Hacía
tanto que Enya no se reía que nadie supo cómo reaccionar cuando, aquella tarde
soleada de agosto, estalló en una estridente carcajada.
Las
personas que se hallaban a su alrededor la miraron conteniendo el aliento,
preguntándose, quizá, si compartiría con ellos el motivo de su risa. No lo
hizo.
La
carcajada inicial, límpida e inocente, se tornó demasiado oscura para los oídos
de los presentes. Un hombre se llevó a la señora Black a toda prisa; una chica
joven acompañó a los señores Grant y Matthews al interior del edificio. Dejaron
a Enya allí, sentada en el banco bajo la potente luz del astro rey.
Poco
después llegaron dos hombres que no destacaban en absolutamente ningún rasgo, y
vieron convulsionarse a una jovencita de diecisiete años justo ahí, a carcajada
limpia, en medio del jardín. La vieron reír como si quisiera desencajarse de la
mandíbula, pero no había motivo para reírse, y ella tampoco habría sentido
dolor de haberse dislocado el maxilar.
La
vieron llevarse las manos al vientre, también, sujetándoselo como si las
agujetas fueran insoportables. Entonces los dedos, frágiles y tostados por el
estío, se tensaron y parecieron garras, y comenzaron a arañar todo lo que se
les ponía por delante. Arrasaron con el vestido de flores de Enya, y mutilaron
su propia piel, y de la carne brotó sangre tan roja como la grana, y ella
seguía riendo.
Ellos
la sujetaron, trataron de llevársela de allí, pero la joven no dejaba de reír y
arañar y alcanzaba todo lo que ellos no querían que alcanzara, y algo había de
tétrico en aquellas carcajadas teñidas de locura que nadie quería escuchar,
allí en medio de un manicomio al sur de San Francisco.
Dejadme,
gritó ella cuando la agarraron, dejadme; y dejó de reír, se puso seria, las
carcajadas cesaron y los arañazos se volvieron más potentes, y la sangre llegó
a sus muñecas, donde se distinguían otras cicatrices, más largas, más
profundas, cortes enormes de la muñeca al codo, trazos blancos y rojos que ya
no se irían, marcas que recordaban todo lo que Enya había hecho.
Una
aguja, una inyección, y sus ojos dejaron de brillar. La sangre siguió brotando
pero ni carcajadas ni gritos manaban de su garganta, allí sólo había piel
muerta y carne de muñeca de trapo y un cadáver con un corazón que latía
todavía. Y las cuerdas vocales mudas gritaban, socorro, sacadme de aquí,
socorro, pero nadie podía escucharlas. Los hombres encerraron a Enya, la
metieron en su habitación de paredes blancas y paredes acolchadas, de muebles
sin esquinas ni objetos afilados, echaron la llave y se la dieron a Cerbero
para que la tragara y no la escupiera jamás, y el corazón de Enya murió allí
mismo, de pena, tras una última carcajada.
Enya ha nacido
de una noche de cansancio
y la necesidad de plasmar,
una vez más,
mi locura en un texto.
Escuchando: Skyfall - Adele
7 comentarios:
Yo me esperaba algo en plan hace mucho que no reía, por fin era feliz, y va y resulta que la tía está loca.
¿Te parece bonito destrozar mis suposiciones? T-T
¿Me crees si te digo que ni se me había pasado por la cabeza que Enya se riese de felicidad?
Ya lo siento; no era mi intención hacerte sufrir x)
Muchas gracias por pasarte por Howl tan a menudo <3
Jajaja, entonces pobre chica XD
De nada mujer, tu blog siempre me ha gustado ^^ aunque a veces por no tener tiempo me los dejaba y luego los leía todos de una XD, pero como ahora parece que ya vuelvo a escribir pues conforme van saliendo :)
Que profundo, pensaba que esa chica solo tenía felicidad en sus carcajadas y jamás pensé que llegara a estar reprimida en su propio interior. Me encanta aunque por lo que supongo me he perdido mucho de esta historia. Seguiré atento :)
Rafa: Muchísimas gracias, me alegro de que te haya gustado (:
Y no te preocupes, no te has perdido nada; esto es todo lo que he publicado acerca de Enya, y no creo que haya más; es tan sólo un relato, no una novela (:
Un beso ^^
Fer: Jo, eres uno de los pocos que ha seguido fiel casi desde el principio hasta ahora x)
Los textos locos y explosivos, impovisados, son siempre los que dejan mejor sabor de boca.
Y son las risas de los que no se la regalan a cualquiera las que le hacen pensar a uno que joder, no todo está tan perdido. Porque morir no es nunca el final y a veces no significa otra cosa que haber ganado la partida.
(Bravo enorme por Enya y por todos los que son valientes)
Sin duda, ser el responsable de la risa de alguien le hace a uno sentirse halagado.
Hay muertes y muertes; la de Enya significó el final de su lucha.
Muchísimas gracias, Lucía (:
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