Escondido en las profundidades de mi habitación, me examiné
las manos y contemplé la posibilidad de hacer algo de mínima utilidad con
ellas. Hacía mucho tiempo que no les daba un buen uso; preparar el desayuno,
hacer la cama y escribir apuntes no eran cosas importantes. Agarrar la pelota
de baloncesto en los partidos después de clase tampoco lo era. Ni desenredar la
correa del perro para sacarlo a pasear por la calle más larga y sinuosa de la
ciudad.
Lo que yo quería era crear, mancharme las manos de arte,
empaparlas de palabras y de las sensaciones que me transmitía la música, crear
un ritmo con los dedos, amar con la piel, escuchar el viento vibrar entre las
palmas. La necesidad de hacer algo era demasiado fuerte, pero qué, qué hacer, ésa
era la cuestión, porque si bien me sobraban ideas, no iban de la mano con el
tiempo.
No me atrevía a salir. Ya no era una cuestión de aguantar
palabras ajenas con la boca cerrada, no era cuestión de agachar la cabeza y
absorber los insultos como una esponja, no era cuestión de ser fuerte y
aguantar todo aquel veneno que se me colaba entre los poros de la piel y se instalaba
entre mis huesos, ahí escondido, para hacerme fallar en el momento menos
oportuno. Ya no se trataba de eso, sino de otra cosa bien distinta.
Salir de allí sería como entrar en una sala oscura después
de pasar todo el día a pleno sol mirando al cielo; me sentiría desorientado,
mareado, incapaz de ver nada. Las paredes del pasillo eran demasiado negras
para mí tras pasar tantas horas en mi habitación azul; las escaleras, pequeñas
y estrechas, me parecían claustrofóbicas en comparación con el parquet llano y
suave de mi pequeño santuario. Y los sonidos, ah, la amplia gama de sonidos… era
algo tan diferente que podría catalogarse en distintos capítulos.
Hacía mucho que había dejado de prestar atención al mundo
exterior. Me parecía algo tan sencillo y banal que no tenía la menor intención
de dedicarme a cosas que no me interesaban. Vive y deja vivir, ése era mi lema,
y si alguien decidía atacarme traspasando los límites de mi territorio ya
entraría en un conflicto directo conmigo, tanto si quería como si no. Era el
precio a pagar por despreciar mi arte, por rebajar mis obras al nivel del barro
que todo el mundo pisa pero al que nadie presta atención.
Así que pinté, pinté mil y una cosas después de dibujar, y
luego coloreé de nuevo, esta vez con palabras, y entonces dos idiomas distintos
se mezclaron creando algo único, como cuando fruto de dos razas unidas nace un
primogénito de evolución mejorada, de anatomía mayor eficiente. Y en mi
cuaderno aparecieron manchas de tinta que formaron notas musicales y claves de
sol; claves de sol que bailaron con claves de fa y cantaron a coro con los
silencios, siempre presentes, discretos y sutiles como el viento en una noche
silenciosa. Y todo, las melodías, las palabras, los trazos en el papel, todo
eso desembocaron en ella, en ella y en nadie más, porque la inspiración no podía
venir de ninguna otra parte.
'¿Qué escondes en esos ojos?'
'Una canción de arpa. Y el consejo de la
luna.'
Eso le pregunté una vez. Y eso me contestó.
El consejo de la luna. ¡Qué graciosa! Era algo tan ridículo
que no supe si llorar o estallar en carcajadas. ¿Cómo la luna iba a darle ningún
consejo? Si ella era mayor, mayor que Luna y Sol y todos los planetas del
Sistema Solar, del brazo de Orión, de la vía Láctea. Ella era superior a todo
eso y más; la magnitud del espacio que ni siquiera entraba dentro de la mente
humana era tan sólo una infinita parte de ella, de su belleza, del brillo de su
piel y el tacto de su pelo, de todo aquello que tocaba y los gestos que hacía. ¿Cómo
la luna iba a darle ningún consejo? Era como si un esclavo le diese una orden a
un rey, o un campesino pronunciase un sermón a un dios supremo. Simplemente
inconcebible, imposible, completamente irrealizable.
Y por eso ella era superior al resto. Porque lo demás carecía
de importancia, porque era la única que brillaba en un lugar donde no había Sol
ni estrellas, porque su sonrisa te borraba las penas del corazón y las lágrimas
de llanto de las mejillas.
Amadla, os diré. Amadla, pero hacedlo de lejos y con
cuidado, porque tiene la fuerza de mil titanes y la seguridad del señor del
averno, y os aseguro que esa mirada por la que atravesarías océanos enteros a
nado también es capaz de obligarte a engullir un mar de lava. Y aún así, la
pena por sentir su odio en tus propias carnes sería el mayor dolor de todos.
8 comentarios:
No puedo imaginarme capaz de escribir algo así. Es muy, muy bonito, me ha dado la impresión de que lo realista y lo soñador se ha ido mezclando en el relato :)
Un abrazo.
Muchísimas gracias Sapphire *-* Me alegro mucho de que te haya gustado ^^
Un beso (:
Genial, Diana, como siempre:)
Posiblemente yo tampoco podría escribir así porque hace tanto tiempo que no lo hago en serio que creo que se me ha olvidado y todo xDD jajaja en fin, algún día me pondré.
Espero que todo vaya muy bieen:) Me ha gustado mucho!
Un besazoo(:
Muchas gracias Clara :3333333333
No digas eso, mujer, ponte un día y ya verás como poco a poco vuelve todo (:
Un beso enorme ^^
Jg, el relato es impresionante. La forma en la que fusionas la pintura,la escritura y la música ; como si fuese algo fluido, increíble. Como siempre, nunca decepcionas ^^
Abrazos rompecostillas
Wow. Es una de esas cosas que te dejan sin aliento, desamparado y con la piel erizada o3o
BW: muchísimas gracias *-* Me alegro de que haya quedado fluido, no sabía si daba una buena sensación >.< Un beso enorme (:
Ikana: mil gracias (:
"Amadla, pero hacedlo de lejos y con cuidado, porque tiene la fuerza de mil titanes y la seguridad del señor del averno"
Como a todo lo intenso.
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