Lionne.

Tú...

No eres tu nombre. No eres tu empleo.

No eres la ropa que vistes ni el lugar en el que vives.

No eres tus miedos, ni tus fracasos... ni tu pasado.

Tú... eres esperanza.

Tú eres imaginación.

Eres el poder para cambiar, crear y hacer crecer.

Tú eres un espíritu que nunca morirá.

Y no importa cuántos golpes recibas,

te levantarás otra vez.

jueves, 23 de junio de 2011

Cap 13 - Los guardianes de la lluvia (1/3)

Todo seguía como siempre. Sólo habían cambiado dos cosas.

La primera; Pécala había comenzado a actuar raro conmigo, al igual que Ulrik, pero de una forma un tanto distinta. Ulrik me miraba a veces con odio, y Pécala… Pécala casi me miraba con… ¿adoración? Me resultó muy complicado encontrar la palabra adecuada para describir la sensación que experimenté al sentir sus ojos en los míos. Sin embargo, después me di cuenta; Pécala me había elegido como modelo a seguir.

La segunda; me sentía extrañamente tranquila. Cuando llegué al campamento de Los Rebeldes estaba algo nerviosa, y durante los días posteriores en los que me acostumbré a todo, seguía un poco tensa. Sin embargo, apenas un mes después de llegar (¿o quizá menos?) me daba la impresión de que estaba en el vacío. No es que no expresara ninguna emoción, pero creo que me dejé de tomar las cosas en serio. Por ello, los entrenamientos de Tanaka me vinieron bien. Aprendía a concentrarme (después de perder la costumbre de prestar atención a lo que hacía) y de paso, aprendía taekwondo.

Pero, aparte de eso, todo seguía como siempre. Iarroth y Jenna seguían discutiendo cada dos por tres. Phoebe y Aleriel seguían viéndose; Jenna seguía prohibiéndoselo. Panrak seguía quedando con el viejo Joe para pescar; Ulrik seguía comportándose de forma extraña, sobre todo conmigo. Tanaka seguía entrenándome, y Odrix seguía viniendo con nosotros para observarnos. Y Zäcra no paraba de mirar “con deseo” (o similar) a Odrix.

Creo que experimenté la misma sensación que tiene un hermano mayor cuando un chico se acerca a ligar con su hermana. ¿Acaso Odrix se había convertido en un ser tan querido como un hermano para mí? Lo dudaba, pero… mis sentimientos no me engañaban. Creo que sobra decir que le cogí un poco de manía a Zäcra. Le tenía una envidia inmensa, pero seguía siendo envidia sana. Admiraba su madera de andar, su cuerpo, su rostro; admiraba si forma de hablar, su desparpajo al tratar con todo el mundo, su despreocupación por los pequeños problemas que nos encontrábamos cada día. En definitiva; la admiraba a ella en sí, por entero, pero no me gustaban nada las miradas que le dirigía a Odrix. A veces, cuando estábamos todos juntos, le clavaba los ojos más o menos discretamente. Pero en cuando se encontraban medianamente solos, le miraba con un anhelo tan intenso que parecía querer echarle un polvo allí mismo. Y eso me exasperaba de sobremanera.

Me alivió comprobar que Odrix no respondía de la misma forma; parecía asustado cuando ella le observaba así. Mi cuerpo se hinchó de satisfacción las múltiples veces que él rechazó discretamente sus “proposiciones” (un tanto obscenas cuando estábamos delante de más personas) para “esconderse” (no literalmente, sino de forma metafórica) detrás de mí y Tanaka.

Pero Zäcra incluso quiso venir a nuestros entrenamientos. Odrix puso cara de sorpresa (y algo de miedo), pero yo ya sospechaba que ella haría algo así. No tenía ninguna gana de tenerla cerca mientras luchaba, pero nadie pudo impedírselo, pues estaba en su pleno derecho de ir adonde ella quisiera. Sin embargo, a la hora de hacer taekwondo, estaba tan ocupada vigilando a Zäcra con el fin de que no acosara a Odrix, que me distraía y Tanaka no conseguía que le prestara atención a él. Con resignación, pero amablemente, le pidió a Zäcra que se fuera. Ésta entendió que Odrix no pensaba abandonarnos para irse con ella, así que se marchó echando humo. Realmente se comportaba como una chiquilla enamorada. Bueno, yo tampoco estaba siendo muy madura en ese asunto, pero después de la sana intervención de Tanaka, las cosas se enfriaron un poco y yo conseguí concentrarme en los entrenamientos.

A los hombres, por otro lado, se les caía la baba al ver a Zäcra. Yo comprendía que hicieran eso (era completamente natural), pero me sorprendió que personas que eran ya más o menos maduras tuvieran tanto en cuenta el aspecto físico. Incluso Aleriel, que estaba con Phoebe, abría la boca de forma estúpida cuando Zäcra pasaba a su lado. Esto acarreó serios problemas a la pareja, pero parece que al final todo se arregló. Por otra parte, Iarroth, Tanaka y Odrix eran los únicos hombres que la trataban como a una más. Más bien; no le prestaban la mínima atención. Eso en Odrix y Tanaka me pareció una muestra de madurez, pero en Iarroth me extrañó. ¿Le gustaría otra? Pero no daba muestras de ello… ¿sería homosexual? No podía adivinarlo, pero no creía que fuese eso. ¿Tal vez era asexual? Nunca había conocido a nadie que lo fuera, pero… era una posibilidad. O tal vez simplemente no se dejaba llevar por un cuerpo bonito, por muy impresionante y escultural que fuera. Igual tenía en cuenta que belleza no es sinónimo de amabilidad, simpatía, sinceridad, humildad… O quizás me estaba obsesionando con todo aquello y Iarroth tenía el derecho a vivir tranquilo y sin ser espiado. Sí. Probablemente tenía razón.

Pero es que Zäcra… me fascinaba y exasperaba al mismo tiempo. Tal vez le habría cogido menos asco si no hubiera hecho amago de apartar a Odrix de sus amigos y acostarse con él. Por desgracia, aunque ella ya no acudía a las clases que me impartía Tanaka, seguía mirando de aquella forma al rubio.

¿Tanto me habían cambiado Los Rebeldes que ahora le apartaba los moscardones molestos a mi amigo? Y lo que era más raro; ¿tanto me habían cambiado que ahora tenía un amigo? Nunca me creí capaz de ejecutar semejante proeza. No me soportaba a mí misma, y jamás se me habría ocurrido pensar que alguien sí lo haría (aparte de Cora, claro, pero en parte era su obligación).

Pero Odrix tenía conmigo paciencia; mucha paciencia. La paciencia suficiente como para esperar a que me despertara y dar un paseo conmigo; para convencerme de ir a dormir cuando estaba cansada pero tenía cosas que hacer; para hacer la función de mi despertador personal. También para mirar cómo evolucionaba en los entrenamientos de taekwondo; para intentar que Azör y Sangilak se llevaran bien… y por hablarles muy bien de mí a Iarroth y a Jenna, cosa que un día nos llevó a una conversación un tanto absurda (al menos al principio) entre los cuatro.

—Preparaos. Os vais esta noche —anunció Jenna.

—Tres sectores —añadió Iarroth, dándole una nota a Odrix. Éste se la metió en el bolsillo.

—Tarea triple, entonces.

—¿Qué…? —comencé, pero nadie me escuchó.

—Sector cuatro, trece y veintisiete.

—Tres mujeres.

—Caroline Mirren, Senya Freeman y Berna Rolland.

—Pero… —intenté seguir.

—Debéis estar de vuelta antes del amanecer.

—De lo contrario, podría haber consecuencias.

—Sí, sí, ya me sé las reglas —contestó Odrix cansinamente.

—¿A dónde…?

—Vamos a la ciudad —me cortó mi amigo, sonriente.

—¿Para qué?

—Hay gente, como tú, que está de nuestra parte pero no sabe dónde buscarnos. Les allanamos un poco el camino —determinó Jenna.

—En resumen; estamos reclutando gente —simplificó Iarroth.

—Será peligroso; han doblado la vigilancia. Pero debéis arriesgaros. Confío en que seáis sigilosos, Hilda.

—Les será más difícil oír mis pasos que los latidos de mi corazón.

domingo, 5 de junio de 2011

Cap 12 - Vieja pesadilla

Cora

Tal vez fuera más madura que el resto de jóvenes de su edad, pero no tenía derecho a hacerme aquello. Me dolía que no hubiera confiado en mí. No lo ha hecho porque no la quisiste escuchar cuando intentó marcharse, estúpida, dijo una voz en mi interior. No quise creerlo, pero al recapacitar saqué la conclusión de que mi conciencia tenía toda la razón del mundo. Quizá si hubiera sido más comprensiva con Hilda…

Su nota me había dejado descolocada. No me esperaba en absoluto que escapase, ni mucho menos la noche después del nombramiento del Presidente. En la carta no explicaba exactamente por qué lo hacía, pero creía adivinar la respuesta; pensaba vengar a sus padres.

Por supuesto, en un primer momento, cuando me nombró a Los Rebeldes, pensé que era una soberana estupidez. ¿Una niña de dieciséis años, en un grupo militar contra los jefazos del gobierno? Imposible salir ileso de allí. Había pretendido asustarla con aquellas sutiles amenazas, pero no había conseguido mi cometido. Hilda era fuerte, y no conseguías que se echara atrás a la mínima de cambio. Era bastante decidida; más de lo que yo era cuando me uní a Los Rebeldes con sus padres. Por aquel entonces tenía catorce años y mi conciencia no estaba plenamente desarrollada, por lo que me lo tomaba casi como un juego, y mi cerebro no era capaz de sentir el miedo que debería ante un peligro de tales magnitudes.

Ella no parecía tener miedo; pero yo sí lo tenía por ella. Sabía lo duro que era enfrentarse a un ejército tan grande y poderoso como el que protegía la ley del país, y eso no ayudaba a que me tranquilizase. Hacía ya más de un mes que se había ido, pero no había salido a buscarla. No por darle libertad, o incluso un escarmiento, sino porque juzgué que ella ya tenía autoridad suficiente para decidir por sí misma. Yo acataría las consecuencias de su decisión.

Recordé mi batalla, y me di cuenta de a cuántos había perdido. A Serafín y Loira, a todas mis amigas, incluso a él… Todo se había reducido a cenizas mientras yo trataba de escapar del mismo destino. Y al conseguirlo pensé en el significado de la vida. También me percaté de que mi existencia en ese momento no valía nada. Sin embargo, días después de aquello, me enteré de que Serafín y Loira tenían una hija; Hilda. Así pues, me encargué de actuar de tutora, madre y profesora (tanto de estudios como de armas), y tenía propuesto hacerlo hasta que cumpliera los dieciocho. Después, ella vería si se independizaba o no. Yo habría aceptado cualquier cosa.

Pero todo ese futuro se había desmoronado con tan sólo unas frases a boli azul en una página en blanco de un libro viejo. Lamentablemente, no conseguiría cambiar nada yendo tras ella. Debía solucionar por sí misma los problemas que se le pusieran delante.

Volví a pensar en la encarnizada batalla que había presenciado, muchos años atrás, y me estremecí entera. Un mal pensamiento me recorrió el cuerpo y comencé a convulsionarme a causa de una retahíla de escalofríos. Estaba enferma de amor, pues mi protegida se había marchado, poniendo su vida en peligro. Y algo me decía que no iba a volver.