Lionne.

Tú...

No eres tu nombre. No eres tu empleo.

No eres la ropa que vistes ni el lugar en el que vives.

No eres tus miedos, ni tus fracasos... ni tu pasado.

Tú... eres esperanza.

Tú eres imaginación.

Eres el poder para cambiar, crear y hacer crecer.

Tú eres un espíritu que nunca morirá.

Y no importa cuántos golpes recibas,

te levantarás otra vez.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Aquellos bailes bajo la luna

Me incliné hacia la barandilla, temiendo lo que iba a presenciar. Al menos veinte parejas estaban bailando… y, sí, entre ellas estaba él. Él, poniéndole una mano en la cintura a ella, dándole la otra mano, bailando un vals con ella… Las lágrimas acudieron a mis ojos, así que me di la vuelta, herida, notando la mirada de él en la nuca… aún así, salí al gran balcón y apoyé los codos en la balaustrada, observando la gran luna llena que decoraba el cielo y me iluminaba. Comencé a llorar silenciosamente, dejando que las lágrimas cayeran por mi rostro y mi cuello, dejando un rastro brillante a su paso. Me estremecí, no sé si porque comenzaba a hacer frío y mi vestido era bastante escotado y me dejaba la espalda desnuda; o porque oí unos pasos detrás de mí. Me enjuagué las lágrimas lentamente, no quería que las viera nadie. Noté su respiración silenciosa a unos metros de mí, se había detenido y me observaba. Él sabía que yo sabía que estaba ahí, pero nadie dijo nada, permanecimos en silencio. Y en todo el rato que duró, no paré de observar la luna. —Sabes que tenía que hacerlo —dijo él entonces, con voz suave. Nunca, nunca me había hablado tan cariñosamente. Nunca. —Lo sé —contesté con voz débil. Le eché un último vistazo a la brillante luna y me di la vuelta hacia él, observándolo. Llevaba un traje negro como su cabello, pero una rosa roja asomaba por el bolsillo de la chaqueta. Él me examinó a mí, observando detenidamente mi vestido. Me quedé quieta, no hice nada. Esperé a que dijera algo más. Pero él, en vez de hacer eso, se acercó a mí, al principio con pasos vacilantes, después más firmes, hasta que se colocó enfrente de mí, a escasos centímetros de mi cuerpo. Él, lentamente, me colocó una de sus manos en la cintura. Después, con la sobrante, buscó mi mano derecha y las entrelazó. Nos quedamos así quietos durante unos segundos. Tras los cuales, dio un paso hacia atrás, arrastrándome consigo. Luego, dio un paso hacia delante, obligándome a retroceder uno a mí. Y así seguimos, dando un paso hacia delante, y otro hacia atrás. Después, poco a poco, fuimos girando, llegando ya a bailar correctamente. Oíamos levemente la música desde dentro del edificio, pero nos dejamos llevar por el ambiente y no por la canción. En todo momento le miré a los ojos, y en todo momento miró él a los míos. —¿Qué ha pasado con… ella? —pregunté. Él contestó con voz neutra. —No lo sé. Y ahí se acabó la conversación, pero ni muchísimo menos el baile. Así estuvimos un largo rato, bailando un vals bajo la luz de la luna llena…

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