Ella era un ancla.
Era el ancla en la que me sujeté para salir a la superficie porque me ahogaba; la sal me entraba en los pulmones y el mar me había congelado las entrañas. Ella era el ancla que creía firme y que no lo era en absoluto, y por ello en mi afán por salvarme nos hundimos las dos.
Ella era una de esas personas que te pasan desapercibidas hasta que ¡bum!, ocurre algo y te fijas en ellas, y no puedes dejar de mirar, y que antes de que te des cuenta ya han empezado a gustarte. Ella era el olor a café en la mañana que terminas por echar de menos cuando un día no te acercas a la cocina.
Su pelo era suave, y sus ojos, oscuros, muy oscuros, hasta que se llenaron del sol y comenzaron a brillar. Y desde ese día no dejaron de chisporrotear como una bengala, porque yo había visto el fuego una vez y lo seguía viendo aún entonces, latente entre las sombras, esperando a iluminar una sonrisa de dientes blancos. Su sonrisa irradiaba felicidad, irradiaba el amor que todo el mundo profesaba por ella en secreto, aunque nadie sabía qué escondía.
Ella era líneas curvas, que se delineaban con claridad sobre todo lo demás, como en un cuadro impresionista, y que trazaban recorridos sensuales allí en una pequeña parte del cosmos, donde ella fuera. Era dinamismo y movimiento y gestos enérgicos, y la vibración de ella y todo lo que le rodea cuando vibran también sus cuerdas vocales.
Ella era voz. Era una voz limpia y clara, femenina como una bailarina. Era intensidad y pasión, la explosión de los tímpanos por un orgasmo de placer auditivo. Era el desbordamiento de la devoción por la música, del amor al arte, de la adoración por las claves de sol y de fa y de todas las notas musicales.
Ella era tranquilidad y sosiego, un extraño mar en calma en medio de una horrible tormenta. O al menos un mar que yo quise ver en calma, pero que ocultaba corrientes tan brutales como martillos golpeando piedra.
Y en medio del caos y el dolor nos encontramos por casualidad.
Ella era el gato que se compran los suicidas para no morir, para que de ellos dependa la vida y el bienestar de otro ser. Ella era mi gato, pero la que dependía totalmente de él era yo. La ayudé poniendo su felicidad por delante de la mía porque así lo preferí, porque di prioridad a un alma felina, pero ella habría podido pasar sola por el dolor sin ningún tipo de ayuda.
Ella era el viento en calma que te empuja hacia delante y de pronto te revuelve el pelo y hace que te tambalees, pero como es una fuerza tan inmensa no se da cuenta de que hace daño, aun cuando trata con todo su corazón de no hacerlo.
Ella era el agua templada que te hiela los pies si la temperatura de tu cuerpo es alta, y que te quema las manos si tu piel parece nieve polar. Era el sol que me iluminaba cuando andaba perdida en el camino.
Ella era el acto de besar y escuchar rock, y reír en la cama y pasear en verano, y hacer fotos entre las sábanas para luego enmarcarlas y adorarlas como yo la adoro a ella.
Ella era las ganas de amar. Las ganas de querer. Las ganas de. Las ganas de todo.
Ella era ella. Y nunca nadie podrá plasmarla en un trozo de papel porque es demasiado real. Porque es demasiada vida.
8 comentarios:
Justo ayer dije que una de las mejores cosas de esta vida es escribir a alguien. Y lo repito. Qué pasada, ha sido genial. :)
Muchísimas gracias Irene <33
Qué ganas tenía de leerte. :)
Jo, no sé qué decir. Infinitas gracias (:
Me ha gustado mucho, Kirta. :) No sabría ponerle una pega.
Me alegro un montón Sunny :33 Gracias.
Me ha encantado este texto, la forma en que describes al ser amado con tantos contrastes. Las relaciones humanas están llenas de contradicciones, especialmente las amorosas, y aquí lo has plasmado a la perfección. Me ha recordado vagamente a los poemas baudelerianos (los contrastes, los felinos, la femme fatale y al mismo tiempo inocente...). En resumen, me ha encantado. :)
Muchísimas gracias Athenea (:
Me informaré sobre los poemas baudelerianos, aunque no soy mucho de lírica, pero me ha entrado curiosidad ^^
Un beso enorme.
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