Llovía. No era una lluvia agradable de verano de la que
puedes guarecerte fácilmente. El agua caía con el peso de un yunque y las gotas
eran grandes, frías como témpanos de hielo. Resultaba poco agradable permanecer
bajo aquella tormenta torrencial, pero supongo que Ge nunca había estado muy
cuerdo.
Estaba de espaldas a mí y supo que me acercaba porque
escuchó el entrechocar de los tacones con el suelo empedrado de la calle.
Esperó paciente a que llegara a su lado y no se movió; allí plantado, una
figura oscura sobre una motocicleta aún más oscura, en una noche negra como la
boca del lobo, parecía un guardián de la muerte o, en el mejor de los casos, un
hombre que era mejor evitar encontrarse.
Todavía me temblaban las rodillas, casi tanto como el
labio inferior, así que no me atreví a mirarle a la cara. Me subí en la
motocicleta sin decir una palabra y le rodeé la cintura con los brazos; la
lluvia que se había acumulado en la superficie de su chaqueta de cuero se pegó
a mi cuerpo, empapándome el vestido, la piel y hasta el corazón. Dejé que me
llevara a donde quisiera como un náufrago se deja llevar por las olas cuando lo
da ya todo por perdido.
No supe calcular el tiempo que estuvimos en la carretera,
bajo la lluvia. Era vagamente consciente de las luces de otros vehículos cuando
pasaban a nuestro lado, porque se me clavaban en los párpados cerrados y
pintaban un mundo anaranjado y lleno de reflejos extraños que no supe
identificar. Cuando la motocicleta se detuvo no me moví de mi sitio y Ge me
cogió en brazos. Recordé vagamente las veces que mi padre me había cogido así,
muchos años atrás, y me sentí estúpida por comparar a papá con el chico de la
moto. Aunque Ge nunca había sido tan sólo ‘el chico de la moto’, y de todos
modos mi padre no estaba allí para reprocharme nada.
—No hace falta que
abras los ojos —dijo con voz tranquila, y le hice caso únicamente porque en
ningún momento había tenido intención de abrirlos.
Caminó y subió unas escaleras y oí el sonido de unas
llaves, aunque no noté que forcejeara con uno de los bolsillos de su chaqueta.
Después entramos en algún lugar donde la lluvia helada ya no podía alcanzarnos,
pero no me sentí aliviada. El frío ya estaba dentro y no se iría. No así.
Estábamos a oscuras pero Ge no parecía necesitar ninguna luz
para desplazarse. Caminó un poco más y me concentré en el ruido del chapoteo de
sus botas mojadas sobre el parquet. Entonces, cuando el ritmo ya me había
hipnotizado hasta casi dormirme, Ge me dejó de pie en un suelo frío y liso y
empezó a desvestirme.
Me dejé hacer. Sus dedos desabrocharon los botones de mi
chaqueta y me la sacaron de los brazos con cuidado. Bailaron sobre mi espalda
con suavidad pero firmes como un soldado raso, en busca de la cremallera que yo
había subido tan sólo unas horas antes. El vestido no necesitó más indicaciones
y se deslizó por mi cuerpo hasta las baldosas, cubriéndome los pies de tela
empapada.
No me resultaba incómodo estar en ropa interior frente a
él. Tampoco sentí vergüenza cuando me soltó el sujetador ni cuando me dejó
completamente desnuda, ni siquiera cuando sentí su aliento muy cerca.
—Estás muy rota.
Rota por dentro.
No asentí porque ya lo sabía, y él también lo sabía, y no
hacía falta que nadie nos lo confirmara. Volvió a cogerme en brazos y segundos
después se agachó y me dejó sentada en otro suelo aún más frío que el anterior,
y súbitamente el agua empezó a correr y me congeló los pies.
Las rodillas no habían dejado de temblarme y comencé a
tiritar; mi cuerpo ya no me obedecía a mí, sólo a los impulsos nerviosos que
buscaban calor, como la piel de gallina que me cubría entera. Acerté a pensar,
dios, por qué tanto frío, por qué allí, y de pronto un chorro de agua caliente
me empapó las piernas. La diferencia de temperatura hizo que me ardiesen, pero
estaba demasiado ocupada temblando con los labios amoratados como para
quejarme.
Pronto la bañera estaba llena de agua caliente y me cubría
por encima del pecho, sin llegar a las clavículas. Las manos de Ge, silenciosas
y amables, comenzaron a frotarme los pies con una esponja llena de jabón,
ascendieron por mis piernas hasta las caderas, y se ocuparon del torso, los
brazos y el cuello con la misma paciencia.
Escuché; se aclaró las manos en el grifo y me echó el pelo
para atrás. Las yemas de sus dedos recorrieron mis facciones y limpiaron los
restos de sangre y lágrimas acumulados en mis mejillas, después cogió la
alcachofa de la ducha y dirigió el chorro a mi cabello, sustituyendo al agua
fría de la lluvia. Me enjabonó, volvió a aclararme y después dejé de sentir sus
manos. Antes de que pudiera hacer nada me sacó de la bañera y me envolvió en
una toalla, y luego me transportó en brazos tal y como antes.
Me encontré sentada en algo mullido. Ge empezó a
desenredarme la melena, y yo pensé que ojalá no tuviera que moverme de allí
nunca. Ya no hacía tanto frío. Y no me temblaban las rodillas.
—Habla, pequeña.
Lo dijo con naturalidad, le salió espontáneo como una
carcajada. Quizá fuera el hecho de que la petición no estaba adornada de
excusas tristes, pucheros o lamentaciones, pero el caso es que tenía tantas
cosas acumuladas en el corazón, la garganta y la mente que sentía la necesidad
de soltarlas todas. Y por fin había encontrado un momento, un lugar y una
persona. Así que hablé.
Hablé durante horas mientras Ge me pasaba el cepillo por
el pelo, y con cada mechón que desenredaba yo me quitaba un puñal del pecho. Las
palabras me salían de forma fácil, sin pensar; en mi cabeza tenían un sentido y
mi lengua las ordenaba como le parecía. Si Ge no entendió algo, nunca lo supe.
Pero escuchó con infinita paciencia.
Los nudos del pelo se deshicieron al fin, y mis manos,
llenas de hojas ensangrentadas, sujetaron con dedos débiles la causa de mis
heridas. Mientras Ge me secaba la melena con una toalla, me atreví a pensar que
me dolía más que antes; quizá porque un corte duele mucho más al limpiarlo y
mientras se cura, que cuando te lo hacen.
Mis labios pararon y el sueño me invadió, y en otras
circunstancias habría luchado a capa y espada con Morfeo por quedarme despierta
con Ge, pero desintoxicarme me había dejado tan agotada que creí morir si no
dormía.
Así que me tumbé, porque los ojos ya los tenía cerrados, y
dejé de pensar en los tacones rojos, rojos como la sangre de aquel hombre y las
salpicaduras de las paredes de mi apartamento, que sólo se irían con una nueva
mano de pintura; dejé de pensar en la noche anaranjada, del mismo color que el
cabello de Ge, que sólo había visto bajo la tenue luz de la farola en medio de
la calle; dejé de pensar en aquellos ojos oscuros que me habían hecho daño, y
en la motocicleta negra y el cielo negro y la negra tinta que invadía mi corazón
poco a poco, como cuando la lluvia fría te empapa un vestido nuevo.
Huid de las personas
de corazón negro.
5 comentarios:
Kirta, pero qué maravilla de relato/texto/historia. *.*
Has mejorado mucho, muchísimo. No me canso de decirlo y es algo obvio. Madre mía, es que me faltan las palabras.
La situación me encanta. En este texto transmites delicadeza y mucha ternura. Me provoca alivio la forma en que Ge la cuida y se encarga de ella.
Ella me produce tristeza.
No sé que más decir, salvo que es uno de los mejores relatos tuyos que he leído. Sigue así, por favor ¡y avísame si haces segunda parte!
Un beso. <3
P.D: ¡Se me olvidaba! He visto algo en el texto que me ha resultado "raro" al leerlo y es esta frase:
Has puesto: "...me sacó de la bañera y me envolvió en una toalla, y luego me transportó en brazos tal y como antes."
Es lo último lo que encuentro "raro". En mi humilde opinión, creo que quedaría mejor así:
"...me sacó de la bañera y me envolvió en una toalla, y luego me transportó en brazos tal y como antes lo había hecho."
(pero es solo una opinión. Repito que me encanta el texto).
Sun: Muchísimas gracias. En serio, no pensé que el relato fuera "tan" bueno; sé que he ido mejorando muy poquito a poco, porque yo misma me lo noto conforme escribo más y más, pero este texto en concreto no lo consideraba una maravilla ni muchísimo menos xDDD Me alegro de que Ge y ella te hayan transmitido un poquito de sus almas.
Un beso enorme (:
PD: Tienes razón, he dejado la frase un poco colgada :/ Enseguida la corrijo ^^
Hizo bien en huir y en poder desahogarse con Ge. Hablar alivia mucho y no sé por qué, tengo la sensación de que Ge recompondrá esos huecos rotos que tiene ella y sanarla, y darle buenos consejos. Ge parece buena persona, y ella, alguien que realmente necesita ayuda.
Un beso, muy buen relato. :)
Ge es un mundo casi tan grande como ella. Tiene sus pros y sus contras pero sabe escuchar.
Un beso enorme, y gracias (:
Precioso D:
Las personas de corazón negro son peores que los agujeros negros. Absorben hasta dejarte si nada.
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