Lionne.

Tú...

No eres tu nombre. No eres tu empleo.

No eres la ropa que vistes ni el lugar en el que vives.

No eres tus miedos, ni tus fracasos... ni tu pasado.

Tú... eres esperanza.

Tú eres imaginación.

Eres el poder para cambiar, crear y hacer crecer.

Tú eres un espíritu que nunca morirá.

Y no importa cuántos golpes recibas,

te levantarás otra vez.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

El vuelo de los faiats

Abrí los brazos en cruz, ansiosa, y cuando sentí que ella enroscaba con fuerza sus garras en mis antebrazos, me dejé llevar. Nos elevamos, como tantas otras veces. Y, sin embargo, siempre había algo diferente en cada viaje, ninguno era como el anterior. Nunca habíamos ido dos veces al mismo lugar, nunca habíamos recorrido el mismo camino. Pero yo sentía que aquel recorrido era distinto, diferente, algo sucedería pronto, algo que no sabía si era bueno o malo.
Dejamos atrás la cueva y descendimos en picado hasta casi estamparnos contra el suelo, pero el águila se detuvo en el último momento, no con brusquedad, sino suavemente, como un movimiento que estaba acostumbrada a hacer. Planeó un poco entonces, pero pronto fue descendiendo unos centímetros, hasta que sentí cómo las puntas de mis pies descalzos se sumergían en las aguas claras del río. Sonreí, contenta, pensando en la suerte que tenía de estar allí. Fuimos avanzando, cogiendo velocidad a medida que recorríamos el río, y pronto éste se ensanchó y se convirtió en cascada. El águila me dejó caer, pero yo, confiada, me dejé llevar por el viento. Y caí, a la vez lentamente y con una velocidad sobrecogedora, dándome una sensación gratificante. Debajo de mí estaba el gran lago en el que desembocaba la cascada, pero el águila no me iba a dejar caer.
En efecto, cuando yo había bajado unos metros más, el águila pasó por debajo de mí y me recogió, dejando que yo montara entre sus emplumadas alas. Observé entonces el frente. Ante mí se expandía un territorio que conocía muy bien, en el que nada era imposible y todo se podía conseguir. Miré a los faiats, las criaturas similares a pájaros gigantes, pero siempre de color rojo, con rayas, manchas o motas de algún otro color brillante y alegre. Volaban por separado, y alguno emitía un gemido ensordecedor y terrible, pero tan hermoso que no mucha gente era capaz de soportarlo. Al menos, no gente normal.
Aunque todo dependía de lo que entendieras por “normal”.
De todas las maneras, yo no era “normal”. Vieras como me vieras.
El águila me dejó caer por segunda vez, y yo, preparada, salté elegantemente. Antes de llegar al suelo, mis brazos dieron lugar a dos alas brillantes, doradas como el sol, y hermosas como el atardecer. Él águila se colocó junto a mí.
Y eché a volar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

JODER K SI K ESCRIBE PUES YO NI POR LO PIES TE ALCANZO ESCRIBIENDO ADEMAS K SON MUY INTERESANTE Y MUY BUENOS SIGUES ASI K ALGUN DIAS SERAS ESCRITORA TKM TKM