Lionne.

Tú...

No eres tu nombre. No eres tu empleo.

No eres la ropa que vistes ni el lugar en el que vives.

No eres tus miedos, ni tus fracasos... ni tu pasado.

Tú... eres esperanza.

Tú eres imaginación.

Eres el poder para cambiar, crear y hacer crecer.

Tú eres un espíritu que nunca morirá.

Y no importa cuántos golpes recibas,

te levantarás otra vez.

lunes, 21 de febrero de 2011

I am a monster

Tengo algo dentro y no sé explicar qué. Un cúmulo de sentimientos me ha invadido el estómago y quiere ascender por mi esófago, dándome arcadas. Mis tripas se han unido y han formado un nudo que soy incapaz de deshacer con frases. No puedo expresar algo que no se mide en palabras, tal y como la ira, el amor y la belleza, que no se pueden medir en cifras. Mis silencios se equiparan a las veces que me he arrepentido, y mis lágrimas a las veces que me he asustado. Soy incapaz de retener las sensaciones, pues éstas cobran forma e intentan escapar de mí. Trato de contenerlas, pero ellas son demasiado fuertes… No puedo aguantar, mi cuerpo no resiste.

Tengo algo dentro y no sé explicar qué. No es amor, ni odio, ni tristeza, ni alegría, ni decepción, ni orgullo. No es nada de eso, y al tiempo es todo. Es algo raro. Puede que sea una mezcla, o que sea el antídoto a los propios componentes de la misma sensación. Me gustaría embotellar mis sentimientos, encerrarlos en un frasquito de cristal y fundir los estrechos bordes para que se unan y la esencia de dolor y vitalidad no escape. Rellenar miles de matraces, probetas y todos los recipientes que tenga a mano. Agotar la existencia de frascos en los que introducir mis sentimientos para convertirme en alguien desalmado, una persona inhumana, un monstruo que no sea capaz de desear, ni tan siquiera de pensar con claridad en los objetivos, los actos y las consecuencias. Alguien que suelte gritos desgarradores en mitad de la noche y asuste a los niños, y a sus padres. No quiero tener forma humana. No quiero tener un cuerpo, no quiero tener que sentir nada.

Tengo algo dentro. Creo que sé explicar qué. Mi alma quiere dejar atrás el envoltorio carnal, como si un caracol tratase de desprenderse de su concha, o una tortuga de su caparazón. Es algo tan inhumano como que un perro se arranque la piel a mordiscos, o un águila se desplume a picotazos. No es natural. Y es doloroso, muy doloroso. Es como quitarte tus propias entrañas, o hurgar en tu pecho con la mano en busca del corazón. Por desgracia, nada de eso me alivia. El cúmulo de sensaciones ha llegado el cerebro y ha conseguido que se me nuble la vista. Me tambaleo…

Ya no tengo nada. Mi alma se ha perdido y mi cuerpo está deshecho. No hay nada que esperar. Nada que hacer.





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Si me lo preguntáis: Estoy bien ¬¬ Simplemente quería escribir y me salió esto :)

sábado, 19 de febrero de 2011

Ellos

Hola a todos!
Vengo a daros las gracias a todos mis seguidores :) Gracias por estar ahí, por leer (los que leáis), por comentar (los que comentéis) y los que invirtáis un pequeño momento en mí :)
En un año he conseguido cincuenta maravillosos seguidores. Puede que no sean muchos, pero me siento escuchada igualmente ^^
Cuando seamos cien igual os regalo algo :) No sé el qué, pero bueno... xD
Aquí va el pequeño relato de hoy, MUY PEQUEÑO. Un beso a todos :)





—Podéis hacer lo que queráis.

—Pero…

—Sólo erais piezas para protegerla a ella.

Todos los presentes, excepto él, dejaron escapar un quejido mientras abrían los ojos con incredulidad.

—Lo entendéis, ¿verdad? La sensación de ser tan sólo objetos… Encontré otra forma de protegerla. Ya no sois de utilidad —se dio la vuelta y los contempló con frialdad.

—No… —murmuró la rubia, mientras él se iba.

—¿Estás bien? —le preguntó al pelirrojo al rubio, quien se reía. Como no contestó, se acercó a él y le puso la mano en el hombro— Tranquilízate.

—¡No! —contestó él, apartando de un manotazo el gesto de cariño que le había ofrecido su amigo— Estoy feliz.

Todos le miraron con sorpresa. El rubio habló mientras se marchaba en dirección contraria al hombre que les había lanzado tan duras palabras.

—Si realmente pensara que somos objetos… nos habría usado hasta la muerte y después se habría deshecho de nosotros. Pero no lo hizo. Cuidó de nosotros. Reconoció nuestra existencia…

—Entonces es que miente muy bien.

—O que estaba equivocado…

martes, 15 de febrero de 2011

Cap 8 - La Noche del Mustang (2/3)

Y allí estaba el encapuchado. Llevaba la misma capa gris que la otra vez, pero algo más estropeada. Me di cuenta entonces de que era alto, probablemente bastante más que yo. Caminó hacia mí con tranquilidad y se detuvo a los pies de mi lecho para después dejar al descubierto un rostro de facciones casi tan finas como las mías, aunque algo más angulosas. Se trataba de un chico joven que no tendría muchos más años que yo. Es más, si no fuera tan alto, hasta diría que le sobrepasaba en edad. Tenía el cabello rubio, no demasiado largo, con un corte un tanto extraño. Unos mechones le ocultaban parte de la frente y el ojo derecho, mientras que, en el otro lado, le tapaban la sien y llegaban hasta el final de su cuello. El resto de la cabeza lo tenía cubierto por mechones casi tan largos como un palmo, que se sujetaban de forma vertical gracias a dios sabe qué. En mi mente lo apodé, en un primer momento, como “pelo-pincho”.

Dejé de observarle el pelo y me centré en los ojos. Los tenía grandes y azules, tan claros pero tan intensos que parecían estar sumergidos en el agua del mar. Alrededor, unas largas pestañas, también rubias, resaltaban su mirada y la hacían cálida y fría a la vez. Por último, unas cejas finas e igual de claras que el cabello se situaban poco más de un centímetro por encima de sus bellos ojos.

Tenía la nariz pequeña y recta, casi tan delgada como los sonrosados labios. Su piel era tan clara que casi parecía albino, pero creo que había empezado a broncearse debido al efecto del sol. Estaba vestido con una camiseta negra de tirantes, la cual le dejaba a descubierto los brazos bastante musculados, y unos pantalones holgados del mismo color. Calzaba unas botas oscuras con tachuelas que le llegaban a mitad de pantorrilla. Por descontado, sobre los hombros llevaba su característica capa gris.

—¿Qué pasa, se te ha comido la lengua el gato? —sonrió con escepticismo.

—No —contesté sin demasiados miramientos.

—Supongo que tendrás hambre —comentó—. Voy a traerte algo de comer.

Dicho esto se dio la vuelta haciendo ondear su capa y desapareció. Segundos después me levanté de la cama y avancé hasta la puerta por la que había salido el encapuchado (aunque ahora ya podría llamarle el “descapuchado”, o el “pelo-pincho”, o simplemente “el rubito”). Aparté la tela tras respirar hondo y contemplé el exterior.

Bueno, lo primero que debería decir es que estábamos en un árbol. Sí, la cabaña en la que me hallaba era una casa-árbol, como las que tienen los niños en las series y películas americanas. Pero éstas eran a lo grande, y había muchas. Tal vez veinte, incluso. Estaban colocadas más o menos formando un círculo, según lo permitiesen los árboles, y se accedía a ellas por unas prominencias que les habían salido a los susodichos especímenes, aunque debo decir que era demasiado sospechoso que eso hubiera ocurrido de forma natural. El emplazamiento del “poblado” (podríamos denominarlo así) se hallaba en el límite de uno de los claros del bosque del que, por cierto, yo no sabía salir, ya que me habían conducido allí mientras estaba dormida. De todas formas no necesitaba escapar ni irme a ninguna parte, pero averiguaría como se salía de allí por si tenía que huir con urgencia gracias a algún motivo en concreto.

A ras de suelo, entre los troncos de los árboles en los que se hallaban las cabañas de madera, había gente con sus respectivos guardaespaldas. Mi primera deducción a partir de los sonidos había estado bastante bien, pues divisé un zorro, un perro, un caballo y muchos más animales, incluso un enorme oso pardo. Junto a los guardaespaldas (porque suponía que lo eran) estaban sus respectivos amos. La mayoría parecían rondar mi edad, ¿realmente todos los Rebeldes eran tan jóvenes como yo? Parecía increíble…

El joven que había ido a buscar algo de comer para mí comenzó a subir con rapidez las escaleras de la cabaña en la que me encontraba. Cuando llegó sonrió y me indicó con un gesto que entrara dentro de nuevo, mientras sujetaba entre sus manos un pequeño tazón de barro lleno de un líquido de color claro. Me senté en la silla de madera y cogí el tazón que el chico me tendía, comenzando a beber a sorbos. Él volvió a sonreír y se sentó en la cama, justo en frente de mí. Decidió presentarse mientras yo terminaba de comer:

—Soy un poco maleducado, ni siquiera te he dicho quién soy. Me llamo Odrix Sadda.

—Sadda —repetí su apellido con suavidad.

—Puedes llamarme Odrix —ensanchó la sonrisa. Pasamos unos segundos en silencio hasta que volví a hablar.

—Supongo que a mí ya me conoces —murmuré con despreocupación, terminando la humeante sopa que Odrix me había traído.

—Hilda SaSale —declaró con triunfo, como si hubiera adivinado algo tremendamente difícil.

Hice una mueca.

—Puedes llamarme Hilda —contesté, mirándole a los ojos. Él se carcajeó.

—Por supuesto. ¿Cómo se llama? —preguntó, señalando a mi lobo.

—Sangilak.

—Un nombre extraño —frunció el ceño.

—No tanto como Odrix.

—Bueno, mis padres tenían un gusto extraño, eso es cierto.

—Ya veo.

Nos sumimos de nuevo en el silencio, pero el rubio no tardó en romperlo.

—Bueno, ¿quieres que te enseñe este lugar, o prefieres quedarte aquí? —me preguntó mientras se levantaba y se dirigía hacia la puerta. Sangilak y yo le seguimos.

Cuando bajamos del árbol, la gente que estaba cerca de nosotros comenzó a mirarme con curiosidad. Algunos incluso cuchichearon entre ellos. Odrix, a pesar de todo, no les hizo caso y me condujo hasta dos personas que discutían acaloradamente a la sombra de una de las casas-árbol. Eran un hombre y una mujer que parecían rondar la misma edad.

Él era alto y bastante musculoso, tenía la piel bastante bronceada por el sol y llena de heridas en una determinada zona cerca del cuello. Su cabello era castaño y corto, con unos cuantos mechones cayéndole por la frente. Sin embargo, los ojos los tenía grises, de un tono tan claro que parecían no corresponder con los matices oscuros del resto de su cuerpo. Vestía una camiseta blanca sin mangas que dejaba al descubierto sus brazos bien trabajados y dejaba adivinar su torso musculado, además de unos pantalones grises holgados y unos zapatos negros algo sucios por la tierra. Había hallado una posición que parecía cómoda: tenía la espalda pegada al tronco del árbol y había flexionado una pierna hasta apoyar también el pie, creando con la rodilla un ángulo de unos cuarenta y cinco grados. A su lado, tumbado a la sombra, se hallaba un gran tigre albino. Unas rayas negras surcaban su aterciopelada piel blanca, confiriéndole un aspecto fiero. Tenía los ojos de un azul tan claro que se asemejaba al tono grisáceo de su amo.

La mujer, por el contrario, era algo más bajita y delgada, aunque estaba casi tan morena como él. Su cabello era bastante más largo que el del hombre y de un castaño más claro, tan liso que parecía irreal. Tenía las facciones afiladas y la piel casi blanca. Sus ojos eran de un sorprendente violeta intenso que nunca antes había visto. Realmente aquella mujer era extraña, no se parecía en nada a nadie que hubiera allí. Incluso sus ropas se asemejaban más a las mías que a las de los demás: llevaba puesto un traje de tirantes que parecía de cuero marrón, a juego con unas botas del mismo color. Al lado de éstas se hallaba descansando un zorro de tamaño desmesurado, era poco más pequeño que un perro.

—Me figuro que eres Hilda SaSale —sonrió el hombre de pronto—. Me llamo Iarroth Affleck, soy el jefe del grupo.

Me estrechó la mano.

—De eso nada —protestó la mujer, acercándose a mí y dándome la mano también—. Yo soy la jefa del grupo —recalcó el “yo”—. Me llamo Jenna McNairy.

—Los dos juntos lideran a Los Rebeldes —resumió Odrix—. Nos dirigen a todos y cada uno de nosotros y ayudan a que nos organicemos.

—Él es un poco gruñón, pero por lo general no se come a nadie —sonrió Jenna.

—Ella es bastante mandona, pero creo que sobrevivirás si le haces caso y la dejas dirigir tu vida al completo, como intenta hacer con todos nosotros —contestó Iarroth despreocupadamente. Jenna le dirigió una mirada asesina y se puso las manos en las caderas.

—Te equivocas, eso sólo lo hace contigo —le susurró Odrix a Iarroth. Jenna puso los ojos en blanco y, tras decirme adiós, se fue a toda prisa (seguida por su zorro) para echarles la bronca a unos cuantos chicos que descansaban sentados en las escaleras de una de las cabañas.

—Da miedo, ¿verdad? —rió Iarroth— Bueno, voy a ver si consigo formar una partida de caza y vamos a buscar algo de carne para la cena. Ya nos veremos.

—Adiós.

—Preséntale a los demás —añadió dándose la vuelta cuando estaba a unos cuantos metros—, no quiero que se pierda como la última que vino —le recriminó.

—No pensaba perderme —añadí al tiempo que Odrix protestaba:

—No pensaba dejar que se perdiese.

—Bien, veo que al menos os compenetráis —rió el jefe del grupo—. Nos vemos en la cena. Recuerda que hoy es la noche…

—Sí, sí, lo sabemos —gruñó Odrix. Iarroth se marchó.

—¿Qué se supone que sabemos? —pregunté con seriedad.

—Dentro de unas horas comienza la Noche del Mustang.

domingo, 13 de febrero de 2011

Las manos del esclavo

El rumor de la noche se ocultaba tras los gritos y lamentaciones de los hombres, el sonido de los picos contra las rocas y los latigazos a los que los esclavos eran sometidos. Los soldados no tenían piedad; hombre que tardaba, hombre que moría. Hombre que paraba, hombre que era torturado. Hombre que se quejaba, hombre que desaparecía para siempre…

Ya casi era de noche. El cielo era una mezcla de tonos anaranjados, azules y blancos, mientras que la arena, antes tan blanca y pura como la nieve, estaba cubierta por manchas de sangre, sudor y lágrimas. Todo mezclado había formado una masa fangosa en la que los hombres resbalaban sin parar, provocando nuevas muertes, más lamentaciones, y con ello, más dolor… era un ciclo sin fin.

Progresivamente todos los esclavos iban tropezando, cayendo… a cambio, eran borrados del mapa de una forma burda y llena de dolor. Pero a cada segundo, los soldados traían nuevos hombres que serían esclavizados y tratados peor que animales. Nunca acabaría aquello.

Un hombre en concreto, fornido y alto, pero ya con una avanzada edad, cayó de rodillas y su cuerpo se negó a continuar. El soldado que estaba más cerca de él comenzó a propinarle latigazos en la espalda, abriéndole heridas y derramando más sangre en el suelo mancillado por la humillación y la desigualdad. De pronto, el señor del lugar hizo su aparición junto a la víctima y su verdugo. Detuvo la mano de éste último con brusquedad, impidiéndole que continuara con su labor. El soldado se inclinó levemente, haciendo una reverencia, y se marchó de allí para vigilar a más gente. El hombre, alto y delgado, se colocó enfrente del esclavo.

—¿Por qué no sigues trabajando? —preguntó con frialdad, y casi en un gruñido.

—No es culpa mía, señor, no es culpa mía —lloriqueó el esclavo—. Son mis manos, señor, no quieren trabajar… Están cansadas y se niegan a seguir picando las rocas…

—Muy bien, puedes irte.

El esclavo abrió los ojos como platos y se levantó con dificultad. Como su señor no añadía nada más, comenzó a caminar en dirección contraria al nido de sufrimiento en el que llevaba ya más de una semana intentando sobrevivir.

—Espera —dijo el alto señor, deteniendo al esclavo. Éste se volvió y le miró con miedo—. He dicho que puedes irte —repitió—, pero tus manos se quedan aquí.

El esclavo cayó de rodillas de nuevo al darse cuenta de lo que aquello implicaba.

—No, señor… por favor, piedad —gimió. Su verdugo volvió de nuevo, pero había reemplazado el látigo con el que le había azotado antes por una afilada hacha. El esclavo lanzó un grito de terror y dolor milésimas de segundo antes de ser ejecutado por aquellos que, sin derecho, vergüenza ni piedad, habían convertido trabajadores nobles en moribundos esclavos.


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(este fragmento no sé si lo soñé o lo vi en una película o una serie, tanto de dibujos como de actores reales, así que si alguien consigue decirme el título de la película o lo que sea donde sale, se lo agradecería ^^)

jueves, 10 de febrero de 2011

Hoy es un día especial.

¡HOY ES UN DÍA ESPECIAL!

¿Y sabéis por qué?
NO, no voy a abandonar el blog, aunque os gustaría, eh ;)
NO, tampoco... yo qué sé...

Bueno, el caso (mi cerebro ahora mismo no da para más, lo tengo en modo off desde hace unas cuantas horas, o tal vez, unos cuantos años) es que hoy

ES EL CUMPLEAÑOS DE CLARY CLAIRE!!

Para quien no sepáis quien es Clary Claire... Es una chica:

-Maravillosa (Wonderful)
-Fantástica (Fantastic)
-Genial (Great)
-Inteligente (Intelligent)
-Guapa (Beautiful)
-Simpática (Friendly)
-Ladrona (Robber)
-Buena escritora (Good writer)
- Supermegaguay (Really cool)

Y muchas otras cosas que no contaré para no aburrir al personal aquí presente. Además de todos esos adjetivos con los que la he calificado, puedo decir lo siguiente de ella:

-Es una de las pocas que comenta casi TODAS mis entradas, junto con un par de personas más.
-Junto con nuestra amiga Salander y Jake, es una de las personas que más me hacen reír.
-Me encantan sus novelas y relatos y, en general, todo lo que escribe.
-Es una buenísima persona que siempre está ahí disponible para mí (Y PARA NADIE MÁS, ¿ME OÍS, EGOÍSTAS?)
-Canta supermegabien ^^
-Lo mismo aplicado al piano y (dentro de poco) la guitarra :)

Y podría seguir diciendo más pero ya no se me ocurren, aunque hay infinitas.
Aunque bueno, lo más importante es que

ODIA A CASI LAS MISMAS PERSONAS QUE YO!

Bueno, lo dejo aquí...
os quiero a todos...

Y SOBRE TODO A TI, CLARU!!! :)


domingo, 6 de febrero de 2011

Valentía

Valor es lo que se necesita para levantarse y hablar; pero también es lo que se requiere para sentarse y escuchar. Valiente es aquel que tiene miedo pero que enfrenta y supera sus miedos. Aquel que no le teme a nada es un irresponsable. La valentía no es el enfrentarse a un tigre o caimán; la valentía es el llevar la verdad por delante y admitir la realidad. Valiente es aquel que no toma nota de su miedo. Es de valientes reír cuando el corazón llora. Valentía es mirarse al espejo nada más levantarse cada mañana. Ser valiente no consiste en no sentir miedo, sino en sentirlo y aún así continuar adelante. Sé valiente y lucha por lo que crees. Lucha por aquel sueño que nunca tuviste y siempre deseaste.

Porque el hombre crea su realidad del mundo para olvidar la que no entiende.

sábado, 5 de febrero de 2011

Cap 8 - La Noche del Mustang (1/3)

Me desperté rodeada por una multitud de sonidos. Antes de mirar traté de adivinar qué ruidos eran característicos del lugar en el que me hallaba. Primero distinguí el frágil y agudo canto de unos pájaros que, animados, competían entre sí por ser el que alzaba más la voz. También supe diferenciar el sonido de pisadas en la hojarasca seca, las cuales producían un crujido agradable al oído. Escuché cómo una corriente de agua se escapaba de alguna parte. ¿Habría una fuga en algún depósito? Aparté esos pensamientos de mi cabeza y me centré en lo demás. Los últimos sonidos que me quedaban por describir, y probablemente los que más fuerte sonaban, eran las voces humanas. No eran aniñadas, la mayoría parecían bastante adultas. Principalmente se escuchaban las risas de unos chicos, o tal vez hombres, aunque también pude apreciar la seria conversación entre dos personas de sexo femenino. Abrí los ojos.

Como estaba tumbada boca arriba, lo primero que vi fue el techo de la construcción en la que me hallaba. Era un techo compuesto principalmente por madera, pero no madera cortada y pulida, sino ramas de árboles que parecían recién arrancadas. Había también algunas hojas de colores pardos que se escondían entre las vigas más gruesas, pero se camuflaban tanto con las ramas que no se sabía qué era qué.

Me incorporé y examiné mejor el lugar. Me hallaba en una sala medianamente grande. No divisé puerta alguna por la que se podría entrar, tan sólo vi un agujero más o menos de mi altura medio cubierto por una tela. En la curiosa habitación había una tosca mesa, también de madera, una silla igualmente trabajada, un pequeño armario con cajones y, por descontado, el lecho donde me hallaba. Éste constaba tan sólo de un cúmulo de hojas envueltas por un gran trozo de tela, y algo parecido a una manta hecha con cuero de algún tipo de animal similar a una cebra.

Sangilak se encontraba durmiendo a mi derecha, en el suelo. Sonreí y le acaricié con dulzura hasta que se despertó. Se levantó y me lamió las manos cariñosamente, mostrando su afecto.

—¿Qué pasa, me vigilabas? —le dije, aun a sabiendas de que no iba a contestarme. Él posó su mirada en la mía y me di cuenta de que sus ojos ya no eran negros, sino marrones— Sangi… —murmuré con sorpresa. Era mi lobo, sin duda, pero sus ojos ya no eran los de antes.

Decidí quedarme un poco más en la “cama” (que no se me antojaba demasiado incómoda a pesar de todo) antes de salir a explorar mundo. Sangilak se acercó a mí y apoyó su cabeza en mi regazo, dejando que le acariciara las orejas mientras yo seguía pensando en la razón por la que sus ojos se habían tornado de un matiz más claro.

—Veo que ya estás despierta —dijo una voz, sobresaltándome. Levanté la mirada del oscuro pelaje de mi lobo y posé los ojos sobre la puerta de aquel lugar, que era de donde provenía la voz ya mencionada.

Y allí estaba el encapuchado...