Estoy en la oscuridad. Solo. Sumido en mi propia alma. Y no pienso en nada, porque ahora es mi momento de descanso y no quiero joderlo distrayéndome de mi melancolía, de mi nostalgia, de mi irrealidad. Hay días en que lo consigo, otras veces necesito acompañar algunos amigos químicos con un trago de whisky. No pienses mal, nena, tú desde el principio has sabido como soy. El que avisa no es traidor, y yo llevo cantándote psicofonías desde el día en que nos conocimos.
Pero entonces llegas, vienes a mi lado sin decir nada, te sientas y me muerdes la oreja como si estuviésemos en la cama. Sabes que ese truco nunca te fallará, pero joder, siempre te digo que eres casi tan bruta como yo. Y nunca me haces caso, da igual con qué te amenace.
No sé qué mosca me ha picado últimamente que ya no te veo con los mismos ojos. Desde el principio fuiste parte de mi corazón, de mi ser, de mi propia piel. Pero ahora, a fuerza de gastar mis labios con los tuyos ya sólo te veo como eso; como un objeto de deseo. Y créeme, nena, he intentado recomponer lo nuestro, te juro que lo he intentado, pero es imposible.
Te amé, y te lo dije. Ahora dejo de amarte y por eso te lo cuento. No es un juego para mí, sabes que yo te quería —y aunque no me hayas perdonado, la razón por la que traía a chicas a casa cuando tú te ibas a trabajar no era el amor— y que salvo un par de veces jamás te hice daño, al menos no intencionadamente.
No puedo más, nena. Me hundo y ni yo soy quién para arrastrarte conmigo, ni tú eres quién para acompañarme. Sé que cuanto más te desprecio más te aferras a mí, y te aseguro que eso no es bueno. Nunca me soltabas de entre tus garras cuando te lo pedía, pero hazme caso por una vez en la vida. Nadie se merece vivir conmigo lo que estoy experimentando. Ni siquiera tú, nena. Aunque no te ame.
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