Él no hizo lo mismo.
Tras escuchar sus pasos, que iban directos hacia mí, oí también cómo se detenía. Segundos después su dulce voz me hablaba, pero no traía emociones buenas consigo, como lo había hecho hasta entonces. Esta vez sus palabras estaban cargadas de nostalgia, sólo que él no se daba cuenta.
Tras escuchar sus pasos, que iban directos hacia mí, oí también cómo se detenía. Segundos después su dulce voz me hablaba, pero no traía emociones buenas consigo, como lo había hecho hasta entonces. Esta vez sus palabras estaban cargadas de nostalgia, sólo que él no se daba cuenta.
—Dime qué te pasa —ladró de improviso, y una flecha negra se me clavó en el corazón. Negra, como su mirada.
—Comienza a hacer frío, las cigüeñas se marchan a un lugar cálido.
Él suspiró, irritado por mi respuesta.
—¿Y qué? —se atrevió a preguntar.
—Quizá debería irme yo también —susurré.
Negó con la cabeza, con hastío. Una bandada de pájaros cruzaba el cielo nublado. Miré hacia el horizonte.
—¿Cómo vas a irte a un lugar cálido? Adoras el frío. Tu hogar está aquí.
—No me voy para siempre. Volveré cuando llegue la primavera, con los pájaros.
—El invierno tardará poco en acabar.
—Creo que el invierno nunca acabará para mí.
Él se quedó en silencio, como si reflexionase sobre ello.
—No veo la necesidad que tienes de marcharte —soltó finalmente.
Yo abrí mucho los ojos, con sorpresa, y me di la vuelta para mirarle. La curva de su sonrisa estaba ausente como el brillo en nuestras miradas. Como los pájaros en invierno.
—¿No lo entiendes? Ya no hay nada que me ate aquí. Todo lo que amaba ha desaparecido.
Se dio por aludido y frunció los labios, creando ese silencio tenso que convirtió mis latidos en algo tan pausado como las campanadas de año nuevo. Nada más cambió. Bandadas de pájaros volaban en lo alto como si nadaran por el cielo. Las cigüeñas se marcharían pronto.
—Comienza a hacer frío, las cigüeñas se marchan a un lugar cálido.
Él suspiró, irritado por mi respuesta.
—¿Y qué? —se atrevió a preguntar.
—Quizá debería irme yo también —susurré.
Negó con la cabeza, con hastío. Una bandada de pájaros cruzaba el cielo nublado. Miré hacia el horizonte.
—¿Cómo vas a irte a un lugar cálido? Adoras el frío. Tu hogar está aquí.
—No me voy para siempre. Volveré cuando llegue la primavera, con los pájaros.
—El invierno tardará poco en acabar.
—Creo que el invierno nunca acabará para mí.
Él se quedó en silencio, como si reflexionase sobre ello.
—No veo la necesidad que tienes de marcharte —soltó finalmente.
Yo abrí mucho los ojos, con sorpresa, y me di la vuelta para mirarle. La curva de su sonrisa estaba ausente como el brillo en nuestras miradas. Como los pájaros en invierno.
—¿No lo entiendes? Ya no hay nada que me ate aquí. Todo lo que amaba ha desaparecido.
Se dio por aludido y frunció los labios, creando ese silencio tenso que convirtió mis latidos en algo tan pausado como las campanadas de año nuevo. Nada más cambió. Bandadas de pájaros volaban en lo alto como si nadaran por el cielo. Las cigüeñas se marcharían pronto.
2 comentarios:
Cuando acaba el amor, lo cálido es frío, lo de siempre aburrido, ya nada es como ates. Hace falta cambiar.
Bieen, ya me he leído todas tus entradas XP
Tu comentario es tan profundo que no sé qué responder ._.
Me alegro de que las hayas leído x)
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