Lionne.

Tú...

No eres tu nombre. No eres tu empleo.

No eres la ropa que vistes ni el lugar en el que vives.

No eres tus miedos, ni tus fracasos... ni tu pasado.

Tú... eres esperanza.

Tú eres imaginación.

Eres el poder para cambiar, crear y hacer crecer.

Tú eres un espíritu que nunca morirá.

Y no importa cuántos golpes recibas,

te levantarás otra vez.

sábado, 9 de enero de 2010

Pastel de chocolate

Prefacio


Al principio, todo fue sencillo. La inocencia es un don muy preciado, pero cuando la poseemos no tenemos constancia de ello. Y cuando nos percatamos, es cuando la perdemos. Tan sólo los niños poseen un alma pura e inocente. Cuando las cosas se complican, pierdes la inocencia, tal vez como nos pasó a él y a mí. A veces me pregunto si la mala suerte le ocurre a una persona, sola en el mundo, o por el contrario, todos carecemos de milagros.
Luego descubrí que la suerte no existe, y cada persona está abandonada a su destino.


* * *


Yo era una dulce niña de cuatro años, y vivía en un orfanato en Madrid. No sabía nada de mis padres ni del resto de mi familia, y mi recuerdo más temprano se trataba de una soleada tarde de verano en el jardín del orfanato. Estaba sentada en un banco, comiéndome una porción robada del pastel que había hecho la cocinera, Helen. Faltaba media hora para comer, y en teoría el pastel era para el postre, pero yo no me había podido resistir al delicioso olor del chocolate caliente cubriendo un tierno bizcocho. Así que aprovechando que la cocinera estaba despistada, echándole un ojo a la tortilla, me colé en la cocina y partí como pude un trozo de pastel. Acabé con las manos oliéndome a chocolate y la barriga llena, probablemente Helen se enfadaría cuando descubriera su “recién abierta” tarta, y Paula me regañaría por no comer a la hora del almuerzo (Paula era nuestra tutora, bueno, y la directora del orfanato).
Tenía remordimientos de conciencia después de comerme el trozo de pastel, claro, yo estaba bien educada desde siempre y las palabras de mis superiores siempre habían sido ley para mí. Era incapaz de robar o hacer mal a nadie, allí estaba yo, escondida detrás de un árbol en el jardín, esperando a que alguien me pillara y viniera a por mí.
Como por arte de magia, oí la puerta del orfanato abrirse y unos pasos acercarse, el rozar de unos zapatos por el césped. Oí la voz de Paula, hablándole a alguien que no dijo nada.
—… y esto es el jardín. Tengo entendido que te gustan las plantas y los animales, ¿no? Aquí no hay animales, pero hay muchos árboles, ¿ves? Ve a jugar un rato, la mayoría de los niños están en clase, pero ahora saldrán. En un rato iremos a comer.
Después, la voz de Paula se apagó y la oí de nuevo entrar al orfanato. Me quedé quieta y en silencio, expectante, y al cabo de unos segundos oí unos pasos, esta vez más suaves, acercarse hacia mí. Me asomé poco a poco por un lateral del árbol, y los pasos se detuvieron peligrosamente cerca. Me incliné un poco más, y me topé con un niño que parecía de mi edad, con el cabello de color castaño claro, o más bien rubio oscuro, y unos impactantes ojos grises que reflejaban miedo e inseguridad.
—Hola —le saludé yo, limpiándome las manos en el pantalón, ya que se me ocurrió que tal vez ese chico me delataría a Paula o a Helen.
—Hola —me respondió él, con su suave voz.
—¿Cómo te llamas?
—Mayron —me respondió él, de nuevo con la débil voz—- ¿Y tú?
—Débora —contesté yo—. ¿De dónde vienes?
—De otro orfanato. Todos se fueron. Yo me quedé y me trajeron aquí.
—Ah —con sencillez, señalé un cubo y una pala que había cerca de nosotros—. ¿Quieres jugar?
—Vale —respondió él, más contento, y los dos fuimos a sentarnos junto al cubo y la pala. Al cabo de una hora o dos teníamos un castillo espléndido, aunque hubo bronca porque lo hicimos en el césped, removiendo toda la tierra y “matando” a las plantas de medio metro a la redonda alrededor de nosotros, pero a Mayron y a mí no nos importó. Fuimos a comer con las manos llenas de tierra, aunque Paula nos mandó lavárnoslas antes de sentarnos en la mesa con los demás.
Lo cierto es que a mí nunca me había gustado comer, por eso estaba ya demasiado delgada para mi edad. Además, el hecho de que niños mayores que yo comieran con las chicas y los chicos de mi edad, no me reconfortaba demasiado. Cualquier oportunidad era buena para hacernos rabiar o burlarse de nosotros.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

si kerias k nos jodiesemos lo he hecho!!!!!!!!!!!! joder diana no puedes escribir tan poko!!!!!!!!! te matoo!!!! pero sta genial jajaj teek

Kirtashalina dijo...

ya te valee joder luego me dices amii....

Palabras en la noche dijo...

lo mismo k klara k te jodan a ti joder!!!!
pero sta mu bn
besossssssssss

Anónimo dijo...

jajaj a callar! LO DEJAMOS EN K LO IMOORTANTEEEEEE es k DIANAAA Y ROMEROOOO escriben muy bien y punto.

Rhynor dijo...

ee ke mal me jodiste xD jaja zta genial como todo lo ke eskribes espero la sigiente parte