Aquella
noche la luna brillaba con fuerza.
Bronte
alzó su catalejo y entrecerró levemente los ojos. Alcanzó a ver un barco de
velas plateadas que se alejaba con el viento, tomó la decisión de perseguirlo e
informó a su subcapitana.
—Navío cargado a las once en punto. ¡Preparad las armas! ¡Ninette, a los
cañones!
La
tripulación se puso a trabajar y Bronte corrió como un rayo a su camarote. Se
vistió con su chaqueta de puños color escarlata, se colocó el sombrero negro de
tres picos y sujetó al cinto a su fiel sable de empuñadura de oro. Cuando
terminó de prepararse subió a cubierta y halló el barco en plena ebullición.
Consultó
de nuevo con el catalejo la distancia que los separaba de la otra nave, y
mirando de reojo la brújula que siempre llevaba colgada del cuello, obtuvo la
información que quería.
—Se dirigen a Puerto Carlango —informó a Kimbra—. Hay que ganar
velocidad o los perderemos antes de llegar a Isla Ghest. Da la orden.
—Sí, mi capitana.
—Ah, y, subcapitana —añadió Bronte— que Cènne no rompa el mástil en dos
como la otra vez. Si no conseguimos este cargamento, el idiota de Tango se
creerá mejor que nosotras. Y no queremos eso, ¿verdad, chicas?
—¡No! —corearon todas las mujeres de la tripulación.
Kimbra
hizo una pequeña reverencia a Bronte y después bajó a los sótanos para
despertar a Cènne. La capitana corrió hacia popa y le arrebató el timón a
Lhidia, quien fue a ayudar al resto de tripulación.
Poco
después se oyó un rugido y Cènne salió disparado del sótano. Tras aletear un
poco, el pequeño dragón blanco dejó que le sujetaran una soga a la cola, y
amarraran ésta a proa. A una señal de Kimbra, Cènne comenzó a tirar con fuerza
del navío, y éste dobló su velocidad, haciendo avanzar al León Azul entre las nubes a un ritmo vertiginoso.
No
tardaron mucho en alcanzar el navío de velas plateadas. Actuaron con cuidado y
en silencio, evitando cualquier movimiento brusco. Después de liberar a Cènne y
dejar que volviera a dormir en el sótano, ocultaron el barco estratégicamente
detrás de una nube y Bronte observó a la otra nave de cerca.
—Habrá al menos cincuenta hombres —aproximó, informando a Kimbra—. Están
alerta, así que probablemente llevan encima un buen botín. Estamos de suerte.
Ambas
sonrieron y, en silencio, se prepararon para atacar.
Cuando
todas estuvieron listas, se situaron al borde del barco, agarradas a las
jarcias, y esperaron a la orden de Bronte. Ésta observó la cubierta del otro
navío y, en el momento en que el presunto capitán, un individuo encapuchado, se
distrajo hablando con uno de los marineros, soltó un grito salvaje.
Todas
las que disponían de una tirolina improvisada saltaron a la otra nave, Bronte
incluida. Rápidas como una flecha, cada una se encargó de cubrir a un hombre
mientras las que se habían quedado en el León
Azul pasaban al buque asaltado. Aunque hubo algún intento de resistencia,
finalmente todos se rindieron. Las mujeres no superaban por mucho a los hombres
en número, pero eran igual de fuertes que ellos, y probablemente el doble de
valientes, así que no tuvieron problema en sujetarlos.
Bronte,
que tras organizar y dirigir el ataque se hallaba sin nadie a quien tener
controlado, paseó la vista por cubierta y se aseguró de que todo estuviera en
orden. Una vez hecho esto, avanzó hasta el misterioso capitán, al que sujetaban
Ninette y Kimbra, y puso los brazos en jarras antes de comenzar a hablar.
—Nunca había visto a alguien controlar un barco de forma tan lamentable
—chasqueó la lengua mientras observaba la capucha que cubría el rostro de aquel
hombre—. Primero ocultas la cara y entorpeces tu propia visión, y después dejas
que un barco pirata alcance al tuyo. Sólo falta que ahora nos entregues sin
rechistar todos los cofres cargados que tengas —sonrió. Sus chicas rieron con
ella.
—Más quisieras —se burló el capitán, y su timbre de voz hizo pensar a
Bronte.
—Ya veo…
La
capitana pirata comenzó a caminar alrededor del marinero, entonces arrodillado,
mientras reflexionaba sobre todo aquello y hablaba en voz alta.
—Pensé que por fin te habías rendido, pero ahora comprendo que nunca lo
harás, ¿no es cierto? Los piratas nunca cambian.
Ante
esta afirmación, todo el mundo guardó silencio. Bronte terminó su ronda y volvió
a situarse frente al hombre sin cara.
—Presiento que habéis conseguido un gran tesoro. ¿Qué nombre tenía el
barco que saqueasteis esta noche? Dímelo… Tango.
Todas
abrieron los ojos con sorpresa y Bronte desenmascaró a aquel hombre, desvelando
la identidad del capitán del navío de velas plateadas.
Un
rostro blanquecino y de facciones afiladas esbozó una sonrisa burlona, mientras
unos ojos azules cargados de ironía atravesaban a Bronte de parte a parte.
—Así que me has reconocido —comentó, dando su aprobación.
—Reconocería tu voz entre cualquier multitud.
Bronte
quiso preguntarle a Tango qué hacía allí, pero en vez de eso le besó suavemente
en los labios y volvió a taparle la cara con la capucha negra.
—No os mataremos esta noche. Pero ten por seguro que lo haremos la próxima
vez. ¿Dónde has guardado los arcones?
—Oh, vamos, Bronte. Creí que me conocías un poco mejor.
Mientras
Tango soltaba una carcajada cantarina, la capitana se dirigió a su camarote y
se puso de rodillas.
—“Las cosas más importantes suceden en una cama, así que guardemos
nuestros objetos más preciados debajo”
—citó a Tango, y descubrió una pequeña trampilla en el suelo de madera.
Tras
tirar de una anilla escondida, abrió un hueco no más ancho que un hombre
fornido y rescató todo lo que albergaba en su interior. Con el cofre de cerradura
de plata en los brazos, salió del camarote. Ni se molestó en volver a cerrar el
cajón; aquel pequeño desorden desquiciaría a Tango.
—Nos vamos —anunció al llegar a cubierta, y agarró una de las jarcias
mientras observaba el panorama.
Sus
chicas habían atado a todos los hombres a los mástiles, incluido a Tango, que
estaba colocado al frente de su tripulación.
—Gracias por vuestra colaboración. Ha sido un placer hacer negocios con
vosotros —sonrió Bronte, y las piratas se marcharon tan rápido como habían
venido.
Unas
horas después, ya en su propio camarote, Bronte se descalzó y se puso cómoda
antes de abrir el cofre. Se quitó la cadena con la brújula que llevaba al
cuello, y tras pulsar un pequeño botón oculto, se abrió un compartimento
secreto y apareció una llave plateada.
Él y su costumbre de guardar sus tesoros en
el mismo sitio de siempre, pensó Bronte. Y abrió el baúl.
No
encontró una estrella fugaz, como ella esperaba. Ni siquiera unas tristes
monedas de oro traídas de Puerto Carlango. Entre aquellas cuatro paredes de
madera tan sólo había un trozo de papel.
Bronte
lo desplegó sin pensarlo dos veces, y leyó su contenido en voz alta.
—Aunque dijiste que nunca sería capaz
de hacerlo, he cambiado. Y como muestra de ello, he escondido el tesoro en otro lugar.
Hubo
unos segundos de silencio, y después la nota volvió al sitio del que había
salido. La llave también fue guardada y, tras un momento de duda, el cofre fue
colocado bajo la cama.
—Viejo perro sarnoso de mar —musitó Bronte, y se fue a dormir.
No
supo leer el verdadero mensaje de Tango.
Este relato ha nacido
a raíz de una pequeña petición
por parte de alguien especial.
(Cualquier similitud con Tango
u otros personajes
no es mera coincidencia)
Escuchando: Bronte - Gotye
8 comentarios:
Te has superado a ti misma!! Me ha gustado mucho, ¿vas a colgar más? ¡Eso espero!
Gracias :3333 es un relato independiente, no creo que suba nada más respecto a Bronte.
Un beso (:
Jajaja, si no se ha dado cuenta del verdadero mensaje yo le compraría unas gafas XD
Aunque me ha encantado eso de cambiar las cosas de sitio jajaja, se lo tiene merecido =P
Bueno, Bronte es especial xD
Tango es así, igual de imprevisible que siempre...
Un beso Fer (:
Jajaja ya veo ya.
PD: que me he leido todos tus escritos del tiron como prueba mis comentarios xD
Jajaja ya veo ya.
PD: que me he leido todos tus escritos del tiron como prueba mis comentarios xD
Bua, me ha encantado!! Muy original, y el final me encanta, está perfecto.
Muchísimas gracias Atanila (:
Un beso ^^
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