Lionne.

Tú...

No eres tu nombre. No eres tu empleo.

No eres la ropa que vistes ni el lugar en el que vives.

No eres tus miedos, ni tus fracasos... ni tu pasado.

Tú... eres esperanza.

Tú eres imaginación.

Eres el poder para cambiar, crear y hacer crecer.

Tú eres un espíritu que nunca morirá.

Y no importa cuántos golpes recibas,

te levantarás otra vez.

jueves, 26 de septiembre de 2013

la petite mort

El agua está tan caliente que la piel me arde al introducirme en la bañera. El fuego líquido me pone la piel de gallina al entrar en contacto con los muslos y las caderas y para cuando consigo estar cubierta hasta el cuello, tiemblo como una hoja.
No es invierno. No es verano, ni otoño ni primavera; no es ninguna estación, porque el tiempo se ha congelado dentro y los relojes ya no funcionan. El cuco no cantará. El tic-tac ha muerto. La arena que discurre por el diábolo de cristal se queda petrificada en un instante, click, antes lloraba entre las paredes transparentes, click, ya no se mueve más, click, algo está roto y por eso Padre Tiempo empieza a desligarse de Madre Naturaleza.
¿Quieres venir conmigo?
El veneno estaba en el café de los domingos, en el té de las madrugadas y en las pastas de las cinco de la tarde. Gramo a gramo, en vena, en la lengua o a través de la mirada; qué más da, tan sólo dame, dame más, no te detengas ahora porque el dolor sería inigualable. Ah. Qué capacidad de adivinación. Maravillosa bola de cristal mental, ¿no crees? Falacias. Dolor. No sabes lo que es el dolor.
Acompáñame.
Un poco más cerca, vamos, aproxímate, que el borde del precipicio no se divisa aún. No tengas miedo. ¿Temes a los ángeles? ¿Temes a las sonrisas de sangre? No me digas que le temes al fuego. Ven, caliéntate las manos, caliéntate el corazón, te caliento lo que quieras.
Y en la cueva se detiene el tiempo de nuevo, dientes fríos, alas templadas y victoria conseguida por el mamífero del escalón inferior en la cadena alimenticia.
No mires.
Y no verás la hoja, el brillo muerto, el metal podrido y la sonrisa dentada, porque el puñal está escondido y enterrado, pero el cadáver yace ante mí y, pegado a mi retina, se repite como un número decimal periódico, mire adonde mire, allí estará. La mueca. La burla. La guadaña en las entrañas y los pies rotos de correr a ninguna parte.
¿Estás sola?
Já. Si me hubieras preguntado eso hace nueve siglos, cariño…
Me voy. No me esperes despierta viva.