Lionne.

Tú...

No eres tu nombre. No eres tu empleo.

No eres la ropa que vistes ni el lugar en el que vives.

No eres tus miedos, ni tus fracasos... ni tu pasado.

Tú... eres esperanza.

Tú eres imaginación.

Eres el poder para cambiar, crear y hacer crecer.

Tú eres un espíritu que nunca morirá.

Y no importa cuántos golpes recibas,

te levantarás otra vez.

martes, 13 de agosto de 2013

Desiria

      El sol se puso mientras los campesinos marchaban hacia la plaza. La tarde dio paso a la noche pero no al silencio; los comentarios y los murmullos llenaron las calles hasta que todos se congregaron en derredor al entablado, del que colgaba una horca. La luz solar agonizaba ya cuando un hombre trajeado subió al escenario de madera. Las voces murieron con el día, e instantes más tarde otras tres figuras se reunieron con la recién llegada; dos hombres, casi tan bien vestidos como el primero, y una mujer encapuchada. Cuando el silencio fue tan denso que habría podido cortarse con un cuchillo, uno de los hombres desenmascaró a la mujer, arrojando el saco que la cubría al suelo de madera. El pueblo abrió los ojos con sorpresa ante la revelada identidad de la encadenada.
      No se veía todos los días a una mujer como ella. Llevaba puesto un largo vestido que antaño había sido blanco, pero que ahora estaba raído y sucio, y tenía los bajos de la falda tan estropeados que se veían perfectamente sus botas de cuero, a juego con el corsé que le ceñía la cintura. Su cabello, trenzado en un moño dorado casi deshecho, dejaba al descubierto un rostro blanquecino y de facciones demasiado finas como para pertenecer a la baja alcurnia. Tenía los ojos sombreados de un polvo negro similar al hollín, resaltando una mirada felina de iris color ámbar. Y sus labios, igual de negros, permanecían serenos como su dueña, insensible a la escena que allí acontecía. Los presentes, sin embargo, lucharon contra el impulso de echar a correr ante la presencia de aquella mujer. Contemplaban su rostro fiero y sus manos delicadas, que sostenían como podían las faldas del vestido entre cadenas y grilletes, con unas uñas largas y rojas de sangre.
      El primer hombre que había subido al escenario sacó un pergamino lacrado de entre los pliegues de su chaqueta, y ante la expectación de la multitud, lo desenrolló. Había sido prevista la hora de la ejecución y, ante la falta de sol, una gran hoguera había sido encendida en medio de la plaza. Así pues, ayudándose de las llamas que casi parecían rozar el cielo negro, el hombre se aclaró la garganta y comenzó a leer.

Por la presente el rey Robert,
hijo del anterior rey Bartholomew,
Guardián del Reino de Lacalia,
Protector de la Tierra Nueva
y Señor de Monte Farrell,
declara culpable a Desiria Decay,
hija de Tyler Decay,
de los siguientes delitos cometidos:
engaño a la autoridad,
robo a mano armada,
homicidio involuntario,
resistencia a las fuerzas del orden real,
homicidio voluntario,
y continuación repetida de homicidio voluntario.
Para absolver a la condenada
de  los siguientes pecados,
el gobernador regente del lugar
considera la horca como castigo justo.

      El hombre dio por finalizado el discurso y volvió a enrollar el pergamino, tras lo cual bajó del entablado y se le perdió de vista. Mientras uno de los hombres que sujetaban a la mujer acercaba a ésta a la horca colgante, el otro se aproximó a la palanca que abría la trampilla del escenario. En unos instantes la mujer tuvo la gruesa soga alrededor del cuello, y todo el mundo contuvo el aliento antes de que se produjese la ejecución.
      Entonces Desiria sonrió con sus labios oscuros, revelando unos dientes negros como la boca del lobo, y la plaza fue engullida por una gran explosión.
            Las llamas consumieron pueblo y edificios, y en medio del caos los supervivientes gritaban y corrían, sin saber qué hacer ni adónde ir. El entablado quedó reducido a un amasijo de maderas y cuerda chamuscada, y los dos guardias que conducían a la mujer a su destino fatal murieron cuando dos grandes astillas les atravesaron el cuerpo en la caída. Y en medio de los cadáveres y el fuego no había ni rastro de aquellos ojos felinos, ni su boca negra, ni su vestido blanco.

3 comentarios:

Edurne Valiente dijo...

Madre mía, Kirta. Siempre tengo la sensación de quedarme corta cuando se trata de tus textos y relatos. No me cansaré de decirte la gran evolución que veo en tu forma narrativa. Sorprendente.
Me ha encantado la descripción de Desiria y la ambientación ha sido muy buena.
Enhorabuena, en serio.
Un beso. :*

Paula (yuna6785) dijo...

Que buen relato, me encanta la descripción de Desiria y la historia. Escribes genial :)

Kirtashalina dijo...

Sun: muchísimas gracias. Me has sacado una gran sonrisa, de verdad.

Paula: mil gracias también ^^