Lionne.

Tú...

No eres tu nombre. No eres tu empleo.

No eres la ropa que vistes ni el lugar en el que vives.

No eres tus miedos, ni tus fracasos... ni tu pasado.

Tú... eres esperanza.

Tú eres imaginación.

Eres el poder para cambiar, crear y hacer crecer.

Tú eres un espíritu que nunca morirá.

Y no importa cuántos golpes recibas,

te levantarás otra vez.

viernes, 30 de abril de 2010

Patio de recreo

Salí al recreo con mis amigas, y nos sentamos en nuestro rincón de siempre. Ellas enseguida comenzaron a parlotear y charlar sobre el último día de fin de curso, que se acercaba con rapidez y nos presionaba con los exámenes finales. Yo, por el contrario, me quedé callada y no intervine en toda la conversación. Notaba una presencia extraña y no me relajaba. Con cautela y en un movimiento lento y disimulado, me toqué uno de los laterales del pantalón corto. Suspiré aliviada. Sí, allí estaba. El cuchillo seguía ahí.
Faltaban cinco minutos para que sonase el timbre y entráramos en clase. Nadie tenía ganas; todos estábamos distraídos con la cercana llegada del verano y no podíamos concentrarnos en gran cosa. De pronto, el temor me atenazó y me levanté de golpe.
-¿A dónde vas? -me preguntó una de mis amigas.
Ni me molesté en contestarle. Estaba demasiado absorta en lo que estaba viendo. O más bien, oyendo. Parecía el rugido de un coche de carreras, pero no era tan fuerte como los de la F1. Segundos después pude observar, yo y la mitad del recreo, que se trataba de una moto de gran tamaño. Era completamente negra, y el que la llevaba vestía del mismo color y llevaba un casco oscuro. Avancé a buen paso hasta la mitad del recreo, fue allí donde me detuve y esperé. El motorista se detuvo, aparcó la moto cerca de las demás que había en la puerta de la valla del instituto, y fue acercándose a la verja.
Nos miramos, y cada vez más gente empezó a observarle; primero a él, y tras seguir la trayectoria de sus oscuros ojos; a mí. No negaré que era atractivo: Pelo oscuro, ojos negros, facciones angulosas y simétricas, sonrisa de diablo y cuerpo de gimnasio. Algunas chicas ya estaban babeando, los chicos se dignaron a detener el partido de fútbol que estaba sucediendo. Eso era mala señal. Si los chicos paraban, tenía que ser algo importante. Algo que sintieran todos. Algo como él.
Yo por mi parte, tenía miedo, pero hacía tiempo que sabía que ése día tenía que llegar. No por mucho tiempo podían dejarme tranquila, y por lo visto la paz había terminado. La cuestión era; ¿cómo me habían encontrado tan rápido?
El chico se fue acercando a paso tranquilo y fluido. Con una facilidad digna de un gato, trepó por la valla de dos metros y medio y aterrizó en el patio de cemento del recreo. No interrumpimos el contacto visual, no parpadeamos, pero sí nos movimos. Nos acercamos el uno al otro, hasta que llegó un punto en el que estábamos a menos de un metro.
Los profesores nos miraban estupefactos; sentía los ojos del director en la nuca. Si ni siquiera un miembro del cuerpo docente, tan sólo uno, era capaz de llamarle la atención al chico por haber traspasado el perímetro del recinto escolar en horas de clase ante la mirada de todos los profesores, las cosas iban realmente mal. ¿Cuándo un profesor ha dejado escapar la oportunidad de pillar a alguien colándose en el instituto? Pues no le estaban diciendo gran cosa, precisamente. Más bien parecía que esperaban algo de él. De nosotros.
-Volvemos a vernos -le dije con voz fría, mientras ponía los músculos en tensión
-En efecto -respondió él, sonriendo maliciosamente-. Me vas a poner las cosas fáciles o voy a tener que darte una lección? -preguntó con sorna.
-No vas a ser tú quien me dé una lección a mí -sentencié, poniendo fin a la conversación.
Y empezamos. Me agaché súbitamente, girando con una pierna doblada y otra estirada para intentar tirarle al suelo golpeándole con el pie derecho. Él saltó, esquivando mi patada mientras yo me levantaba, e intentó darme un puñetazo, golpe que yo evité girándome y flexionándome hacia atrás. Todo ocurría como a cámara lenta, pero ni siquiera así teníamos tiempo para pensar en el siguiente movimiento.
Él saltó sobre mí, intentando tumbarme, pero yo pegué un brinco hacia la derecha, consiguiendo que él cayera al suelo. Saqué entonces el cuchillo. Él leyó mis intenciones en mi rostro, así que se levantó, desenfundando una pistola negra. No me dio tiempo a descubrir cuál era. Tampoco importaba.
No me abalancé sobre él, como había pensado hacer en un principio, sino que intenté lanzarle mi cuchillo. Esperé el momento oportuno mientras recibía una lluvia de balas que esquivaba como podía, pues sólo podía lanzar una vez, e iba ser definitiva. Si fallaba, iba a ser complicado ganar la pelea. Y ése era mi objetivo.
Salté cogiendo impulso desde el suelo, y pasé por encima de él mientras intentaba acercar la mano con la que sostenía el cuchillo a su cuerpo. Pero era una tarea más complicada de lo que parecía. Aterricé sentada unos pasos por detrás de él, dándole la espalda, pero me di la vuelta enseguida y conseguí tenerle a la vista. Me mantuve en posición de defensa; de cuclillas, con el brazo extendido hacia él y la mano derecha, con la que sostenía el cuchillo, levantada y un poco más atrás que mis hombros.
Saltamos entonces los dos al tiempo, el uno hacia el otro, yo con el pequeño pero letal cuchillo protegiéndome, y él con su pistola en ristre. Tuve mucha suerte al esquivar las balas que me tiró en esos segundos, gracias a que el chico no tenía la mejor puntería del mundo y yo conseguí doblar y arquear la espalda en el aire. Él, de no sé dónde, sacó una daga parecida a la mía, pero menos brillante, e intentó alcanzarme con su filo.
No me rozó la piel, pero me pasó la hoja cerca de la cabeza y seccionó toda mi larga cola de caballo entera. ¿Pero cómo demonios lo había conseguido, si tras treinta segundos de lucha (o tal vez menos) yo no le había dado ni una sola vez?
Me cabreé. Y eso no es bueno. Sobre todo para el oponente.
Lancé el cuchillo. Era ahora o nunca. Debía elegir entre perder y arriesgarme a resultar herida grave, o a ganar pronto. Esperaba que fuese lo segundo.
Le alcancé de lleno en el pecho. Daba la impresión de que me lo había puesto fácil, pero aún no estaba muerto. Aterrizamos en el suelo casi al mismo tiempo, él malherido, y yo sin armas. Sólo me quedaba una cosa... Me acerqué a él, y sin previo aviso, le agarré de la camiseta por la parte de la nuca (estaba de espaldas a mí) y le di la vuelta con brusquedad y una fuerza sobrenatural. A mi alrededor, cien personas contenían el aliento.
Hice que se levantara, sangrante, para después darle un último golpe letal y dejarlo en el suelo, inerte. Sudando, me di la vuelta hacia los profesores, que me observaban con estupefacción, sorpresa e incredulidad.
-¿Me va a subir la nota en educación física? -le pregunté al profesor de esa materia, que se encontraba junto al de matemáticas-. Creo que me merezco un aumento, ya ve que estoy en forma.
-Eso no lo puedo negar... -tartamudeó el profesor, casi asustado.
-Ya ve.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

genialgenialgenialgenial no puedo decir otra cosa jajaja diana k finales tienes... teek wapisimaaa

Kirtashalina dijo...

jajaj esqee me encanta acabar asi... ironicamentee!! XDD
TeeQ claryy

Palabras en la noche dijo...

jajaj esta mogollon de vien tek wapisima asta mañanaa!!!