Lionne.

Tú...

No eres tu nombre. No eres tu empleo.

No eres la ropa que vistes ni el lugar en el que vives.

No eres tus miedos, ni tus fracasos... ni tu pasado.

Tú... eres esperanza.

Tú eres imaginación.

Eres el poder para cambiar, crear y hacer crecer.

Tú eres un espíritu que nunca morirá.

Y no importa cuántos golpes recibas,

te levantarás otra vez.

sábado, 2 de enero de 2010

Salvada

—¡Corre, Rika, corre! —me gritó Dimitri, desgañitándose. Yo le pegué con fuerza a Hurricane en los costados, deseosa de perder de vista a los soldados. Dimitri me había adelantado, aunque tan sólo eran unos metros. Esa misma distancia era la que nos separaba a los soldados y a mí. Y pensar que tal vez esos soldados eran los mismos que me habían defendido cada vez que alguien se había vuelto contra mí o contra el reino de mi padre, los mismo soldados que habían jurado lealtad a mi familia… claro que no eran ellos los traidores, sino que era yo la que se había fugado con el hijo del enemigo. Aunque Dimitri también se había fugado con la hija del enemigo de su padre, así que los dos padres estaban furiosos…
Uno de los soldados casi me había agarrado por la capa, que ondeaba al fuerte viento. Apremié un poco a mi caballo, insistiéndole para que acelerara rápidamente, aunque creo que Hurricane ya estaba al límite de sus fuerzas, llevábamos corriendo ya un buen rato.
—¡Vamos, Hurricane! —le animé, aunque no creía posible que me entendiera. Dimitri miraba hacia atrás de vez en cuando, buscándome entre la horda de soldados, y una de esas veces fue cuando sus ojos me inspiraron temor.
—¡Rika, cuidado! —rugió, y entonces sentí un fuerte tirón desde atrás; alguien me había agarrado de la capa. Intenté desasirme, pero el personaje tenía fuerza y sólo conseguí perder a Hurricane, que se fue corriendo por el camino. Quedé levitando por unos segundos, casi sin respiración, pues la capa me impedía tomar aire al estar sujeta por el cuello. Forcejeé un poco, y vi que Dimitri se aproximaba a una velocidad vertiginosa. En un segundo estuvo junto al caballo del soldado que me sujetaba. Dimitri sacó un largo cuchillo de entre los pliegues de su capa, y le cortó la mano al soldado, dejándome libre. Se desplazó un poco a la izquierda, para que yo cayera encima de su caballo, detrás de él, y no en el suelo. No me dio tiempo a ver la sangrienta mano que había en el suelo, pero sí oí, mientras corríamos deprisa como el viento, los alaridos de dolor del soldado, ahora manco. Le rodeé la cintura a Dimitri con los brazos, y apoyé la cabeza en su hombro. Todavía me dolía el cuello del fuerte tirón que me habían propinado.
—¿Estás bien? ¿Te han hecho daño? —preguntó, encima del rugido ensordecedor del viento.
—¡Estoy bien! —grité yo, quedándome un momento atrapada en sus ojos. Cuando él retiró la vista para mirar el frente, yo quedé liberada, como por arte de magia. Suspiré, aunque no lo pude oír ni yo, y me apreté más contra Dimitri, quien cabalgaba con envidiable maestría.
No llegamos a ver a Hurricane, posiblemente estaba muy lejos de allí, tal vez iba hacia una nueva vida. Había sido muy leal, pero, en fin… De todas las maneras, tal vez Dimitri querría que consiguiéramos otro caballo. No podíamos comprarlo, claro, pero tal vez con un poco de suerte, algún granjero estaría despistado…
Nos adentramos en el bosque situado a nuestra izquierda al atardecer, pero no nos detuvimos hasta que anocheció. Acampamos en un claro, donde tendimos una manta junto al caballo de Dimitri, que se echó en el suelo. Nos acurrucamos contra el caballo, encima de la manta, y yo cerré los ojos, aunque me mantuve despierta.
—Eran los hombres de mi padre —declaró Dimitri—. Llevaban el escudo del reino de mi padre tatuado en el cuello. Se lo he visto a uno.Además, si hubieran sido los del tuyo no te habrían cogido así. Te habrían tratado con más cuidado.
—¿Cuál es el escudo? —pregunté, muerta de sueño, pero incapaz de dormirme.
—Un castillo de siete torres, con un águila a cada lado y tres estrellas debajo.
—¿Qué significa?
—El castillo significa fuerza; las siete torres, magia; las águilas, sabiduría; y las tres estrellas, nobleza.
Yo bufé notablemente.
—Ya —coincidió Dimitri, acariciando mi rostro—, yo tampoco creo que sea muy acertado para el reino de mi padre.

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