Pero ni siquiera es envidia sana. No, te envidio y te odio. Te odio con toda mi alma.

Se me cortó la respiración. Ulrik no estaba enamorado de mí …

—Estás enamorado de Odrix —musité, asombrada, provocando que el cocodrilo de Ulrik abriera la boca de forma desmesurada.

—Creí que era más obvio, pero veo que te ha costado un rato comprenderlo —dijo a modo de confesión—. No soy estúpido, sé que yo no le gusto a él, y que probablemente nunca lo haré. Pero eso no me impide que te odie, porque me gustaría que a mí me tratara de la misma forma con la que a ti.

—¿A mí? Pero yo…

—No me digas que no te has dado cuenta —sonrió, acariciando la rugosa piel escamada de su cocodrilo—. No me creo que no veas la forma en que te mira y se comporta cuando está contigo. A veces resulta incluso demasiado estúpido. Te adora y, evidentemente, si no te has fijado en todo lo que hace por ti, no mereces estar con él. Odrix se merece a alguien que esté pendiente de él, le cuide y le proteja, no una niña borde que se hace la dura para parecer más interesante —dijo sin piedad.

—Disculpa —dije fríamente, enfadada—, pero, primero; si no te gusta mi forma de ser, aléjate de mí y todos contentos. No te he pedido que te acerques, ni que intentes ser mi amigo, ni nada de eso. De hecho, desde que llegué he hecho todo lo posible por no molestar, sobre todo a ti, porque noté que no te caía bien —fruncí el ceño—. Segundo; me parece muy estúpido que la tomes conmigo porque estés enamorado de alguien que crees que no corresponde a tus sentimientos. Apuesto que no le habrás dicho que te gusta. Vamos, ¡seguro que ni siquiera has intentado conquistarle! Si quieres a alguien hay que trabajar mucho para demostrarlo y averiguar si el sentimiento es mutuo. No se trata de quedarse de brazos cruzados esperando a que caiga un meteorito y le dé en la cabeza a Odrix para que se te lance a los brazos, sino de dar el primer paso y decirle lo que sientes —solté de carrerilla, sudando. Ulrik parecía asustado de mi reacción—. Y tercero; puede (que no lo sé) que le guste a Odrix, ¡pero él a mí no me gusta y dudo que me llegue a gustar nunca! Odrix es para mí un amigo y no le veo de otra forma. A diferencia de ti, no estoy enamorada de él, porque si lo estuviera, bueno, si los dos lo estuviéramos, ¡te aseguro de que no nos habríamos separado ni un momento desde que llegué!

—Espera un momento —interrumpió Ulrik, parpadeando muchas veces—. ¿A ti no te gusta Odrix?

—No —contesté con sinceridad—. ¿En algún momento he mostrado signos de que así fuera?

—Bueno, no es que hagan mucha falta, ¡pasas todo tu tiempo con él! ¡Incluso cuando aprendes taekwondo con Tanaka está él presente! ¡Vais juntos a desayunar, entrenas por las mañanas con él cerca, coméis juntos, por la tarde estáis juntos, cenáis juntos, y poco os falta para dormir juntos! —gritó, fuera de sí.

—Baja la voz —le avisé. Eran altas horas de la mañana y mucha gente aún no se habría despertado—. Lamento el error, pero para mí Odrix es sólo un amigo. Nunca le he tratado de forma a como, en mi opinión, una chica trata al chico que le gusta. Nunca le he dicho “te quiero”, y no creo que se lo diga.

—¿Y entonces por qué pasas tanto tiempo con él, eh? ¿Por qué no con los demás? ¿Por qué fue él con quien te juntaste desde el principio? ¿Acaso te sientes obligada porque te salvó la vida en el mausoleo? ¿Ahora serás mi amiga por donarte sangre? ¿Es eso?

—Odrix es mi amigo por el simple hecho de que fue la única persona que se ha dignado a acercarse a mí en toda mi vida —casi escupí las palabras—. Antes de él, tan sólo mis padres y mi tutora me habían tratado tan bien como él. De todas las personas que hay aquí, nadie salvo Odrix me ha dado conversación nunca, ni ha intentado tener un gesto amable fuera de los límites de lo que se entiende por camaradería entre compañeros. Por supuesto que me he dado cuenta de todo lo que hace por mí —declaré, refiriéndome a su anterior frase: “Te adora y, evidentemente, si no te has fijado en todo lo que hace por ti, no mereces estar con él”—, simplemente creí que se trataba del modo en que un amigo se comporta con otro.

—¿Acaso crees que es posible que dos personas de distinto sexo pueden ser sólo amigos, sin que uno de ellos al menos se enamore del otro? —inquirió con sorna.

—¿No lo crees tú? —pregunté con sorpresa— Ahí sí que te has equivocado en tu razonamiento, Ulrik. No creo que en la amistad importe el sexo, al igual que tampoco debe importar la edad, la raza o cualquier tipo de gusto. ¿Piensas que no puedo ser amiga de Odrix porque soy una chica? Por la misma regla de tres, tú no puedes enamorarte de él, ya que eres un chico —ante esto, enmudeció—. ¿No te parece algo estúpido? Sinceramente, nunca me he enamorado, pero el día que eso ocurra, no lo haré del sexo de una persona, sino de ella misma. Tú más que nadie deberías entender esto, y discriminarme por ser una mujer tiene que hacer que las cosas no cuadren en tu mente. ¿No merezco ser su amiga porque está enamorado de mí y no le correspondo? Para empezar, tal vez ni siquiera sea cierto. Quizá tan sólo está un poco obsesionado con nuestra amistad y ha dejado temporalmente de lado la vuestra. Pero si de verdad le gusto, ¿no debería entender que el sentimiento no es mutuo? Se dice que cuando quieres a alguien debes dejarle ir, ¿no?

—Pero tú no quieres irte, sino obligarle a estar con él comportándoos de una forma que Odrix no quiere —agudizó Ulrik.

—Puede que sea más duro permanecer con una persona, si la quieres, que verla desaparecer. Pero, y esto lo digo aún sin conocer desde hace demasiado tiempo a Odrix, creo que él no se rebajaría a ignorarme o enfadarse conmigo. En teoría debería entender los sentimientos de las personas.

—La teoría y la práctica son distintas, pero creo que veo por dónde quieres ir. Pretendes hacer que Odrix haga lo que tú digas, aprovechándote de que está ciego de amor y no sabe qué hacer para conseguirte.

—Pues yo creo que no has escuchado una palabra de lo que te he dicho —suspiré—. Mira, he argumentado todo lo que he podido. Si ahora quieres seguir con tu opinión, adelante. Soy muy tozuda, sobre todo cuando tengo razón, y no vas a convencerme de tu punto de vista. Si es así como me ves, manipuladora y sin sentimientos, aléjate de mí o ve a hablar con Odrix. Yo, personalmente, me desentiendo del asunto. Me trae sin cuidado lo que las personas piensen de mí, sobre todo si es gente que no me importa en absoluto. Dicho esto, te agradecería que salieras de aquí ahora.

Ulrik se quedó unos segundos sin saber lo que decir, así que lo arregló agarrándome del cuello con la mano derecha. Intenté detenerle cogiéndole por la muñeca, pero comenzó a apretar más fuerte y me costó trabajo respirar. Mis fuerzas, ya débiles de por sí a causa de mis heridas, disminuyeron hasta ser casi inexistentes. Sangilak se lanzó a por él pero su cocodrilo, rápido como la luz, le atrapó una pata con las dentadas mandíbulas. Mi lobo gruñó y empezó a gemir cuando los colmillos del monstruo le atravesaron la carne.

—Suéltanos —pedí con dificultad, hincándole las uñas en la mano.

—Creo que eres una zorra, Hilda SaSale —siseó, acercando su rostro al mío—. Jugar así con los sentimientos de la gente… ¡Eso no está bien! Pero creo que no te haré demasiado daño. Sería una pérdida de tiempo, ya que vives gracias a mi sangre. Además, Odrix se disgustaría. Y no permitiré que me vea como a un enemigo.

—Sin embargo… te da igual lo que yo piense —conseguí hablar, pero sus dedos me aprisionaron la garganta con más fuerza. Me estaba estrangulando.

—La verdad es que sí.

—Aparta esa mano de ella—dijo alguien con frialdad. Dirigí la mirada hacia la puerta y allí estaba Odrix, con Azör en un hombro y un cuchillo destellando en la mano contraria.

Ulrik se apartó de mí de inmediato, pero me dirigió una mirada de odio antes de desaparecer. Su cocodrilo le siguió, dejando en paz a Sangilak.

—Llévale con Jenna —le pedí a Odrix—. Tiene que curarle.

Asintió y cogió a Sangilak en brazos, como si fuera un bebé (un tanto grande, la verdad), ya que el maldito reptil le había atravesado la pata a mi lobo. Minutos después, el rubio había vuelto. Salvó la distancia que nos separaba en tres zancadas y se sentó junto a mí, limpiándome el sudor de la frente con el dorso de la mano.

—¿Estás bien?

—Medio estrangulada, pero sí —suspiré. En parte le había provocado, pero… ¡por dios, si había sido él quien se había metido conmigo!

—¿Qué ha pasado? ¿Por qué te ha atacado?

Negué con la cabeza.

—Es una larga historia.

—Incluso te ha dejado marca… —musitó, pasando las yemas de los dedos por mi cuello. Supuse que tendría una marca roja. Tal vez me saliera un moratón pasadas unas horas.

—No te preocupes. Sobreviviré.

—Iré a decírselo a Iarroth y a Jenna. Nadie tiene el derecho de venir aquí a molestar e intentar ahogarte.

—No importa, de verdad —intenté convencerle. No es que le tuviera miedo a Ulrik, pero no quería que el asunto viese demasiada luz. En parte porque eso significaría mostrar mis sentimientos públicamente, y aquello no me hacía ni pizca de gracia.

—Pero, Hilda…

—Odrix —le interrumpí, agarrándole, de la mano—, confía en mí. Nos callaremos por ahora, ¿vale?

—Como quieras —se encogió de hombros—. Confío en ti.

—Gracias.

—¿Necesitas algo? —preguntó tras un silencio.

—No, no, gracias —negué con un ademán—. ¿No tienes sueño?

—Un poco —reconoció, haciendo crujir sus nudillos.

—Pues ve a dormir, hombre.

—Ni hablar. Resulta muy molesto que venga gente a estrangularte y hago antes quedándome despierto.

—Duerme aquí entonces —le ofrecí—. No te voy a meter en mi cama, pero puedes acercarte un poco.

Le hice sitio moviéndome hacia un extremo del lecho y dejando libre una parte. Él se tumbó en el límite entre el jergón y el suelo, dejando casi medio metro entre nosotros. Cerré los ojos y oí con claridad su respiración, al principio agitada, pero que después se tornó lenta y sosegada. Y, cuando me quise dar cuenta, ya estaba dormido.

martes, 8 de noviembre de 2011

Hace frío


Despierto.
El reloj hace tic tac. No hay luz; es de noche todavía. Estoy envuelta en un lío de sábanas y mantas cálidas; acurrucada y encogida sobre mí misma. Me duelen las piernas. Las estiro; los pantalones del pijama resbalan sobre mi piel y me dejan las piernas desnudas desde los tobillos a la rótulas. Un millón de agujas heladas se me clavan en la carne y un escalofrío me recorre entera.
Me estremezco.
Tras unos segundos me armo de valor y me levanto de la cama. Me quito los pantalones, me pongo otros, fríos. Más fríos que mis sábanas frías. También me cambio de camiseta y me cubro los brazos y el cuello con una sudadera azul como el mar.
Salgo a la calle. Hace frío. Respiro y un halo blanco se escapa de entre mis labios. Empiezo a correr. En cuestión de minutos entro en calor. Pum, pum. El pulso me late más fuerte. Pum, pum. Comienzo a notar palpitar el corazón. Pum, pum. Doy un paso más. Pum, pum. Y entonces…
Nada.
Despierto. El reloj hace tic tac. No hay luz; es de noche todavía. Estoy envuelta en un lío de sábanas y mantas cálidas. Intento mover las piernas pero, como siempre, no me responden. Suspiro. Oigo pasos y mi madre llega.
—Buenos días, cariño —me saluda. Su voz está teñida de cansancio. Tiene unas marcadas ojeras amoratadas—. Te ayudaré a ponerte en la silla.
Levanto los brazos y ella me agarra con inusitada fuerza, alzándome sin dificultad como si fuera un frágil pajarito. Me sienta en la silla de ruedas y suspira. Suspiramos las dos.
Hace frío. El reloj hace tic tac.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Volveré con la primavera

Le sentía tan cerca que las costillas comenzaban a clavárseme en el corazón. Cerré los ojos con firmeza. Estaba dispuesta a ignorarle.
Él no hizo lo mismo.
Tras escuchar sus pasos, que iban directos hacia mí, oí también cómo se detenía. Segundos después su dulce voz me hablaba, pero no traía emociones buenas consigo, como lo había hecho hasta entonces. Esta vez sus palabras estaban cargadas de nostalgia, sólo que él no se daba cuenta.
—Dime qué te pasa —ladró de improviso, y una flecha negra se me clavó en el corazón. Negra, como su mirada.
—Comienza a hacer frío, las cigüeñas se marchan a un lugar cálido.
Él suspiró, irritado por mi respuesta.
—¿Y qué? —se atrevió a preguntar.
—Quizá debería irme yo también —susurré.
Negó con la cabeza, con hastío. Una bandada de pájaros cruzaba el cielo nublado. Miré hacia el horizonte.
—¿Cómo vas a irte a un lugar cálido? Adoras el frío. Tu hogar está aquí.
—No me voy para siempre. Volveré cuando llegue la primavera, con los pájaros.
—El invierno tardará poco en acabar.
—Creo que el invierno nunca acabará para mí.
Él se quedó en silencio, como si reflexionase sobre ello.
—No veo la necesidad que tienes de marcharte —soltó finalmente.
Yo abrí mucho los ojos, con sorpresa, y me di la vuelta para mirarle. La curva de su sonrisa estaba ausente como el brillo en nuestras miradas. Como los pájaros en invierno.
—¿No lo entiendes? Ya no hay nada que me ate aquí. Todo lo que amaba ha desaparecido.
Se dio por aludido y frunció los labios, creando ese silencio tenso que convirtió mis latidos en algo tan pausado como las campanadas de año nuevo. Nada más cambió. Bandadas de pájaros volaban en lo alto como si nadaran por el cielo. Las cigüeñas se marcharían pronto.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Forever


Él tocaba el piano en el salón mientras yo leía en la biblioteca. La melodía me llegaba desde el cuarto contiguo, pero no me molestaba. Reconocí la sinfonía que interpretaba y sonreí mientras acababa el último pasaje del libro que tenía entre las manos. Las notas musicales habían acompañado a las palabras de esa novela las últimas veinte páginas, aunque ahora que sólo escuchaba música la sensación no era en absoluto de vacío.
Podía imaginar sin problemas sus esbeltos dedos deslizarse por las teclas del piano, actuando con rapidez y deteniéndose en los momentos apropiados. A pesar de todo escuchaba la música de forma ahogada, así que dejé el libro sobre la mesita de café que había a mi derecha, me levanté de la butaca donde llevaba un rato descansando y salí de la biblioteca. El dulce sonido del piano guió mis pies, que habrían podido encontrar el camino correcto incluso si mis ojos no les hubieran ayudado. Cuando llegué a las puertas del gran salón apoyé levemente la oreja en la madera de roble y escuché. La música todavía se escuchaba demasiado amortiguada. Rocé la puerta con las yemas de los dedos y tras ejercer un poco de presión se abrió, liberando aquel dulce sonido.
Examiné el salón de arriba abajo antes de entrar, a pesar de que ya había estado allí innumerables veces. El techo era tan alto que sería imposible tocarlo subiéndose a una mesa (¡ni siquiera subiéndose a dos!). Era de color blanco, pero tenía relieves geométricos y estaba abovedado, como si fuese una catedral. Las paredes también eran de un blanco inmaculado aunque, al igual que el techo, tenían relieves; rectángulos altísimos y de más de un metro de ancho se alzaban a lo largo de toda la habitación, con los bordes de un color ocre y muy bonitos, como si estuviesen tallados. El suelo, para completar aquella apariencia de habitación angelical, era de mármol blanco y brillaba a la luz del sol, que entraba por las grandes cristaleras distribuidas por toda la estancia, las cuales daban al inmenso jardín plagado de altos sauces y un prado verde.
La habitación, por el momento, sólo constaba de un bonito piano de cola negro que destacaba en la estancia como un trozo de carbón sobre una hoja de papel. Aún no habíamos querido amueblar aquel cuarto porque era tan grande que podría albergar perfectamente los muebles de una casa entera. Era por ello que preferimos aplazarlo para más adelante y tomárnoslo con calma, cuando estuviésemos menos agobiados por la mudanza.
Vaya, quién iba a pensarlo… me he desviado del tema. Algo improbable, ya que él es lo más importante de todo y, sin embargo, se me ha ocurrido entretenerme contando detalles tontos sobre mi casa nueva. Estoy emocionada, claro, pero él… bueno, él es la razón de todo.
Nos conocimos en un café. En mi café, claro, donde yo trabajo. Mi bonito local. Ése día mis dos compañeras habían cogido la gripe y me encargaba yo sola de la barra y las mesas. Por suerte había una lluvia torrencial y a poca gente se le ocurrió salir a la calle. Había un grupito de chicas jóvenes en un rincón, riendo mientras se tomaban su chocolate caliente con nata; una pareja de ancianos bastante adorable, que compartían una bandejita de bombones de licor; un solitario hombre de aspecto apenado y una mujer solterona demasiado pendiente en teclear en su portátil y retocarse el pintalabios cada cinco minutos como para prestar atención siquiera a las tostadas con mermelada de fresa que tenía al lado, puesto que ya se habían enfriado.
Pensaba yo en ejercer de celestina del hombre triste y la mujer de los labios rojos cuando él entró en el local. No diré que se me cortó la respiración porque sería demasiado exagerado, pero me quedé sin habla y procuré atenderle mientras sólo acertaba a pensar algo como: “bueno, de todas formas la mujer de labios rojos es demasiado superficial para el hombre triste. Él se merece algo mejor”.
Intercaló su mirada entre mis ojos y la carta, observándome para asegurarse de que no me fuera pero sin dejar de prestar atención a lo que quería pedir. Tras unos segundos de vacilación una voz grave y vibrante reclamó con suavidad un café con leche y tortitas con caramelo. Yo, que normalmente solía atender a hombres que pedían cafés solos y, como mucho, bombones de chocolate negro puro o algo igualmente amargo, abrí los ojos por la sorpresa y noté cómo las pestañas rozaban mi piel.
—¡Qué dulce! —exclamé en un susurro, y él se echó a reír.
Instantes después me di cuenta de lo que había dicho y enrojecí de la vergüenza, pero como él parecía cómodo con la situación me disculpé tan sólo con una sonrisa. Hecho esto fui enseguida a por lo que había pedido y elaboré las tortitas con cuidado pero con algo de celeridad. Se las llevé y pregunté cómo las quería.
—¿Cuánto caramelo quieres? —manoseé con nerviosismo el bote de sirope y esperé su respuesta.
—Mucho —sonrió.
Volví a sonreír yo también y vertí el caramelo sobre las tortitas. Cuando acabé le entregué el plato junto con un tenedor y un cuchillo y pasé una taza negra bajo el grifo mientras esperaba su reacción. Tras unos segundos le miré de reojo y vi que tras masticar lo primero que hizo fue dirigirme una amplia sonrisa.
—¿Te gusta? —me atreví a preguntar.
—Mucho —repitió.
Y cinco años después, aquí estamos. Él tocando el piano con intensidad y yo mirándole con adoración.
Avancé por la habitación lentamente, como deleitándome del sol que me abrazaba y la música que me envolvía. Cerré los ojos y seguí andando hacia la fuente del dulce sonido; noté su mirada y eso me dio un buen aliciente para continuar. Tras poco más de un minuto la canción prácticamente inundaba mis oídos y una voz me susurró:
—Cuidado, no vayas a chocarte.
Abrí los ojos y le observé unos segundos con ternura antes de sentarme sobre el piano.
—¿Acaso no estarás ahí para evitar que me haga daño?
Él esbozó una de sus sonrisas (aquellas que me vuelven loca y hacen que desee abrazarle y no soltarle nunca) y siguió tocando el piano.
—Sabes que sí.
—¿Para siempre? —pregunté tras un instante.
Él pareció no haberme oído y tocó unas cuantas notas más, centrando la mirada en las teclas, ya desgastadas por el continuo uso. Súbitamente sus ojos atravesaron los míos y consiguieron que todo cobrase un sentido antes de que sus labios pronunciasen ninguna contestación.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Ojos Azules y León

Vivía en un mundo azul en el que lo más importante eran sus ojos.
Ella era… brillante, no sé expresarlo de otro modo. No quiero decir que fuera perfecta, ni mucho menos. La cosa era bien distinta. Pero ella tenía una luz interior, un corazón tan puro y luminoso, que aquel resplandor le desbordaba por los ojos, haciendo que su azul, ya de por sí vivo, se volviese mucho más llamativo. Y así fue como la llamé; Ojos Azules.
Se rió la primera vez que se lo dije, pero contraatacó con fiereza usando el apelativo cariñoso que nunca me había gustado.
—León…
—No me llames León.
—Pues no me llames Ojos Azules.
Sonreímos los dos, cómplices de nuestra broma particular. Aún recuerdo el día en que me bautizó como León. Fue la primera vez que nos vimos. No nos conocíamos de nada; yo me hallaba examinando con anhelo un escaparate de guitarras de una pequeña tienda de música. Ella pasó por la calle, a mi lado, y me vio sonreír. Sin más ni más se puso a hablar conmigo.
—Tienes sonrisa de león —comentó sin darle demasiada importancia, pero mirándome con inusitada fijeza.
—¿Cómo debo tomarme eso? —pregunté, confuso, tras unos segundos.
—Preferiría que te lo tomaras como un cumplido —sonrió y me tendió la mano— me llamo Valerie.
Almacené ese dato sin dificultad, pero en mi mente retumbaba otro nombre.
“Ojos Azules”, “Ojos Azules”, “Ojos Azules”…

domingo, 30 de octubre de 2011

Roxanne

Caminabas por las calles de Buenos Aires, contoneándote sobre aquellos altos tacones de aguja. Tu cintura era casi tan fina como tus muñecas. Tu cuello, largo y frágil como el de un cisne; tus manos, delicadas como tus tobillos.
Te seguí desde la tienda de la que te vi salir y espié tus movimientos tras los cristales de mis gafas. Al final te diste cuenta de que estaba ahí y te diste la vuelta, agarrando firmemente la bolsa que tenías en la mano y poniendo los brazos en jarras.
—¿Quién eres?
Apoyaste el peso de tu bonito cuerpo sobre una pierna y frunciste los labios. Aquellos gruesos labios llenos de carmín, que incitaban a rozarlos con la lengua.
—¿Y tú?
Pareciste sorprendida por mi pregunta y cruzaste los brazos, como intentando ocultar tu figura de mí.
—Déjame en paz —dijiste, te diste la vuelta y seguiste caminando.
Comencé yo también a caminar hasta que conseguí que me hablaras de nuevo.
—Dime qué quieres y déjame marchar —susurraste.
—No quiero nada —contesté yo.
Todavía atardecía. La luna no había hecho acto de presencia y el sol empezaba a ocultarse tras un amasijo de nubes coloreadas de naranja, rosa, amarillo y azul.
—Entonces déjame marchar —repetiste—. Tengo que vestirme —cambiaste la bolsa de mano y seguiste caminando.
—Roxanne.
Yo no me había movido de mi sitio. Te detuviste para escucharme, con curiosidad por saber de dónde había sacado tu nombre. Te retiraste el cabello del rostro con un movimiento elegante y me entraron ganas de bailar un tango contigo.
—Roxanne, no te pongas ese vestido esta noche.

jueves, 27 de octubre de 2011

Rutina


Hoy ha muerto. Ella, la rutina. Yo solía levantarme temprano para hacer mis tareas y acabarlas lo antes posible. Después me pasaba un rato largo frente al armario de la cocina, decidiendo si era mejor opción un poco de chocolate o una mandarina (y siempre me decantaba por el chocolate). Entonces pasaba horas muertas frente a la televisión y me sumía en mi propia mierda.
Pero hoy ha sido distinto. Han llamado al timbre durante el atardecer y he abierto de mal humor todavía con un trozo de chocolate en la boca. Y al abrir la puerta me he encontrado contigo. Parecías, como poco, un ángel; y no es que yo no sea imparcial a la hora de juzgarte, es que cualquiera se hubiera derretido bajo esa mirada que se te clava hasta el fondo, hasta las costillas. Y el sol bajo potenciaba tu aura dorada, envolviéndote en una luz que no hizo sino marearme.
Y con la llegada del anochecer y contigo entre mis brazos y me di cuenta de que ya no habría más rutina.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Concurso "El Lado Oscuro"

Buenas tardes, señores!

Bien, Esthervampire, autora de InvaZión (http://invasion-z.blogspot.com/) y El Lado Oscuro (http://esthervampire.blogspot.com/) ha hecho un concurso. Como me gustaría ganarlo y estoy intentando acumular puntos, mi misión es crear una entrada patrocinando el blog o el concurso, no estoy segura n.n'

Así que clickando aquí podréis acceder a las bases del concurso (:

¡Eso es todo, amigos! ^^

jueves, 22 de septiembre de 2011

Bill

Caminé entre los escombros con cautela y la espalda encorvada, alzando el fusil ante mí con las dos manos y escrutando el oscuro y ruinoso paisaje. Aquella ciudad había sido destruida hacía una semana, sólo quedaban los cimientos de los edificios y algunos muros levantados. Se hallaba completamente desalojada a excepción de mi escuadrón y yo, claro.

La habían destruido con el objetivo de eliminar también el puente que nos ayudaría a conquistar una importante capital, pero no contaban con el factor sorpresa y al llegar la hueste se enfrentó con los soldados de mi bando. Los pocos hombres que quedaron de nuestro ejército fueron a buscar refuerzos tras aniquilar a sus oponentes, ya que tres o cuatro personas poco podían hacer contra la tropa de más de cincuenta militares que estaban por venir sin más ayuda que unos cuantos rifles sin apenas munición.

Mi escuadrón y yo éramos los refuerzos. Estábamos compuestos por setenta personas al salir del punto base, pero debido a un maldito tanque de enemigos que encontramos a medio camino nuestro número disminuyó considerablemente, y aunque logramos acabar con todos los oponentes con los que nos topamos, al llegar a la destruida ciudad éramos tan sólo quince.

—Chsst, Kylie —me llamó Bill—. Es Ryan.

Miré a Ryan, que se hallaba situado en lo alto de la torre de lo que antes era una gran iglesia. Con una serie de gestos me transmitió un corto mensaje y yo maldije entre dientes, resoplando mientras cerraba los ojos un momento.

—Al menos cincuenta hombres —comencé—. Con tres tanques.

—Mierda —masculló Bill—. Ven.

Me escurrí entre varias losas de piedra fragmentadas y me situé entre Bill y Mike, escondida tras un cúmulo de tierra y fragmentos de rocas.

—¿Qué nos queda? —pregunté, esperanzada, escrutando el horizonte.

—Unas cuantas granadas y una ametralladora, pero nada más —respondió Mike, enderezándose el casco mientras sujetaba su arma con una sola mano.

—Bien, tendremos que esforzarnos.

Sabíamos que alguien vendría a destruir el puente, pero no que sería tanta gente.

Nos colocamos en puntos estratégicos, creando un desfiladero de francotiradores en la calle principal, la más grande, la que inevitablemente usarían para entrar a la ciudad, ya que era la única en la que cabría un tanque rodeado de militares. Además formamos un callejón al final de la avenida por donde pasaría el enemigo, para que así los hombres que fueran a tirar las granadas estuvieran escondidos hasta el final.

El plan era esperar a que estuvieran justo debajo de nosotros, a nuestros pies y, entonces, lanzar una granada por tanque para intentar derribarlos todos a la primera de cambio. Justo entonces los francotiradores comenzarían a disparar, acabando primero con los soldados que estuviesen “sanos” y terminando después con los heridos por el impacto de las bombas. Y, como broche final, la ametralladora y su amo se encontraban al final del callejón, escondidos y listos para acabar con los que quedasen vivos.

—Vamos a morir —declaró George. Él, Mike y yo nos encontrábamos en la misma habitación de un edificio que todavía se tenía en pie, con la punta del fusil en el hueco de la ventana y el dedo en el gatillo, expectantes.

—No hemos venido a otra cosa —contesté seriamente.

—Creía que el objetivo era dejarles como un colador —inquirió Mike con sorna—, no desmotivarnos antes de empezar siquiera.

—Somos quince, cabrón —bramó George—. ¿De verdad crees que vamos a salir con vida?

—Lo intentaremos —contesté, sin darle a Mike tiempo para contestar.

Poco después los tuvimos encima. Todos esperaban mi señal con las armas entre las manos, mirando al enemigo con un ojo y a mí con el otro. Cuando consideré que el enemigo se hallaba en la posición adecuada, realicé la señal y una lluvia de balas y granadas se cernió sobre los tanques y los hombres uniformados.

En ese momento la ciudad entera se hundió en el caos. El aire se llenó de arena, tierra y sangre, lo que dificultó enormemente la visión. El enemigo, confundido, avanzó hasta el final del callejón con el único tanque que quedaba y los cuarenta y pico hombres que no estaban en llamas o moribundos. La ametralladora entró en acción y acribilló a balas a nuestros oponentes, dejando en pie a la mitad. Los supervivientes se dispersaron haciendo alarde de inteligencia, así que desde ese momento nos dedicamos a buscarlos entre los edificios.

Me separé levemente de George y Mike por el simple hecho de que eran demasiado ruidosos para mí. Al escuchar unos pasos mi garganta se preparó para soltar un grito de alarma, pero me contuve con el fin de no delatar mi posición y tan sólo agarré un poco más firmemente mi fusil. Instantes después escuché un disparo y un grito.

Doblé la esquina del edificio con cautela y fui perfectamente capaz de ver a un soldado vestido de verde oscuro que se alzaba sobre Bill. El cañón de su arma humeaba y el costado de mi compañero había empezado a llenarse de sangre, así que no había más que hablar.

Fruncí el entrecejo en el momento en que el soldado me miraba, sorprendido. No le dio tiempo a alzar el arma.

—Bú —solté, y la bala salió disparada.

Le dio de lleno en el corazón. Su pecho se manchó de sangre mientras él caía de rodillas al suelo, llevándose las manos a la herida de la que manaba aquel ligero líquido escarlata.

Tras vigilar un momento que no hubiera ningún enemigo más a mi alrededor, corrí hasta Bill y le arrastré detrás de lo que minutos antes había sido un tanque enemigo, avanzando lentamente y con mucho esfuerzo. Al final logré colocarlo más o menos erguido, haciéndole apoyar la espalda en una de las ruedas de aquel gran bicho de metal.

—Bill —le llamé, apremiante, mientras le abría la chaqueta y rasgaba su camisa para acceder a la herida.

Alzó aquellos ojos verdes y me miró con atención; segundos después sonrió e hizo un ademán.

—Eh, preciosa, no te preocupes —le restó importancia al asunto. Mientras, yo me hallaba enfrascada en la tarea de presionarle la herida—. Saldré de ésta.

—Más te vale —dije, con las lágrimas agolpándose en mis ojos. Me los limpié rápidamente con el dorso de la mano, ya que me dificultaban la visión, y seguí presionando para intentar que no se desangrara—. No me dejes sola.

—Nunca lo haré.

Pronto la sangre se escurrió entre mis dedos y salió casi a borbotones de la herida, cayendo por los costados y dejando un gran charco en el suelo. Bill profirió un quejido y yo intenté volver a contener la herida con un trozo de tela, pero se empapó en cuestión de milésimas de segundo.

—Bill —le llamé, empezando a llorar. Él ya parecía un poco aturdido y cabeceó con los ojos cerrados.

Impotente, apoyé la cabeza en su pecho, dejando caer todo mi cabello sobre su vientre y manchándomelo de sangre junto con parte del rostro. Él levantó una temblorosa mano y me la colocó en la espalda sin apenas energía. Cerré los ojos con fuerza, rezando para que un milagro ocurriese.

Sin embargo, ningún milagro ocurrió. Bill me dio un suave beso en la coronilla, que apenas noté. Me acurruqué contra él, aferrándome a lo que quedaba de su camisa y derramándole lágrimas por el cuello.

Segundos después exhaló su último suspiro y el mundo se derrumbó sobre mí.

—Kylie —oí a alguien llamar—. Kylie, despierta.

Abrí los ojos y un torrente de luz me cegó durante un instante. Me llevé las manos a la cara para ocultarme del foco de luz y, segundos después, descubrí mi rostro para ver qué ocurría. Me encontré con unos hermosos ojos verdes que me observaban desde arriba.

—¿Soñabas otra vez? —preguntó. Yo asentí, incorporándome.

—Ya veo —respondió. Me limpió una lágrima de la mejilla y me rodeó con los brazos, protegiéndome de mi pesadilla.

—Es horrible —acerté a decir con la voz temblorosa.

—¿La guerra? —volví a asentir—. Preciosa, han pasado ya diez años. Y sobrevivimos.

—Lo sé —afirmé, cerrando los ojos y dejando que me acariciara el cabello—. Sólo tengo miedo de perderte. No quiero que te marches nunca.

Me dio un beso en la sien antes de contestar.

—Nunca lo haré.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Cap 14 - Ulrik (1/2)

¡Hola, internautas!

Bueno, llevo un tiempo desaparecida. Ha sido a causa de la vagueza del verano y mi ausencia en Agosto, principalmente. No he podido tocar el ordenador en todo el mes, y luego en Septiembre eran fiestas y... en fin, un desastre.
Que sepáis que me han otorgado un premio llamado "Ángeles que te llevan al cielo". Me parece un nombre rebuscado, la verdad xD Pero me lo ha otorgado Papel de Tinta Negra, así que lo voy a hacer público.

En teoría debo otorgarlo a diez blogs más y contestar a la pregunta de: ¿sacrificarías el cielo por una persona importante para ti?
En respuesta a la pregunta... Dado que no creo en el cielo, pues lo mismo me da sacrificarlo o no, la verdad xD
Y, bueno, aquí van los blogs que premio:

-InvaZión (por la historia y los relatos).
-Athenea's Corner (por la historia "Perfume Exótico", por los relatos y por "Pacto de Sangre").
-Angy Vendetta (por la historia "El Bosque").
-Noemi Mj (por la historia "Fuego").

Lo siento, pero no se lo voy a conceder a ninguno más xD Estos son los blogs que he leído últimamente, ustedes perdonen.

Y ahora, sin más dilación... ¡el nuevo capítulo de Lobos de Marfil! ¡Sí, señores, qué sorpresa! xD
Les informo de que es el último (probablemente) que publicaré en el blog, así que disfrútenlo :)




Dolor. Dolor por doquier.

Me hallaba en un huracán de objetos cortantes, armas y balas. Vi de nuevo a cámara lenta cómo una de las guardianas me disparaba, y el pequeño cilindro de metal me atravesaba la carne, haciéndome sentir el fuego del infierno en un punto situado cerca del pecho, al lado del corazón. Noté cómo mi pulmón se desgarraba a la par que un grito de dolor ascendía por mi garganta y asomaba entre mis labios, emitiendo un gemido gutural de auténtico horror y sufrimiento. De pronto, en medio de aquel torbellino de sensaciones, todo se volvió negro y una risa grave y maliciosa resonó en mi cabeza. Un rostro conocido destelló en medio de la oscuridad y sonrió diabólicamente.

—Hilda, vas a morir…

Yago Silverking hizo una mueca burlona y su rostro se congeló. Súbitamente su imagen fue reemplazada por la de Jenna y, alrededor, toda la negrura cobró la forma del interior de mi cabaña.

Contuve la respiración para comprobar si seguía soñando o si me ahogaba al no permitir el paso del oxígeno a mis pulmones. Estaba despierta; espiré.

—¿Hilda?

—Jenna —pronuncié con cuidado. Ya podía hablar más o menos con normalidad, pero la herida me escocía terriblemente. Además, me picaba la garganta.

—Me has asustado —confesó, arrodillada a mi lado—. Hace nada has abierto los ojos de repente y te has puesto a gritar.

Eso explica mi dolor de garganta.

—Escuece —me quejé.

—Bien, eso es que se está curando. En tres días podrás levantarte. Mientras tanto, te quedarás aquí, descansando. Te ataremos a la cama si haces amago de escapar.

—¿Cuánto llevo durmiendo?

Calculaba que, por lo menos, veinticuatro horas. Me notaba bastante descansada.

—Dos días. Y yo no diría durmiendo —dijo Jenna con una mueca—. Más bien inconsciente… o incluso en coma. Casi te mueres, Hilda.

—¿Tan grave ha sido? —alcé una ceja. Habría sido muy triste morir por un simple disparo en mi primera misión.

—La bala te ha atravesado entera, desgarrándote parte de pulmón y astillando una costilla. Ha pasado muy cerca del corazón y has perdido muchísima sangre.

—¿Cuánta?

—He tenido que hacerte una transfusión —declaró, sentándose en el suelo con las piernas cruzadas—. Odrix quería ayudar, pero no es de tu tipo de sangre.

—¿Quién me la ha donado entonces?

—Ulrik —contestó antes de que se hiciera un pequeño silencio.

—Le daré las gracias cuando le vea —contesté, aunque me extrañaba que hubiera sido precisamente Ulrik el que se hubiera ofrecido a salvarme la vida. Era muy raro.

—Bien —contestó con alivio. Probablemente ella y el resto del campamento se habían dado cuenta de que algo de tensión había entre Ulrik y yo. Pero, por lo visto, las apariencias engañan…—. ¿Sabes? Tienes unos amigos muy fieles. Casi todos venimos a verte en un momento u otro del día, pero Odrix y Sangilak no se han separado de ti ni un momento. Después de ellos, Tanaka y yo somos los que más veces hemos venido a verte, aunque en mi caso ha sido mayoritariamente para curarte y evaluar tu estado.

—¿Dónde están los demás? —pregunté. No es que les culpara por no estar conmigo todo el rato (tenían que vivir su vida, al fin y al cabo) pero me extrañaba que justamente no estuvieran allí cuando Jenna hizo el comentario.

—Comiendo. Pero Sangilak y Odrix vendrán enseguida, no te preocupes.

—No lo hago. Muchas gracias por todo.

—Para eso estoy. Pero procura que no te vuelvan a disparar, ¿eh? Has dado mucho trabajo —sonrió, levantándose—. Intenta no morirte mientras no haya nadie, ¿vale? Aguanta por lo menos hasta que venga el rubiales.

Hice un gesto con la mano. Jenna abandonó la estancia y cerré los ojos, cansada. Tan sólo aquella pequeña conversación me había agotado. Al menos el dolor del hombro era soportable…

Poco rato después oí los ruidosos pasos —comparados con los de mi lobo— de Odrix, y segundos después los vi aparecer a ambos en la puerta de la cabaña. El rubio, al ver que estaba despierta, sonrió y se arrodilló a mi lado.

—Eh, ¿qué tal vas?

—Podría estar peor —contesté con sinceridad—. Jenna ha hecho un buen trabajo.

—Sí, suele ser ella la que ejerce de enfermera. ¿Estás cansada?

—Un poco —confesé, acariciando el pelaje de Sangilak con la yema de los dedos—. ¿Tú estás bien?

—Sí, sí, perfectamente. No te preocupes por mí.

—Todos los demás están bien también, ¿no?

Estaba preocupada sobre todo por Phoebe y Pécala, que eran las más jóvenes y seguramente no habrían visto nunca una herida de tales magnitudes, ni esa cantidad de sangre brotando de un cuerpo.

—Sí, bien.

—¿Jenna me ha cambiado de ropa? —inquirí, mirando mi cuerpo por primera vez. Alguien había sustituido mi traje negro y mis botas por un pantalón corto de color blanco y una camiseta de manga larga en el brazo bueno, pero sin un simple tirante en el malo. Probablemente servía para no entorpecer el vendaje. Aunque estaba descalza.

—Sí. Aún curada y con el vendaje, tenías un aspecto muy tétrico con la ropa bañada en sangre, ¿sabes? Así que te vistió con parte de sus pertenencias. Lamentablemente no tenía zapatos de sobra, pero de momento no los necesitas. Tengo entendido que alguien está lavando todas tus prendas. En cuanto vuelvas a caminar podrás vestirte como siempre.

—Diles gracias a todos de mi parte. No deberíais tomaros tantas molestias en mí —expresé lo que sentía; sobreprotección.

—No les digas que dejen de cuidarte. Por un lado, te lo mereces. Y por otro; creo que les mantiene ocupados. Tendrías que haber visto las caras que pusieron cuando te traje. Estaban muy asustados. Así se sienten más útiles.

—Entonces les daré las gracias personalmente —dije lentamente, notando que los párpados iban a cerrárseme.

—Como quieras. ¿Tienes sueño?

—Un poco.

—Te dejaré descansar —repuso, levantándose.

—No —le agarré la mano de golpe y se la sujeté con fuerza—. No, quédate.

—Está bien —volvió a su posición inicial—. Que duermas bien.

Cerré los ojos y me dejé arrastrar.

—Odrix —le llamé antes de perder el conocimiento. Mi voz sonaba lejana y extraña.

—¿Sí?

—Gracias por sacarme de allí con vida.

—Si no lo hubiera hecho —respondió— nada tendría sentido ahora.

viernes, 29 de julio de 2011

Cap 13 - Los guardianes de la lluvia (3/3)

Sentí impulsos de vomitar y ladeé ligeramente la cabeza para apartar de mi vista aquella atrocidad y liberar mi vientre sin empaparme a mí misma, pero en vez de expulsar el contenido de mi estómago, empecé a escupir sangre de forma brusca.

Odrix, que estaba ocupado con un androide enorme, consiguió sacar tiempo y entretenerle para acercarse a mí y sujetarme la cabeza con las manos.

—Hilda, todo va a salir bien. Te lo prometo, ¿vale? —me juró, con un atisbo de miedo en los ojos. Me atraganté con la sangre y tosí con virulencia, manchándole la impoluta camiseta blanca de un tono rojizo oscuro de apariencia enfermiza. Hizo caso omiso al reguero de linfa que le había propinado y me dio un suave beso en la frente, para después levantarse y seguir peleando.

Perdí el conocimiento varios minutos, por lo que cuando recuperé la consciencia, los guardianes ya habían sido aniquilados. Odrix me había metido en el coche y se había quitado la camiseta, partiéndola en dos y desechando la parte manchada; con la limpia me había hecho un tosco vendaje que cubría la herida de encima del pecho y de la espalda, pasaba por la axila y se sujetaba en el hombro. Me seguía doliendo demasiado como para poder pensar con claridad, pero logré darme cuenta de que Sangilak estaba en el asiento de atrás y con el hocico cerca de mi oreja. Suavemente produjo un débil gemido y yo le acaricié con el brazo bueno, dándole a entender que estaba bien.

—Mierda, esto no debería haber pasado —maldijo Odrix, conduciendo con violencia y dando volantazos. Me fijé en que su torso desnudo lucía varios arañazos, pero no tenía ninguna herida seria.

—No…te… tú… —hice un amago de tranquilizarle, pero la voz no me salía. Mis cuerdas vocales estaban bañadas en sangre y si seguía intentando emitir un sonido, encharcaría todo mi interior.

—No hables —me avisó (demasiado tarde, a decir verdad)—. Enseguida estaremos en casa.

Volví a perder la consciencia durante un rato, aunque la recuperé cuando llegábamos al campamento. Odrix me llevaba en brazos, intentando no rozarme ninguna de las desembocaduras de la herida. Intenté mantener erguida la cabeza, pero los músculos del cuello tampoco me respondían y me limité a dejar que se balanceara hasta que Odrix me cogió más firmemente y pude apoyarla en su regazo. Cerré los ojos para no marearme, pues estaba demasiado débil como para hacer esfuerzos. Intenté captar sonidos del exterior, pero de pronto hubo tal cúmulo de voces resonando en mis oídos, que traté de no escuchar y conseguí interponer una barrera invisible con la que me protegí de todo ruido molesto. Escuchaba todo con lejanía, como si estuviese en una habitación distinta a los demás, pero escuchaba, al fin y al cabo.

Cuando abrí los ojos Odrix acababa de dejarme echada en mi cama y Jenna tenía algo blanco en las manos. No supe identificar qué era, pero segundos más tarde lo descubrí, cuando me quitó la camiseta de Odrix de encima y, tras un grito de sorpresa por parte de todos los presentes, me vertió un líquido que escocía de sobremanera, para después cubrirme las heridas con un suave tejido. Las vendas hicieron presión y aliviaron un poco el dolor, pero seguía sintiendo la cabeza embotada y las heridas ardían como el fuego de un dragón. Observé con ojos vidriosos cómo todos me miraban con tristeza, apiadándose de mí y rogando a un dios inexistente mi temprana recuperación.

Odrix me cogió de la mano y me dijo algo, pero no fui capaz de entenderle. Simplemente las palabras se agolpaban en mi interior, negándose a cobrar un significado coherente. Zäcra miró con rencor al rubiales y salió de mi cabaña, desapareciendo de mi vista. Nadie la siguió con la mirada excepto yo, pero Odrix captó mi atención de nuevo cuando intercambió unas cortantes palabras con Iarroth. Tras unos segundos de discusiones en susurros, todos abandonaron mi pequeña cabaña excepto Sangilak, Odrix y Azör. El pájaro se posó en el taburete, descansando mientras me miraba con agudeza. Sangilak se tumbó a mi izquierda, con cuidado de no rozarme el vendaje, y apoyó la cabeza en mi vientre. Odrix, que seguía teniendo su mano entrelazada con la mía, me retiró el pelo de la sudorosa frente y me abanicó con un papel o similar. Suspiré de cansancio y me dejé llevar a la pérdida de conciencia mientras, con algo de malicia, sonreía al pensar que Odrix me había elegido una vez más antes que a nadie.

viernes, 1 de julio de 2011

Cap 13 - Los guardianes de la lluvia (2/3)

Caminamos en silencio por la calle húmeda. Había llovido y era fácil resbalarse, pero tratábamos de hacer el menor ruido posible. Estábamos en el sector trece; una zona barriobajera con poca tecnología. No había edificios altos, sino hoteles de no más de tres pisos y casas individuales que parecían tener demasiados años como para mantenerse en pie. Era un área de mala muerte; el lugar en el que nadie querría acabar. Pero nuestro objetivo, Senya Freeman, estaba allí.

Odrix le echó un último vistazo al papel que Iarroth le había dado y me condujo por una estrecha calle. Sorteamos bocas de túneles de basura, antiquísimos automóviles y motos, y farolas viejas y estropeadas. Al llegar a una casa gris, con un pequeño jardín delantero y las puertas de madera, Azör, que había permanecido en el hombro de su amo durante todo el rato, levantó el vuelo y se metió por una ventana abierta. Al cabo de unos segundos volvió a salir y aleteó cerca de la pared, indicando que no había moros en la costa. Subimos por el canalón, dejando a Sangilak en suelo firme, y al final nos colamos por la ventana.

Aterrizamos en el dormitorio de Senya. Era una habitación pequeña, algo menor que las cabañas del campamento. Aunque originariamente había sido pintada de un color claro parecido al azul claro, la espesa capa de pintura se estaba desconchando y dejaba al descubierto la pared de ladrillo rojo. El suelo estaba cubierto por una moqueta de color azul oscuro, que antaño habría podido ser suave y espesa, pero que en ese momento parecía una alfombra vieja. No había muchos muebles, tan sólo una mesa escritorio en la que había una pila de ropa y otra de libros, con una silla al lado, y la cama. En ésta, sobre la cubierta blanca con topos, descansaba Senya. Al principio me asusté, porque tenía los ojos azules abiertos de par en par, pero al reparar en su acompasada respiración me di cuenta de que dormía sin cerrar los párpados. Parecía que dormía plácidamente, aunque lo había hecho leyendo; un libro abierto descansaba sobre su pecho y, sus manos, blancas y huesudas como las de un muerto, estaban apoyadas sobre la tapa. Su cabello negro se desparramaba alrededor de su cabeza y su cuello, como una aureola oscura. A su lado, agarrado a una de las viejas columnas que había a ambos lados de la cabecera de la cama, dormía un gran cuervo negro.

—Es ella —verificó Odrix en un susurro—. Déjale la nota.

Odrix me había dado posteriormente un pedazo de papel en el que había anotado lo mismo que en el mensaje que me había enviado a mí semanas atrás; el código para descubrir la entrada al emplazamiento de Los Rebeldes. Saqué la susodicha nota del bolsillo interior de la gabardina que me había prestado Jenna y, con suavidad, extraje el libro de Senya de sus manos —uno de los últimos tomos de Harry Potter, una novela viejísima pero muy buena—, colocando la nota entre las páginas que habían permanecido abiertas. Acto seguido, dejé el libro a su lado, sobre la cama, cerciorándome de que la nota sobresalía lo suficiente como para percatarse enseguida de que estaba allí, y le indiqué a Odrix con un ademán que era hora de irnos. Bajamos de nuevo por el canalón y llegamos junto a mi lobo, que nos había esperado con paciencia.

Decidimos robar uno de las motos para ir más rápido a los dos sectores que nos faltaban; el veintisiete y el cuatro. Desgraciadamente, ninguno era lo suficientemente nuevo como para no llamar la atención a tan altas horas de la madrugada. Además, llamaríamos demasiado la atención si Sangilak corría detrás del ciclomotor, ya que no podía subirse con nosotros. Al final, cogimos un coche. Era una especie de todoterreno viejo y negro, y aunque estaba lleno de polvo (algo que arreglamos pasando por encima un trozo de papel que había en suelo), era el único que no tenía abolladuras, agujeros de bala o las ruedas pinchadas. Por supuesto, la llave no estaba, pero rompimos la ventana y accedimos sin problema al interior del vehículo. Después, tras unos cuantos retoques de cableado por parte de Odrix, el motor del coche arrancó.

Nos dirigimos al sector veintisiete. Mi amigo no sabía dónde estaba exactamente, pero era un lugar que yo conocía, pues allí había un parque al que me llevaba Cora hacía muchos años, ya que estaba cerca de casa. Echó un nuevo vistazo al papel que le había entregado Iarroth y giró el volante con demasiada brusquedad. Sangilak gruñó.

—No sabía que supieras conducir —comenté, mientras observaba cómo Azör sobrevolaba la calle unos metros por delante de nosotros.

—En realidad no sé hacerlo —confesó, dando otro volantazo mientras sonreía—. Es la primera vez que conduzco.

—Ya me parecía.

No tardamos mucho en llegar. El sector veintisiete era una zona un poco más aceptable que el área trece, pero aun con todo era un barrio pobre. No había casi ninguna casa, tan sólo edificios de no más de veinte plantas. Los automóviles eran más modernos, pues todos eran voladores, y parecían estar en buenas condiciones. Salimos del coche seguidos por Sangilak, que no parecía muy contento de estar allí. Levantaba las orejas hasta límites insospechados, y miraba a su alrededor con agresividad, enseñando los dientes cada dos por tres.

Entramos en uno de los edificios y miramos a nuestro alrededor. Nos encontrábamos en una especie de vestíbulo, al cual se accedía por tres puertas distintas y un ascensor. Subimos a la décima planta, y allí cruzamos una puerta mal cerrada, gracias a la cual pudimos introducirnos en la vivienda de una de las futuras rebeldes.

La encontramos dormida en el sofá. Estaba enfrente a una vieja televisión, tapada con una horrible manta a cuadros verdes y rojos. Berna Rolland era pelirroja, pero no tenía un pelirrojo anaranjado como la mayoría de la gente, sino un cabello de color rojo pasión; rojo sangre. Sus ojos estaban ocultos tras unos párpados tan claros como el resto de la piel de su cuerpo, que aunque era blanca como la leche, estaba moteada de pecas pardas por las mejillas, el cuello y los brazos. No parecía muy alta, pues no abultaba mucho en el sofá, pero a su lado descansaba plácidamente un gran oso panda. Me asusté al verlo; nunca había estado en presencia de uno y me impuso bastante.

Cuando Odrix le dejó la nota en la mesa contigua al sofá, nos marchamos y nos dirigimos con el coche al último sector; el cuatro. Era un barrio un poco pijo y bastante caro, pero por suerte no había nadie despierto que pudiera descubrirnos. El viejo coche levantaría demasiadas sospechas, al igual que Azör.

Sólo faltaba por entregarle una nota a Caroline Mirren, una chica que, a pesar de no tener un apellido muy bonito, era bastante guapa. Dormida parecía una pequeña princesa, con su cabello rubio y su piel clara. Tenía un sueño tan tranquilo que nos esforzamos más que con las otras dos en no hacer ningún ruido. A su lado, haciendo alarde de belleza, descansaba un esbelto ciervo con las astas totalmente desarrolladas. Estaba despierto y nos miró con agresividad cuando entramos en la habitación (sobre todo a Sangilak), pero por lo visto decidió que o no éramos suficientemente amenazantes, o que podía confiar en nosotros. El caso es que le dejamos una nota donde él pudiera verla para que, así, en el caso de que Caroline fuera un poco despistada y no la descubriera, su guardaespaldas se la enseñara al despertar.

Sangilak salió delante de nosotros mientras Odrix y yo discutíamos en voz baja.

—¿Volvemos en coche al campamento?

—Armaríamos demasiado escándalo.

—Pero si hemos venido con ese trasto viejo y nadie nos ha descubierto…

—Pero no hemos hecho todo el recorrido en coche. Un trecho lo hemos salvado andando…

Al salir de la casa nos encontramos con Sangilak, que gruñía hacia algún punto en la oscuridad con las orejas hacia atrás, el pelo erizado y los colmillos sobresaliendo entre sus casi inexistentes labios. Sus ojos rugían de rabia, avisando al enemigo de que aquél no era un lugar seguro para quedarse por mucho tiempo.

—¿Nani? ¿Teki? —pregunté en japonés. Sangilak me lanzó una mirada de peligro y volvió a mirar donde antes. De pronto, se lanzó a por el oponente en medio de la oscuridad.

—¿Qué demonios ocurre? —exclamó Odrix agarrándome del brazo.

Se oyó un sonido metálico, seguido del aullido de mi lobo.

—Mierda —maldije, desenfundado dos de mis pistolas de mi cinturón.

—¿Qué es lo que pasa?

—Nos han descubierto —contesté, comprobando que las pistolas estuviesen cargadas—. Sangilak está ocupándose del primer guardián.

—¿Cuántos hay? —preguntó, entrando en el coche y desordenando la guantera en busca de un arma. Encontró una especie de metralleta pequeña de color negro y la recargó con la munición que había suelta entre los papeles y dinero que habían escondido la ametralladora.

—De momento sólo uno, pero no tardarán en venir más —aseguré—. Sangi, ¿estás bien?

Mi guardaespaldas gruñó para indicarme que sí lo estaba, así que no me quedó más remedio que suponer que seguía peleando, ya que con la oscuridad que reinaba en la calle no podía ver gran cosa.

—¿Cuál es el plan? —preguntó Odrix.

—Creía que tenías tú uno —le acusé, poniendo los brazos en jarras.

—Eres la voz cantante aquí. Parece que sabes lo que haces —contestó, encogiéndose de hombros.

Suspiré.

—Esperemos que tarden mucho en llegar los demás. Si nos da tiempo a huir antes de que nos vean, estaremos salvados. Hay que luchar para que no se queden con nuestras caras.

Pero en eso me equivocaba. Los guardianes ya habían visto la mía, y por eso habían atacado. Por lo visto alguien había ordenado mi búsqueda y captura por toda la ciudad, y los guardianes se estaban encargando de ello. Éstos no eran más que androides, una mezcla rara entre humano y robot, que trabajaban al servicio del gobierno. Normalmente los usaban para encontrar a los fugitivos que se habían atrevido a hackear el sistema operativo de algún ordenador central del Estado, o algo así. Aunque por lo visto también habían empezado a cazar adolescentes.

Aparecieron más guardianes antes de que Sangilak acabara con el que estaba luchando en ese momento. Eran una especie de versión mejorada de Terminator, pero con aspecto más normal, habla menos entrecortada, y menos masa muscular. Tenían la pinta de un humano más o menos corriente; eso era lo que les hacía tan peligrosos. Lo único que les delataba eran los ojos; estaban fríos, sin vida, como congelados en el tiempo. Por desgracia, aunque no pudieran ver como las personas normales, sino con una cámara que tenían en algún punto oculto de la cabeza, seguían siendo rápidos y desenfundaron sus pistolas a la velocidad de la luz. Comenzó una ruidosa batalla de balas que mayoritariamente fueron a parar al coche, pues Odrix y yo lo usamos de escudo para protegernos. Sangilak consiguió romper los hilos que unían los cables del androide con el sistema nervioso del hombre que le contenía, y el robot-humano se desestabilizó, echando un humo negruzco y cayendo al suelo, abatido. Sólo quedaban seis.

Seis que no fueron fáciles de vencer. Odrix y yo entendimos al cabo de unos minutos que era más fácil actuar espalda contra espalda, venciendo cada uno a un enemigo a la vez pero protegiendo la retaguardia del compañero. Me alivió comprobar que no venían más guardianes, y cuando sólo había dos en pie, me descuidé un poco y no esquivé bien la lluvia de balas que me dirigió uno de ellos. Me escondí detrás del coche en vano ya que no había llegado a tiempo; una mujer androide había conseguido que una bala plateada se introdujese en un punto cercano a mi hombro, por encima del pecho y debajo de la clavícula.

Sentí un dolor extremo. La bala me atravesó de parte a parte, saliendo por mi espalda y escapándose en la oscuridad. Con cada milímetro de carne que removió, un millón de agujas hicieron mella en mi interior, dejando correr la sangre como si de una fuente se tratase. Es indescriptible lo que se siente. El subidón de adrenalina se convierte en un sofoco de color rojo y negro, que te ciega por momentos y te roba el oído haciéndote sentir un extraño deseo de muerte. Después llega el frío, y es cuando te sientes sumido en una nada de color blanco, en la que eres incapaz de moverte o hablar. Aunque la bala ya no esté en tu cuerpo, éste sigue ardiendo por el contacto del metal con las entrañas y trata de dejar salir el alma para aliviar presión, oprimiendo el estómago hasta hacerte vomitar.

Y todo esto, en un solo segundo. Tras los primeros instantes de petrificación caí al suelo de rodillas y, jadeante, intenté apoyar la espalda en la puerta del coche, en un intento por no desplomarme totalmente. Dirigí una atemorizada mirada a mi herida y comencé a hiperventilar. Es increíble la cantidad de sangre que puede llegar a salir de un cuerpo herido de bala. Sentí impulsos de vomitar y ladeé ligeramente la cabeza para apartar de mi vista aquella atrocidad y liberar mi vientre sin empaparme a mí misma, pero en vez de expulsar el contenido de mi estómago, empecé a escupir sangre de forma brusca.

jueves, 23 de junio de 2011

Cap 13 - Los guardianes de la lluvia (1/3)

Todo seguía como siempre. Sólo habían cambiado dos cosas.

La primera; Pécala había comenzado a actuar raro conmigo, al igual que Ulrik, pero de una forma un tanto distinta. Ulrik me miraba a veces con odio, y Pécala… Pécala casi me miraba con… ¿adoración? Me resultó muy complicado encontrar la palabra adecuada para describir la sensación que experimenté al sentir sus ojos en los míos. Sin embargo, después me di cuenta; Pécala me había elegido como modelo a seguir.

La segunda; me sentía extrañamente tranquila. Cuando llegué al campamento de Los Rebeldes estaba algo nerviosa, y durante los días posteriores en los que me acostumbré a todo, seguía un poco tensa. Sin embargo, apenas un mes después de llegar (¿o quizá menos?) me daba la impresión de que estaba en el vacío. No es que no expresara ninguna emoción, pero creo que me dejé de tomar las cosas en serio. Por ello, los entrenamientos de Tanaka me vinieron bien. Aprendía a concentrarme (después de perder la costumbre de prestar atención a lo que hacía) y de paso, aprendía taekwondo.

Pero, aparte de eso, todo seguía como siempre. Iarroth y Jenna seguían discutiendo cada dos por tres. Phoebe y Aleriel seguían viéndose; Jenna seguía prohibiéndoselo. Panrak seguía quedando con el viejo Joe para pescar; Ulrik seguía comportándose de forma extraña, sobre todo conmigo. Tanaka seguía entrenándome, y Odrix seguía viniendo con nosotros para observarnos. Y Zäcra no paraba de mirar “con deseo” (o similar) a Odrix.

Creo que experimenté la misma sensación que tiene un hermano mayor cuando un chico se acerca a ligar con su hermana. ¿Acaso Odrix se había convertido en un ser tan querido como un hermano para mí? Lo dudaba, pero… mis sentimientos no me engañaban. Creo que sobra decir que le cogí un poco de manía a Zäcra. Le tenía una envidia inmensa, pero seguía siendo envidia sana. Admiraba su madera de andar, su cuerpo, su rostro; admiraba si forma de hablar, su desparpajo al tratar con todo el mundo, su despreocupación por los pequeños problemas que nos encontrábamos cada día. En definitiva; la admiraba a ella en sí, por entero, pero no me gustaban nada las miradas que le dirigía a Odrix. A veces, cuando estábamos todos juntos, le clavaba los ojos más o menos discretamente. Pero en cuando se encontraban medianamente solos, le miraba con un anhelo tan intenso que parecía querer echarle un polvo allí mismo. Y eso me exasperaba de sobremanera.

Me alivió comprobar que Odrix no respondía de la misma forma; parecía asustado cuando ella le observaba así. Mi cuerpo se hinchó de satisfacción las múltiples veces que él rechazó discretamente sus “proposiciones” (un tanto obscenas cuando estábamos delante de más personas) para “esconderse” (no literalmente, sino de forma metafórica) detrás de mí y Tanaka.

Pero Zäcra incluso quiso venir a nuestros entrenamientos. Odrix puso cara de sorpresa (y algo de miedo), pero yo ya sospechaba que ella haría algo así. No tenía ninguna gana de tenerla cerca mientras luchaba, pero nadie pudo impedírselo, pues estaba en su pleno derecho de ir adonde ella quisiera. Sin embargo, a la hora de hacer taekwondo, estaba tan ocupada vigilando a Zäcra con el fin de que no acosara a Odrix, que me distraía y Tanaka no conseguía que le prestara atención a él. Con resignación, pero amablemente, le pidió a Zäcra que se fuera. Ésta entendió que Odrix no pensaba abandonarnos para irse con ella, así que se marchó echando humo. Realmente se comportaba como una chiquilla enamorada. Bueno, yo tampoco estaba siendo muy madura en ese asunto, pero después de la sana intervención de Tanaka, las cosas se enfriaron un poco y yo conseguí concentrarme en los entrenamientos.

A los hombres, por otro lado, se les caía la baba al ver a Zäcra. Yo comprendía que hicieran eso (era completamente natural), pero me sorprendió que personas que eran ya más o menos maduras tuvieran tanto en cuenta el aspecto físico. Incluso Aleriel, que estaba con Phoebe, abría la boca de forma estúpida cuando Zäcra pasaba a su lado. Esto acarreó serios problemas a la pareja, pero parece que al final todo se arregló. Por otra parte, Iarroth, Tanaka y Odrix eran los únicos hombres que la trataban como a una más. Más bien; no le prestaban la mínima atención. Eso en Odrix y Tanaka me pareció una muestra de madurez, pero en Iarroth me extrañó. ¿Le gustaría otra? Pero no daba muestras de ello… ¿sería homosexual? No podía adivinarlo, pero no creía que fuese eso. ¿Tal vez era asexual? Nunca había conocido a nadie que lo fuera, pero… era una posibilidad. O tal vez simplemente no se dejaba llevar por un cuerpo bonito, por muy impresionante y escultural que fuera. Igual tenía en cuenta que belleza no es sinónimo de amabilidad, simpatía, sinceridad, humildad… O quizás me estaba obsesionando con todo aquello y Iarroth tenía el derecho a vivir tranquilo y sin ser espiado. Sí. Probablemente tenía razón.

Pero es que Zäcra… me fascinaba y exasperaba al mismo tiempo. Tal vez le habría cogido menos asco si no hubiera hecho amago de apartar a Odrix de sus amigos y acostarse con él. Por desgracia, aunque ella ya no acudía a las clases que me impartía Tanaka, seguía mirando de aquella forma al rubio.

¿Tanto me habían cambiado Los Rebeldes que ahora le apartaba los moscardones molestos a mi amigo? Y lo que era más raro; ¿tanto me habían cambiado que ahora tenía un amigo? Nunca me creí capaz de ejecutar semejante proeza. No me soportaba a mí misma, y jamás se me habría ocurrido pensar que alguien sí lo haría (aparte de Cora, claro, pero en parte era su obligación).

Pero Odrix tenía conmigo paciencia; mucha paciencia. La paciencia suficiente como para esperar a que me despertara y dar un paseo conmigo; para convencerme de ir a dormir cuando estaba cansada pero tenía cosas que hacer; para hacer la función de mi despertador personal. También para mirar cómo evolucionaba en los entrenamientos de taekwondo; para intentar que Azör y Sangilak se llevaran bien… y por hablarles muy bien de mí a Iarroth y a Jenna, cosa que un día nos llevó a una conversación un tanto absurda (al menos al principio) entre los cuatro.

—Preparaos. Os vais esta noche —anunció Jenna.

—Tres sectores —añadió Iarroth, dándole una nota a Odrix. Éste se la metió en el bolsillo.

—Tarea triple, entonces.

—¿Qué…? —comencé, pero nadie me escuchó.

—Sector cuatro, trece y veintisiete.

—Tres mujeres.

—Caroline Mirren, Senya Freeman y Berna Rolland.

—Pero… —intenté seguir.

—Debéis estar de vuelta antes del amanecer.

—De lo contrario, podría haber consecuencias.

—Sí, sí, ya me sé las reglas —contestó Odrix cansinamente.

—¿A dónde…?

—Vamos a la ciudad —me cortó mi amigo, sonriente.

—¿Para qué?

—Hay gente, como tú, que está de nuestra parte pero no sabe dónde buscarnos. Les allanamos un poco el camino —determinó Jenna.

—En resumen; estamos reclutando gente —simplificó Iarroth.

—Será peligroso; han doblado la vigilancia. Pero debéis arriesgaros. Confío en que seáis sigilosos, Hilda.

—Les será más difícil oír mis pasos que los latidos de mi corazón.

domingo, 5 de junio de 2011

Cap 12 - Vieja pesadilla

Cora

Tal vez fuera más madura que el resto de jóvenes de su edad, pero no tenía derecho a hacerme aquello. Me dolía que no hubiera confiado en mí. No lo ha hecho porque no la quisiste escuchar cuando intentó marcharse, estúpida, dijo una voz en mi interior. No quise creerlo, pero al recapacitar saqué la conclusión de que mi conciencia tenía toda la razón del mundo. Quizá si hubiera sido más comprensiva con Hilda…

Su nota me había dejado descolocada. No me esperaba en absoluto que escapase, ni mucho menos la noche después del nombramiento del Presidente. En la carta no explicaba exactamente por qué lo hacía, pero creía adivinar la respuesta; pensaba vengar a sus padres.

Por supuesto, en un primer momento, cuando me nombró a Los Rebeldes, pensé que era una soberana estupidez. ¿Una niña de dieciséis años, en un grupo militar contra los jefazos del gobierno? Imposible salir ileso de allí. Había pretendido asustarla con aquellas sutiles amenazas, pero no había conseguido mi cometido. Hilda era fuerte, y no conseguías que se echara atrás a la mínima de cambio. Era bastante decidida; más de lo que yo era cuando me uní a Los Rebeldes con sus padres. Por aquel entonces tenía catorce años y mi conciencia no estaba plenamente desarrollada, por lo que me lo tomaba casi como un juego, y mi cerebro no era capaz de sentir el miedo que debería ante un peligro de tales magnitudes.

Ella no parecía tener miedo; pero yo sí lo tenía por ella. Sabía lo duro que era enfrentarse a un ejército tan grande y poderoso como el que protegía la ley del país, y eso no ayudaba a que me tranquilizase. Hacía ya más de un mes que se había ido, pero no había salido a buscarla. No por darle libertad, o incluso un escarmiento, sino porque juzgué que ella ya tenía autoridad suficiente para decidir por sí misma. Yo acataría las consecuencias de su decisión.

Recordé mi batalla, y me di cuenta de a cuántos había perdido. A Serafín y Loira, a todas mis amigas, incluso a él… Todo se había reducido a cenizas mientras yo trataba de escapar del mismo destino. Y al conseguirlo pensé en el significado de la vida. También me percaté de que mi existencia en ese momento no valía nada. Sin embargo, días después de aquello, me enteré de que Serafín y Loira tenían una hija; Hilda. Así pues, me encargué de actuar de tutora, madre y profesora (tanto de estudios como de armas), y tenía propuesto hacerlo hasta que cumpliera los dieciocho. Después, ella vería si se independizaba o no. Yo habría aceptado cualquier cosa.

Pero todo ese futuro se había desmoronado con tan sólo unas frases a boli azul en una página en blanco de un libro viejo. Lamentablemente, no conseguiría cambiar nada yendo tras ella. Debía solucionar por sí misma los problemas que se le pusieran delante.

Volví a pensar en la encarnizada batalla que había presenciado, muchos años atrás, y me estremecí entera. Un mal pensamiento me recorrió el cuerpo y comencé a convulsionarme a causa de una retahíla de escalofríos. Estaba enferma de amor, pues mi protegida se había marchado, poniendo su vida en peligro. Y algo me decía que no iba a volver.