Lionne.

Tú...

No eres tu nombre. No eres tu empleo.

No eres la ropa que vistes ni el lugar en el que vives.

No eres tus miedos, ni tus fracasos... ni tu pasado.

Tú... eres esperanza.

Tú eres imaginación.

Eres el poder para cambiar, crear y hacer crecer.

Tú eres un espíritu que nunca morirá.

Y no importa cuántos golpes recibas,

te levantarás otra vez.

domingo, 28 de febrero de 2010

¡Vivan los pendejos!

A veces pienso que el mundo no me necesita, que sobro, que no hago nada de utilidad aquí. Que nada de lo que yo hago está bien, que mi vida es aburrida, monótona y repetitiva, que no tendría por qué quedarme en este mundo cruel y devastador, que no tendría por qué continuar mi vida incompleta e inacabada, que no tendría por qué cargar con esta alma rota y deshilachada, con este corazón destrozado y sangrante, lleno de heridas.
Pero, ¡oh, ¿qué ven mis ojos?! Nada más y nada menos que la pequeña ventanita del ordenador, que me indica que Albi, Jaky y Clary están conectados, y me invitan a una conversación conjunta. Nada mejor para pasar la tarde, calentita al lado del radiador, con una taza de chocolate al lado y mi portátil loco en las rodillas, mientras hablo con mis amigos. Nada mejor. Ningún plan lo supera, nada en el mundo es comparable a esta sensación de que alguien me presta atención (aunque a veces Jake y Alba hagan como que Kirta no existe), de que no estoy sola, de que hay alguien que me escucha enteramente y alguien con quien sé que es capaz de levantarse a las tres de la mañana para hablar conmigo (¿Verdad, Jacob Black?).
Y aunque la distancia nos separe a todos (a pesar de que Clara y Albii no están tan lejos la una de la otra), sé que en realidad cada uno nos multiplicamos para estar con los demás, como invisibles y no-físicos ángeles de la guarda que nos cuidan de los males (bueno, de unos pocos).
Y aunque Jaky tenga dos amantes, vayamos a atracar un banco, y después a un hotel, nadie tiene que preocuparse por nosotros, porque somos independientes, sensatos (o eso queremos hacer creer) y, sobre todo, libres.
Y aunque yo sea la voz sexy, bi (invención de Jake), “novia formal” de Jaky y agresiva, pues sigo con mi vida “normal”. Al igual que la mejor voz del mundo, amante de Jacob y guerrera con su famoso tenedor, que supera los problemas con nuestro apoyo (o eso esperamos Jake, Clary yo yo). Y también como la segunda amante de Jaky, la voz más linda y la más grande de las cantantes, alguien que, según Jacob Black, sería la pareja perfecta de A2or… (no es culpa mía, Clare, que conste).
Porque os siento ahí (suena un poco raro), sé que estáis a mi lado, que los polis y las alarmas del banco no son rivales para nosotros, que ganamos a Jorge en un duelo de raperos, que soy la groupie de Jaky, que Porta es un pendejo (a pesar de que me gusten sus canciones) y que Jake le gana a Santaflow sin duda alguna.
¡Porque somos los Pendejos, y eso no nos lo quita nadie!

sábado, 27 de febrero de 2010

El baile de las hadas

Me acerqué silenciosamente al gran roble, y enseguida me di cuenta de que estaba levemente iluminado. Me arrodillé para observar por el hueco que había en la nudosa corteza, apoyando las manos en dos ramas que había a mi alcance. Dentro, el árbol estaba completamente hueco, pero no necesariamente vacío. Había multitud de pequeñas hadas, que brillaban con sus destellantes alas y sus deslumbrantes vestidos de tonos pastel. Todas bailaban en parejas, al compás, con una extraña y dulce música que te hacía recordar cosas jamás pasadas, paisajes jamás imaginados, imágenes nunca vistas. La delicada canción era suave, frágil y hermosísima; las hadas danzaban lentamente, cada una con su deslumbrante pareja. Esbocé una muda sonrisa al ver cómo una pareja se elevaba en el aire, levitando gracias a los dos pares de alas que se agitaban, vibrando. Esa pareja estaba constituida por una menuda y frágil hada de la piel blanca y límpida como la porcelana, un cabello rubio como el sol, decorado con pequeñas estrellitas de color blanco, y un vestido tan dorado como su hermosa melena, recogida en un moño. Su pareja se trataba de un hado un poco más alto que ella, con el cabello rubio y los rasgos afilados, angelicales y delicados, que llevaba un traje de color blanco inmaculado. Los dos danzaban girando y girando, dejando tras de sí un rastro de estrellitas doradas y polvos mágicos, como brillantina pero mucho más reluciente.
De pronto, la menuda pareja se percató de mi presencia y esbozaron una hermosa sonrisa, llena de perlados y diminutos dientes. Avanzaron hasta mí y se me posaron en los hombros, hecho esto produjeron un suave grito que llamó la atención de las otras parejas. En unos segundos todas estaban sobre mí, cubriéndome de polvos dorados. Tan pequeños eran que casi no sentía su peso, tan sólo me veía cubierta por una capa brillante y dorada que constituía a todas las hadas y hados en sí. Pero, segundos después, se apartaron de mí con cuidado y yo seguía teniendo un vestido dorado, algo que, estaba segura, no tenía antes. De pronto mi cabello ya no estaba recogido, sino que vagaba libremente por mi espalda, formando ondas de color caoba, y haciéndome cosquillas en la piel. Sonreí cuando me levanté y vi que realmente un vestido dorado, sin mangas y largo hasta el suelo, me cubría realmente. Todas las hadas levitaron a mi alrededor, cada vez más deprisa, y me cegaron todos los pequeños granos de polvo dorado que dejaban a su paso. Sentí entonces que el suelo desaparecía bajo mis pies descalzos y miré a la pareja de hadas que habían venido a mi encuentro los primeros. Ellos volvieron a sonreírme y levitaron conmigo, ascendimos hasta alcanzar la copa del ancho y grueso roble, donde antes se encontraba el gran baile en miniatura. Me posé en la rama más alta, observando la luna llena, y oí el aullido de un lobo que le cantaba a su amada como si de una balada de amor se tratase.
Salté, pero me sentí tranquila porque todas las hadas estaban conmigo. Me levantaron con cuidado, y me sorprendí de la enorme fuerza que poseían, porque no llegarían al centenar de almas en aquel desfile de deslumbrantes vestidos y al concurso de la sonrisa más hermosa. Por un momento deseé tener unas transparentes alas yo también, ser pequeña, menuda, frágil y delicada, con rasgos cortantes y angelicales, un cabello tan brillante como mil estrellas, y poder celebrar un baila cada luna llena… Pero me conformé con danzar junto a aquellas hadas, todas a una, y envuelta en una nube de polvos dorados y sonrisas mágicas.

miércoles, 24 de febrero de 2010

¡Sorpresa! + Cuatro

¡He vuelto! ¡HE VUELTO!

Vale, puede que no sea un notición, pero es lo que hay... si queréis noticias de otro tipo, BUSCAD UN P@#* PERIÓDICO DIGITAL, QUE PARA ESO ESTÁN.

Bueno, ayer ya me sentía mal por dejaros abandonados, aunque apenas os he dejado libres una semana... ya veis, esa es mi capacidad de convicción. Cuando digo que no voy a hacer algo, no lo hago hasta cinco minutos después.

Aquí tenéis este texto, ¡recién salido del horno!


Cuatro.

—¡Hola, Jake! —le saludé, dándole un abrazo.
—Hola, Kirta. ¿Cómo estás?
—Muy bien. Mira, ahí llega Albi.
Nuestra amiga se acercaba por el otro lado de la calle; tras comprobar que no se acercaba ningún coche cruzamos a la otra acera. Ella vino corriendo hacia nosotros y los tres acabamos en un gran abrazo conjunto.
—¿Qué tal, Albi? —le preguntó Jake.
—Genial, acabo de hablar con Clary por teléfono. Su avión llega en diez minutos —añadió con una sonrisa.
—Pero… —balbuceó Jake.
—…pero Clary está en Inglaterra —dije yo, confusa, y la sonrisa de Albi se ensanchó—. Además, en los aviones no se puede hablar por el móvil —constaté.
—Primero, Clary estaba en Inglaterra —puntualizó Albi, sacando un manojo de llaves de uno de los bolsillos de su pantalón—. Y segundo, sí te dejan hablar por el móvil en un avión si ése avión es uno privado y pagado con tu sueldo.
Yo me quedé con la boca abierta.
—Llegamos tarde, vamos —nos apremió Albi, eligiendo del manojo de llaves un rectángulo negro de plástico, y pulsando un botón que había encima. Al instante oímos un pitido detrás de nosotros, y al darnos la vuelta Jake y yo descubrimos que había un gran descapotable negro aparcado en la calle. Mis ojos se pusieron como platos.
—¿Cómo hemos pasado desapercibido este cochazo? —pregunté, incapaz de comprenderlo, pues el coche no habría aparecido allí por arte de magia.
—Quizá porque Albi ha empezado a parlotear y no nos ha dado tiempo a fijarnos en esta negra y reluciente belleza —dijo Jake, arrancándole las llaves de las manos a Albi y metiéndose en el coche de un salto—. Yo conduzco —añadió, como quien no quiere la cosa.
—De eso nada —replicó Albi, cogiéndole las llaves de nuevo a Jake, empujándolo para que se sentara en el asiento de copiloto y colocándose ella en el del piloto— es mi coche y conduzco yo. Ni se te ocurra manchar los asientos —le avisó a Jake, pues éste había sacado una tableta de chocolate de dios sabe dónde, y había empezado a abrir el envoltorio.
—Ah, y Jake —añadí yo—, en ese asiento voy yo —constaté, levantándolo del asiento y sentándome al lado de Albi—. Las mujeres delante —sonreí.
—Oh, bueno… os perdono, pero porque sois sexys —dijo en tono consternado, y Albi y yo nos echamos a reír.
—Pues esta mujer sexy te va a pegar una colleja como no te abroches el cinturón a la de ya —le avisé—, porque Albi ya ha arrancado el coche y se dispone a conducir a 200 km/h.
—Ah, no te atreverás —dijo Jake, burlón, sin ponerse el cinturón y cruzándose de brazos, muy seguro de sí mismo.
—Oh, sí me atreveré —dijo Albi con una sonrisa maligna, y pisó el acelerador.

* * *

—Aún me duele —se quejó Jake, pasándose la mano por la cabeza, en el sitio donde se había golpeado durante el viaje.
—Haberte puesto el cinturón —nos encogimos Alba y yo de hombros.
—¡Clary! —exclamé, y los tres fuimos a por ella.
—¡Hola, chicos! Uau, qué bienvenida más calurosa…

martes, 16 de febrero de 2010

Me voy

Hola a todos.
Entro sólo para deciros que me voy a tomar unas vacaciones.
Ahora mismo estoy hecha una mierda y no puedo escribir sin desteñir un poquito mi estado de ánimo. No sé hasta cuando desapareceré. Lo siento por los que leen este blog (si es que hay alguien), pero, sinceramente, tampoco es que llevara unas semanas muy buenas este último mes... y para escribir pequeñas cosas que no llevan a ninguna parte o que no valgan la pena, prefiero no escribir nada.
Me niego por ahora.

Bueno, ya estáis avisados.
Os mantendré informados (dentro de lo que cabe), pero ignoro la duración de esta fase pesimista, así que no hay más vuelta de hoja. Sabréis algo de mí cuando esté mejor.
He dicho.

La principal explicación a todo esto es que dentro de poco me clavan un trozo de plástico en la espalda, y no es que me haga gracia precisamente. Yo soy de las que se ahogan en un vasito de agua, no sé aplicarme eso de "a grandes problemas, grandes soluciones" y en cuanto tengo varias cosas sin resolver me vuelvo incapaz de respirar sin quejarme. Por eso ahora estoy en estado zombi-agresivo-compulsivo-llorica-raro.

Fin de la historia.



Albi, te quiero un montón.
Clary, a ti también.
Jake, sigue escribiendo tus maravillosas canciones. Sigo esbozando una pequeña y discreta sonrisa al leerlas... y te aseguro que ahora mismo eso no es nada fácil. Eres un héroe.

jueves, 11 de febrero de 2010

Prisionera


Intenté gritar, pero la mordaza me lo impedía. Los brazos comenzaban a cansárseme, y mis muñecas estaban rojas e hinchadas de intentar soltarlas de la soga que me sujetaba. Se me nublaron los ojos, pero tan atemorizada estaba que ni siquiera era capaz de llorar, ni tan sólo de soltar una triste lágrima. Él paseó por delante de mí, con la pistola en la mano y el dedo sobre el gatillo, pero sin apretarlo. Emití unos pequeños gemidos que no sirvieron de nada, pero era lo único que podía hacer para que Jackson me encontrara a tiempo.
—Vas a morir —me dijo el hombre con una sonrisa—. Es una pena…
Le miré con ojos suplicantes, intentando pedir piedad, pero él no me hizo caso y me apuntó con su arma negra. Comencé a llorar entonces, impotente a cualquier movimiento que me permitiera salvarme. Él todavía tenía sangre en el rostro debido a la patada que yo le había propinado y la nariz que le había roto, y se agarraba el vientre con la otra mano por el soberano puñetazo que conseguí asestarle momentos antes. Pero nada contaba ya. Me iba a matar.
Me miró una última vez y comenzó a pronunciar mi nombre.
—Adiós, Alb…
—¡ALBA! —rugió entonces Jackson, entrando bruscamente en escena, acompañado de un montón de agentes del FBI. Antes de que el hombre pudiera matarme, Jackson le disparó y el asesino se desplomó, cubierto de sangre. Jackson vino derecho hacia mí y me desenganchó la cuerda que me ataba las manos del clavo que había en la pared. No intentó separarme las manos, porque sabía que era imposible desgarrar aquella soga con las manos tan sólo, así que pasó la cabeza por el hueco entre mis brazos y me rodeó el torso con los suyos, abrazándome. Le manché entero de sangre y lágrimas, allí en una celda oscura, lloré sobre su hombro mientras él me protegía de mis miedos.
—Tranquila, ya estoy aquí —me susurró al oído. No hay palabras para describir eso, es imposible expresarlo de alguna manera, pero sentir que Jack me había salvado de la muerte, que yo había pasado en diez segundos de estar casi muerta a protegida y a salvo… era impensable.
—Jack —dije, llorando—. Gra… grr… graci… gracia…
—Shh —dijo él, acunándome contra su pecho—. Lo siento, Alba, de veras lo siento, tendría que haber llegado antes…
—N-no —dije yo—. Has… venido a… tiem… tiempo —conseguí decir.
—Te prometo que siempre estaré a tu lado —me aseguró, casi al borde de las lágrimas él también—. Nunca más me separaré de ti.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Felicidades Clary (:

¡FELICIDADES CLARY! :DDDDDDD
Esta foto es lo único que puedo darte por el momento...
Feliz cumpleaños, y que te caigan muchos más (¡pero no de golpe! xDD)

Que sepas que tienes muchísimo potencial y escribes muy bien, al igual que Rome... pero vuestro problema es que no os lo creéis ninguna de las dos, ¡y así de pesimistas no llegaremos a ninguna parte!
¡Te quiero mucho bonita!

Un beso enorme (:

martes, 9 de febrero de 2010

Atlántida


La caída, aunque en realidad fue muy rápida, se me hizo eterna y angustiosa. Me agarré al asiento de delante y recé interiormente para que alguien nos ayudase, a pesar de que yo nunca había sido creyente y estaba segura de que íbamos a morir. Todo el mundo gritaba y se llamaban unos a otros, otros dirigían miradas aterrorizadas a su alrededor. Yo me llevé la mano al cuello buscando mi colgante mediante el tacto, cuando lo conseguí retener cerré el puño y le dediqué mi último pensamiento a Rake. Cerré los ojos, y segundos después el avión se sumergió en el agua con una gran explosión.
Desperté todavía sumida en un estado de duermevela. Me llevé la mano a la cabeza, y tras recordar lo sucedido anteriormente sólo me preocupé del colgante en forma de corazón. Con horror, descubrí que no seguía atado a mi cuello y me levanté inmediatamente de donde estaba echada, despejándome de inmediato. Estaba en una habitación extraña, levemente iluminada, pero sombría y fresca. Era toda de piedra blanca y el resplandor azulado que me permitía distinguir el lugar provenía del techo, a muchos metros por encima de mí. Registré la habitación en busca de una salida, aunque tan sólo encontré una falsa pared que se movía hacia la derecha si apoyabas la mano sobre ella. Dejó ver un pasadizo también iluminado levemente por un resplandor azul, y yo, armándome de valor, comencé a subir las escaleras. Entonces me di cuenta de que había sobrevivido a un accidente de avión, no tenía ni idea de dónde estaba, adónde me dirigía, ni qué había pasado con los demás pasajeros del avión. Inspiré hondo y terminé de subir las escaleras, fue entonces cuando me encontré en el exterior y me quedé sin respiración. Cerca de mí estaba la orilla de lo que parecía un gran lago, pero al otro lado se divisaban edificios completamente blancos, con cúpulas doradas y azules. Vi también largos y finos puentes que atravesaban el lago a lo ancho, comunicando donde me encontraba yo con la otra orilla. Me di la vuelta y me encontré con algo totalmente diferente, un montón de edificios similares a los que había visto segundos antes, sí, pero agrupados en un enorme piso circular, de los que caían, por los tejados, chorros de agua, formando como un muro semitransparente que desembocaba en el lago. Miré mis pies, confundida, y me di cuenta de que estaba andando por la superficie del agua. Volvía mirar los edificios de los que caía el torrente de agua, y me percaté de que había un piso superior, del que también caía agua, y otro más encima, y otro más… Desperté de la ensoñación que me estaba invadiendo y me convencí a mi misma de que aquello no podía ser real. Me di una bofetada, pero me temo que sentí el dolor claramente, así que tomé una decisión y crucé uno de los puentes, corriendo, hasta que llegué a la orilla. Observé la “tarta” a pisos de los edificios blancos, y después me paré a observar el cielo. Era curioso, pues parecía que se movía, parecía que había ondas brillantes que serpenteaban, como si el sol se reflejara sobre el agua de una piscina. Y entonces lo comprendí. Toda aquella… ciudad, estaba bajo el agua… sabe Dios dónde. Distinguí una brillante cúpula que mantenía el oxígeno dentro, y corrí hasta los límites de la ciudad para poder tocar aquel muro transparente capaz de mantener vida en su interior. Enseguida descubrí que se trataba de una fina capa moldeable y lisa, sin imperfecciones, y que se adaptaba al contorno de mi mano extendiendo la cúpula un poquito más, lo suficiente como para permitir que alejara un poquito la mano de mí, pero sin poder atravesar el “muro”. Sonreí para mis adentros, pero oí un sonido estremecedor y me di la vuelta.
Observé cómo una luz cegadora iluminaba la grandiosa ciudad, y seguidamente la cúpula comenzaba a romperse en millones de fragmentos, justo encima de la enorme “tarta”, en su mayor parte dorada. Con horror descubrí que la cúpula, aunque no le hacía daño a la ciudad en el sentido de que no la destruía ni le causaba roturas ni fisuras, sí había algo que la destruía. De pronto millones de luces brillantes y doradas comenzaron a caer, con colas rojas como si de estrellas fugaces se tratase, pero estrellas fugaces enormes que colisionaban con los inmaculados edificios y les hacían grandes boquetes negruzcos. Después de aproximadamente diez segundos, todo comenzó a desmoronarse y rocas blancas se desprendieron de la ciudad, cayendo al lago circular.
—No —dije, incapaz de soportarlo—. No.
Pero mi viaje terminó al igual que había empezado, pero esta vez, llevándose mi vida consigo, pues los meteoritos me rodearon con prontitud y me cegaron durante unos segundos. Tras esos instantes, perdí el conocimiento.
—Señorita —escuché una voz suave y dulce de mujer—. Señorita, hemos llegado a nuestro destino.
Abrí los ojos, confusa, y me encontré cara a cara con una mujer rubia, que llevaba recogido su dorado pelo en un alto moño. Llevaba puesto un traje de corbata azul marino, con un gorrito de marinero bastante ridículo. Una azafata.
—¿Qué? —pregunté, sin entender muy bien lo que sucedía. ¿Qué había ocurrido con la ciudad?
—Nueva York —me indicó la azafata con una sonrisa, señalando a los pasajeros que ya abandonaban sus asientos y recogían sus pertenencias de los portaequipajes del avión—. Hemos llegado ya a Nueva York.
Tragándome toda mi confusión, me levanté del asiento, agarrando mi maleta con la mano izquierda, y mi medallón colgado a mi cuello con la derecha, y le respondí a la azafata.
—Muchas gracias, creo que tenía un poco de sueño.
—Feliz estancia —me deseó ella, y se marchó a la cabina de mandos.
Respiré hondo, intentando aclarar mis ideas, y me dirigí a la puerta del avión. Allí estaba Rake, esperándome con su gran sonrisa. Era un hombre alto, moreno, con los ojos de color chocolate y esa sonrisa que me enamoraba tanto.
—¡Rake!
Nos abrazamos, felices, y después descendimos por la escalera a toda prisa, pero en el mayor silencio posible.
—¿Sabes? He tenido un sueño muy raro —le comenté, mientras nos íbamos en su coche directos a su chalé. El perro de Rake, Wolf, un cachorro de labrador dorado, también estaba con nosotros en el coche y se me subió a las piernas, acurrucándose contra mí. Yo le acaricié con ternura.
—¿Ah, sí? ¿Y de qué iba? —me preguntó, mientras llegábamos a su gran chalé ajardinado, con piscina incluída.
—De una ciudad sumergida bajo el mar, con edificios blancos, cúpulas doradas y azules —le describí, emocionada, mientras él reía—. Con un gran lago circular, al que atravesaban puentes inmaculados, y todo estaba cubierto por una cúpula gelatinosa…
—Tienes una imaginación desbordante, incluso cuando duermes —me sonrió, al tiempo que aparcaba y los tres bajábamos del coche. Le pregunté qué había de comer.
—Marisco, mi princesa de la Atlántida —dijo en un tono pomposo y divertido, que me hizo soltar una carcajada.
—Perfecto, príncipe Rake, el marisco me encanta.
Y juntos atravesamos la gran puerta de cristal seguidos por Wolf, quien ya se relamía el hocico.




¡He escrito esto para el concurso de lengua de mi instituto! Espero que os guste (:
Mamá: ahora sé que lees mi blog, ya no me pillas por sorpresa... MUAHAHAHAHA.

¡Por cierto! Nadie me ha dicho una palabra de la nueva plantilla, con la ilusión que me hacía... >.<

lunes, 8 de febrero de 2010

Sangre en las alas.


Aterricé frunciendo el ceño, con una sospecha en el corazón. Me puse en cuclillas e incliné la cabeza, cerrando los ojos y sosteniéndome con las manos apoyadas en el fangoso suelo. Plegué las alas y las reducí hasta que no fueron más que dos manchas blancas en mi espalda. Había seguido al joven soldado durante tres días, sin paz ni descanso, durante los cuales ni comí ni bebí, ni siquiera me detuve para dormir o relajarme, pues debía estar alerta las veinticuatro horas del día para no perder de vista al muchacho, ya que volaba a una altura generosa para que no me viera, aunque entre tanto árbol y follaje era fácil dejar de divisarle. Estaba yo sola con mis cuchillos, yo y nadie más, salvo aquél joven adolescente, incapaz de avanzar a gran velocidad, pero con un incesante ritmo y casi alegría, no abandonaba su propósito de llegar al reino de Raknor. Tenía ganas de enfrentarme de nuevo con la reina Lisha, aunque en nuestro encuentro no salí exactamente bien parada, pero eso se debía a que no estábamos en igualdad de condiciones, y aunque hubiera conseguido herirla o matarla, su corte de cien soldados por habitación en su palacio no ayudaba mucho a mi victoria, precisamente.
Había aterrizado a unos cincuenta metros del chico y casi lo pierdo de vista con los espesos árboles y la hojarasca que los cubría, pero al recorrer unos metros más me di cuenta de que se había detenido. Bien, eso me proporcionaría un momento de descanso, pues mis alas ya no daban abasto y reclamaban a gritos un poco de sosiego y calma. Hacía calor, así que me senté a la sombra de un gran árbol frutal, descansando mientras comía un poco, pero sin perder de vista al soldado adolescente. Observé cómo él se quitaba la ligera armadura de metal, y después la camisa blanca que le protegía de los roces, acto seguido él se metió en un pequeño río que cruzaba el bosque a lo ancho. Se bañó durante unos minutos y deseé poder hacer lo mismo, pero era más fácil que me descubriera o que yo dejara de verle por algún momento.
Estuve pensando en el trayecto que habíamos seguido, y la distancia que habíamos recorrido, y calculé que faltaban unos dos días para llegar a los dominios de Lisha y su séquito de repugnantes seguidores. Era inusual que dejaran a un muchacho a merced de la naturaleza, sin contemplaciones, sin piedad, tan sólo para entregar un lejano mensaje. Además, él estaría cansado, y sin duda, deseoso de llegar a casa, pero casi no se detenía y comenzaba a inquietarme por ello. ¿Qué persona aguantaba varios días seguidos sin detenerse, siguiendo el camino que le habían encomendado, sin más recompensa que un puñado de monedas falsas cuando llegue a su hogar? Él tenía comida, le había visto sacar alimentos del bolso que llevaba al cinto, y aunque eran pequeños, de vez en cuando llegábamos a una parte del bosque con árboles frutales y un riachuelo, como en la que estábamos en el momento, pero aún así, la moral que debía tener… cualquier persona normal necesitaría un argumento por el que continuar tan larga lucha y espera, no un puñado de monedas con el que poder mantenerse un mes, si ahorrabas en comida y comodidades. Pero, ¿qué motivo era el suficiente para casi dar tu vida en el camino…?
Y entonces lo comprendí. A toda prisa me levanté y desplegué mis alas a velocidad sobrehumana, pero no me dio tiempo de sacar mis cuchillos antes de sentir un frío filo en el cuello.
—Quieta, preciosa, no querrás que te rebane el pescuezo —me dijo una voz pegajosa al oído, y me estremecí entera nada más oírla. El hombre de la voz se rió.
Vi entonces al muchacho soldado que avanzaba hacia mí, con el torso al aire y una maléfica sonrisa en el rostro.
—No creerías de verdad que estaba sólo e indefenso, ¿verdad? —preguntó con burla, y yo le escupí en la cara con una puntería digna de un profesional. En todo el ojo…
—¡Matadla! —ordenó, y la dureza de sus palabras me hizo pensar en aquel extraño personaje. ¿Quién sería para ordenar tal cosa a otro soldado? Me fijé en su rostro y distinguí unos rasgos medianamente conocidos.
—Eres el futuro esposo de Lisha, ¿verdad? —pregunté. El chico, que se había comenzado a alejar, se dio la vuelta y me miró con una sonrisita en el rostro.
—Sí, hermosa, pero si quieres puedo entretenerte antes de tu ejecución —dijo enseñando los dientes, y con la mano derecha me acarició la mejilla, pero pronto bajó hasta mi cintura y siguió bajando, llegando a los límites de mi vestido… Yo me enfurecí más de lo que ya estaba y mi aura se endureció, el chico salió despedido por los aires y aterrizó unos cinco metros más allá, de lleno en un charco de barro especialmente hondo.
—No te atrevas a tocarme —le advertí con fuego en la mirada, y no especialmente caliente del modo en que estaba él. El novio de Lisha le dio una orden al soldado que me mantenía sujeta y con una cuchilla en el cuello, y éste enseguida pasó a la acción. Movió con rapidez la navaja, haciéndome un corte profundo en el cuello e hiriéndome gravemente. Caí al suelo, de rodillas, cuando el hombre me soltó, pero mantuve la compostura y no lloré ni grité. Cerré los ojos, mareada, mientras un dolor agudo me atravesaba el cuello y me hacía perder el equilibrio. Incliné la cabeza y apoyé las manos en la tierra mojada, intentando poder respirar con normalidad y disminuir el dolor, pero éste no desaparecía y, desalentada, entendí que no tenía nada que hacer. Estaba el futuro marido de Lisha, pero también estaba el soldado que me había cogido por sorpresa, y seguramente, muchos más…
—Córtaselas —oí decirle al joven muchacho, seguido de una afirmación del soldado que me había herido. Creí saber, con horror, lo que iban a hacerme, y cuando me agarraron las dos alas blancas emplumadas con brutalidad, mi corazonada se cumplió.
—¡No..! —conseguí pronunciar—. Por favor… mis alas…
—Oh, pero si la pajarita sabe pedir clemencia y todo —dijo el joven con voz infantil y aguda—. Córtale las alas, le regalaré la pluma más larga a mi futura esposa, y lo demás lo utilizaremos como jergón para los perros.
Semejante atrocidad no podría ser cierta, pero temía que así fuese. Intenté detenerles, pero igualmente sentí la fría hoja de una espada en el nacimiento de las alas, en medio de la espalda, y al instante un sonido como de algo rasgarse, seguido por un intenso dolor, aún mayor que el del tajo del cuello, mil veces más fuerte. Y ésta vez sí grité, no sólo por el dolor, sino porque había perdido mis alas y, aunque fuera a morir, los pocos segundos que me quedaban de vida, vivirlos sin mis alas, era vivir humillada. Por eso me desplomé en la tierra, todavía consciente, mientras sopesaba la opción de pedirles que me mataran allí mismo. Estaba bocabajo en la tierra, pero con el pie, el soldado me dio la vuelta y me enseñó mis alas, antes inmaculadamente blancas, ahora manchadas en su nacimiento y salpicadas por toda su extensión de mi roja sangre. Me mareé todavía más y tan sólo pronuncié unas palabras antes de que el mundo se derrumbara sobre mí.
—Pagarás por esto, Sagher…

sábado, 6 de febrero de 2010

Cobra de hielo


-¡Lamentaréis haber venido! -grité, furiosa. Ellos no me hicieron caso y corrieron hacia mí con sus ballestas y espadas apuntándome. Iza siseó, furiosa, y se puso erguida a mi lado, imponiendo con sus dos alerones. Los hombres se dividieron en dos grupos, y uno de ellos se quedó a unos cincuenta metros de mí, apuntándome con las ballestas. Los que portaban espadas siguieron avanzando, supuse, para luchar cuerpo a cuerpo contra mí.
-Bien -repuse, reuniendo fuerzas-. Vosotros mismos.
Cuando los espadachines estuvieron a unos veinte metros de mí, puse las palmas de las manos hacia arriba, y alcé los brazos muy poco a poco, como si tuviera que levantar con ellos un gran peso. Al instante la tierra comenzó a temblar y unos pocos solados se detuvieron, temerosos. Los de las ballestas siguieron apuntándome sin piedad, pero miraban a su alrededor con miedo.
Instantes después el suelo comenzó a partirse en dos, separando a los soldados de mí, de Iza, y de la cueva a nuestra espalda. Se formó una grieta de un metro de ancho y siguió creciendo con un crujido ensordecedor, mientras placas de hielo caían al vacío. Los soldados se detuvieron en seco en la orilla del agujero y chocaron entre sí; algunos cayeron al recién formado precipicio.
—Os dije —pronuncié claramente, furiosa, mientras los ojos se me tornaban blancos de nuevo, haciendo desaparecer mi pupila— que no os acercarais. Os dije —proseguí con voz peligrosa— que no vinierais. Y —finalicé, ya gritando, mientras Iza serpenteaba a toda velocidad hacia la grieta—, ¿quién me ha hecho caso? ¡NADIE!
En el segundo que dije “nadie”, Iza llegó a la orilla de la grieta y se transformó de repente en una cobra cien veces más grande de lo que era, lanzando destellos plateados a la luz del sol y pasando encima del precipicio como si tan sólo fuera un pequeño agujero en el suelo. Avanzó hasta los soldados de las espadas y los agrupó con la cola. Después, se enrolló sobre ellos, estrujándolos con los anillos cubiertos de escamas. Yo, mientras, alcé los brazos un poco más, agotada, mientras empezaba a sangrar por los ojos, como me ocurría tantas otras veces, y picos de hielo comenzaron a salir del suelo y a ensartar a los soldados de las ballestas, que habían quedado petrificados de horror.
Pero el tiempo se me acababa, y cuando la primera de mis lágrimas ensangrentadas cayó al suelo, manchó de rojo el hielo resbaladizo. Entonces, la pequeña gota de sangre se extendió en el suelo, dejando rojo todo el hielo a mi alrededor, y derritiéndolo poco a poco.
-¡Iza! -exclamé. Ella soltó a los soldados de golpe y los arrojó a la grieta, después, vino a mi encuentro rápidamente. Cuando su piel llena de escamas rozó la sangre del suelo, mi cobra se fue reduciendo de tamaño hasta que volvió a su forma normal. Trepó por mi cuerpo y se enroscó en mi brazo derecho mientras yo corría con mi largo vestido blanco hacia la cueva, dejando atrás a los atemorizados soldados, debajo de los cuales, el hielo se derretía y cedía bajo todo el peso del ejército.
Dejé de sangrar en cuanto entramos en la oscura cueva, la última lágrima que solté fue transparente y brillante y fue a parar a la cabeza de Iza, que al entrar en contacto con la lágrima de una diosa, se transformó en la temida Cobra de Hielo.




Se me ha ocurrido ahora mismo pero tengo prisa, así que lo he escrito en cinco minutos. Me he basado en el dibujo que he hecho esta mañana. No está muy currado, pero me ha costado bastante de todos modos T___T

Chica nueva

Entré en clase silenciosamente, intentando pasar inadvertida. No quería que se fijaran demasiado en mí, aunque enseguida me di cuenta de que resaltaba sobre los demás por mi indumentaria. Las alegres y coloridas ropas de mis nuevos compañeros de clase, hacían destacar mi conjunto negro y mis gafas de sol del mismo color, sin quitar el hecho de que era la única nueva ese curso, y esa clase llevaba muchos años junta. Me sería más difícil que nunca integrarme, aunque tampoco lo necesitaba realmente. Tal vez, si eran realmente inteligentes, aprendían que no debían acercárseme a no ser que fuera para ayudarme a formar parte de su “clan”.
Me senté en una de las sillas del fondo, dejé mi mochila negra en el suelo, junto a mi mesa, me puse cómoda, o al menos, lo más cómoda que se puede estar en una vieja silla de colegio de madera y metal verde, saqué un libro de mi mochila y me puse a leer. Las cinco personas que había en clase se me quedaron mirando, pero una chica morena y bastante alta les dijo dos palabras y dejaron de observarme.
Unos minutos después sonó el timbre, y cuando llegó el profesor, cargado con un libro y un maletín rojo, todos los sitios de la clase estaban ya ocupados. El profesor, alto y de pelo castaño, dejó sus pertenencias en la mesa y nos miró detenidamente, intentando evaluarnos en unos segundos. Fue pasando la vista por cada uno de los alumnos, y cuando me observó a mí, la última de todos, frunció los labios y se cruzó de brazos.
—¿Cómo te llamas? —preguntó. Yo levanté la mirada de mi libro, lo guardé en la mochila y le sostuve la mirada detrás de las gafas de sol, pero él no sabía si yo le estaba mirando o no. Crucé los brazos encima de mi pecho mientras todos los alumnos de la clase se volvían hacia mí.
—Teba —respondí finalmente, al cabo de unos segundos.
—Teba —repitió—. Quítate las gafas de sol, por favor. En clase no se debe llevarlas.
Yo fruncí el ceño.
—Por favor —pedí. Que no me haga quitármelas, que no me haga quitármelas…
—No hay excusa que valga —replicó, apoyando el peso de su cuerpo en un pie—. Quítatelas ya —recalcó.
Con un suspiro, descrucé los brazos y me retiré las gafas negras del rostro con la mano derecha. Al instante sucedió lo que esperaba que pasara. Los que estaban más cerca de mí distinguieron la larga cicatriz desde el extremo interior de mi ceja derecha hasta justo debajo del ojo izquierdo, pasando por la nariz. Y los que se encontraban lejos de mí, se levantaron de sus asientos sin desplazarse, intentando ver qué era lo que causaba tanta curiosidad y tanto asombro en sus compañeros. Crucé los brazos de nuevo, lanzándole una mirada desafiante al profesor, y éste pareció reaccionar después de unos segundos de leve ensoñación.

—De acuerdo… empecemos con la clase —dijo, no muy convencido, tragándose las palabras de asombro que tenía preparadas. Empezó a escribir cosas en la pizarra, y cuando los demás dejaron de mirarme, suspiré de alivio y me acerqué tanto a la pared como si quisiera fundirme con ella.
Tal vez integrarse iba a ser más difícil de lo que creía.

jueves, 4 de febrero de 2010

Amor hasta el final

—¡NO! —chillé— ¡Jesse!
Por supuesto, el cazafantasmas no me oyó, pero Jesse sí lo hizo. Me miró con tristeza en los ojos, pero no dijo nada. Estaba en esa situación por mi culpa, y si decía algo me delataría, dando por terminada mi paz y libertad, e indicándole al cazafantasmas donde estaba yo exactamente. Grité, impotente, pensando a toda velocidad qué podía hacer para que el cazafantasmas no le disparara a Jesse con la pistola con la que le apuntaba tan temerariamente. Los dos teníamos miedo, pero al fin y al cabo, no era yo la que estaba en peligro de muerte…
Esperaba con ansia a que dieran las doce, aunque no sabía qué es lo que haría cuando sonasen las campanadas… No tenía un reloj, pero mi instinto me decía que faltaba poco. Hubiera llorado si hubiera podido, pero tan sólo estaba junto a Jesse, intentando darle un poco de apoyo, aunque nos estábamos derrumbando por dentro, ambos por igual.
—Te quiero —musitó él, tan bajo que sólo le leí los labios.
—Yo también a ti —dije mientras se me nublaban los ojos, pero no llegaron a caer lágrimas por mis mejillas. Acerqué mi incorpórea mano a la de Jesse, pero esa vez, como tantas otras, le atravesé y una corriente helada le atenazó desde la muñeca hasta la punta de los dedos. No se retiró, era el único contacto que podíamos tener en ese momento.
—Dime dónde está el fantasma —dijo el hombre de la pistola, apoyando el dedo índice en el gatillo.
—¡No! —grité de nuevo, pero no me moví, no podía hacer nada. Entonces, súbitamente, supe que se acercaba el momento crucial. Comenzaron a sonar las campanadas, y cuando resonó la duodécima, todo ocurrió muy rápido.

Di un gran salto hasta que me situé delante de Jesse, al mismo tiempo que el hombre apretaba el gatillo y yo me iba solidificando. Al instante sentí un dolor agudo en el torso, justo debajo del pecho, y noté cómo la camiseta se me manchaba de algún líquido. Al mirarme, me di cuenta de que era sangre, roja sangre inundándome el abdomen y goteando por mi cuerpo. Me desplomé en el suelo, sobre un charco de mi propia sangre, mientras miraba al cazafantasmas. Sonó un segundo disparo y el hombre soltó la pistola de sopetón, mientras se miraba el torso, anonadado, que se teñía también de sangre, como el mío. Cayó a la tierra empapada cerca de mí, y detrás llegué a ver a Elsa, con la pistola demasiado grande para ella en la mano, sujeta con firmeza y decisión, pero con una sombra de miedo en el rostro.
Sonreí para mis adentros, pero sorprendida de que una niña de nueve años hubiera podido hacer semejante cosa.
—¡NO! —gritó entonces Jesse, cayendo de rodillas a mi lado. Por fortuna la bala no le había rozado un pelo, pero en ese momento a él le daba lo mismo si estaba herido o no. Me agarró de la cintura y me echó el torso encima de sus piernas, protegiéndome con los brazos de un mal invisible y acechador, y acunándome como a una niña pequeña.
—¡Rika, no! ¡No, no, no!
Intenté decirle algo, todavía con los ojos húmedos, mientras él agachaba la cabeza y comenzaba a llorar, pero el dolor se sobrepuso a mis palabras y tan sólo conseguí mirarle, casi sin verle. Tras varios intentos del funcionamiento de mis cuerdas vocales, al final conseguí comunicarme.
—Jesse —balbuceé, incomprensiblemente, pero él levantó la cabeza de inmediato, como si hubiera saltado un resorte en su interior, y me miró con los ojos igual de húmedos que los míos, tanto, que tal vez ni siquiera me veía realmente.
—Rika —me dijo con voz débil—, por favor.
—Jesse… te quiero —conseguí decir con voz pastosa—. Lo sabes. Te… amo. Necesito… —cerré los ojos con fuerza, el dolor me abrasaba y me quemaba como un hierro incandescente, que se apretaba contra mi torso…
—¿El qué? —saltó, mirándome con atención—. Dímelo, Rika.
—Necesito… —repetí, incapaz de continuar. Jesse me seguía mirando—. Necesito que digas que… que…
—Te amo —me dijo con voz suave, y yo me relajé, por fin—. Te amo con toda mi alma, Rika, dudo que alguien te haya amado más que yo en esta vida —en esta vida, pensé yo. Qué razón tiene.
—Gra… gracias —conseguí aclarar, y él me miró, impotente a cualquier acto. Comenzó a llover, humedeciendo el suelo, mojándonos a nosotros, y limpiando levemente mis prendas manchadas de sangre. Jesse me apoyó la mano en la herida, presionando, y el dolor remitió un poco. Emití un suspiro de alivio, y al oír eso Jesse no retiró la mano. Con un esfuerzo grandioso, y acopio de toda mi energía, conseguí colocar mi mano encima de la suya, teniendo un contacto cálido por fin. Jesse me miró a los ojos y nos sostuvimos la mirada, sin decir una palabra pero a la vez diciéndonos tanto… Se inclinó hacia mí, todavía sin retirar la mano de mi torso, y me rozó los labios con los suyos, transmitiéndome un sabor a lluvia y a lágrimas. Le dejé los labios manchados de sangre, pude comprobarlo cuando volvió a erguirse y a mirarme.
—Adiós, Jesse Sweetwords —dije, aunque todavía no sé cómo pude vocalizar todas las palabras correctamente—. Nos veremos en la otra vida…
—Te prometo que te amaré allí también —me juró, besándome en la frente.
—Lo sé —sonreí—. Yo también.
Me apretó contra sí, finalizando la larga mirada intercambiada, y haciendo que apoyara la cabeza en su pecho húmedo por la lluvia. Dejé de sentir sus manos, en mi torso y en mi espalda, dejé de sentir mi herida, dejé de sentir la lluvia en el rostro, dejé de sentir la sangre gotear por mi cuerpo, dejé de sentir las piernas de Jesse debajo de mí, dejé de oír todo, y por último, cerré los ojos y me sumí en un sueño profundo, aquél en el que nunca se sabe si vas a despertar o no…