Lionne.

Tú...

No eres tu nombre. No eres tu empleo.

No eres la ropa que vistes ni el lugar en el que vives.

No eres tus miedos, ni tus fracasos... ni tu pasado.

Tú... eres esperanza.

Tú eres imaginación.

Eres el poder para cambiar, crear y hacer crecer.

Tú eres un espíritu que nunca morirá.

Y no importa cuántos golpes recibas,

te levantarás otra vez.

martes, 8 de diciembre de 2009

Peter Pan

Lentamente, abrí los ojos. Une leve luz iluminaba mi habitación, pero me extrañó su poca intensidad, ya que normalmente podía distinguir los detalles de casi todos los objetos de mi cuarto, y en ese momento apenas podía discernir las siluetas. Extrañada, miré a la ventana, y se me paró el corazón cuando vi el motivo de la poca iluminación. Una figura alta, delgada y oscura recortaba la luz lunar, poniendo los brazos en jarras. Silenciosa y cautamente, me incorporé, buscando en mi mente una explicación para aquello. Me aparté el cabello del rostro y me lo sujeté detrás de la oreja, inquieta.
—¿Quién eres? —pregunté.
—Me conoces —respondió únicamente, y a pesar de que sólo veía su silueta oscura supe que sonreía. Yo fruncí el ceño y, quitándome las sábanas de encima, bajé de la cama y me puse de pie en las frías baldosas. Me alisé el camisón un par de veces, hasta asegurarme de que estaba todo en su sitio, y me acerqué a la figura. Cuando estuve a un metro de ella, ésta saltó y de la ventana y aterrizó justo delante de mí, quedándose a unos pocos centímetros de mi posición. Pude distinguir que se trataba de un chico, y un chico muy apuesto, a decir verdad. Tenía los cabellos rubios, cortos y rizados, y los ojos de un azul impactante, con un brillo especial que me encandiló desde el primer momento. Tenía una sonrisa pintada en el rostro amable, y al apartar la mirada de su cara me di cuenta de que tan sólo vestía unos pantalones rotos de color verde, y unas hojas adornaban su vestimenta. Alcé de nuevo los ojos, vacilante, y sonreí tímidamente al toparme con su mirada azulada y brillante. No nos movimos, no hicimos ni dijimos nada. Sólo sé que me quedé nadando en sus ojos azules, como si de aguas claras se tratasen. Y, al cabo de un rato, él apartó la mirada y miró hacia abajo. Al hacerlo yo también, me di cuenta de que me había tendido la mano, extendiéndola hacia mí.
—Ven conmigo —susurró, y yo le miré de nuevo a los ojos, que me observaban, brillantes. Después, moví mi mano izquierda, y rocé las yemas de los dedos con las suyas. Alzamos las manos lentamente, hasta que quedaron a la altura de nuestros ojos, pero sin interponerlas entre nuestros rostros. Entrelazamos los dedos, y entonces él se alejó un poco de mí, avanzando hacia la ventana, pero tirando de mi mano con firmeza y suavidad al mismo tiempo. Yo le seguí, y los dos nos subimos al alféizar de la ventana. Estaba helado, aún más que las frías baldosas del interior de mi cuarto. Aun así, no me aparté, por nada del mundo soltaría su mano. Él volvió su mirada hacia mí, sonrió una vez más, arrancándome una sonrisa a mí también, y saltó, llevándome consigo. No grité, no cerré los ojos, tan sólo experimenté la sensación nueva que nunca antes había sentido.
Y de la mano, volamos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

esta super bien!!!!!!!!! me encanta como escribes wapisima!!!!!!