Las botellas de la mesa de café tintinearon cuando
pasó el tren. Durante unos seguidos traqueteó toda la casa, como si la
recorriera un escalofrío de arriba abajo. La planta de la estantería junto a la
ventana tembló un poco y se quedó inmóvil pasados unos minutos. Después de la
visita relámpago de la locomotora y sus vagones la habitación quedó en
silencio. Amanecía, y el sol se coló entre las rendijas de la persiana y el
humo del cigarrillo a medio apagar. Las últimas lágrimas de whisky cometían
suicidio contra el parquet, una a una, en una extraña procesión húmeda.
Unos ojos oscuros escuchaban una respiración ajena.
La espalda encorvada por el cansancio sobre la silla de madera, las ojeras bajo
las pestañas claras y la piel pálida. Y la mirada fija en el corazón que latía
en el sofá, con el invierno aplastándole las costillas. El frío en la piel.
Se agitó en sueños y gritó, inquieta, revolviendo
las mantas. Los ojos oscuros y su cuerpo largo y delgado se levantaron de la
silla como un resorte para avanzar, para proteger, pero se detuvieron antes de
dar un paso. Los gritos duraron unos segundos más; después se transformaron en
una cascada de sollozos.
Despertó de pronto y abrió los ojos claros. Enfocó
la vista mirando a su alrededor y por un segundo fue en dirección a… no, se
llevó los dedos al rostro y se quitó las lágrimas de encima con abatimiento. El
frío invernal le pesaba en la espalda y se levantó por inercia.
Ojos Oscuros estaba aún allí, de pie, observando lo
inevitable. Se fijó en sus rodillas huesudas y el jersey blanco irlandés, y el
pelo castaño en torrentes sobre los hombros. Algo se le encogió muy, muy
dentro, y quiso llorar y reír al mismo tiempo.
Ojos Claros sorteó la mesa de café y cruzó la
habitación. Les separaban menos de diez centímetros y se detuvo de repente. Cerró
los ojos. A Ojos Oscuros se le habría parado el corazón si hubiese tenido, y la
miró buscando una señal. Caterina.
Caterina. Caterina.
Pero algo maulló y Ojos Claros volvió a ver. Ojos
Oscuros no necesitó bajar la mirada para saber que el gatito que había traído a
casa de Caterina unos días antes acababa de enredarse en sus piernas desnudas. Entonces
el aliento la abandonó de golpe y hubo negro contra azul porque Ojos Claros dio
un paso más y atravesó a Ojos Oscuros de lleno.
Caterina, quiso llamarla. Caterina.
Caterina salió de la habitación y cruzó el pasillo,
perdiéndose de vista. El gatito la siguió con sus pasos pequeñitos y las orejas
negras bien erguidas.
Ojos Oscuros se llevó las manos al pecho, a las
caderas, a los lugares por los que ella había pasado y, sin embargo, ni
siquiera había rozado.
Y llegó el día.
Y se rompió en mil pedazos.
1 comentario:
Me ha encantado! <3
callmeblueli♥
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