Lionne.

Tú...

No eres tu nombre. No eres tu empleo.

No eres la ropa que vistes ni el lugar en el que vives.

No eres tus miedos, ni tus fracasos... ni tu pasado.

Tú... eres esperanza.

Tú eres imaginación.

Eres el poder para cambiar, crear y hacer crecer.

Tú eres un espíritu que nunca morirá.

Y no importa cuántos golpes recibas,

te levantarás otra vez.

lunes, 19 de abril de 2010

Volaré...

¡Hola, mundo! (:
Vengo a deciros que probablemente esté un tiempo sin actualizar.
Mi portátil, como he dicho casi desde el principio de los tiempos (voces de fondo: ¡halaaa! ¡exagerada! Yo: Sí, sí, DESDE EL PRINCIPIO DE LOS TIEMPOS), sólo sirve para hacer leña, así que lo voy a llevar a arreglar dentro de unos días (porque se ha estropeado, obvio) y se lo quedarán unas dos o tres semanas (EDITO: en realidad se lo quedaron más de un mes. Vagos de mierda.)
Además no tengo tiempo para nada, entre dibujos, libro, deberes, exámenes, clases... pues nada.. En fin, os presento una muestra de mi libro para dejaros con buen sabor de boca.


Guante blanco.

Aterrizamos con tres minutos y medio de retraso en el aeropuerto de Nueva York. Era mucho mayor que el de Zaragoza. Era imponente.
Salimos del avión tras despedirnos de la azafata con una sonrisa, y cuando entramos en el aeropuerto nos colocamos cerca de la cinta mecánica, donde debían aparecer nuestras maletas. Parecía ser que la suerte estaba de nuestra parte y aparecieron las primeras; la mía, negra, seguida de una roja, de Alba, y la de color añil-purpúreo, de Clara. Las recogimos rápidamente y, con una mueca de esfuerzo (pues las maletas eran gigantescas) avanzamos hasta la puerta del aeropuerto. Dejamos todo en el suelo y respiramos profundamente, aliviadas. Poco después se le ocurrió una idea a Clara.
—¿Y si buscamos el vuelo de Jaky y lo recogemos en la puerta del avión?
—Pero es un recinto cerrado, no nos dejarán traspasar el detector de metales —repuse.
—Bueno, pues lleguemos hasta el detector —contestó Alba con sencillez, de modo que agarramos nuestras cosas con renovada vitalidad y nos dispusimos a buscar, en el panel informativo, la hora de llegada de Jake. Resulta que tenía que llegar en ese preciso instante, de forma que nos acercamos lo máximo posible a la pista del avión y aguardamos.
Cinco minutos más tarde un avión aterrizó en la pista marcada y comenzó a entrar gente en el aeropuerto. Vimos como recogían las maletas e intentamos divisar a Jake a través de un cristal, y como no había mucha gente, fue fácil. Empezamos a saltar, presas de la emoción, y los estadounidenses comenzaron a mirarnos con inquietud. No hicimos caso y esperamos a Jake, que recogió su maleta uno de los primeros, y tras buscarnos y encontrarnos con la mirada, vino a nuestro encuentro.
—¡Chicas! —exclamó, tirando las dos grandes maletas que llevaba al suelo.
—¡Jake! —gritamos nosotras, y rodeadas de americanos que empezaban a asustarse de nosotros, nos unimos todos en un abrazo. Poco después yo me separé y examiné a Jake.
—Eh, has crecido —dije, sonriente.
—En comparación contigo, Kirta, no he ganado nada de altura —respondió.
—Pues no te pongas al lado de Alba —contestó Clara, riendo.
—Oye, que tampoco soy tan alta —protestó Alba, soltando a Jake al tiempo que Clara.
—Nooo, sólo nos pasas cabeza y media —bromeó Jaky, pasándole el brazo por los hombros.
Jake era más o menos de mi altura, unos centímetros más, quizá. Tenía la piel morena, aunque como nuestras visitas a la piscina nos habían pasado factura, teníamos todos una tonalidad parecida. Él tenía el cabello negro, brillante y rizado, con algunos mechones que le tapaban parte de la frente. Sus ojos eran oscuros e inquietantes, pero tenía una sonrisa de dientes blanquísimos con un efecto calmante instantáneo.
Cogimos las maletas y nos encaminamos a la salida. Para nuestro agrado, numerosos taxis amarillos pasaban por delante de la puerta constantemente, así que paramos a uno de los mayores que había y nos montamos.
—Where to go? —nos preguntó el taxista, un tipo calvo y con un poblado bigote negro.
—Eh... —dudé yo, buscando las palabras en inglés a toda prisa—. To the Source Street, please.
—Ok.

No nos callamos en todo el viaje. No pareció molestarle nuestra charla al taxista, e intentaba escucharnos con atención, pero no conseguía entender nuestras palabras españolas. Sólo entendió nuestra nacionalidad.
—Are you Spanish? —inquirió con cautela.
—They are Spanish, but I'm Mexican —contestó Jake.
—Oh, great, great —murmuró el taxista, tomando un cruce.
—And you’re a New Yorker, or not? —preguntó Clara.
—No, i’m Australian. I moved here three years ago.
—Oh, Australia it’s a very beautiful country, i think —dije yo.
—Yes, it’s a nice country. I love Australia —rió el hombre.
—We are in New York for a quarter of an hour and already we love it —repuse con una sonrisa.

Llegamos a la calle Source poco después. Jake le pagó al taxista y nos bajamos del coche tras despedirnos del conductor.
La calle era ancha y muy larga, pero por fortuna divisamos nuestro hotel a unos cincuenta metros de nuestra posición. Mientras avanzábamos hacia él cargados con nuestras grandes maletas, Jake comenzó a rebuscar en sus bolsillos. Segundos después sacó unas especies de tarjetitas, que nos entregó.
—Aquí están vuestros DNI falsos y vuestros pasaportes —explicó.
—Ah, muchas gracias —dijimos Clara y yo, y nos apresuramos a introducir todo en nuestros bolsillos. Alba miró con extrañeza su DNI.
—¿Así que me llamo Aurora Rosemary y tengo dieciocho años?
—Exacto —dijo Jake con una sonrisa. Clara y yo, temerosas de nuestro nuevo nombre, sacamos nuestro DNI. Ni nos habíamos molestado en mirarlos.
—Yo soy Diana Michael —declaré—. Bueno, no es tan horrible. Queda incluso mejor que en español.
—Pero no se pronuncia “Diana” —dijo Jake negando con la cabeza—. Se dice “Dayan”, con sílaba tónica en la última “a”.
—Diana —repetí, pero con la pronunciación de Jake—. Dieciocho años.
—Pues yo soy Clarissa Bald —dijo Clara, levantando una ceja.
—¿Bald? —preguntó Alba.
—Es “calvo” en inglés —respondí, riendo.
—“Clarissa Calvo” —se mofó Alba—. Parece el título de una canción infantil.
—Cállate, Rosa Mari —dijo Clara, y Alba enmudeció.

Al fin llegamos a la puerta del hotel. Era una fachada enorme, de color blanco crudo, casi beige, y delante de la puerta había una gran fuente circular que parecía tener un área similar a la del hotel. En el centro de la fuente había una escultura; se trataba de una mujer griega vestida con una túnica blanca, que le tapaba las piernas y parte del torso; y un gran caballito de mar, medio sumergido en el agua. Además, había conchas de piedra por doquier.
—Vamos —susurré, y entramos.
El interior era todavía más espectacular. Nos encontrábamos en el vestíbulo, una estancia enorme, con una pequeña fuente en forma de rosa en el centro, y pequeñas mesas rodeadas de sillas distribuidas por la habitación. A la derecha estaba recepción, donde una mujer y un hombre se encargaban de atender a los huéspedes. A la izquierda había una puerta de cristal que desembocaba en un luminoso pasillo, pero tan largo, que no se veía el final. Enfrente de nosotros había otra puerta, con unas escaleras que subían a un sitio desconocido. A juzgar por el ascensor que había a la derecha de esa puerta, supuse que se iría a las habitaciones.
Nos acercamos a recepción, arrastrando nuestras maletas por detrás de nosotros. De nuevo, con mi escaso inglés, fui la encargada de hablar con el hombre que tenía que entregarnos las habitaciones.
—Good Evening, Good afternoon, I booked four rooms the other day —dije con una sonrisa.
—Good. Can you give me your name, please?
—Yes, of course. I’m Diana —dije, pronunciando como me había dicho Jake—. Diana Michael.
—Oh, ok... Yes, you booked four rooms in his name. To... one night?
—Yes, sure —repuse con soltura.
—Ok. Here are the keys of the rooms. The numbers 300, 301, 302 and 303.
—Thank you.
—The breakfast is served at half past eight, the lunch at one and the dinner at nine o’clock.
—Thank you very much. Goodbye.
—Goodbye. I wish you a pleasant stay.
—Thanks. Bye.
Los cuatro cogimos nuestras maletas de nuevo y nos acercamos al ascensor. Mientras esperábamos a que se abrieran las puertas (Clara había pulsado el botón), me extrañé.
—No me ha pedido el DNI.
—Con tal de ganar dinero, a éstos les da igual —dijo Jake, distraído con la cremallera de su chaqueta.
Cuando vino el ascensor, nos subimos (era enorme, y lleno de cristales) y pulsamos el botón número tres. Segundos después experimentamos una sensación de ascensión, y por fin llegamos al tercer piso. Observamos la puerta de las habitaciones, y nos percatamos de que nuestras habitaciones deberían estar unos metros por delante de nosotros.
Fue muy extraño. Busqué con la mirada la habitación número 300, y no me fue difícil encontrarla, pero de ésa pasaba directamente a la 304.
—Qué raro —dijo Clara, frunciendo el ceño.
—Habrá un error en la numeración —dijo Alba.
—Es evidente —constató Jake.
—Creo que no es un error —dije, y saqué la tarjeta-llave número 300. La deslicé por la ranura que había donde debía estar el pomo de una puerta, y ésta se abrió con un chasquido. Nos encontramos en una estancia medianamente grande, muy bien decorada, con sillas, sillones, sofás, mesas y cortinas clásicas. Parecía una especie de mini-salón, con una televisión de plasma pegada a la pared que contrastaba con los muebles antiguos. Había seis puertas.
En la primera había una placa dorada. Grabado, había un número. 300. En la segunda había una placa similar, con el número 301. En la tercera estaba el 302, y en la cuarta el 303.
En las otras dos no había. Supuse que era los baños.
—No está mal —dijo Alba, examinando todo.
—Vamos a mirar las habitaciones —dijo Clara, y me arrebató las tarjetas antes de que pudiera impedírselo.
Las examinó minuciosamente e intentó adivinar qué tarjeta pertenecía a cada habitación; pero como no había ninguna diferencia entre una y otra, terminó probando al tuntún. Abrió la primera, la número 300, y los cuatro nos asomamos para ver cómo era por dentro.
Ante nosotros apareció una habitación tan grande como el saloncito principal, con las paredes pintadas de azul celeste y el suelo de parqué de color claro. Tenía un gran ventanal con balcón en la pared enfrentada con nosotros, aunque la mitad de aquella ventana estaba tapada por unas cortinas de color blanco inmaculado. La cama, cuyo cabecero pegaba con la pared de la izquierda, y cuyo cuerpo se alargaba hasta el centro de la habitación, tenía una colcha del mismo color que las cortinas. A la derecha había un armario de madera clara, del mismo tono que el cabecero y la estructura de la cama; con dos grandes puertas y grabados de flores y estrellas en los laterales. A la izquierda de la cama, pegada contra la pared, había una mesilla de la misma madera, con una pequeña lámpara blanca encima y un teléfono negro al lado. Por último, a los pies de la cama había un pequeñísimo sofá blanco con aspecto muy cómodo, y con dos cojines azules encima.
Los cuatro nos quedamos en silencio un momento.
—¡Me la pido! —grité entonces yo. Dudaba que ninguna habitación del mundo podría gustarme más que ésa.
—Esta bieeen —dijeron Alba y Clara a dúo. Jake no opinó nada.
Pasamos a la siguiente habitación. Nos sorprendió comprobar que era idéntica a la anterior, pero con las paredes pintadas de verde natural y los cojines del sofá del mismo color.
—Esta me gusta —dijo Jake, entrando en su nueva habitación y tumbándose en la cama.
—Vale, vamos a ver las otras dos, Clara —dijo Alba.
Abrimos la habitación número 302. Idéntica a las otras. Pero de color rojo.
—Ahhh, esta es para mí —dijo Alba, sentándose rápidamente en el sofá.
—Supongo que a mí me toca la última —se lamentó Clara—. Espero que no sea de color amarillo mostaza, ni naranja mandarina, o algo parecido.
—Si es así, en el saloncito hay un sofá grande —apuntó Jake, todavía tumbado en la cama de su habitación.
—Jaky, estoy en el mejor hotel de Nueva York, no pienso dormir en un sofá sólo porque no me guste la pintura de mi cuarto.
—Me refería a que podría dormir yo en el sofá y tú en mi habitación —intentó arreglarlo Jake.
—Ya, claro —dijo Clara, poniendo los ojos en blanco. Con un suspiro, abrió la última habitación y entró en ella. Segundos después soltó un gritito.
—¿Qué pasa? —pregunté yo desde el cuarto de Alba, ya que me había quedado allí para comprobar qué vistas tenía.
—¡Mola! —fue la única respuesta de Clara. Todos fuimos derechos a su habitación, que era como las nuestras pero de color... indefinido. Era una mezcla de plateado, azul, violeta y rosa. Pero no estaba mal.
—Creo que le gusta su habitación —dijo Jake, cruzándose de brazos y apoyándose en el marco de la puerta.
—Más bien le encanta —declaré, sonriendo y yendo a mi cuarto de nuevo. Me acerqué a la ventana, y después de correr las cortinas, la abrí. Aparecí en un blanco balcón, y observé que tenía unas vistas preciosas. Se veían con claridad los edificios más altos, y aunque no era de noche, estaba segura de que cuando se escondiera el sol las luces crearían una atmósfera dicha de una ciudad, un ambiente que me encantaba.

Deshicimos parte de las maletas, y después Jake trajo la suya al saloncito y nos hizo cerrar todas las ventanas antes de abrirla. Curiosas, nos sentamos alrededor de él y su bolsa y esperamos, expectantes, a que abriera la cremallera y nos mostrara su contenido. Cuando lo hizo, enmudecimos enseguida. Ante nosotras aparecieron varias armas, entre ellas dos PRO-9 de gran tamaño, tres armas de fuego que parecían metralletas pequeñas, una pistola con una parte transparente, que dejaba ver las balas luminiscentes que contenía; y varias recargas de municiones, para reponer las armas. Además de eso, había una Glock 17 y cuatro armas que parecían del futuro.
—Guau —dijo Alba, expresando a la perfección lo que todas queríamos decir.
—Vale, ésas son las armas de fuego. Faltan las blancas —dijo Jake.
Retiró todas las armas de fuego de la maleta, y dejó al descubierto un falso fondo. Lo retiró con facilidad desatando unas correas, y nos enseñó lo que había debajo.
—Madre mía —musité con asombro.
En la maleta había varios objetos. Jake retiró los dos primeros. Eran dos látigos, idénticos, del mismo color plateado. Eran más o menos de metro y medio de largo, con algo parecido a finas escamas que los recubrían. El extremo más grueso de cada látigo era de color negro, recubierto por una capa de cuero para que el contacto con la mano del dueño fuera más cómodo.
—Éstos son para Kirta.
Yo abrí la boca con asombro.
—¿Son para mí? —pregunté, incrédula.
—Eso he dicho —dijo Jake. Yo le abracé con fuerza.
—Oh, Jaky, ¡me encantan!
Seguidamente, agarré un látigo con cada mano y los blandí con fiereza. Al instante los dos únicos jarrones que había en la habitación, situados encima de una pequeña mesita, se fragmentaron en mil pedazos.
—Hala, ya has mandado a la mierda dos mil dólares —dijo Alba, suspirando.
—Buen golpe —me animó Jake, sonriendo.
—Gracias —dije yo, radiante.
Jake cogió el siguiente objeto. Se trataba de una caja negra, herméticamente cerrada. Pulsó algunos botones de un teclado numérico que había en uno de los laterales, y aparecieron siete pequeñas cápsulas negras. Jake le echó una significativa mirada a Clara, y ésta cogió una de las cápsulas con la mano derecha. La sostuvo en la palma de la mano, y de súbito, unas púas afiladas salieron de los laterales.
—Shuriken —dije yo, triunfal, y Alba se me quedó mirando con expresión extraña.
—¿Qué? —pregunté, sin mirarla—. Conozco las armas ninja.
—Shuriken retocadas —dijo Jake—. Parecen simples cápsulas inofensivas, pero son verdaderas estrellas ninja. Y son todas para mi princesa —declaró, sonriente, tendiéndole la caja a Clara.
—Muchas gracias, pendejo mío.
—¿Sabes como se utilizan, no? —preguntó Jake levantando una ceja.
—Eh... —dudó Clara, examinando la cápsula que tenía en la mano.
—Si no sabes, yo te puedo enseñar —sonreí.
—Vale —contestó Clary, complacida.
—Y la última... —murmuró Jake, sacando las armas de la maleta. Eran una mezcla entre espadas y tridentes, con el mango corto y el pincho central el triple de largo que los otros dos. Parecían de hierro macizo, con los pinchos afilados y oscuros, y el mango de color azul verdoso oscuro. Tenía una forma delicada, pero cuando Jaky le tendió las armas a Alba, ésta las empuñó con fuerza y parecían de todo menos frágiles.
—Sai —susurré, maravillada.
—Ya estás otra vez con tus palabras raritas —dijo Alba, suspirando, y haciendo reír a Jake y a Clara.
—Son palabras japonesas, si no tienes cultura, no es mi problema —repliqué.
—¿Las conocías? —preguntó Jake, mirándome.
—Sí, las había visto, pero nunca desde tan cerca.
—¿Y dónde demonios las has visto? —preguntó Alba, impaciente.
—¿Nunca has visto la película de Elektra? —pregunté yo entonces. Mi amiga me miró sin comprender.
—Ahhh —dijo Clara, cayendo en la cuenta—. Yo sí la he visto, la protagonista tiene dos...
—Sai —la ayudé.
—Dos sai como armas. Pero éstas molan más.
—Claro, las he traído yo —dijo Jake, sonriendo.
—¿Cómo vamos a practicar con esto? Creo que la gente se asustará si nos ve con unos látigos, unas estrellas ninja y unos tridentes intentando darle a un jarrón —me traspasó Alba con la mirada.
—Tenemos toda la tarde. Y si a alguien no se le da bien, tengo armas de fuego de sobra.
—Ah, yo con esto me manejo bien —dije yo, produciendo un chasquido con los látigos y golpeando con ellos las mesas donde estaban antes los jarrones que había roto.
—Claro, pero porque tú ya tenías un látigo y estás acostumbrada —dijo Clara—. Pero no sé si Alba y yo vamos a poder con los Shuriken y los sai.
—Ah, seguro que podemos —dijo Alba, asestando una puñalada al aire con el sai que tenía en la mano derecha. Jake detuvo el golpe en un segundo con el brazo, desviando la estocada, pues el arma le habría alcanzado el rostro de no haberlo hecho.
—Con cuidado, amor —dijo éste a Alba—. De todas formas —prosiguió, hablando esta vez en general—, no vais a llevar sólo las armas ninja. Tenéis que llevar al menos una pistola. Por seguridad.
—Está bien —contesté—. ¿Esta vez podemos elegir nosotras? —pregunté con cara angelical.
—De acuerdo. Ahí tenéis la maleta —indicó Jake con un ademán—. Yo voy a cambiarme de ropa. Elegid lo que queráis, y ahora vamos a practicar a algún lugar menos abarrotado. Aquí llamaríamos la atención.
—Genial —replicó Alba.
Las tres nos lanzamos a por la maleta y yo conseguí coger el arma mayor, una descomunal mezcla entre metralleta, rifle y pistola.
—Mi vida —me dijo Jaky, acercándose a mí de nuevo y quitándome con suavidad el arma de las manos—. He dicho todas, menos ésta. Es mía.
—Jo —suspiré.
—Te la dejaré un rato cuando estemos en el banco —me prometió.
—No me voy a olvidar —repliqué, cogiendo otra arma de la maleta. Elegí rápidamente la Glock 17. Negra. Formal. Seria. Y...
—Sin balas —dije, extrañada. No tiene balas.
—¿No? —se oyó a Jake desde su habitación cerrada.
—No, y me temo que en la maleta tampoco las hay —anunció Alba, rebuscando entre las municiones de repuesto.
—Genial —dije yo con ironía, dejando los látigos sobre el sofá de color dorado oscuro.
—No te preocupes, ya compraremos las balas —dijo Clara.
—Sí, antes de practicar pasamos por una tienda y ya está —corroboró Jake, saliendo de su habitación y entrando en el salón mientras se terminaba de poner una camiseta negra—. Meted las armas en el maletín de mi habitación mientras yo voy a pedir un mapa en recepción. Encontraremos una armería en un momento y después iremos a practicar un rato.
—Vale.
—Bien.
—De acuerdo.
—Nos vemos en el vestíbulo.




HASTA... otro dia =)




VALE MILLONES!!!!! jajjajajajajajja mi hermana era más mona... =)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

DIIiiiii joder k si no actualizas tu, kien lo hara???
si esk... Diii eso lo lei y esta genial y las paridas k nos cascamos del Palace y los pendejos valen millones!

Palabras en la noche dijo...

iaia y kien te paso la fotooooo?'''?
super iioo ajjaj tek