Lionne.

Tú...

No eres tu nombre. No eres tu empleo.

No eres la ropa que vistes ni el lugar en el que vives.

No eres tus miedos, ni tus fracasos... ni tu pasado.

Tú... eres esperanza.

Tú eres imaginación.

Eres el poder para cambiar, crear y hacer crecer.

Tú eres un espíritu que nunca morirá.

Y no importa cuántos golpes recibas,

te levantarás otra vez.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Cap 2 - La ciudad de piedra (Parte 3/3)

Alcé mi mano temblorosa al lector de microchips de mi puerta de casa y esperé unos segundos. Al escuchar el pitido correspondiente, la puerta principal se abrió y nos dejó paso a Sangilak y a mí. Ambos entramos en el hogar, y tras oír el ruido que produjo la puerta al cerrarse de nuevo, llegué al salón. Cora se hallaba dormida en el sofá, agarrando firmemente una manta plateada. La televisión situada enfrente de ella estaba encendida, así que la apagué, pues nadie la miraba. Segundos después me arrodillé frente al sofá, haciendo una mueca del dolor cuando el suelo me rozó un punto situado cerca de la rodilla, pues el ninja me había hecho daño en varios sitios.

—Cora…

Apoyé mis manos frías y temblorosas sobre el brazo de Cora, haciendo que se despertara con brusquedad. Abrió los ojos repentinamente y buscó algo con la mirada. Unas milésimas de segundos después fijó sus ojos sobre los míos y se incorporó, llevándose una mano al corazón.

—Dios, Hilda, me has… —comenzó, pero se fijó en mi sien y se alarmó todavía más. Apartó la mano de su pecho y tras dar dos palmadas para que se encendiera la luz, me sujetó el rostro con sus delgados dedos.

—¡¿Qué demonios ha pasado?! ¡Estás llena de sangre, Hilda!

—Cora, respira, tranquila, déjame explicar… —intenté hacerle entrar en razón, pero no lo conseguí.

—¡¿Dónde está Sangilak?! —al divisarlo se fijó en su pata herida, la cual seguía cubierta por una tela escarlata—. ¡¿Qué le ha pasado a él también?! ¡Exijo inmediatamente una expli…!

—¡Cora! —exclamé con fiereza, sujetando las manos que encerraban mi rostro—. ¡Déjame explicarme, al menos! Antes de todo, respira hondamente.

Cora se relajó un poco, pero seguía alarmada. Procuré explicarle todo cuanto antes, de forma breve y concisa, pero sin olvidar un detalle. Primero su rostro denotó incredulidad, pero conforme le fui relatando los hechos sus facciones se volvieron agresivas. Al terminar de hablar, estaba que echaba chispas

—Bueno, te prohíbo volver a la Ciudad de Piedra de nuevo —dijo tajantemente—. Si ni siquiera Sangilak fue capaz de protegerte de tu atacante, no volverás ahí sola.

—¡Pero…! —intenté protestar mientras me cogía de la mano y me conducía al baño.

—¡Nada de peros! —exclamó, con el tono que pondría una madre al regañar a su hija—. Sé que esta frase la odias pero allá va; es por tu bien. No quiero que te pase nada, y si eso implica no traspasar los límites de la ciudad o no salir de casa, es lo que harás.

—¡Pero…! —intenté de nuevo. Cora me cortó a mitad de frase.

—¡Pero nada! —replicó mientras me obligaba a sentarme en la taza del váter—. Te repito que no quiero que salgas herida. Sangilak y tú os quedaréis aquí una temporada —continuó, sacando un paño de un armario y humedeciéndolo bajo el grifo de color nácar.

—¡Pero…!

—Hilda —dijo Cora con cansancio mientras me secaba la sangre seca de la cara—. No hay peros. Asúmelo. No me vas a hacer cambiar de opinión. Mientras vivas bajo este techo…

—Cora, pareces mi madre —mascullé.

—En cierto modo lo soy, así que respétame, jovencita —dijo en tono burlón, con la intención de sacarme una carcajada. Pero no siquiera sonreí. Cora desistió así que volvió a ponerse seria mientras me limpiaba la cara. Cuando terminó, en el más absoluto silencio, me cubrió el tajo con crema cicatrizante, la cual hizo que me ardiera la sien. Tras unos segundos, me levanté y me observé en el espejo. De la herida casi no quedaba rastro; tan sólo una fina línea rosada.

—Gracias —le dije a Cora, mientras observaba por el rabillo del ojo cómo Sangilak, que nos había seguido hasta el baño, se sentaba sobre sus patas traseras.

—De nada. ¿Has comido algo?

—No me ha dado tiempo, en cuanto he llegado he ido a hablar contigo y has empezado a gritarme —le eché un poco en cara, para que se sintiera culpable. Yo había sido la que había ido a la Ciudad de Piedra, pero, al fin y al cabo, Cora no tendría que haberme gritado tanto. No era mi culpa que me hubieran atacado.

—Bueno, prepárate algo y después a dormir. Yo me voy a la cama, estoy demasiado cansada. Y si Sangilak está muy cojo tendrás que vendarle con algo mejor.

—Vale. Hasta mañana.

Cora desapareció tras una esquina; oí sus pasos subir por la escalera mientras yo me dirigía a la cocina —acompañada por mi guardián—. Me preparé un simple sándwich; no tenía ganas de complicarme mucho. También le serví un poco de carne a Sangilak, la cual devoró con avidez.

Cuando terminamos de cenar, fuimos a mi habitación. Me desvestí, y sin siquiera ponerme el pijama, me tumbé en la cama junto a mi lobo y me sumí en un sueño profundo.

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