Lionne.

Tú...

No eres tu nombre. No eres tu empleo.

No eres la ropa que vistes ni el lugar en el que vives.

No eres tus miedos, ni tus fracasos... ni tu pasado.

Tú... eres esperanza.

Tú eres imaginación.

Eres el poder para cambiar, crear y hacer crecer.

Tú eres un espíritu que nunca morirá.

Y no importa cuántos golpes recibas,

te levantarás otra vez.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Nuestra canción

Seguía sin moverse. Daba la impresión de que su cuerpo se había congelado, imposibilitando cualquier movimiento y obligándola a permanecer fusionada a la pared blanca. Sus cabellos oscuros y despeinados serpenteaban por sus hombros, rodillas y espalda, como si de grietas en mármol inmaculado se tratasen. Era tan triste…

Aquel día se cumplían tres semanas del encierro. Veintisiete días separado de ella. Seiscientas cuarenta y ocho horas sin hablarle y abrazarle. Treinta y ocho mil ochocientos ochenta minutos velando por ella. Dos millones trescientos treinta y dos mil ochocientos segundos observándola detrás de un cristal. Y observando cómo se hundía en su agujero.

Me senté en la silla que me había sido asignada días atrás por el guarda que vigilaba a mi amiga. Eran crueles para encerrarla, pero al menos me dejaban sentarme. Me crucé de brazos y seguí observando durante horas, examinando mil y una veces sus ojos cerrados, sus cabellos negros como la boca del lobo, sus labios medianamente gruesos, su piel blanquecina, su carita de porcelana, su cuerpo encogido; todo.

Dieron las diez de la noche en mi reloj de muñeca. Pensé en marcharme, pero me hallaba hipnotizado por ella, como tantas otras veces. Una hora más, murmuré.

Seguí sentado. Vino otro guarda a vigilarla (vigilarnos) y se intercambió por el que había estado toda la tarde conmigo, pues les tocaba cambio de turno. Cuando el nuevo guarda se sentó, dieron las once. Sopesé de nuevo la opción de marcharme, pues el movimiento de los seguratas me había desconcentrado. Suspiré, pero no me moví.

Dieron las doce, y yo seguía mirándola. Ya me había aprendido de memoria cada línea que la delimitada, cada tonalidad, cada textura. Si tan sólo le hubieran movido un cabello de sitio, lo habría notado. Por eso me percaté perfectamente de lo que ocurrió.

De pronto, abrió los ojos. Me quedé tan sorprendido que me levanté de golpe, asustando al guardia. Se llevó la mano al corazón mascullando algo de la juventud actual, pero no presté atención. Con el corazón desbordado observé como ella levantaba ligeramente la cabeza, ya con sus ojos verdes brillando, y comenzaba a mover los labios lentamente. Me acerqué al cristal con la intención de descubrir qué murmuraba.

Esbocé una pequeña sonrisa cuando capté el significado de sus palabras. Cantaba la canción japonesa que había escuchado por primera vez en mi casa. Cantaba nuestra canción. No llegaba a escucharla, pero daba lo mismo. Canté con ella.

—Sotto nagareru shiroi, kawaita kumo ga tooru, hairo no watashi wa, tada jhitte kieteiku no… Need to die.

4 comentarios:

Palabras en la noche dijo...

geeniaal Tataaa
TeeQuiieroo

Kirtashalina dijo...

graaciaass tataa!!
tekiieroo :)

Anónimo dijo...

Está muy bien =). Tristón xD jeje

¿De qué canción es lo que canta?

Kirtashalina dijo...

Muchas gracias.
Sí, un poco triste, pero mejorará... o tal vez no xD

La canción se llama Suna no Oshiro, de Kanon Wakeshima :)